En 
                el verano de 2006, Günter Grass levantó un amplio 
                debate al reconocer en su autobiografía «Beim Haeuten 
                der Zwiebel» («Pelando la cebolla») su participación 
                en la II Guerra Mundial a los 18 años en las Waffen-SS, 
                cuerpo de élite nazi. La polémica sobre el pasado 
                de toda una generación de intelectuales comprometidos con 
                la aproximación autocrítica al nazismo quedaba abierta 
                y pronto le tocó el turno al filósofo Jürgen 
                Habermas. 
                
                Quien jugara 
                hacia la década de 1980 un papel destacado en la lucha 
                contra el revisionismo histórico tendente a rehabilitar 
                a los precursores intelectuales del nacionalsocialismo y a presentar 
                versiones edulcoradas y aun parcialmente exculpatorias del nazismo, 
                ha sido objeto de una campaña difamatoria procedente de 
                esos mismos ambientes revisionistas, a partir de la publicación 
                en septiembre de 2006 de las memorias del destacado historiador 
                demócrata cristiano Joachim Fest «Ich nicht» 
                («Yo no»); póstumas por pocos días puesto 
                que el historiador murió a principios de mismo mes. 
                
                Fest, jefe de la sección de cultura del diario Frankfurter 
                Allgemeine Zeitung había publicado allí en 1980 
                un artículo del historiador revisionista Ernst Nolte que 
                dio inicio a la llamada «polémica del revisionismo». 
                Para Nolte, El nazismo y el Holocausto no eran sino una reacción 
                del pueblo alemán a las masacres del comunismo soviético, 
                y compara los "campos de reeducación" del régimen 
                del Kremlin con los más de 2.000 centros de exterminio 
                de los nazis.
                La publicación del artículo de Ernst Nolte llevó 
                a una agria polémica entre Fest y Habermas. Así 
                que el episodio de las memorias puede verse como una escaramuza 
                más de la gran polémica alemana sobre la responsabilidad 
                moral y a la vez como un enfrentamiento pesonal. 
                En sus Memorias «Ich nicht» contaba Fest, sin citar 
                nombres, que cuando tenía 14 años Habermas mandó 
                una carta a un amigo suyo, Hans-Ulrich Wehler, en un pliego con 
                el membrete de las Juventudes Hitlerianas, donde ensalza el curso 
                de la guerra y admira los avances de las tropas del dictador. 
                Wehler, en los años 70, le habría mostrado la carta 
                a Habermas y, para su sorpresa, el pensador se la comió.
                No siempre la calumnia política da la cara y se presenta 
                abiertamente a la opinión pública. Esta vez, sin 
                embargo, la revista alemana conservadora CICERO se hizo amplio 
                eco de una difamación tan ridícula como alevosa. 
                
                Reproducimos a continuación la carta de Jürgen Habermas 
                dirigida al director de CICERO el 25 de octubre de 2006.
              Starnberg, 
                25 de octubre de 2006. 
                Distinguido Señor Weimer: Le ruego publique la siguiente 
                declaración:
              Jürgen 
                Busche se confirma en su papel de denunciante al insinuar falsedades 
                fundadas en un rumor hace mucho refutado. Cuando se conoce el 
                círculo de quienes propagaron ese rumor –Fest, Lübbe, 
                Koselleck y (si no antes, ahora) Busche—, se ve en seguida 
                esa nueva denuncia como lo que es, a saber: como la continuación 
                de una campaña política de odio a la que estuve 
                expuesto por parte de la Frankfurter Allgemeine Zeitung sobre 
                todo en los años 70 y 80. Es patente que Fest se tomó 
                muy mal mi crítica a los precursores intelectuales del 
                régimen nazi a los que él rehabilitaba desde las 
                páginas de su periódico.
                
                ¿Cómo puede uno defenderse de una denuncia, cuyo 
                evidente propósito es liquidar, al propio tiempo que a 
                Grass, a toda una generación de intelectuales comprometidos 
                con una aproximación autocrítica al fondo de una 
                tradición que –también, y aun sobre todo— 
                entre los estratos académicos propició un amplio 
                apoyo a la dominación nacionalsocialista? Me limitaré 
                a algunas observaciones que hasta ahora resultaban innecesarias.
                
                Aunque sólo fuera por mi minusvalía física 
                (1), no había la menor posibilidad de que me identificara 
                de joven con la visión del mundo dominante. Tampoco creí, 
                como sostiene la Redacción [de la revista Cicero], “en 
                la victoria final“. Como quería ser médico, 
                llegué a ser “auxiliar sanitario de campaña“ 
                en las Juventudes Hitlerianas, una organización de obligada 
                pertenencia entonces, y di cursos de formación para los 
                que había que reclutar a un auditorio voluntario.
                
                En uno de esos cursos participó también Hans-Ulrich 
                Wehler. Cuando nos tratamos más, en los años 60, 
                me lo recordó. Entonces me hizo llegar el ahora célebre 
                “Documento”: se trata de una de esas “Invitaciones” 
                tan corrientes entonces, es decir, de una hoja impresa que yo 
                rellenaba y enviaba para convocar a los participantes en el curso. 
                Si no, habría tenido que dejar de dar el curso. Y entonces 
                tendría que haberme incorporado al odiado “Servicio” 
                –así se llamaba— regular en las Juventudes 
                Hitlerianas.
                
                Enviar un impreso de este tipo era una cosa de todo punto normal; 
                yo mismo había recibido varios formularios de este tipo, 
                antes de estar “incorporado”. De aquí que el 
                recuerdo de esos sucesos en los años 70 me afectara tan 
                poco, que fui incapaz de darle al documento la categoría 
                histórica que entretanto parece haber adquirido. ¿A 
                dónde, si no a la papelera, podría haber ido a parar? 
                Mi mujer tuvo que haberlo percibido así, porque a la pregunta 
                de Uli –durante unas vacaciones de verano que pasamos juntos 
                en las orillas acantiladas del Elba— contestó con 
                una respuesta inconfundiblemente irónica: “Se lo 
                tragó”.
                
                Que la publicación póstuma de Fest y de su antiguo 
                empleado Busche me obliguen a manifestarme sobre esas perogrulladas 
                revela, sin embargo, una cosa: el rencor que por décadas 
                ha envenenado el clima de la República Federal Alemana.
                Atentamente, 
                Jürgen Habermas
              Nota 
                del T.: (1) Habermas tiene el labio leporino, y consiguientemente, 
                ciertas dificultades de habla.
              