E. 
                  MOUNIER (1905-1950) Y EL PERSONALISMO
                 
               
              
              
              
                 
                Decía 
                  Giovanni Papini que la tragedia del hombre moderno no es que 
                  venda su alma al demonio, sino que ya ni siquiera el demonio 
                  se interesa por comprarla. La filosofía personalista 
                  constituye para algunos el síntoma y para otros la respuesta 
                  a esa situación de nihilismo, cuando ni el diablo, ni 
                  la soledad, ni la muerte permiten responder a la pregunta por 
                  el sentido y la “persona” se otea en el horizonte 
                  conceptual como alternativa la crisis de la modernidad. 
               
              
                 
                Según 
                  el creador del movimiento personalista, Emmanuel Mounier, «personalismo» 
                  fue usado en primer lugar como concepto por el poeta norteamericano 
                  Walt Witman en su libro DEMOCRATIC VISTAS (1867) y entró 
                  en filosofía de la mano del oscuro pensador catalán 
                  del norte, RENOUVIER que definió con esta palabra su 
                  sistema filosófico en 1903. Sin embargo, en su uso moderno, 
                  «personalismo» es una escuela filosófica 
                  muy concreta, que se origina en la obra de Mounier y en la revista 
                  “ESPRIT” a partir de la fundación del movimiento 
                  en la localidad pirenaica de Font-Romeu en agosto de 1932.
               
              La 
                filosofía personalista es la expresión del existencialismo 
                católico o, si se prefiere, del “inconformismo religioso” 
                que se desarrolló principalmente entre católicos 
                en Francia, pero también, y simultáneamente, en 
                pequeños núcleos judíos y protestantes de 
                Alemania, en las décadas de 1930 a 1950. Las raíces 
                del «personalismo» habría que buscarlas en 
                la ética fenomenológica de JASPERS y de Max SCHELER 
                (autor de NATURALEZA Y FORMAS DE LA SIMPATÍA; EL SENTIDO 
                DEL SUFRIMIENTO; EL GENIO, EL HÉROE, EL SANTO; LA IDEAL 
                DEL HOMBRE Y LA HISTORIA, etc.) así como en la filosofía 
                de ALAIN, un profesor de bachillerato que consiguió una 
                singular audiencia (entre sus alumnos estuvo, por ejemplo, Simone 
                WEIL) en ambientes cristianos.
              
                 
                El 
                  «personalismo» no propugna una filosofía 
                  de la historia, ni una antropología, ni una teoría 
                  política, sino que se tiene a sí mismo por un 
                  movimiento de acción social de tipo cristiano que une 
                  fuertes elementos comunitarios con la reflexión conceptual 
                  de raíz teológica sobre el sentido transcendente 
                  de la vida. De ahí que a los personalistas no les guste 
                  considerase como militantes de un sistema o de una “ideología”, 
                  sino que asumen el personalismo como una “orientación” 
                  de la vida en sentido comunitario. Así el «personalismo» 
                  consiste, más que en una teoría cerrada, en una 
                  “matriz filosófica” cristiana, o una tendencia 
                  de pensamiento dentro de la cual son posibles matices muy diversos 
                  pero que tiene en común asumir la perspectiva creyente 
                  y la condición dialógica de la persona, es decir, 
                  la apuesta por el diálogo comunitario, como condición 
                  que hace posible la filosofía. Para comprender su propuesta 
                  es necesario asumir, casi como un axioma, o como una regla de 
                  vida, que “persona” significa mucho más que 
                  “hombre”, e incluso simboliza lo contrario de “individuo”. 
                  Los principales autores personalistas son:
               
              · 
                Emmanuel MOUNIER:(MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO; EL 
                PERSONALISMO y especialmente la revista “ESPRIT”, 
                órgano del movimiento)
              · 
                Gabriel MARCEL: (SER Y TENER; DIARIO METAFÍSICO; LOS HOMBRES 
                CONTRA LO HUMANO)
              · 
                Jean WAHL: (ESTUDIOS KIERKEGAARDIANOS)
              · 
                Jean LACROIX: (PERSONA Y AMOR; EL PERSONALISMO COMO ANTIIDEOLOGÍA)
              · 
                Martin BUBER (¿QUÉ ES EL HOMBRE?; YO Y TU)
              · 
                Paul-Ludwig LANDSBERG (EXPERIENCIA DE LA MUERTE). 
              
                 
                Éste 
                  último, judío de origen alemán, fue ayudante 
                  de cátedra de Scheler y, tras las leyes antisemitas de 
                  Hitler se trasladó primero a París, donde participó 
                  en el “Colegio de Sociología” y, posteriormente, 
                  a Barcelona, llamado por Joaquín XIRAU para formar parte 
                  del profesorado de la Universidad Autónoma; de manera 
                  que ambos pueden ser considerados los iniciadores del personalismo 
                  filosófico en Catalunya y en España. Landsberg 
                  terminó sus días suicidándose, según 
                  parece, con una dosis de cianuro, en un campo de concentración 
                  nazi. El personalismo, por su esencia democrática, se 
                  desplegó de una forma muy significativa en Catalunya; 
                  tanto antes como después de la guerra de 1936-1939 floreció 
                  un importante movimiento religioso y cultural cuyo autor más 
                  significativo fue el abogado y escritor Maurici SERRAHIMA, amigo 
                  personal de Mounier y colaborador de “Esprit”. La 
                  viuda de Mounier, Paulette, fue incluso detenida en Barcelona 
                  bajo el franquismo, el 29 de enero de 1969, durante el estado 
                  de excepción al reunirse con jesuitas e intelectuales 
                  antifranquistas. El personalismo español en lengua castellana 
                  fue, sin embargo muy minoritario antes de la guerra, limitándose 
                  a la revista “Cruz y Raya” de José BERGAMÍN 
                  y a las colaboraciones en “Esprit” de José 
                  María de SEMPRÚN y GURREA, padre del escritor 
                  antifascista Jorge SEMPRÚN. 
               
              Muchos 
                intelectuales católicos han tenido relación con 
                el movimiento personalista: puede considerarse también 
                «personalista» alguna obra del neotomista Jacques 
                MARITAIN (especialmente HUMANISMO INTEGRAL). Junto a la filosofía, 
                el personalismo ha tenido un importante componente literario; 
                la obra de Mounier es díficil de comprender sin la literatura 
                de Charles PÉGUY. A lo largo de los años centrales 
                del siglo 20 hay una novelística importante de tipo personalista 
                que se expresa en las obras de Graham GREEN (EL PODER Y LA GLORIA; 
                EL FONDO DEL PROBLEMA) o de Aldous HUXLEY (EL MEJOR DE LOS MUNDOS; 
                CIEGO EN GAZA). Sin embargo, el autor que desde el punto de vista 
                literario encarna mejor el ideal personalista es SAINT-ÉXUPERY 
                (EL PRINCIPITO, VUELO NOCTURNO, CARTA AL GENERAL y, especialmente, 
                ese texto hermoso por hermético que es CIUDADELA). 
              
                 
                El 
                  personalismo, aunque ha contado con autores judíos (Buber, 
                  Landsberg, Levinas), y protestantes (Ellul) es un existencialismo 
                  básicamente católico y jugó un papel fundamental 
                  en la renovación del pensamiento eclesiástico 
                  previo al Concilio Vaticano II que, asumiendo gran parte de 
                  sus tesis sobre la relación entre Iglesia y mundo seglar, 
                  lo dejó casi sin objeto. De hecho, la revista “Esprit” 
                  se ha movido políticamente desde hace más de medio 
                  siglo en la órbita del socialismo democrático 
                  intelectualizado. 
               
              En 
                tanto que existencialismo leído en clave creyente, el movimiento 
                personalista substituye el nihilismo desesperado por la esperanza 
                transcendente y por la experiencia comunitaria. De hecho, todos 
                los personalistas comparten el diagnóstico de Scheler en 
                LA IDEA DEL HOMBRE Y LA HISTORIA según el cual: 
              
                 
                «En 
                  ninguna época han sido las opiniones sobre la esencia 
                  y el origen del hombre más inciertas, imprecisas y múltiples 
                  que en nuestro tiempo. Muchos años de profundo estudio 
                  consagrado al problema del hombre dan al autor el derecho de 
                  hacer esta afirmación. Al cabo de unos diez mil años 
                  de historia, es nuestra época la primera en que el hombre 
                  se ha hecho plena, íntegramente “problemático”; 
                  ya no sabe lo que es pero sabe que no lo sabe. Y para obtener 
                  de nuevo opiniones aceptables acerca del hombre, no hay más 
                  que un medio: hacer, de una vez “tabula rasa” de 
                  todas las tradiciones referentes al problema y dirigir la mirada 
                  hacia el ser llamado “hombre”, olvidando metódicamente 
                  que pertenecemos a la humanidad». 
               
              El 
                hombre es “persona” en la medida en que no se esconde 
                en la masa, ni se deja negar por la tecnología, ni cae 
                en abstracciones conceptuales individualistas. El personalismo 
                se constituye –a la vez– como lo contrario al colectivismo, 
                donde el sujeto se convierte en número, y como lo contrario 
                al individualismo, que nos vuelve incapaces de comunicarnos. En 
                palabras de Mounier: «el individividuo es la dispersión 
                de la persona en la materia, dispersión y avaricia». 
                En EL PERSONALISMO, Mounier afirmará que: «La persona 
                no crece más que purificándose del individuo que 
                hay en ella». Contra el individualismo, propio de una sociedad 
                despersonalizada, se reivindica que “Persona” es un 
                ser concreto (que no subjetivo) y por ello relacional y comunicativo, 
                es decir, “comunitario”. En el MANIFIESTO AL SERVICIO 
                DEL PERSONALISMO, Mounier la define así: 
              
                 
                «Una 
                  persona es un ser espiritual constituido como tal por una manera 
                  de subsistencia e independencia de su ser; mantiene esta subsistencia 
                  por su adhesión a una jerarquía de valores libremente 
                  adoptados, asimilados y vividos por un compromiso responsable 
                  y una conversión constante: unifica así toda su 
                  actividad en la libertad y desarrolla por añadido a golpe 
                  de actos creadores la singularidad de su vocación». 
                   
               
              Es 
                en la comunidad, en la relación concreta de comunicación 
                con los demás, donde realmente se constituye la persona. 
                Para el personalismo, los dos conceptos básicos que dan 
                unidad al pensamiento son “Persona” y “Amor”. 
                Ambos conceptos se han encontrado también en el pensamiento 
                liberal y en el romanticismo pero con otra significación 
                radicalmente distinta; según el movimiento personalista 
                el significado que de ellos se ha dado, incluso en el ámbito 
                creyente, ha sido puramente instrumental y alienante. El socialismo 
                marxista tiene razón en denunciar el idealismo y la ñoñería 
                de ambos conceptos porque se ha tendido a pensarlos como puras 
                abstracciones, descarnadas. Cumple, pues, cambiar le punto de 
                vista desde el que se ha reflexionado sobre ellos. La persona 
                debe ser comprendida desde un punto de vista relacional: «Encontrarse 
                dos en recíproca presencia» permite que cada cual 
                se haga persona. En YO Y TU, por su parte, Buber definirá 
                el Amor como «El milagro de una presencia exclusiva» 
                y como «la responsabilidad de un Yo por un Tu».
              El 
                hecho de que esta relación sea profunda, íntima, 
                está en absoluta contradicción con el cosmpolitismo 
                burgués, heredado del Renacimiento y de las Luces. En tal 
                sentido, Mounier era taxativo. En su texto de 1935 REVOLUCIÓN 
                PERSONALISTA Y COMUNITARIA se lee: 
              
                 
                «Quizá 
                  solamente quien ha penetrado profundamente en Dios, es capaz 
                  de amar a todos los hombres en Dios (...) Yo no amo a la humanidad. 
                  No trabajo por la humanidad. Amo algunos hombres, y la experiencia 
                  me ha resultado tan fértil que por ella me siento ligado 
                  a cada prójimo que atraviesa mi camino».
               
              “Persona” 
                y “Amor” deben ser considerados, pues, no desde el 
                punto de vista simbólico, o como abstracciones conceptuales, 
                sino como transcendentales y como expresión de la sacralidad 
                de la vida; por eso mismo el personalismo tiene una profunda vocación 
                pedagógica: se trata no sólo de amar, sino de educar 
                para el amor y la trascendencia a una nueva humanidad: Educar 
                no consiste en hacer –y hacernos– “mejores personas”, 
                sino en “despertar” a la persona, pues como dice en 
                EL PERSONALISMO: «Por definición, una persona se 
                suscita por una llamada, no se fabrica por domesticación». 
                El sentido de una pedagogía personalista puede encontrarse 
                también en la llamada que realizó el papa Pío 
                XII después de la 2ª Guerra Mundial (ALOCUCIÓN 
                A LOS MIEMBROS DEL CONGRESO INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA, 
                Roma, nov. 1946):
              
                 
                «Educad 
                  a una nueva generación en el sentimiento de una verdadera 
                  humanidad. Que sea sagrado para la juventud todo lo que tiene 
                  rostro humano: sagrada la familia; sagrados todo pueblo y toda 
                  nación, como le son sagrados su propio pueblo y su propia 
                  patria. Que su espíritu se vuelva hacia Dios, Padre común 
                  de todos, y en el que la filosofía encuentra su norma 
                  sublime y su más alta justificación».
               
              La 
                concepción personalista del mundo es claramente contraria 
                a la versión que sobre el hombre ofrece la ciencia positiva, 
                en la medida que para esta filosofía lo humano es, por 
                definición «Cualitativo» y, por tanto, ajeno 
                al modelo descriptivo, cuantificable y analítico de las 
                ciencias, que se daba por supuesto en el mundo académico 
                francés desde la fundación de la “Sociedad 
                de Biología” (1848) y de la “Sociedad Médico-Biológica” 
                (1855). La ciencia positivista, para un personalista, describe 
                al hombre “desde fuera” pero lo ignora interiormente 
                o lo considera, como Freud, sólo como pulsión de 
                placer, que es tanto como decir de dominio. Pero el hombre tiene 
                aspiraciones morales, estéticas y religiosas que la ciencia 
                no recoge, ni comprende. El hombres es «Persona», 
                es decir, consciencia interior más allá de la pura 
                materia. Y esa consciencia es, además, relacional, es decir, 
                está abierta a lo religioso (en cuanto que “religa”) 
                y a lo comunitario. En cuanto «Persona» el hombre 
                no es sólo cuerpo sino también alma.
              De 
                ahí que realizar el imperativo pindárico y goethiano: 
                «Llega a ser lo que eres» en un contexto cristiano 
                significa empeñarse en construir nuestra capacidad de ser 
                persona, cualitativamente, en el conjunto de las relaciones que 
                nos constituyen. Sólo por el amor se accede a la persona. 
                De ahí la importancia del “testimonio” que 
                se da mediante la propia vida por encima incluso de la acción 
                política. El personalismo se ve a sí mismo como 
                una teoría de la esperanza. En EL PEQUEÑO MIEDO 
                DEL SIGLO XX, Mounier escribió que: «El nihilismo, 
                del que se desprende el espíritu de catástrofe, 
                es una reacción masiva de tipo infantil. Bien sabéis 
                cómo los seres débiles, los niños, los enfermos, 
                los nerviosos, se desalientan, (...) Pues bien, la angustia de 
                una catástrofe colectiva del mundo moderno es, ante todo, 
                en nuestros contemporáneos una reacción infantil 
                de viajeros incompetentes y alocados». Una sociedad personalista 
                sería, pues, la consecuencia de una actitud comunitaria, 
                que sitúa la comunicación (la “fraternidad”, 
                entendida como virtud cristiana y no como imperativo republicano) 
                en el centro de la acción política. 
              
                 
                Mounier 
                  en EL PERSONALISMO (Cap. “La Comunicación”) 
                  esbozó los cinco puntos que se hacen necesarios para 
                  que pueda llegar a desarrollarse una sociedad personalista y 
                  comunitaria. Se trata de: 
               
              1.- 
                Salir de sí mismo: luchar contra el “amor 
                propio”, que hoy denominamos egocentrismo, narcisismo, individualismo.
              2.- 
                Comprender: situarse en el punto de vista del otro, no 
                buscar en el otro a uno mismo, ni verlo como algo genérico, 
                sino acoger al otro en su diferencia.
              3.- 
                Tomar sobre sí mismo, asumir: en el sentido de 
                no sólo compadecer, sino de sufrir con el dolor, el destino, 
                la pena, la alegría y la labor de los otros.
              4.- 
                Dar: sin reivindicarse como en el individualismo pequeño 
                burgués y sin lucha a muerte con el destino, como los existencialistas. 
                Una sociedad personalista se basa, por el contrario, en la donación 
                y el desinterés. De ahí el valor liberador del perdón. 
                
              5.- 
                Ser fiel: considerando la vida como una aventura creadora, 
                que exige fidelidad a la propia persona.
              Asumir 
                al individuo como «persona» no significa perderse 
                en un espiritualismo más o menos platónico, o sublimar 
                un “doble” imaginario de los humanos concretos, sino 
                aceptar que el sujeto humano es carne espiritualizada, transcendida 
                en cuanto que el amor (imagen de un Amor divino, con mayúsculas) 
                se vive en lo concreto, y en lo material –por eso mismo 
                el movimiento personalista, tras un breve instante de firteo con 
                el colaboracionismo de Vichy, se alineó con los comunistas 
                en la Resistencia antinazi. En palabras de Mounier, la persona 
                es «existencia encarnada» y olvidar eso conduce a 
                despersonalizar a los humanos. Como escribió Mounier en 
                EL PENSAMIENTO DE CHARLES PÉGUY: «ya es hora de sacar 
                la palabra “mística” de los eriales».
              
                 
                «Amar 
                  realmente a un ser, es amarlo en Dios», escribió 
                  Gabriel Marcel. O en otras palabras, el personalismo quiere 
                  fundar un nuevo humanismo cuyo sentido último se halla 
                  en la idea de la persona como expresión del amor divino. 
                  Maritain, por su parte, lo expresa así en HUMANISMO INTEGRAL: 
                  «La idea discernida en el mundo sobrenatural que sería 
                  como la estrella de ese nuevo humanismo, no sería ya 
                  la idea del sagrado imperio que Dios posee sobre todas las cosas; 
                  sería más bien la idea de la santa libertad de 
                  la criatura a quien la gracia une a Dios».
               
              Por 
                eso el personalismo es radicalmente antiliberal en la medida en 
                que no acepta la idea de los humanos como meros “átomos 
                sociales”; a la idea de libertad le opone la de comunidad: 
                ese es el único ámbito en que la libertad resulta 
                pensable. La sociedad es, ante todo, una comunidad de almas, es 
                decir, una totalidad construida como suma de esfuerzos conjuntados 
                en que lo material, como quería el poeta Maragall “no 
                es más que símbolo”. El liberalismo conduciría 
                a lo que Mounier llamará “existencia dramática” 
                es decir, a la que ve el tiempo (y el Ser) no como plenitud, sino 
                como vacío, que se expresa filosóficamente en el 
                existencialismo sartriano. 
              
                 
                El 
                  enfrentamiento con Sartre, a quien Mounier pretendió 
                  ningunear en su INTRODUCCIÓN A LOS EXISTENCIALISMOS (lo 
                  sitúa en la rama izquierda del “árbol existencialista” 
                  cuyo tronco es Kierkegaard y en cuya base está Pascal 
                  para hundir sus raíces en San Agustín) no tiene 
                  tanto que ver con el ateísmo cuanto con lo que Mounier 
                  denomina: «el ala mundana», la moda burguesa del 
                  decadentismo. 
               
              
              PROBLEMA 
                Y MISTERIO
              
                 
                Gabriel 
                  MARCEL (1889–1973) es autor de un texto en que relata 
                  la experiencia personal de su conversión al cristianismo, 
                  DIARIO METAFÍSICO (1927). Su aportación principal 
                  al personalismo consistió en distinguir entre «problema» 
                  y «misterio».
               
              · 
                PROBLEMA: es lo que la razón puede resolver, lo 
                que aparece ante uno mismo, lo que se puede plantear de una manera 
                objetivable, objetiva y distanciada. Todo problema es una cuestión 
                técnica.
              
                · 
                  MISTERIO: es todo aquello que no pude resolverse de 
                  forma objetiva ni racional; el misterio transciende toda solución 
                  y sólo permite la confianza y, si corresponde, la adoración. 
                  
                 
              El 
                ser, y específicamente, el ser humano, es un misterio profundo 
                y, como tal, transciende toda solución. En la medida en 
                que lo humano es incapaz de perdurar, cualquier “yo” 
                pierde sentido ante el misterio que, en cambio, permanece siempre. 
                Fidelidad, amor y admiración son los valores que nos constituyen, 
                en tanto que humanos, ante el misterio. Asumiendo que el hombre, 
                en tanto que persona, corresponde la categoría de “misterio”, 
                Mounier dará un paso más considerando que su filosofía 
                no es un estudio sobre el hombre, sino un «combate por el 
                hombre».
              
              
                 
                LOS 
                  TEMAS BÁSICOS DE EMMANUEL MOUNIER (1905-1950) 
               
              Emmanuel 
                MOUNIER (1905-1950), el líder del movimiento personalista 
                y sin duda su principal ideólogo, corre el peligro de convertirse 
                en un autor olvidado, sólo apto para uso en contextos clericales; 
                ciertamente murió con sólo 45 años y buena 
                parte de su obra es estrictamente “de combate”, pero 
                aunque su retórica tiene algo de crispado y su vocabulario 
                suena hoy a “años 30”, su obra no debiera interesar 
                sólo en el mundo eclesiástico: no es ocioso recordar 
                que uno de los principales teóricos de la postmodernidad, 
                Jean-François LYOTARD, se inició en “Esprit” 
                y otro de los puntales del movimiento, Gianni VATTIMO, fue personalista 
                en origen. 
              
                 
                Mounier 
                  pretendió pensar una filosofía cristiana conscientemente 
                  contemporánea en un momento en que cristianismo y modernidad 
                  se habían dado (¿definitivamente?) la espalda. 
                  Por eso mismo su obra no pude entenderse sin advertir que se 
                  trata de la respuesta creyente a la filosofía de la sospecha 
                  (Marx, Nietzsche, Freud). Sin embargo, y paradójicamente, 
                  Mounier (y de ahí su influencia sobre Lyotard y Vattimo) 
                  anuncia sin saberlo la postmodernidad al proponer “Refaire 
                  la Renaisance” [rehacer o reconstruir el Renacimiento] 
                  como objetivo de un pensamiento católico que no puede 
                  estar frontalmente contra la modernidad sino que debe mostrar 
                  la insuficiencia del modelo humanista (e individualista) heredado 
                  del renacimiento y de la ilustración. Mounier estaría 
                  perfectamente de acuerdo con Gianni Vattimo cuando, en CREER 
                  QUE SE CREE, (1996) el filósofo italiano dice que: «El 
                  Evangelio es más amigable respecto a la razón 
                  (tardo) moderna y sus exigencias de lo que una concepción, 
                  en el fondo autoritaria, de la salvación me quiere hacer 
                  creer», o que: «La verdad del cristianismo es sólo 
                  la que se produce cada vez a través de las “autentificaciones” 
                  que advienen en diálogo con la historia, y con la asistencia 
                  del espíritu, como ha señalado Jesús».
               
              Rehacer 
                el Renacimiento significa optar por explicar el mensaje de Jesús 
                a través del camino de Erasmo de Rotterdam en vez de hacerlo 
                por el de Lutero o Descartes. Se trata de un pensamiento “moralista” 
                que, por decirlo con Lucien Guissard, «toma conciencia del 
                desorden», como alternativa a un pensamiento mecanicista 
                que, en su opinión, conduce a la degradación del 
                hombre, a la insignificancia de lo humano ante la máquina 
                y el dinero. En EL PEQUEÑO MIEDO DEL SIGLO XX (1949), Mounier 
                escribió: 
              
                 
                «Si 
                  viéramos reunirse bajo nuestra mirada los elementos históricos 
                  y psicológicos de un terror del año 2000, la perspectiva 
                  seria del todo diferente a aquella grave espera del año 
                  1000. No nace de una profecía básicamente optimista, 
                  sino de una confusión general de las creencias y de las 
                  estructuras 
               
              La 
                crisis de las creencias resulta del hundimiento masivo y más 
                o menos contemporáneo de las dos grandes religiones del 
                mundo moderno: el cristianismo y el racionalismo. No es que yo 
                prejuzgue aquí y ahora el valor ni la duración de 
                dicho hundimiento. Simplemente constato su difusión sociológica. 
                Donde, a penas hace un siglo, de entre cien hombres una mayoría 
                profesaba las verdades cristianas, o donde la mayor parte de los 
                demás creían a pies juntillas en la infalibilidad 
                ilimitada de la razón sostenida por la ciencia, allí, 
                digo, se cuenta ahora con un diez por ciento de creyentes cristianos, 
                e ignoro si la proporción de racionalistas convencidos 
                es mucho mayor». 
              
                 
                Para 
                  Mounier, la respuesta al ateísmo se encuentra en el necesario 
                  «humanismo concreto»: no hay seres en abstracto 
                  y desarraigados sino “personas” miembros de una 
                  comunidad, de una cultura espiritual en cuyo seno se realizan. 
                  En palabras de Mounier: «La desesperación no es 
                  una idea. Es sobre todo un corrosivo». El ser humano no 
                  es un individuo errático, sino un proyecto de comunicación 
                  y una íntima participación en la vida.
               
              Precisamente 
                el principal error del existencialismo ateo (Sartre) es el de 
                definir al hombre como proyecto pero sin prestar atención 
                a las condiciones por medio de las cuales dicho proyecto tiene 
                sentido (el amor, la familia, la comunidad). Son precisamente 
                esas instancias comunitarias las que evitan caer en la desesperación, 
                en el desarraigo, y nos permiten abrirnos al sentido en un mundo 
                cada vez más cosificado. “Sentido” y “transcendencia” 
                se descubren como remedios contra la contra la “angustia” 
                y la “desesperación” existencial. La “revolución 
                del siglo 20” no sería, pues, el socialismo que considera 
                a los individuos como números y miembros de una masa, sino 
                el redescubrimiento de una comunidad donde el hombre logre ser 
                “persona” y no simple número. Ello exige, por 
                lo demás, superar la perspectiva tecnológica y instrumental 
                del humanismo renacentista, para recuperar la transcendencia, 
                tal como apunta su análisis del maquinismo en EL PEQUEÑO 
                MIEDO DEL SIGLO XX. De hecho en este libro, que está escrito 
                en polémica implícita con Jacques Ellul, cae muy 
                posiblemente en la ingenuidad de minusvalorar la máquina 
                y la tendencia de lo que Ellul llamaba “sistema técnico” 
                a dar por clausurada la vida espiritual. 
              En 
                su libro REVOLUCIÓN PERSONALISTA Y COMUNITARIA, Mounier 
                describe los valores personalistas que definen “lo espiritual” 
                con estas palabras: 
              
                 
                «¿Qué 
                  es, pues, para nosotros lo espiritual?
               
              Ésta 
                es nuestra jerarquía de valores: primacía de lo 
                vital sobre lo material, primacía de los valores de la 
                cultura sobre los valores vitales, y primacía, sobre todo, 
                de estos valores accesibles a todo el mundo en la alegría, 
                en el sufrimiento, en el amor de cada día, i que, de conformidad 
                con las definiciones de los vocabularios, denominaremos –dando 
                a las palabras una fuerza que las libere de la vulgaridad– 
                valores de amor, de bondad, de caridad. Esta escala dependerá 
                para algunos de nosotros de la existencia de un Dios transcendente 
                y de unos valores cristianos, sin que otros la consideren cerrada 
                por arriba» 
              
                 
                Mounier, 
                  que nunca redactó su tesis doctoral en filosofía 
                  y sentía un indisimulado menosprecio por la Academia, 
                  fue, más que un pensador de sistema, un considerable 
                  “constructor de metáforas”, cuya vigencia 
                  sigue siendo central en el pensamiento crítico, incluso 
                  a extramuros del ámbito cristiano. Señalemos algunas 
                  que, como se verá, están marcadas por el intento 
                  de reivindicar el cristianismo reapropiándose de temáticas 
                  surgidas alrededor de Marx y Nietzsche: 
               
              Desorden 
                establecido: situación de la sociedad en que el 
                orden social se fundamenta exclusivamente en lo económico 
                y cuya vigencia degrada a la persona. «Ya no hay más 
                que un dios sonriente y horriblemente simpático: el Burgués. 
                El hombre ha perdido el sentido del Ser, que no se mueve más 
                que entre cosas, cosas utilizables, privadas de su misterio», 
                dice en el MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO. El desorden 
                establecido puede definirse también como trivialización 
                de la vida. 
              
                Rehacer el Renacimiento: alternativa al desorden establecido, 
                que no podrá llevarse a cabo mientras no se separe lo espiritual 
                de lo político y de lo económico para recuperar 
                la espiritualidad ocultada por el pensamiento técnico; 
                «el primer Renacimiento malogró el Renacimiento personalista 
                y desatendió el comunitario –dice Mounier– 
                (...) contra el individualismo hemos de reemprender el primero, 
                pero sólo lo conseguiremos con el auxilio del segundo». 
                
              
                Cristiandad difunta: la que ha muerto por connivencia 
                con el poder del mundo, por olvidar la profecía, por desatender 
                el sentido de la parábola del buen samaritano. Para Mounier 
                es esencial comprender que no hay dos historias, “sagrada” 
                una y “profana” la otra, sino que la Iglesia debe 
                optar por lo que denomina “sobrenaturalismo histórico”. 
                En sus propias palabras: «La tierra ya no puede organizarse 
                fuera de la fe como la fe no puede desarrollarse sin las fuerzas 
                de la tierra». Olvidarlo lleva a «renunciar a la unidad 
                interior de la visión cristiana». 
              
                Tercera 
                  fuerza: espacio político definido por la doctrina 
                  social de la iglesia, entre el comunismo (ateo) y el liberalismo 
                  (explotador, utilitarista). Durante algún tiempo esta 
                  posible salida fue explorada por el personalismo como síntesis 
                  y superación dialéctica de las contradicciones. 
                  Mounier, sin embargo, se desdijo muy pronto de este intento 
                  porque le parecía poco espiritual. Además era 
                  contrario a moverse en el ámbito confesional, poco profético. 
                  La pretensión del personalismo es clara: «Restituiremos 
                  a la política su bello sentido lleno del aprendizaje 
                  total del hombre hacia las cosas de la comunidad». Posteriormente 
                  el concepto fue usado por la socialdemocracia y por el político 
                  inglés Tony Blair, a finales del siglo 20, como “Tercera 
                  vía”.
                 
              Revolución 
                personalista: en el primer número de ESPRIT (1933), 
                Mounier proclamó: «la revolución será 
                moral o no será». También la definirá 
                como: «una técnica de los medios espirituales»; 
                en otras palabras: se trata de asumir que la sensibilidad y la 
                personalidad de la persona representan una fuerza transformadora. 
                Sin una “conversión” de la persona, la revolución 
                sería sólo un cambio de gobierno, o un cambio en 
                las condiciones de la opresión pero no su finalización. 
                
              
                Humanismo concreto: el que se opone a convertir a los 
                hombres en símbolos y los asume como personas desde su 
                diferencia pero también desde su espiritualidad. Es el 
                humanismo que surge de la revolución personalista. 
              En 
                cualquier caso, el personalismo es una teoría democrática 
                en el sentido profundo de la democracia; es decir, más 
                allá del puro planteamiento estadístico, el personalismo 
                vincula la democracia con el valor, cualitativo, de la persona 
                y de la comunidad. Por ello mismo, en momentos de degradación 
                de los valores, como en la misma postmodernidad, el personalismo 
                reaparece como un síntoma. Como dirá el propio 
                
                MOUNIER en ¿QUÉ ES EL PERSONALISMO?, se trata a 
                la vez de: 
              
                1.- Una perspectiva que va al hombre como un ser material pero 
                a la vez interior y transcendente.
              2.- 
                Un método para analizar la historia y la acción 
                humana desde la perspectiva de la persona.
              3.- 
                Una exigencia «de compromiso total y condicional a la vez». 
                Total porque no se limita a la simple crítica de lo que 
                ocurre y condicional, pues la persona a la que se aspira, no es 
                la que vive en el «aturdimiento colectivo» o en la 
                «evasión colectiva».
              
                Es difícil valorar hoy la “actualidad del personalismo” 
                por muchas razones. En cualquier caso está claro que la 
                filosofía personalista, como también el existencialismo, 
                quedó al margen de la corriente de pensamiento central 
                en el siglo 20, es decir, fuera del análisis lingüístico; 
                muchas de sus metáforas aguantarían mal un análisis 
                de este tipo. Es significativo que los actuales pensadores «comunitaristas», 
                muchos de ellos católicos, prácticamente nunca reconocen 
                su deuda con el movimiento personalista pese a que éste 
                se basaba muy especialmente en la reivindicación de la 
                “comunidad”. Y la explicación es sencilla: 
                el comunitarismo actual es de tipo liberal, mientras que Mounier 
                abominaba del liberalismo que consideraba anticristiano por poner 
                al hombre bajo el dinero. 
              
                Para Mounier no será posible establecer jamás una 
                comunidad si no se asume que lo gratuito, lo simbólico 
                y en general el ámbito de “la comunicación” 
                han de mantenerse al margen del dinero, que por su propia esencia 
                lleva a romper la cohesión social. Al individualismo que 
                denunciaba, se añade hoy un cosmopolitismo en las comunicaciones 
                (que muchas veces hace imposible “la” comunicación) 
                y una interculturalidad que puede comprenderse difícilmente 
                desde una ética de máximos, (y que tiene algo de 
                postizo, de paternalista y cursi). Sin embargo, no es casualidad 
                que algunas críticas personalistas a la sociedad burguesa 
                hayan reaparecido donde menos se les podía esperar a priori, 
                es decir, en el análisis sociológico de la postmodernidad. 
                Puede entenderse fácilmente que sea precisamente el postmodernismo 
                de Lyotard y Vattimo el que beba de fuentes personalistas porque 
                es precisamente la crítica de Jaspers, de Scheler y de 
                Mounier la primera que se dirigió simultáneamente 
                y en profundidad la herencia “progresista” de la Ilustración 
                y contra el totalitarismo pesimista de Marx, Nietzsche y Freud.