VOLTAIRE:
UNA MIRADA ALFABÉTICA.
El “DICCIONARIO FILOSÓFICO” fue una de las obras de combate de Voltaire más reeditada. Al repensar ahora qué aportó François Marie Arouet (1694-1778) a la empresa de las Luces, puede ser útil aplicar al conjunto de su obra una mirada en orden alfabético. Tal vez resulte que hoy su herejía razonable se ha convertido en sentido común.
Artículo publicado en “La Vanguardia”, Barcelona, 22 nov. 1994.
AMOR
PROPIO: Tópico
de la filosofía moral de los siglos XVII y XVIII. El amor propio era, en
Pascal, la principal dificultad para llegar al amor de Dios. Rehabilitado por el
duque de La Rochefoucauld, el amor propio resulta para Voltaire y para su íntimo
Federico de Prusia, el único fundamento de la moral. Sin embargo, Voltaire
avisa que: “el amor propio es como el instrumento de perpetuación de la
especie: nos es necesario, nos es querido, nos da placer, pero hay que
ocultarlo.
ATEÍSMO:
Error de razonamiento que surge por una mala
comprensión del principio de causalidad. Para Voltaire, la existencia de Dios
–que se identifica con la Razón– es evidente por sí misma.
CASO
CALAS: Jean Calas, comerciante hugonote de
Toulouse, hombre respetable y padre de cuatro hijos, fue condenado a muerte,
acusado –en falso– del asesinato de su hijo Marc-Antoine, que apareció
muerto en la tienda situada bajo la vivienda familiar el 13 de octubre de 1761.
Resultaba tentador creer que Calas había asesinado a su hijo para evitar que se
convirtiera al catolicismo. Su ejecución, previa tortura, fue un espectáculo
brutal. Voltaire dedicó tres años a reivindicar su inocencia en la primera
gran campaña de prensa del periodismo moderno, con libros como el “Tratado de
la Tolerancia” y el “Aviso al Público”. Callas fue rehabilitado póstumamente
en marzo de 1765.
CATALUÑA:
Voltaire admiraba profundamente el país de Pau
Claris y el de la resistencia de 1714. En “El Siglo de Luís XIV” (capítulo
XXIII) se lee: “Cataluña puede prescindir del universo entero y sus vecinos
no pueden prescindir de ella”. Y sin embargo, nadie le ha dedicado ni una
calle en Barcelona.
COMERCIO:
La única fuente de progreso conocida.
Potenciarlo es el deber obvio de cualquier gobernante ilustrado.
COSMOPOLITISMO:
El intelectual ilustrado es, por definición,
ciudadano del mundo. Aunque ello no es óbice para que recuerde de vez en cuando
donde ha nacido. Sin ir más lejos, el propio Voltaire se dedicó intensamente a
espiar, a favor de Francia, a su amigo Federico de Prusia. Pero lo hizo muy mal
y le descubrieron pronto.
CRISTIANISMO:
Voltaire no fue anticristiano, sino
anticlerical. La “Infame” religión lo es, precisamente, por haberse alejado
del mensaje de Cristo. Dos siglos más tarde opinan lo mismo los mejores
teólogos.
DEBER:
El primer deber del hombre es ser feliz y el
primer deber de la filosofía es ayudarle a serlo. Nadie tiene nunca el deber de
ser injusto. Ni siquiera el Estado.
ENCICLOPEDIA:
Voltaire, exiliado, se hace presente en ella a
través de su discípulo d’Alembert y de colaboraciones puntuales. En 1759
conspira para que los enciclopedistas se exilien también, en un intento
“desinteresado” de controlar la obra. Pero los enciclopedistas, celos
literarios a parte, son siempre para él: “un grupo de hombres superiores
ocupados en formar un depósito inmortal del ser humano”.
ENTUSIASTA:
Individuo peligroso que cree demasiado y, en
consecuencia, abdica de la Razón. Son entusiastas los jesuitas y Rousseau. El
mejor antídoto contra el entusiasta es la ironía.
FE:
La única fe volteriana es la fe en la Razón y en el progreso. Sucede,
sin embargo, que la fe volteriana no admite salvación y por ello resulta poco
práctica cuando se pretende traspasarla a la política o a la teología. Por
ello Voltaire pasa por descreído.
FELICIDAD:
“Tener igual derecho a la felicidad es para
nosotros la más perfecta y única igualdad” (“Discurso en verso sobre el
Hombre”). La felicidad volteriana no es un estado de tranquilidad impasible,
sino la momentánea e inestable recompensa de la acción. Los ingenuos no pueden
ser felices.
GÉNERO
HUMANO: A diferencia de Rousseau, Voltaire no
era optimista sobre el particular, ni estaba dispuesto a creer en panaceas.
Todos somos hombres, pero no miembros iguales de la sociedad. Contra el fácil
optimismo no debiera olvidarse que el género humano tiene también una
impresionante y absurda, pero obvia, fascinación por el mal.
HONOR:
El único honor conocido viene del trabajo. Por
sistema conviene desconfiar de quienes lo exhiben o lo proclaman como si
existiese por sí mismo.
IDEAS:
Provienen siempre de la experiencia. Las ideas
innatas son una comedia y Descartes es un autor de buenas novelas filosóficas.
INGLATERRA:
Simplemente, la patria de la Razón. Es decir;
la patria de Locke. “¿Qué hay que pensar de la Razón humana? Que ha nacido
en este siglo, en Inglaterra”. El exilio de Voltaire en Londres, entre 1726 y
1729, fue decisivo para su formación intelectual. De su fascinación por lo
británico nos han quedado las
“Cartas filosóficas” y dos volúmenes de “Notebooks” escritos en
inglés.
INTELECTUAL:
Voltaire es el inventor de un modelo de
intelectual comprometido que en la cultura francesa ha perdurado hasta Sartre y
Foucault. En una carta a d’Alembert (26
de junio de 1766) resume lo que se espera de un intelectual: “Predica y
escribe, lucha, convierte, haz que los fanáticos resulten tan odiosos y
despreciables que el gobierno se avergüence de apoyarlos”. En definitiva, el
intelectual volteriano juega a trabajar sin red y a que lo devoren los leones.
JESUITAS:
Voltaire estudió en los jesuitas y de ellos
aprendió lo peor de su estilo: la retórica. Los detestaba pero le fascinaban.
Sin embargo empezaron a caerle un poco menos antipáticos cuando Clemente XIV
los disolvió. El cura de su mansión en Ferney era jesuita.
JUDÍOS:
Corre por ahí un libro de doscientas cincuenta
páginas de textos antisemitas de Voltaire: “nación vil, entregada a la
superstición más absurda y a una codicia insaciable”. “Sin embargo
–matiza– no hay que quemarlos”. Todas las luces tienen sombras.
LUCES:
Proyecto a largo plazo de autonomía del género
humano. A partir de la década de 1750, cuando se ve imposibilitado de regresar
a París, Voltaire se consagra a la divulgación de las Luces con celo auténticamente
clerical. Tiene, sin embargo, un matiz de dogmatismo que no se encuentra en
Diderot, ni en Montesquieu. A las Luces de Voltaire les falta un poco de
sensibilidad para la duda.
LUJO:
“Lo superfluo/ cosa muy necesaria” es la
medida del progreso. Nadie sabrá nunca si el primer hombre que usó zapatos
cuando todos iban descalzos inventó el lujo o solucionó un problema práctico.
MUJERES:
Como Diderot, Voltaire tiende a creer que la
mujer es un hombre de sexo femenino. Pero cuando en vez de “mujeres” escribe
“bello sexo” puede ponerse insoportable. Veinte años de casta convivencia
con madame du Châtelet, hábitos de solterón y aventurillas diversas para escándalo
de burgueses. Cualquier psicoanalista detecta en la ironía volteriana una falta
de amor maternal.
PEDANTERÍA:
Siempre fue para él un pecado de lesa
literatura para el que no existe absolución posible. Y sin embargo, hoy su
teatro suena a falso e insufrible. El mejor Voltaire es el que no quiso (o no
pudo, o no supo) parecer sublime.
PROGRESO:
Es irreversible e imparable. Además, a veces,
confiaba en que el progreso material traería consigo progreso moral, es decir,
tolerancia. Los críticos del proyecto ilustrado se han encarnizado con su santa
ingenuidad.
ROUSSEAU:
Para Voltaire, Rousseau es el peor traidor a
las Luces “su filosofía es la de un mendigo que quisiera que los ricos fuesen
robados por los pobres”, escribió al margen de su ejemplar del “Discurso
sobre el Origen de la Desigualdad”.
SENTIDO
COMÚN: Generalmente es un sinónimo de Razón
o de Luces. Su peor adversario es el miedo.
TEOLOGÍA:
Si Dios es la Razón, consecuentemente la
filosofía debiera ser una especie de teología razonable. Para Voltaire, la
teología cristiana es una parte de la filología y de la crítica histórica.
TOLERANCIA:
Aunque el “Tratado sobre la Tolerancia”
(1763) sea una de sus obras más tristemente actuales, no hay en Voltaire una
teoría positiva de la tolerancia sino, más bien, una crítica de la
intolerancia. La tolerancia, como respeto al otro, no soporta teorías sublimes.
Es, simplemente, una actitud igualitaria, distante por igual del fanatismo y de
la banalidad de las opiniones. Sirve para que la sociedad sea, si no bella, al
menos soportable. No debería confundirse jamás con la indiferencia.
VERDAD:
Al fin y al cabo ¿sabe alguien qué es la
verdad?