INTELECTUALES: 
                CRÍTICA DEL MITO Y MITO DE LA CRÍTICA 
              
               
              Texto 
                publicado en la revista ARGUMENTS, nº 20 LA CUESTIÓN 
                DE LOS INTELECTUALES 
                [París, 4º trimestre de 1960]
              Si 
                nos atenemos a la sociología, el problema es el siguiente: 
                ¿qué es la intelligentsia? ¿Qué son 
                los intelectuales? ¿Qué tipo de grupo instituyen 
                en la sociedad? ¿Cuáles son sus estructuras y sus 
                ideologías? ¿Qué papel desempeñan 
                en la vida política?, etc...
              Pero 
                semejante examen pone entre paréntesis el problema de las 
                ideas en sí mismas, de su verdad, de su validez. Este problema 
                es normativo: ¿cuál es la actitud que debemos tener 
                nosotros, los intelectuales? ¿Debemos, inclusive, aceptar 
                esta noción de intelectual o debemos desprendernos de ella? 
                ¿Debemos subordinar nuestra actitud de intelectuales a 
                nuestra actitud política o nuestra actitud política 
                a nuestra actitud de intelectuales? ¿Debemos más 
                bien poner en discusión tanto nuestra actitud política 
                como nuestra actitud de intelectuales en función de una 
                interrogación más radical?
              Pero, 
                si bien importa no mezclar los problemas sociológicos con 
                los problemas existenciales, importa igualmente vincularlos. El 
                vínculo, en mi opinión, es doble, y doblemente metodológico. 
                Antes que nada, nosotros, intelectuales, no podemos examinar la 
                cuestión de los intelectuales sin partir de un autoanálisis 
                o autocrítica. Es necesario poner en discusión nuestra 
                pretensión de universalidad.
              Por 
                supuesto, no es necesario confundir esta operación con 
                el antiintelectualismo masoquista tan frecuente entre los intelectuales. 
                La autocrítica nos conduce a dos polos contradictorios 
                y necesarios: por una parte, la distanciación con respecto 
                a nuestra propia intelectualidad, y por otra a la profundización 
                de esta intelectualidad, es decir, por una parte a una des-subjetivización 
                y por la otra a una trans-subjetivización. 
              Pero, 
                antes que nada, ¿qué es un intelectual? Una definición 
                del intelectual debe ser mucho más genética que 
                estadística. Los intelectuales constituyen más un 
                movimiento que un estado. La demarcación entre el trabajo 
                manual y el trabajo intelectual no define a los intelectuales. 
                La noción de trabajo intelectual es en sí misma 
                demasiado vaga. Los “intelectuales” se definen a partir 
                de las profesiones culturalmente valoirizadas desde el punto de 
                vista de la cultura humanística o clásica.: escritores, 
                artistas, docentes, abogados, médicos en el límite. 
                Por el contrario, técnicos e ingenieros raras veces son 
                considerados intelectuales. Además, la noción de 
                intelectual corresponde no tanto a una profesión en sí 
                misma como a un papel en la sociedad. A un médico en el 
                ejercicio de su profesión no se lo considera un “intelectual” 
                y solo es así cuando firma un manifiesto o participa de 
                un acto político. 
              En 
                otras palabras: el intelectual emerge sobre un fondo cultural 
                y bajo una forma de papel político-social. 
              El 
                escritor que escribe una novela es escritor; pero si habla de 
                las torturas en Argelia es un intelectual. Podría hablar 
                de las torturas en tanto que simple ciudadano, pero de hecho habla 
                en nombre de un privilegio particular. Extrae este privilegio 
                de los valores culturales o del conocimiento del hombre implícitos 
                en su prefesión. Así aparece esencialmente como 
                una “conciencia”, conciencia intelectual y moral a 
                la vez, depositaria de las virtudes de la conciencia universal. 
                Ya sea que hable en nombre del individuo, del Estado o de la historia, 
                el intelectual imprime siempre a su frase el sello de la universalidad. 
                De este modo, el intelectual se define a partir de una triple 
                determinación: 1.- una profesión culturalmente valorizada, 
                2.- un papel político-social, 3.- una conciencia en comunicación 
                con lo universal. 
              ¿Podemos 
                hablar indistintamente de los intelectuales y de la «intelligentsia»? 
                La noción de intelectual es emergente, la noción 
                de «intelligentsia» es englobante. La noción 
                de intelectual es francesa, la noción de «intelligentsia» 
                es rusa. La intelligentsia designaba el conjunto de personas “cultivadas”, 
                a la vez con relación a una masa inculta y con relación 
                a un poder bárbaro. Los intelectuales, por el contrario, 
                emergen en una sociedad donde las oposiciones son menos brutales, 
                en las que la cultura se halla difundida en una vasta esfera de 
                la sociedad. 
              Sentado 
                esto, podemos transplantar el término «intelligentsia» 
                al contexto occidental, donde se convierte en una palabra colectiva 
                que engloba el conjunto de profesiones cuyo ejercicio requiere 
                una enseñanza superior.
              Se 
                trata aquí menos de apelar a una sociología diferencial 
                de las “intelligentsias” (la «intelligentsia» 
                en la URSS, en los Estados Unidos, en el Tercer Mundo) que a una 
                problemática del intelectual. El intelectual es una noción 
                del siglo XX, pero, como lo dicen aquí Elthen y Lapassade 
                [1], puede ser considerado heredero del “sofista” 
                griego, del “humanista” del Renacimiento y del “filósofo” 
                del siglo XVIII. En este sentido, efectivamente, el intelectual 
                se inscribe en una gran corriente racional y laica de la historia 
                occidental: sus luces se funden, por una parte, con el espíritu 
                crítico (que dispia supersticiones y mitos, que roe los 
                tabúes) y por la otra con la afirmación de los principios 
                universales, que son los de la razón. La emergencia del 
                papel de los intelectuales corresponde, efectivamente, a la disgregación 
                de las esencias sagradas; disgregación de los grandes mitos 
                en la Atenas del siglo V, disgregación del dogma católico 
                en la Europa del Renacimiento, disgregación del derecho 
                divino en la Europa del siglo XVIII, disgregación de los 
                valores tradicionales en la Europa del siglo XX. 
              Pero 
                esta corriente crítica y racional no debe ocultarnos la 
                otra corriente, una corriente de religiosidad que inspira por 
                igual al intelectual. Es necesario comprender claramente que la 
                disgregación de lo sagrado, de la que nace el intelectual, 
                determina también en el intelectual la nostalgia de la 
                gran Unidad desaparecida. El antepasado, a la vez, del intelectual 
                y del pensador, es el «mago» presocrático. 
                Heráclito, Empédocles, Parménides, heredero 
                del «chamán» y del sacerdote. Al mismo tiempo 
                que el mago inauguraba el pensamiento “laico” -es 
                decir, la filosofía-, elaboraba mitos en la escala de la 
                Totalidad del mundo o de la esencia del Ser. Los magos ceden su 
                lugar a los filósofos, unos que perfeccionan la crítica 
                de los mitos religiosos, y otros que buscan, a partir de esta 
                misma crítica, la nueva Verdad, total y esencial. La oposición 
                “sofistas/Platón”, es decir “intelectuales/filósofos”, 
                es demasiado esquemática en Elthen. Elthen pasa alrededor 
                de Sócrates, que es algo así como el mediador entre 
                los sofistas y Platón, y a consecuencia de ello deja de 
                ver que estos antagonistas se sitúan en el seno de la misma 
                “intelectualidad”. Devaluar el escepticismo racionalista 
                es efectivamente un momento fundamental en la dialéctica 
                de la intelectualidad, dado que el escepticismo no es nunca “profundo”, 
                y es siempre mediante la mediación de un mito como nos 
                hundimos en la obscuridad del ser. Pero una filosofía vuelta 
                a su vez mitificadora merece los asaltos del escepticismo crítico. 
                La oposición sofistas/Platón no es exactamente la 
                oposición intelectuales/filósofos, sino la oposición 
                de dos momentos del pensamiento, el de la negación y el 
                de la negación de la negación. Platón ilustra 
                el momento en que la intelectualidad en su plano superior (el 
                de la filosofía) de nuevo segrega mitos. Esta observación 
                vale por igual para el nivel inferior de la intelectualidad (el 
                de los intelectuales). En estos dos niveles el espíritu 
                humano se halla animado, igualmente, por la necesidad de reunir 
                los fragmentos del mundo dispersados por el escepticismo crítico, 
                de buscar la verdadera Vida, el Ser verdadero, la participación 
                cósmica. Hay una religiosidad que es como el polo antagónico 
                del polo crítico, en el seno del mundo de la intelectualidad. 
                La religiosidad puede llegar hasta destruir el pensamiento crítico. 
                Con el cristianismo, asistimos, en Pablo y Agustín, a una 
                destrucción de la intelectualidad crítica mediante 
                la intelectualidad mítica. La religión subsume al 
                filósofo o al intelectual. Desde Pascal hasta Péguy, 
                los tiempos modernos nos muestran innumerables conversiones de 
                esta clase. 
              El 
                Renacimiento es la renovación del espíritu crítico, 
                pero es a la vez la búsqueda de una participación 
                cósmica. ; los humanistas, al mismo tiempo que socaban 
                los mitos cristianos, segregan nuevos mitos o reactualizan temas 
                cosmogónicos precristianos. Con los “filósofos” 
                del siglo XVIII, la dualidad reaparece a un nivel diferente: La 
                oposición Rousseau/Enciclopedistas, no es sólo la 
                oposición tradicional entre el verdadero filósofo 
                (Rousseau) y los “intelectuales”; traduce los dos 
                movimientos de la intelectualidad que han de conciliarse más 
                o menos en la generación revolucionaria que sigue (saint-Just, 
                Robespierre). Por lo demás, llega un momento en que la 
                razón que se opone a los dogmas se convierte en un dogma, 
                es decir, en un mito. Ingénuamente, Robespierre expresa, 
                el “culto a la diosa Razón”, ese movimiento 
                transfiguradors. 
              Volveremos 
                a encontrar esta transfiguración al término del 
                camino racional, ya fuere en Comte o en Renan. Estos pensadores 
                vuelven a convertirse en “magos”. En todo intelectual, 
                inclusive en el más racional, hay un «chamán» 
                inspirado, siempre dispuesto a renacer. En un plano más 
                general, podemos decir que la «intelectualidad» segrega 
                a la vez lo profano y lo sagrado, la crítica y la religiosidad 
                –según un movimiento a veces simultáneo (Diderot, 
                Rousseau) y otras globalmente alternativo («Aufklärung», 
                romanticismo). La filosofía vive de esta contradicción, 
                pero también el mundo de los “intelectuales”. 
                No hay oposición fundamental entre filósofos e intelectuales, 
                sino diferencia de nivel reflexivo. Los intelectuales se sitúan 
                en el nivel de una «vulgata», de lugares comunes; 
                los filósofos (los pensadores) ejercen su crítica 
                sobre esta «vulgata».
              Sentado 
                esto, Guée, Elthen y Lapassade, muestran un problema fundamental: 
                el de la autocrítica del espíritu, que socaba su 
                propia pretensión a la universalidad. Autocrítica 
                del escepticismo por sí mismo, que pone la duda en duda; 
                autocrítica de la razón que cuestiona sus propios 
                fundamentos. Hay una crítica de la crítica, una 
                segunda crítica, que se sitúa después de 
                la crítica de los mitos, y esta crítica de segundo 
                grado tiene su oportundidad de oscilar en la mitología, 
                porque, en ese momento de vacío, la intelectualidad angustiada, 
                que ha perdido la confianza en “el espíritu”, 
                trata de salir de la abstracción o del vacío. Es 
                éste el motivo por el cual vemos a menudo como el ultracrítico 
                vuelve a caer en la fe religiosa (Pascal, Péguy) o segrega 
                nuevas mitologías. 
              La 
                intelectualidad se anima de dos sentimientos contradictorios: 
                el del privilegio y el de la miseria del espíritu con relación 
                a lo real. Por una parte la arrogancia del espíritu que 
                quiere dictar a todo su ley y que cree expresar la ley de todo, 
                por otra, la debilidad del espíritu en la vida. 
              Cuando 
                estos dos sentimientos se distancian, entonces tenemos la decadencia 
                de la intelectualidad que se convierte, ya en idealismo pretencioso, 
                ya en masoquismo místico.
              El 
                joven Marx quiso unir ambos temas antagónicos, el de la 
                intelectualidad como privilegio y miseria del espíritu, 
                cuando buscó la alianza, concebida en partes iguales, de 
                la filosofía y del proletariado, alianza que implicaba 
                una doble fecundación de la que nacería el hombre 
                verdadero. 
              Con 
                ello Marx se esfuerza por superar el problema del “intelectual”. 
                Nadie tuvo hasta aquí más clara conciencia de la 
                automitificación de la intelectualidad, que cree en su 
                propia universalidad a la vez que no es más que ideología 
                (ver el artículo de Michel Mazzola). Pero Marx no se desliza 
                en el antiintelectualismo. Quiere ampliar los horizontes del intelectual 
                humanista, del «Aufklarer» clásico. El nuevo 
                “humanista” debe integrar en sí la ciencia 
                del hombre nacida de la economía política, tratar 
                de asimilar la ciencia de la cultura. Este intelectual nuevo, 
                que supera la cultura clásica, debe en sí mismo 
                ser más que un intelectual. La obsesión de Marx 
                consiste en desinsularizar la inteligencia. Es la obsesión 
                de “la praxis”, intercambios ininterrumpidos entre 
                la teoría y la práctica donde se forja el «hombre 
                total», que ya no es el intelectual sino el artesano de 
                su propia historia, y la finalidad de esta historia es la unidad 
                del hombre, es decir, el fin de la separación entre trabajo 
                intelectual y trabajo manual, entre gobierno y ejecución, 
                entre explotadores y explotados. 
              Por 
                ello, si hablamos con propiedad, no existe el «intelectual» 
                marxista. El marxista deja de ser un intelectual a la vez que 
                amplía el campo de la intelectualidad, dado que se convierte 
                a la vez en practicante y en pensador, en militante y en sabio. 
                El “revolucionario”, para Marx, no es un especialista 
                de la revolución sino un hombre ya revolucionado que no 
                se reconoce más en las antiguas categorías (intelectual, 
                político, etc.)
              Sólo 
                se puede “asumir” la condición de intelectual 
                en una perspectiva premarxista o antimarxista. Ser un intelectual 
                es ser “un idealista” en el sentido marxista de la 
                palabra. Es decir, un individuo que subordina siempre lo real 
                al espíritu y que tiende a ignorar que el espíritu 
                está determinado por lo real. Pero en la medida en que 
                efectivamente existe en el siglo XX una esclerosis o degenerescencia 
                del marxismo, en la medida en que la corriente revolucionaria 
                se ha hundido en las arenas de la socialdemocracia y congelado 
                en el estalinismo; en la medida en que la práctica está 
                en manos de los burócratas y de los políticos, mientras 
                que la teoría se ajusta sin entrar en juego, entonces nos 
                vemos obligados a sufrir un divorcio efectivo entre lo real y 
                la teoría, entre lo que ocurre y lo que deseamos: la conciencia 
                de que “la socialización” estatista de los 
                medios de producción no soluciona los problemas fundamentales 
                de la humanidad nos plantea problemas que es necesario encara 
                en primer lugar teóricamente. Por otra parte, la renovación 
                de los conocimientos en los dominios del saber y la transformación 
                acelerada del mundo restituye a la expresión “comprender 
                el mundo” una urgencia de la que la habían despojado 
                las tesis de Feuerbach. Por lo tanto, no se trata ya actualmente 
                de superar la intelectualidad sino de restaurarla.
              De 
                este modo, con relación al mundo politico-social, somos 
                arrastrados, manu militari, por la historia, a una condición 
                de intelectuales, y con relación a la intelectualidad, 
                somos llevados a volver a pensar sus problemas.
              Pero 
                este retorno al intelectual no puede existir para mí si 
                soy premarxista o amarxista. Es un retorno postmarxista. Ya no 
                podemos retornar pura y simplemente a la ideología intelectual, 
                aquella, por ejemplo, del asunto Dreyfus, en la que se oponía 
                la Justicia al Estado, el Laicismo a la Iglesia, el Progreso a 
                la Reacción y donde eso bastaba. En una palabra, ya no 
                podemos ser «Aufklärer» eufóricos. Ya 
                no podemos concebir que la razón suministre la solución 
                universal a los problemas de la vida. Pero, por contrapartida, 
                si la «Aufklärung» ya no basta, nos es por lo 
                menos necesaria. En todas partes las viejas religiosidades tienden 
                a ahogar el ejercicio de la razón crítica. En una 
                palabra, se trata de abandonar la razón mítica y 
                salvaguardar la razón crítica. Esta última 
                corre el peligro de ser asfixiada durante algunas décadas 
                sobre el planeta. Sabemos cómo finalmente la Escuela de 
                Atenas se extinguió por sí misma y cómo bastó 
                un día, al poder cristiano decidir su cierre para que desapareciera 
                durante algunos siglos el filósofo griego, es decir, el 
                pensador no religioso. 
              Entonces 
                algo me dice: es necesario seguir siendo «Aufklärer», 
                es necesario conservar la energía crítica de la 
                «Aufklärung», su ironía escéptica, 
                su falta de respeto por los tabúes. Pero, al mismo tiempo, 
                no es necesario creer sólo en las verdades intelectuales. 
                No es necesario creer que aquello que emerge oscuramente del mundo 
                sólo es oscurantista, que el mito sólo sea superstición. 
                Es necesario saber que el mito no se agota en el racionalismo 
                clásico y que éste es, en sí mismo, un pensamiento 
                agotado. 
              Esto 
                puede permitirme determinar mi posición con respecto al 
                “intelectual de izquierda” contemporáneo. De 
                lo que precede, el lector comprenderá que yo me reconozco 
                como “intelectual de izquierda” y que objecto a la 
                vez al “intelectual de izquierda”. Lo que objecto 
                es esa mala mezcla de arrogancia idealista y de masoquismo pragmático 
                que reina en nuestros ambientes. Por una parte se habla en nombre 
                de un absoluto (derecho del hombre, justicia, verdad), de principios 
                trascendentes, como si Maquiavelo o Marx no hubiesen existido; 
                por la otra, se acepta la opresión y la mentira a partir 
                del momento en que se ejercen en nombre del proletariado, a partir 
                del momento en que se pronuncia la palabra mágica “socialismo”. 
                Se comprende por cierto esa doble actitud: el intelectual de izquierda 
                se esfuerza por por unir en sí ese “idealismo” 
                que ha heredado de la la Ilustración y ese realismo cuya 
                necesidad le ha sido inculcada por la vulgata marxista. Lo que 
                desempeña el papel de vínculo entre ese idealismo 
                y ese realismo es el “Narodnikismo”, su voluntad de 
                ir hacia el pueblo, denominado actualmente “proletariado” 
                a fin de abrevar en él la savia de la vida, el calor de 
                la realidad, la participación en el mundo. 
              En 
                este sentido, el intelectual de izquierda obedece al doble movimiento 
                de la intelectualidad “crítica” y “religiosa”, 
                del que hemos hablado en este artículo. Pero lo que objecto 
                no es ese doble movimiento, que es el mío, sino la profunda 
                debilidad, pobreza, ignorancia intelectual que lo degrada. Mientras 
                que Marx exigía del intelectual que llegue a ser a la vez 
                pensador y sabio (sociólogo, economista, historiador), 
                el intelectual de izquierda descansa sobre una vulgata marxista 
                de segunda mano: cree que el marxismo circula por el partido comunista, 
                en particular el PSU [2], la clase obrera en general, como la 
                sangre circula por las venas. Mientras que Marx desmitifica al 
                intelectual, el marxismo se ha convertido en el mito del intelectual 
                de izquierda. Éste lo ignora todo de la realidad sociológica 
                e histórica en que vive, y cree conocerla repitiendo algunas 
                fórmulas sobre el capitalismo y el socialismo. 
              No 
                interroga la nueva edad planetaria. Su pobreza es total en el 
                plano sociológico, político y filosófico. 
                Hay una verdadera atrofia de la función pensante en el 
                momento en que surgen en todos los horizontes el problema del 
                mundo y el hombre-problema. No es necesario explicar esta pobreza 
                intelectual mediante la estupidez. O más bien. es esta 
                estupidez la que quedaría entonces por explicar. La “crisis 
                de la totalidad” de que hemos hablado en otro lugar puede 
                explicar, en parte, la decadencia cultural de la clase intelectual. 
                Los intelectuales eran los guardianes y defensores de lo universal, 
                del esfuerzo hacia la totalidad. La especialización científica, 
                la especialización técnica, el acrecentamiento cualitativo 
                de la «intelligentsia» han atrofiado el número 
                de intelectuales propiamente dicho. Por el mismo movimiento, los 
                hombres de inteligencia especializada y los intelectuales no especializados 
                han perdido el acceso a una cultura global; los unos porque se 
                hallan encerrados en su especialidad, los otros porque se hallan 
                entregados al periodismo, a la literatura, a la filosofía 
                escolar y a la pseudopolítica. Los problemas generales 
                de la cultura y del saber son inevitablemente entregados a la 
                frivolidad, a la pretensión, a las modas, a los eslogans. 
                Por otra parte, los intelectuales sienten con más fuerza 
                que nunca que están separados de la vida. La sociedad burguesa 
                tabica a los individuos. El capitalismo ya no puede suscitar alguno 
                de esos mitos tan caros a los intelectuales: el dinero se les 
                aparece, por el contrario, como el fundamento sórdido de 
                esta sociedad. De este modo, los intelectuales a menudo se ven 
                llevados tanto más a la oposición contra esta sociedad 
                y a la búsqueda de una religiosidad cuanto más efectivamente 
                se ven atrapados en la vida burguesa o sometidos en el ciclo capitalista, 
                ya se beneficien del privilegio que da el dinero (cineastas, periodistas 
                de la gran empresa, pintores de éxito) o se sientan dependientes 
                del dinero, es decir, la materia desespiritualizada entre todas. 
                En algunos, este vacío de la vida suscita la nostalgia 
                de una vida integrada o romántica, y el mito de la URSS 
                o de la China ofrece la imagen del intelectual integrado y de 
                una existencia creadora. Hasta cuando esta imagen los aterra, 
                dado que significa una especie de vida disciplinaria en un orden 
                comunitario para el que no se sienten hechos, los fascina por 
                igual. 
              Es 
                el “complejo de Hollywood” antes de MacCarthy y el 
                complejo de Saint-Germain-des-Près actual. Cosa reveladora: 
                la experiencia de los intelectuales de Polonia y de Hungría 
                (que es, por lo demás, la de los intelectuales de la URSS) 
                no ha disipado este mito, y sin duda, sólo la experiencia 
                vivida de una democracia popular en Francia podría ahuyentar 
                estos fantasmas del progresismo intelectual. 
              La 
                enfermedad de los intelectuales de izquierda procede esencialmente, 
                en consecuencia, por una parte de la pobreza intelectual a la 
                que la evolución del mundo y la especialización 
                del saber reducen a la intelectualidad; y por la otra, a la necesidad 
                mitológica que provoca la conciencia del vació existencial. 
                Pero cada vez que una experiencia real destruye esta mitología, 
                cada vez que el vacío desaparece en una verdadera comunión 
                a partir de una necesidad de libertad experimentada en común, 
                entonces hay un verdadero despertar, como lo han mostrado los 
                acontecimientos de Polonia y de Hungría, o los de Turquía 
                y de Corea. Entonces los intelectuales expresan una experiencia 
                colectiva al mismo tiempo que las aspiraciones fundamentales de 
                los seres humanos. Son los voceros y la vanguardia.
              En 
                Francia hubo “despertar de los intelectuales” en setiembre 
                y en octubre, en la protesta contra la guerra de Argelia. Efectivamente, 
                ante la esclerosis de las organizaciones políticas y sindicales, 
                los intelectuales se han visto llevados al proscenio político. 
                Pero no hubo despertar intelectual, es decir, adquisición 
                de conciencia de los problemas de fondo planteados por la política 
                francesa, argelina y mundial, no hubo rompimiento de los esquemas 
                tanto del idealismo intelectual como de la vulgata marxistizante. 
                Es que, en las sociedades occidentales, salvo crisis interna grave, 
                la comunicación entre los problemas sociales reales, la 
                vida real de las masas populares, y el universo rarificado del 
                intelectual, se ha vuelto muy difícil.
              Los 
                intelectuales en el mundo moderno son los “descontentos”, 
                los «dissenters». Este descontento es la fuente de 
                energías críticas, de una reflexión que puede 
                llegar a ser profunda, sobre el mal de la sociedad. Pero puede 
                ser también fuente de mitos de salvación ilusorios. 
                Pero dondequiera que estos mitos de salvación sean criticados, 
                dondequiera que el trabajo intelectual recomience a partir de 
                cero, habrá despertar intelectual. Por eso en los medios 
                verdaderamente desencantados en la URSS y en las democracias populares, 
                por una parte, y en los Estados Unidos por la otra (entre los 
                «dissenters») fermenta la nueva y verdadera intelectualidad. 
                
              Fermenta 
                en círculos restingidos de exmilitantes, periodistas, sociólogos, 
                etnólogos, a veces poetas, y muy raramente escritores o 
                pintores. Son los últimos islotes de la «intelligentsia» 
                literaria donde la cultura general sobrevive y trata de afrontar 
                los prodigiosos problemas de la condición humana tal como 
                los pone al desnudo el nuevo curso planetario. Pero sobre todo 
                el verdadero pensamiento, como siempre, se elabora entre los aislados, 
                entre los extraños a las ideologías intelectuales. 
                Alrededor de estos islotes están el esteticismo, o el cinismo, 
                o el intelectualismo, el nadordnikismo o el mesianismo. 
              Mientras, 
                la «intelligentsia» técnica se desarrolla: 
                ingenieros, planificadores, administradores, investigadores, son 
                producidos en masa. Cada uno de estos técnicos posee un 
                saber especializado, pero no tiene acceso a la «Aufkärung». 
                Se encuentran más acá de la «Aufkärung» 
                y sus ideales generales no alcanzan los niveles elementales de 
                la intelectualidad. Esta nueva «intelligentsia» especializada 
                no tiene contacto con el universo de los “intelectuales” 
                (la «intelligentsia» literaria, artística o 
                periodística). Y se produce el gran divorcio, la gran ruptura 
                en el seno de la «intelligentsia»: los intelectuales 
                ya no tienen acceso a un saber disperso en múltiples especializaciones 
                y los técnicos ya no tienen acceso a la conciencia global. 
                
              La 
                inteligencia técnica no hace más que aumentar de 
                manera ininterrumpida: es la clase del porvenir. El progreso técnico 
                tiende efectivamente a drenar todas las capas sociales hacia la 
                tecnocracia. Es la futura clase universal, jerarquizada sin duda 
                pero tendente a abarcar el conjunto de los trabajadores en las 
                sociedades hiperindustrializadas del futuro. A los progresos de 
                esta clase, si no se da un nuevo avance de la intelectualidad, 
                correspondrá no una tecnocratización sino un conformismo. 
                
              Preveo 
                por consiguiente, durante un tiempo, un período intelectualmente 
                obscuro en el que ni la «intelligentsia» técnica, 
                ni la «intelligentsia» literaria podrán segregar 
                de manera suficiente los antídotos críticos para 
                las pretensiones tanto de los aparatos políticos como de 
                los mitos de la vida social. La historia de la humanidad nos muestra 
                frecuentes regresiones en el plano del pensamiento. El tiempo 
                y el alcance de la regresión no pueden calcularse. Por 
                lo demás, habrá sobre el planeta fuegos nuevos que 
                se encenderán mientras que otros habrán de extinguirse.
              Estamos 
                en el límite entre un crepúsculo y una aurora. Comprendemos 
                que la «Aufkärung» debe ser superada y que, al 
                mismo tiempo debe ser conservada. Lo que debe ser superado es, 
                sin duda, ese gran mito de los intelectuales de la salvación 
                mediante la cultura y la razón. Lapassade acierta al hacerse 
                rousseauniano en esto: el progresos intelectual no determina el 
                progreso del hombre. Por otra parte. ¿en qué nosotros, 
                cultos, razonadores, podemos presentarnos como modelos? 
                
              NOTAS:
              [1] 
                Referencia a los artículos de otros colaboradores en el 
                mismo número de la revista ARGUMENTS.
              [2] 
                Partido Socialista Unificado francés, entonces de extrema 
                izquierda no comunista.
              «ARGUMENTS», 
                revista dirigida por Edgar MORIN. Consejo de Redacción 
                compuesto por Kostas AXELOS, Jean DUVIGNAUD, Colette AUDRY, François 
                FETJÖ, Pierre FOUGEYROLLAS, Serge MALLET, Dionys MASCOLO 
                y Réa AXELOS
              © 
                Por la traducción: Raúl Gustavo AGUIRRE
                © Edición Rodolfo Alonso Ed., 1969. Buenos Aires