E. MOUNIER (1905-1950) Y EL PERSONALISMO

 

 

Decía Giovanni Papini que la tragedia del hombre moderno no es que venda su alma al demonio, sino que ya ni siquiera el demonio se interesa por comprarla. La filosofía personalista constituye para algunos el síntoma y para otros la respuesta a esa situación de nihilismo, cuando ni el diablo, ni la soledad, ni la muerte permiten responder a la pregunta por el sentido y la “persona” se otea en el horizonte conceptual como alternativa la crisis de la modernidad.

 

Según el creador del movimiento personalista, Emmanuel Mounier, «personalismo» fue usado en primer lugar como concepto por el poeta norteamericano Walt Witman en su libro DEMOCRATIC VISTAS (1867) y entró en filosofía de la mano del oscuro pensador catalán del norte, RENOUVIER que definió con esta palabra su sistema filosófico en 1903. Sin embargo, en su uso moderno, «personalismo» es una escuela filosófica muy concreta, que se origina en la obra de Mounier y en la revista “ESPRIT” a partir de la fundación del movimiento en la localidad pirenaica de Font-Romeu en agosto de 1932.

La filosofía personalista es la expresión del existencialismo católico o, si se prefiere, del “inconformismo religioso” que se desarrolló principalmente entre católicos en Francia, pero también, y simultáneamente, en pequeños núcleos judíos y protestantes de Alemania, en las décadas de 1930 a 1950. Las raíces del «personalismo» habría que buscarlas en la ética fenomenológica de JASPERS y de Max SCHELER (autor de NATURALEZA Y FORMAS DE LA SIMPATÍA; EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO; EL GENIO, EL HÉROE, EL SANTO; LA IDEAL DEL HOMBRE Y LA HISTORIA, etc.) así como en la filosofía de ALAIN, un profesor de bachillerato que consiguió una singular audiencia (entre sus alumnos estuvo, por ejemplo, Simone WEIL) en ambientes cristianos.

 

El «personalismo» no propugna una filosofía de la historia, ni una antropología, ni una teoría política, sino que se tiene a sí mismo por un movimiento de acción social de tipo cristiano que une fuertes elementos comunitarios con la reflexión conceptual de raíz teológica sobre el sentido transcendente de la vida. De ahí que a los personalistas no les guste considerase como militantes de un sistema o de una “ideología”, sino que asumen el personalismo como una “orientación” de la vida en sentido comunitario. Así el «personalismo» consiste, más que en una teoría cerrada, en una “matriz filosófica” cristiana, o una tendencia de pensamiento dentro de la cual son posibles matices muy diversos pero que tiene en común asumir la perspectiva creyente y la condición dialógica de la persona, es decir, la apuesta por el diálogo comunitario, como condición que hace posible la filosofía. Para comprender su propuesta es necesario asumir, casi como un axioma, o como una regla de vida, que “persona” significa mucho más que “hombre”, e incluso simboliza lo contrario de “individuo”. Los principales autores personalistas son:

· Emmanuel MOUNIER:(MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO; EL PERSONALISMO y especialmente la revista “ESPRIT”, órgano del movimiento)
· Gabriel MARCEL: (SER Y TENER; DIARIO METAFÍSICO; LOS HOMBRES CONTRA LO HUMANO)
· Jean WAHL: (ESTUDIOS KIERKEGAARDIANOS)
· Jean LACROIX: (PERSONA Y AMOR; EL PERSONALISMO COMO ANTIIDEOLOGÍA)
· Martin BUBER (¿QUÉ ES EL HOMBRE?; YO Y TU)
· Paul-Ludwig LANDSBERG (EXPERIENCIA DE LA MUERTE).

 

Éste último, judío de origen alemán, fue ayudante de cátedra de Scheler y, tras las leyes antisemitas de Hitler se trasladó primero a París, donde participó en el “Colegio de Sociología” y, posteriormente, a Barcelona, llamado por Joaquín XIRAU para formar parte del profesorado de la Universidad Autónoma; de manera que ambos pueden ser considerados los iniciadores del personalismo filosófico en Catalunya y en España. Landsberg terminó sus días suicidándose, según parece, con una dosis de cianuro, en un campo de concentración nazi. El personalismo, por su esencia democrática, se desplegó de una forma muy significativa en Catalunya; tanto antes como después de la guerra de 1936-1939 floreció un importante movimiento religioso y cultural cuyo autor más significativo fue el abogado y escritor Maurici SERRAHIMA, amigo personal de Mounier y colaborador de “Esprit”. La viuda de Mounier, Paulette, fue incluso detenida en Barcelona bajo el franquismo, el 29 de enero de 1969, durante el estado de excepción al reunirse con jesuitas e intelectuales antifranquistas. El personalismo español en lengua castellana fue, sin embargo muy minoritario antes de la guerra, limitándose a la revista “Cruz y Raya” de José BERGAMÍN y a las colaboraciones en “Esprit” de José María de SEMPRÚN y GURREA, padre del escritor antifascista Jorge SEMPRÚN.

Muchos intelectuales católicos han tenido relación con el movimiento personalista: puede considerarse también «personalista» alguna obra del neotomista Jacques MARITAIN (especialmente HUMANISMO INTEGRAL). Junto a la filosofía, el personalismo ha tenido un importante componente literario; la obra de Mounier es díficil de comprender sin la literatura de Charles PÉGUY. A lo largo de los años centrales del siglo 20 hay una novelística importante de tipo personalista que se expresa en las obras de Graham GREEN (EL PODER Y LA GLORIA; EL FONDO DEL PROBLEMA) o de Aldous HUXLEY (EL MEJOR DE LOS MUNDOS; CIEGO EN GAZA). Sin embargo, el autor que desde el punto de vista literario encarna mejor el ideal personalista es SAINT-ÉXUPERY (EL PRINCIPITO, VUELO NOCTURNO, CARTA AL GENERAL y, especialmente, ese texto hermoso por hermético que es CIUDADELA).

 

El personalismo, aunque ha contado con autores judíos (Buber, Landsberg, Levinas), y protestantes (Ellul) es un existencialismo básicamente católico y jugó un papel fundamental en la renovación del pensamiento eclesiástico previo al Concilio Vaticano II que, asumiendo gran parte de sus tesis sobre la relación entre Iglesia y mundo seglar, lo dejó casi sin objeto. De hecho, la revista “Esprit” se ha movido políticamente desde hace más de medio siglo en la órbita del socialismo democrático intelectualizado.

En tanto que existencialismo leído en clave creyente, el movimiento personalista substituye el nihilismo desesperado por la esperanza transcendente y por la experiencia comunitaria. De hecho, todos los personalistas comparten el diagnóstico de Scheler en LA IDEA DEL HOMBRE Y LA HISTORIA según el cual:

 

«En ninguna época han sido las opiniones sobre la esencia y el origen del hombre más inciertas, imprecisas y múltiples que en nuestro tiempo. Muchos años de profundo estudio consagrado al problema del hombre dan al autor el derecho de hacer esta afirmación. Al cabo de unos diez mil años de historia, es nuestra época la primera en que el hombre se ha hecho plena, íntegramente “problemático”; ya no sabe lo que es pero sabe que no lo sabe. Y para obtener de nuevo opiniones aceptables acerca del hombre, no hay más que un medio: hacer, de una vez “tabula rasa” de todas las tradiciones referentes al problema y dirigir la mirada hacia el ser llamado “hombre”, olvidando metódicamente que pertenecemos a la humanidad».

El hombre es “persona” en la medida en que no se esconde en la masa, ni se deja negar por la tecnología, ni cae en abstracciones conceptuales individualistas. El personalismo se constituye –a la vez– como lo contrario al colectivismo, donde el sujeto se convierte en número, y como lo contrario al individualismo, que nos vuelve incapaces de comunicarnos. En palabras de Mounier: «el individividuo es la dispersión de la persona en la materia, dispersión y avaricia». En EL PERSONALISMO, Mounier afirmará que: «La persona no crece más que purificándose del individuo que hay en ella». Contra el individualismo, propio de una sociedad despersonalizada, se reivindica que “Persona” es un ser concreto (que no subjetivo) y por ello relacional y comunicativo, es decir, “comunitario”. En el MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO, Mounier la define así:

 

«Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una manera de subsistencia e independencia de su ser; mantiene esta subsistencia por su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso responsable y una conversión constante: unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla por añadido a golpe de actos creadores la singularidad de su vocación».

Es en la comunidad, en la relación concreta de comunicación con los demás, donde realmente se constituye la persona. Para el personalismo, los dos conceptos básicos que dan unidad al pensamiento son “Persona” y “Amor”. Ambos conceptos se han encontrado también en el pensamiento liberal y en el romanticismo pero con otra significación radicalmente distinta; según el movimiento personalista el significado que de ellos se ha dado, incluso en el ámbito creyente, ha sido puramente instrumental y alienante. El socialismo marxista tiene razón en denunciar el idealismo y la ñoñería de ambos conceptos porque se ha tendido a pensarlos como puras abstracciones, descarnadas. Cumple, pues, cambiar le punto de vista desde el que se ha reflexionado sobre ellos. La persona debe ser comprendida desde un punto de vista relacional: «Encontrarse dos en recíproca presencia» permite que cada cual se haga persona. En YO Y TU, por su parte, Buber definirá el Amor como «El milagro de una presencia exclusiva» y como «la responsabilidad de un Yo por un Tu».
El hecho de que esta relación sea profunda, íntima, está en absoluta contradicción con el cosmpolitismo burgués, heredado del Renacimiento y de las Luces. En tal sentido, Mounier era taxativo. En su texto de 1935 REVOLUCIÓN PERSONALISTA Y COMUNITARIA se lee:

 

«Quizá solamente quien ha penetrado profundamente en Dios, es capaz de amar a todos los hombres en Dios (...) Yo no amo a la humanidad. No trabajo por la humanidad. Amo algunos hombres, y la experiencia me ha resultado tan fértil que por ella me siento ligado a cada prójimo que atraviesa mi camino».

“Persona” y “Amor” deben ser considerados, pues, no desde el punto de vista simbólico, o como abstracciones conceptuales, sino como transcendentales y como expresión de la sacralidad de la vida; por eso mismo el personalismo tiene una profunda vocación pedagógica: se trata no sólo de amar, sino de educar para el amor y la trascendencia a una nueva humanidad: Educar no consiste en hacer –y hacernos– “mejores personas”, sino en “despertar” a la persona, pues como dice en EL PERSONALISMO: «Por definición, una persona se suscita por una llamada, no se fabrica por domesticación». El sentido de una pedagogía personalista puede encontrarse también en la llamada que realizó el papa Pío XII después de la 2ª Guerra Mundial (ALOCUCIÓN A LOS MIEMBROS DEL CONGRESO INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA, Roma, nov. 1946):

 

«Educad a una nueva generación en el sentimiento de una verdadera humanidad. Que sea sagrado para la juventud todo lo que tiene rostro humano: sagrada la familia; sagrados todo pueblo y toda nación, como le son sagrados su propio pueblo y su propia patria. Que su espíritu se vuelva hacia Dios, Padre común de todos, y en el que la filosofía encuentra su norma sublime y su más alta justificación».

La concepción personalista del mundo es claramente contraria a la versión que sobre el hombre ofrece la ciencia positiva, en la medida que para esta filosofía lo humano es, por definición «Cualitativo» y, por tanto, ajeno al modelo descriptivo, cuantificable y analítico de las ciencias, que se daba por supuesto en el mundo académico francés desde la fundación de la “Sociedad de Biología” (1848) y de la “Sociedad Médico-Biológica” (1855). La ciencia positivista, para un personalista, describe al hombre “desde fuera” pero lo ignora interiormente o lo considera, como Freud, sólo como pulsión de placer, que es tanto como decir de dominio. Pero el hombre tiene aspiraciones morales, estéticas y religiosas que la ciencia no recoge, ni comprende. El hombres es «Persona», es decir, consciencia interior más allá de la pura materia. Y esa consciencia es, además, relacional, es decir, está abierta a lo religioso (en cuanto que “religa”) y a lo comunitario. En cuanto «Persona» el hombre no es sólo cuerpo sino también alma.
De ahí que realizar el imperativo pindárico y goethiano: «Llega a ser lo que eres» en un contexto cristiano significa empeñarse en construir nuestra capacidad de ser persona, cualitativamente, en el conjunto de las relaciones que nos constituyen. Sólo por el amor se accede a la persona. De ahí la importancia del “testimonio” que se da mediante la propia vida por encima incluso de la acción política. El personalismo se ve a sí mismo como una teoría de la esperanza. En EL PEQUEÑO MIEDO DEL SIGLO XX, Mounier escribió que: «El nihilismo, del que se desprende el espíritu de catástrofe, es una reacción masiva de tipo infantil. Bien sabéis cómo los seres débiles, los niños, los enfermos, los nerviosos, se desalientan, (...) Pues bien, la angustia de una catástrofe colectiva del mundo moderno es, ante todo, en nuestros contemporáneos una reacción infantil de viajeros incompetentes y alocados». Una sociedad personalista sería, pues, la consecuencia de una actitud comunitaria, que sitúa la comunicación (la “fraternidad”, entendida como virtud cristiana y no como imperativo republicano) en el centro de la acción política.

 

Mounier en EL PERSONALISMO (Cap. “La Comunicación”) esbozó los cinco puntos que se hacen necesarios para que pueda llegar a desarrollarse una sociedad personalista y comunitaria. Se trata de:

1.- Salir de sí mismo: luchar contra el “amor propio”, que hoy denominamos egocentrismo, narcisismo, individualismo.
2.- Comprender: situarse en el punto de vista del otro, no buscar en el otro a uno mismo, ni verlo como algo genérico, sino acoger al otro en su diferencia.
3.- Tomar sobre sí mismo, asumir: en el sentido de no sólo compadecer, sino de sufrir con el dolor, el destino, la pena, la alegría y la labor de los otros.
4.- Dar: sin reivindicarse como en el individualismo pequeño burgués y sin lucha a muerte con el destino, como los existencialistas. Una sociedad personalista se basa, por el contrario, en la donación y el desinterés. De ahí el valor liberador del perdón.
5.- Ser fiel: considerando la vida como una aventura creadora, que exige fidelidad a la propia persona.
Asumir al individuo como «persona» no significa perderse en un espiritualismo más o menos platónico, o sublimar un “doble” imaginario de los humanos concretos, sino aceptar que el sujeto humano es carne espiritualizada, transcendida en cuanto que el amor (imagen de un Amor divino, con mayúsculas) se vive en lo concreto, y en lo material –por eso mismo el movimiento personalista, tras un breve instante de firteo con el colaboracionismo de Vichy, se alineó con los comunistas en la Resistencia antinazi. En palabras de Mounier, la persona es «existencia encarnada» y olvidar eso conduce a despersonalizar a los humanos. Como escribió Mounier en EL PENSAMIENTO DE CHARLES PÉGUY: «ya es hora de sacar la palabra “mística” de los eriales».

 

«Amar realmente a un ser, es amarlo en Dios», escribió Gabriel Marcel. O en otras palabras, el personalismo quiere fundar un nuevo humanismo cuyo sentido último se halla en la idea de la persona como expresión del amor divino. Maritain, por su parte, lo expresa así en HUMANISMO INTEGRAL: «La idea discernida en el mundo sobrenatural que sería como la estrella de ese nuevo humanismo, no sería ya la idea del sagrado imperio que Dios posee sobre todas las cosas; sería más bien la idea de la santa libertad de la criatura a quien la gracia une a Dios».

Por eso el personalismo es radicalmente antiliberal en la medida en que no acepta la idea de los humanos como meros “átomos sociales”; a la idea de libertad le opone la de comunidad: ese es el único ámbito en que la libertad resulta pensable. La sociedad es, ante todo, una comunidad de almas, es decir, una totalidad construida como suma de esfuerzos conjuntados en que lo material, como quería el poeta Maragall “no es más que símbolo”. El liberalismo conduciría a lo que Mounier llamará “existencia dramática” es decir, a la que ve el tiempo (y el Ser) no como plenitud, sino como vacío, que se expresa filosóficamente en el existencialismo sartriano.

 

El enfrentamiento con Sartre, a quien Mounier pretendió ningunear en su INTRODUCCIÓN A LOS EXISTENCIALISMOS (lo sitúa en la rama izquierda del “árbol existencialista” cuyo tronco es Kierkegaard y en cuya base está Pascal para hundir sus raíces en San Agustín) no tiene tanto que ver con el ateísmo cuanto con lo que Mounier denomina: «el ala mundana», la moda burguesa del decadentismo.

PROBLEMA Y MISTERIO

 

Gabriel MARCEL (1889–1973) es autor de un texto en que relata la experiencia personal de su conversión al cristianismo, DIARIO METAFÍSICO (1927). Su aportación principal al personalismo consistió en distinguir entre «problema» y «misterio».

· PROBLEMA: es lo que la razón puede resolver, lo que aparece ante uno mismo, lo que se puede plantear de una manera objetivable, objetiva y distanciada. Todo problema es una cuestión técnica.

· MISTERIO: es todo aquello que no pude resolverse de forma objetiva ni racional; el misterio transciende toda solución y sólo permite la confianza y, si corresponde, la adoración.

El ser, y específicamente, el ser humano, es un misterio profundo y, como tal, transciende toda solución. En la medida en que lo humano es incapaz de perdurar, cualquier “yo” pierde sentido ante el misterio que, en cambio, permanece siempre. Fidelidad, amor y admiración son los valores que nos constituyen, en tanto que humanos, ante el misterio. Asumiendo que el hombre, en tanto que persona, corresponde la categoría de “misterio”, Mounier dará un paso más considerando que su filosofía no es un estudio sobre el hombre, sino un «combate por el hombre».

 

LOS TEMAS BÁSICOS DE EMMANUEL MOUNIER (1905-1950)

Emmanuel MOUNIER (1905-1950), el líder del movimiento personalista y sin duda su principal ideólogo, corre el peligro de convertirse en un autor olvidado, sólo apto para uso en contextos clericales; ciertamente murió con sólo 45 años y buena parte de su obra es estrictamente “de combate”, pero aunque su retórica tiene algo de crispado y su vocabulario suena hoy a “años 30”, su obra no debiera interesar sólo en el mundo eclesiástico: no es ocioso recordar que uno de los principales teóricos de la postmodernidad, Jean-François LYOTARD, se inició en “Esprit” y otro de los puntales del movimiento, Gianni VATTIMO, fue personalista en origen.

 

Mounier pretendió pensar una filosofía cristiana conscientemente contemporánea en un momento en que cristianismo y modernidad se habían dado (¿definitivamente?) la espalda. Por eso mismo su obra no pude entenderse sin advertir que se trata de la respuesta creyente a la filosofía de la sospecha (Marx, Nietzsche, Freud). Sin embargo, y paradójicamente, Mounier (y de ahí su influencia sobre Lyotard y Vattimo) anuncia sin saberlo la postmodernidad al proponer “Refaire la Renaisance” [rehacer o reconstruir el Renacimiento] como objetivo de un pensamiento católico que no puede estar frontalmente contra la modernidad sino que debe mostrar la insuficiencia del modelo humanista (e individualista) heredado del renacimiento y de la ilustración. Mounier estaría perfectamente de acuerdo con Gianni Vattimo cuando, en CREER QUE SE CREE, (1996) el filósofo italiano dice que: «El Evangelio es más amigable respecto a la razón (tardo) moderna y sus exigencias de lo que una concepción, en el fondo autoritaria, de la salvación me quiere hacer creer», o que: «La verdad del cristianismo es sólo la que se produce cada vez a través de las “autentificaciones” que advienen en diálogo con la historia, y con la asistencia del espíritu, como ha señalado Jesús».

Rehacer el Renacimiento significa optar por explicar el mensaje de Jesús a través del camino de Erasmo de Rotterdam en vez de hacerlo por el de Lutero o Descartes. Se trata de un pensamiento “moralista” que, por decirlo con Lucien Guissard, «toma conciencia del desorden», como alternativa a un pensamiento mecanicista que, en su opinión, conduce a la degradación del hombre, a la insignificancia de lo humano ante la máquina y el dinero. En EL PEQUEÑO MIEDO DEL SIGLO XX (1949), Mounier escribió:

 

«Si viéramos reunirse bajo nuestra mirada los elementos históricos y psicológicos de un terror del año 2000, la perspectiva seria del todo diferente a aquella grave espera del año 1000. No nace de una profecía básicamente optimista, sino de una confusión general de las creencias y de las estructuras

La crisis de las creencias resulta del hundimiento masivo y más o menos contemporáneo de las dos grandes religiones del mundo moderno: el cristianismo y el racionalismo. No es que yo prejuzgue aquí y ahora el valor ni la duración de dicho hundimiento. Simplemente constato su difusión sociológica. Donde, a penas hace un siglo, de entre cien hombres una mayoría profesaba las verdades cristianas, o donde la mayor parte de los demás creían a pies juntillas en la infalibilidad ilimitada de la razón sostenida por la ciencia, allí, digo, se cuenta ahora con un diez por ciento de creyentes cristianos, e ignoro si la proporción de racionalistas convencidos es mucho mayor».

 

Para Mounier, la respuesta al ateísmo se encuentra en el necesario «humanismo concreto»: no hay seres en abstracto y desarraigados sino “personas” miembros de una comunidad, de una cultura espiritual en cuyo seno se realizan. En palabras de Mounier: «La desesperación no es una idea. Es sobre todo un corrosivo». El ser humano no es un individuo errático, sino un proyecto de comunicación y una íntima participación en la vida.

Precisamente el principal error del existencialismo ateo (Sartre) es el de definir al hombre como proyecto pero sin prestar atención a las condiciones por medio de las cuales dicho proyecto tiene sentido (el amor, la familia, la comunidad). Son precisamente esas instancias comunitarias las que evitan caer en la desesperación, en el desarraigo, y nos permiten abrirnos al sentido en un mundo cada vez más cosificado. “Sentido” y “transcendencia” se descubren como remedios contra la contra la “angustia” y la “desesperación” existencial. La “revolución del siglo 20” no sería, pues, el socialismo que considera a los individuos como números y miembros de una masa, sino el redescubrimiento de una comunidad donde el hombre logre ser “persona” y no simple número. Ello exige, por lo demás, superar la perspectiva tecnológica y instrumental del humanismo renacentista, para recuperar la transcendencia, tal como apunta su análisis del maquinismo en EL PEQUEÑO MIEDO DEL SIGLO XX. De hecho en este libro, que está escrito en polémica implícita con Jacques Ellul, cae muy posiblemente en la ingenuidad de minusvalorar la máquina y la tendencia de lo que Ellul llamaba “sistema técnico” a dar por clausurada la vida espiritual.
En su libro REVOLUCIÓN PERSONALISTA Y COMUNITARIA, Mounier describe los valores personalistas que definen “lo espiritual” con estas palabras:

 

«¿Qué es, pues, para nosotros lo espiritual?

Ésta es nuestra jerarquía de valores: primacía de lo vital sobre lo material, primacía de los valores de la cultura sobre los valores vitales, y primacía, sobre todo, de estos valores accesibles a todo el mundo en la alegría, en el sufrimiento, en el amor de cada día, i que, de conformidad con las definiciones de los vocabularios, denominaremos –dando a las palabras una fuerza que las libere de la vulgaridad– valores de amor, de bondad, de caridad. Esta escala dependerá para algunos de nosotros de la existencia de un Dios transcendente y de unos valores cristianos, sin que otros la consideren cerrada por arriba»

 

Mounier, que nunca redactó su tesis doctoral en filosofía y sentía un indisimulado menosprecio por la Academia, fue, más que un pensador de sistema, un considerable “constructor de metáforas”, cuya vigencia sigue siendo central en el pensamiento crítico, incluso a extramuros del ámbito cristiano. Señalemos algunas que, como se verá, están marcadas por el intento de reivindicar el cristianismo reapropiándose de temáticas surgidas alrededor de Marx y Nietzsche:

Desorden establecido: situación de la sociedad en que el orden social se fundamenta exclusivamente en lo económico y cuya vigencia degrada a la persona. «Ya no hay más que un dios sonriente y horriblemente simpático: el Burgués. El hombre ha perdido el sentido del Ser, que no se mueve más que entre cosas, cosas utilizables, privadas de su misterio», dice en el MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO. El desorden establecido puede definirse también como trivialización de la vida.

Rehacer el Renacimiento:
alternativa al desorden establecido, que no podrá llevarse a cabo mientras no se separe lo espiritual de lo político y de lo económico para recuperar la espiritualidad ocultada por el pensamiento técnico; «el primer Renacimiento malogró el Renacimiento personalista y desatendió el comunitario –dice Mounier– (...) contra el individualismo hemos de reemprender el primero, pero sólo lo conseguiremos con el auxilio del segundo».

Cristiandad difunta:
la que ha muerto por connivencia con el poder del mundo, por olvidar la profecía, por desatender el sentido de la parábola del buen samaritano. Para Mounier es esencial comprender que no hay dos historias, “sagrada” una y “profana” la otra, sino que la Iglesia debe optar por lo que denomina “sobrenaturalismo histórico”. En sus propias palabras: «La tierra ya no puede organizarse fuera de la fe como la fe no puede desarrollarse sin las fuerzas de la tierra». Olvidarlo lleva a «renunciar a la unidad interior de la visión cristiana».

Tercera fuerza: espacio político definido por la doctrina social de la iglesia, entre el comunismo (ateo) y el liberalismo (explotador, utilitarista). Durante algún tiempo esta posible salida fue explorada por el personalismo como síntesis y superación dialéctica de las contradicciones. Mounier, sin embargo, se desdijo muy pronto de este intento porque le parecía poco espiritual. Además era contrario a moverse en el ámbito confesional, poco profético. La pretensión del personalismo es clara: «Restituiremos a la política su bello sentido lleno del aprendizaje total del hombre hacia las cosas de la comunidad». Posteriormente el concepto fue usado por la socialdemocracia y por el político inglés Tony Blair, a finales del siglo 20, como “Tercera vía”.

Revolución personalista: en el primer número de ESPRIT (1933), Mounier proclamó: «la revolución será moral o no será». También la definirá como: «una técnica de los medios espirituales»; en otras palabras: se trata de asumir que la sensibilidad y la personalidad de la persona representan una fuerza transformadora. Sin una “conversión” de la persona, la revolución sería sólo un cambio de gobierno, o un cambio en las condiciones de la opresión pero no su finalización.

Humanismo concreto:
el que se opone a convertir a los hombres en símbolos y los asume como personas desde su diferencia pero también desde su espiritualidad. Es el humanismo que surge de la revolución personalista.
En cualquier caso, el personalismo es una teoría democrática en el sentido profundo de la democracia; es decir, más allá del puro planteamiento estadístico, el personalismo vincula la democracia con el valor, cualitativo, de la persona y de la comunidad. Por ello mismo, en momentos de degradación de los valores, como en la misma postmodernidad, el personalismo reaparece como un síntoma. Como dirá el propio

MOUNIER en ¿QUÉ ES EL PERSONALISMO?, se trata a la vez de:

1.- Una perspectiva que va al hombre como un ser material pero a la vez interior y transcendente.
2.- Un método para analizar la historia y la acción humana desde la perspectiva de la persona.
3.- Una exigencia «de compromiso total y condicional a la vez». Total porque no se limita a la simple crítica de lo que ocurre y condicional, pues la persona a la que se aspira, no es la que vive en el «aturdimiento colectivo» o en la «evasión colectiva».

Es difícil valorar hoy la “actualidad del personalismo” por muchas razones. En cualquier caso está claro que la filosofía personalista, como también el existencialismo, quedó al margen de la corriente de pensamiento central en el siglo 20, es decir, fuera del análisis lingüístico; muchas de sus metáforas aguantarían mal un análisis de este tipo. Es significativo que los actuales pensadores «comunitaristas», muchos de ellos católicos, prácticamente nunca reconocen su deuda con el movimiento personalista pese a que éste se basaba muy especialmente en la reivindicación de la “comunidad”. Y la explicación es sencilla: el comunitarismo actual es de tipo liberal, mientras que Mounier abominaba del liberalismo que consideraba anticristiano por poner al hombre bajo el dinero.

Para Mounier no será posible establecer jamás una comunidad si no se asume que lo gratuito, lo simbólico y en general el ámbito de “la comunicación” han de mantenerse al margen del dinero, que por su propia esencia lleva a romper la cohesión social. Al individualismo que denunciaba, se añade hoy un cosmopolitismo en las comunicaciones (que muchas veces hace imposible “la” comunicación) y una interculturalidad que puede comprenderse difícilmente desde una ética de máximos, (y que tiene algo de postizo, de paternalista y cursi). Sin embargo, no es casualidad que algunas críticas personalistas a la sociedad burguesa hayan reaparecido donde menos se les podía esperar a priori, es decir, en el análisis sociológico de la postmodernidad. Puede entenderse fácilmente que sea precisamente el postmodernismo de Lyotard y Vattimo el que beba de fuentes personalistas porque es precisamente la crítica de Jaspers, de Scheler y de Mounier la primera que se dirigió simultáneamente y en profundidad la herencia “progresista” de la Ilustración y contra el totalitarismo pesimista de Marx, Nietzsche y Freud.