La  obra de René Girard se articula alrededor de cuatro etapas  decisivas: el descubrimiento del deseo mimético en la literatura, la  síntesis de lo religioso arcaico alrededor del mecanismo victimario,  una apología del cristianismo como revelación del asesinato  fundador y un análisis apocalíptico de las violencias  contemporáneas.
                          
              René  Girard ha descrito el papel de la violencia y de lo religioso en la  constitución de la cultura. Los primeros grupos humanos lograron  perdurar porque inventaron el sacrificio. Esa intuición se apoya  sobre un estudio de los comportamientos imitativos, tanto en las  sociedades animales como en las humanas. La imitación entre los  hombres es tan habitualmente negativa como positiva: el modelo que se  imita siempre resulta susceptible de convertirse en un rival. Los  ritos y las instituciones, surgidos del sacrificio, permiten retener  esa violencia contagiosa que, de otro modo, destruiría al grupo.
                          
              Esta  aproximación a las sociedades arcaicas es tanto más útil en la  medida en que vivimos hoy en un mundo donde los ritos se disgregan y  con ellos también las castas y las jerarquías que contenían la  violencia: surge a la luz del día un mundo de «indiferenciación»,  dice René Girard, con violencia económica, conflictos étnicos,  conflictos entre los sexos y las generaciones, crisis de  instituciones… B.C.
              
                              
                                        
              B.  Chantre: En su último libro ACABAR CLAUSEWITZ (2007) usted acentúa  la vena apocalíptica, ya presente en sus libros anteriores. ¿El  desarrollo del mecanismo del chivo expiatorio, del cual usted dice  que es el hecho de la revelación cristiana, no podría hacernos  evitar el Apocalipsis?
                          
              René  Girard: La  revelación cristiana desvela el mecanismo victimario en la raíz de  toda cultura. Interviene en la historia en un momento en que la  humanidad, largamente educada por los ritos y las instituciones,  puede empezar a comprender el mecanismo de su propia violencia.  Cristo sitúa así a la humanidad ante una alternativa terrible: o  renunciar a su violencia o correr el riesgo de autodestruirse. Parece  que la humanidad haya escogido la segunda solución. El Apocalipsis  puede así ser definido como un rechazo de lo que en teología se  denomina «el ofrecimiento del Reino». 
              
                          
              B.  Chantre: ¿Cómo se produce esta revelación?
                          
              René  Girard: La  revelación cristiana libera de la ilusión propia de lo religioso  arcaico. Esta ilusión consiste en vincular a una única víctima  toda la responsabilidad del mal que amenaza a un grupo social. Los  mitos son aniquilados todos por ese asesinato fundador. Por ello debe  responder a un acontecimiento real Las primeras sociedades humanas  debieron conocer la inmolación de una primera víctima (a la vez  culpable del desorden y restauradora del orden), antes de  reemplazarla por víctimas substitutorias, mas tarde más tarde por  ritos y prohibiciones cada vez más complejos y, finalmente, por  instituciones.
                          
              Este  mecanismo es fundamental porque se halla en el origen de todas las  sociedades humanas. Es el mecanismo que revela la Pasión. Dice un  secreto exponiendo una víctima cuya inocencia es inmediatamente  perceptible. Pero es absolutamente necesario que las víctimas sean  consideradas culpables para que el fenómeno victimario funcione. Por  eso la inocencia de Cristo revela la inocencia de todas las víctimas  propiciatorias y perturba el conjunto del sistema. El conocimiento  que tenemos de la inocencia de Cristo denuncia el proceso de  desconocimiento mediante el cual cada cual se convence de que la  víctima es culpable. Tal es el sentido de la palabra de Cristo en la  cruz: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»
                          
              La  paradoja es que esta revelación, que impide al mecanismo victimario actuar desde la  sombra, lo desencadenará a la luz del día porque los hombres  tendrán cada vez menos exutorio para su violencia.
                          
              Así  que la violencia se exacerbará. Una violencia privada, de chivos  expiatorios,  tan solo puede conducir a eso que Clausewitz, ese gran  contemporáneo de Stendhal y de Tocqueville ha llamado el «ascenso  de los extremos». Ese es el drama en que hemos entrado.  
              
                          
              B.  Chantre: Acaba de evocar a Stendhal y a Tocqueville. ¿Hay un vínculo entre  eso que llama la «mentira romántica» en su primer libro de 1961 y  el fenómeno de desconocimiento que funda la ilusión religiosa? 
              René  Girard: Se  trata, efectivamente, de la misma idea. La ilusión romántica es un  rechazo a creer que seamos autónomos en nuestros deseos. El  desconocimiento es un rechazo a ver la inocencia de la víctima. Se  trata de dos formas potentes de la negación. Y de la misma manera  que la ilusión romántica es una negación de los mecanismos del  deseo, las mitologías se fundan sobre una ocultación, a la vez  sistemática e inconsciente, del asesinato fundador. Por eso el  mecanismo victimario, si se comprende correctamente, tiene evidentes  relaciones con la experiencia literaria.  
              
                          
              B.  Chantre: ¿A qué denomina usted, pues, «conversión romántica»?
                          
              René  Girard: Las  grandes novelas en que me interesé se basan, todas, en un giro del  héroe principal que se sitúa al final de la novela y que puede  decirse que transforma al personaje en novelista. En el caso de  Marcel Proust es explícito, pero en otras novelas como «Rojo y  negro», «Madame Bovary», o en las de Dostoievsky, también se  encuentra ese héroe que se «convierte»,  es decir, que deja de sentirse autónomo en su propio deseo. La  «conversión novelesca» sirve de testimonio de un arrancamiento  ante las leyes del deseo mimético, deseo intramundano fundado sobre  «la  envidia, los celos y el odio impotente»,  como decía Stendhal. El personaje atraviesa la prueba y resucita  novelista. Esa conversión simboliza para mí el paso de la novela  superficial a la auténtica novela. Añadiría que siempre he  pensado, con Proust, la conversión romántica como una experiencia  apocalíptica. Todo novelista cuyo universo bascula —y eso es lo  propio de la «conversión novelística»—  lleva en sí ese tipo de inspiración. Esa es la razón por la que  las metáforas de la liturgia católica abundan tanto en las últimas  páginas del «Tiempo reencontrado».
              
                          
              S.  Ortoly: ¿Una ciencia del hombre tal como usted la plantea puede  prescindir de lo religioso?
                          
              René  Girard: No.  Estoy muy firmemente convencido de ello. Persisto en pensar que no  hay ciencia del hombre posible sin una teoría válida de lo  religioso.  
              
                          
              S.  Ortoly:  ¿Pero, puestos en un extremo, puede usted prescindir de la Iglesia?
                          
              René  Girard: La  Iglesia, en tanto que tal jamás está presente en mi obra. Siempre  me he interesado por conversiones solitarias, que se podrían  calificar de románticas, incluso si el título de mi primer libro  puede hacer pensar que para mi haya una «mentira»  inherente al romanticismo. De hecho eso no es verdad. Me siento  profundamente romántico en un cierto aspecto, o por lo menos es así  como veo la conversión. Siempre se está solo ante la trascendencia.  Pero, una vez más, esa conversión individual, tumultuosa,  lacerante, se dirige siempre hacia un tipo de experiencia religiosa.  En eso no transijo; el fondo de mi trabajo es tomar en serio lo que  nos dicen los Evangelios, que son una teoría del hombre, tanto como  una teoría de Dios.  
              
                          
              B.  Chantre: ¿Su romanticismo forma una unidad con su pensamiento apocalíptico?
                          
              René  Girard: Esta  vena romántica efectivamente se ha ido profundizando poco a poco en  mí. Su vínculo con el Apocalipsis es evidente. No es inútil  recordar que antiguamente había dos domingos apocalípticos: el  último domingo después de Pentecostés y el primer domingo de  Adviento, en el momento en que el año litúrgico basculaba y volvía  a empezar. Los curas predicaban entonces sobre el fin de los tiempos.  Pero curiosamente dejaron de hacerlo cuando el Apocalipsis se  convirtió en una posibilidad real de la historia. Desde 1945 y  gracias a la lectura de Proust y de Malraux tuve mis primeras  intuiciones en ese ámbito. Encontré en las obras literarias y  enseguida en los Evangelios la verdad radical que ni siquiera los  católicos osaban testimoniar. Estoy convencido de que estamos  viviendo tiempos de una gravedad tal y de una tal urgencia que vamos  a vernos obligados a cambiar radicalmente nuestros modos de  pensamiento y de expresión. Una literatura digna de este nombre no  podrá pasar por alto estos textos que nos llevan esperando desde  hace dos mil años.  
              
                          
              S.  Ortoly: ¿Cómo definiría hoy el Apocalipsis? Usted ha escrito que  el cristianismo ha sido la única religión que supo preveer su  propio hundimiento…
                          
              René  Girard: Sí;  pero ese hundimiento no está del todo vinculado a la insuficiencia  del cristianismo. Podría decirse que ‘eso tenía que fracasar  necesariamente’ siendo los hombres lo que son.  
              
                          
              S.  Ortoly: ¿Mantiene usted esperanza en que la humanidad realmente pueda  cambiar?
                          
              René  Girard: No,  en todo caso ahora no. El Apocalipsis es el mundo que ve su propio  fin en la violencia  y que recuerda suficientemente lo que ha oído  para comprender que él mismo forma parte del problema y que en parte  es responsable de eso. En eso mi visión es romántica: sólo algunos  individuos serán conscientes del desastre en curso, serán culpables  de haber comprendido de verdad el sentido de ello. ¿Por qué las  Escrituras dicen cada vez que hay que salvar a ‘algunos’ para que  la humanidad no logre perderse por completo? Pero yo nunca me he  tomado por un profeta. Yo no llamo a la conversión. Tan solo intento  seguir el texto evangélico tan de cerca como puedo y afirmo que nos  ayuda a comprender el tiempo en que vivimos.
                          
              En  este sentido, el Apocalipsis es la conciencia del fracaso del  cristianismo, incluso si puede convencer a unos en su creencia o a  otros en la convicción de que es irremplazable. La destrucción de  todo no es perceptible. Tan solo el cristianismo permite percibirla.  Per eso el Apocalipsis no es una metáfora. Es una realidad. Si  escucháis a los científicos y lo que dicen sobre la desaparición  de las especies o sobre la evolución del planeta, constataréis que  hoy hay un encuentro decisivo entre ciencia y religión. Pero esta  confusión entre lo natural y lo artificial está anunciada en los  Evangelios. La transcendencia ha prevenido y es implacable. Se hace  necesario arrancar el Apocalipsis tanto a los integristas que lo  toman por voluntad de Dios como a los progresistas que rechazan  verlo. Siempre he mantenido esto obstinadamente entre dos formas de  desconocimiento. Esta concepción del fin de los tiempos nos permite  prescindir de la idea del Padre Terrible. No hay un dios implacable  que quiera castigar a los hombres, sino un Apocalipsis humano en  preparación. Es una consecuencia de nuestros actos.  
              
                          
              B.  Chantre: ¿Esta  constatación, sin embargo, la hace usted sobre un fondo de  esperanza.
                          
              René  Girard: Naturalmente.  La esperanza consiste en que Dios está ahí. No sólo el  Apocalipsis. El retorno de Dios, la parusía, el ‘Second Coming’,  es eso. ¡Dios no dice nada que no sea perfectamente comprensible,  científico, razonable y racional cuando nos dice que el mundo está  a punto de fastidiarse! De  hecho soy más optimista que muchos porque veo un sentido en todo lo  que pasa hoy, mucho sentido incluso. Si existiesen seres de otros  planetas dirían: ¿cómo es posible que estos hombres tengan textos  que anuncian el Apocalipsis, que no se los crean y que hagan todo lo  posible para conseguir que llegue? Soy, pues, más optimista que la  gente, porque afirmo que hay un sentido en todo cuanto nos sucede; un  sentido que supera toda significación. Esta constatación es una  liberación frente a nuestro pequeño universo.
              
                ©  PHILOSOPHIE MAGAZINE,  nº extraordinario, dedicado a los Evangelios, ‘La Biblia de los  filósofos’; noviembre-diciembre 2009, pp.96-98. Traducción para  uso exclusivamente escolar. [R.A.]  
               
              