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ISAIAH BERLIN: SOBRE HANNAH ARENDT

Un fragmento de: CONVERSACIONES CON ISAIAH BERLIN, de Ramin JAHANBEGLOO

 

R.J.: Hannah Arendt escribió lo siguiente «Vico, a quien muchos consideran padre de la historia moderna, difícilmente se habría abocado a la historia en condiciones modernas. En realidad se habría abocado a la tecnología, que de hecho hace lo que para Vico hacía el pensamiento humano en el dominio histórico». ¿Está usted de acuerdo con esta posición?

I.B.: ¡Maravilloso sinsentido! Es cierto, por supuesto, que si Vico viviera hoy le prestaría atención a la tecnología porque es el factor principal de la evolución de nuestra civilización. Todo el que se interese por la civilización deberá tener en cuenta los cambios tecnológicos. Una de las mayores verdades que expuso Marx es la poderosa influencia de los factores tecnológicos en los modos de vida, pensamiento y acción humanos, es decir en la cultura toda. Cierto que antes lo había hecho Saint-Simon; pero los marxistas tienden a soslayarlo. Marx tuvo en cuenta a Saint-Simon como tuvo en cuenta a Vico. No hay duda de que Vico se hubiese interesado por la influencia de los cambios tecnológicos en nuestra cultura. Pero la idea de que la tecnología reemplazaría en su atención a la historia, a los numerosos hilos de la actividad humana, es un defecto de comprensión típico de la egregia Hannah Arendt. Debo admitir que no respeto demasiado las ideas de la dama. Muchas personas notables admiraron su obra. Yo no puedo.

R.J.: ¿Por qué?

I.B.: Porque creo que no manifiesta argumentos, ni evidencia alguna de pensamiento filosófico o histórico serio. Todo es una corriente de asociación metafísica libre. Se mueve de una frase a otra sin nexos lógicos, sin vínculos racionales ni imaginativos.

R.J.: ¿Qué libros ha leído de ella?

I.B.: Como algunos amigos míos los elogiaban, traté de leer varios. El primero que miré fue LOS ORÍGENES DEL TOTALITARISMO. Creo que lo que dice de los nazis, aunque no sea nuevo, es correcto; pero en cuanto a los rusos, mayormente se equivoca. Luego leí LA CONDICIÓN HUMANA y me pareció que se basaba en dos ideas, ambas históricamente falsas. La primera es que los griegos no respetaban el trabajo y los judíos sí. Bien, es verdad que para Aristóteles los trabajadores manuales, y menos aún los esclavos, no podían crear la polis porque carecían de la educación, el tiempo libre y los anchos horizontes de los  «megalopsychoi», —los grandes, los «magnánimos», los hombres de visión amplia. Estaban demasiado compelidos, tenían vidas y perspectivas demasiado estrechas. Sospecho que a Platón no le gustaban mucho la visión y la forma de vida proletarias. Pero a parte de ellos, hasta donde yo sé, no hay una doctrina griega del trabajo. Sí había un dios menor del trabajo. Ponos. Por su parte, Arendt distingue entre trabajo —  creativo, bueno— y labor —mecánica, repetitiva, indigna de respeto auténtico. Pero Hércules es un semidiós, y sin embargo no rehúye las formas de labor más bajas: limpiar establos, estrangular hidras. En alguna parte Arendt dice, creo recordar, que en Atenas los trabajadores de nivel más bajo no tenían voto. Sócrates esculpía monumentos funerarios; Cleón, el gran demagogo, era curtidor. Esto en cuanto a los griegos. Respeto a los judíos: para ellos el trabajo es una maldición. La Biblia dice que a causa de la caída de Adán tendré que ganarme el pan con el sudor de mi frente. El Talmud dice que el hecho de que uno sea trabajador manual quizá no le impida convertirse en un gran rabino. De modo que hay que honrar a grandes maestros que acaso sean zapateros remendones o carpinteros, pero el trabajo en sí mismo no tiene ningún mérito, es una necesidad. En el mundo antiguo, el que no necesitaba trabajar era afortunado. No había nada contra los ricos como tales. Los profetas hebreos no denuncian a los ricos; denuncian las vilezas que los ricos y poderosos cometen. La idea de que hay que trabajar, de que «laborare est orare», es parte de la doctrina cristiana. Fichte o Schiller celebran el trabajo como acto creativo: el artista imponiendo su personalidad a la materia cruda. ¿Qué tiene que ver esto con Sófocles, Isaías o el rabino Akiva?

R.J.: En Hannah Arendt se nota la influencia de los pensadores alemanes.

I.B.: Parece que no la hubiera influido nadie más. Se dice que sobre todo seguía a Heidegger y a Jaspers. Pero yo todavía no he descubierto nada de ella que me resulte cautivador, que estimule el pensamiento o ilumine. Tomemos a Auden, a Lowell, a Mary McCarthy, que la admiraban. ¿Qué obtuvieron de ella? A Auden se lo pregunté y no me contestó nada, cambió de tema. Mary McCarthy editó sus conferencias póstumas pero nunca nos dijo qué le había aportado el trabajo a sus propias ideas. Todo muy raro.

R.J.: ¿Ha leído THE JEW AS PARIAH?  [El judío como paria]? Está muy cerca de usted respecto a Herder, por ejemplo. 
 
I.B.: No, no lo he leído, pero me asusta oírle decir que está cerca de mí.

R.J.: ¿No le gusta Arendt porque no era sionista?

I.B.: No. Cuando la conocí era sionista ferviente.

R.J.: ¿Cuándo la conoció?

I.B.: En 1941, en Nueva York, con un amigo mío llamado Kurt Blumenfeld que era dirigente de los sionistas alemanes. Por entonces ella trabajaba para una organización que intentaba sacar niños judíos de Alemania y llevarlos a Palestina. En esa época me pareció sionista cien por cien. La segunda vez que la encontré, unos diez años más tarde, atacó a Israel. Estaba perfectamente dispuesta a cambiar de idea, y a mí no me parece nada mal. Lo que me repele son los escritos ideológicos. Gershom Scholem, el gran estudioso judío, la conocía muy bien. Tuvieron una polémica.

R.J.: ¿Sobre un libro de ella, EICHMANN EN JERUSALEM?

I.B.: Sí. Yo no estoy dispuesto a tragarme esa idea suya de la banalidad del mal. Me parece falsa. Los nazis no eran «banales». Eichmann creía profundamente en lo que hacía, era, él lo admitió, el eje de su existencia. Le pregunté a Scholem por qué la gente admiraba a Arendt. Me dijo que ningún pensador serio la admiraba, que el carácter insólito de sus ideas atraía a los «littérateurs», a los hombres de letras. Para los norteamericanos representaba el pensamiento continental. Pero, me dijo Scholem, ningún pensador verdaderamente cultivado y serio podía tolerarla. Eso pensaba Scholem, y la había conocido desde comienzos de los años veinte.

  
Ramin JAHANBEGLOO: CONVERSACIONES CON ISAIAH BERLIN, Barcelona: Arcadia, 2009 [ed. original, 1991], pp.131-136. Trad. de Marcelo Cohen.

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