ARISTÓTELES 
              Ética 
                a Nicómaco
                Libro I º
               
              
              
                
                MATERIAL EXCLUSIVAMENTE DE ESTUDIO
                (traducción de circulación restringida).
              Los 
                textos intercalados en azul sobre el texto son de nuestra responsabilidad. 
                Las notas y los intercalados seleccionan algunas de las propuestas 
                por la edición de María Araujo y Julián Marías 
                para el Centro de Estudios Políticos (1970) y de las de 
                Miguel Candel para Santillana (1994) con reelaboración 
                propia. [R.A.]. 
               
              SOBRE 
                LA FELICIDAD
              Habitualmente 
                se considera que los cuatro primeros libros de la Ética 
                a Nicómaco tienen una cierta unidad interna. El título 
                de “Sobre la Felicidad” se ha atribuido por tradición 
                al Libro Iº y se da también a una obra perdida de 
                Teofrasto, el principal discípulo de Aristóteles. 
                De hecho la Ética a Nicómaco no constituye propiamente 
                una unidad, sino que se refiere a una serie de “pragmateía”, 
                un conjunto de “logoi” (razonamientos, textos…) 
                de tema común, posiblemente en forma de “cuadernos 
                de curso” redactados por Aristóteles para el debate 
                en el Liceo al modo de los “papers” en las universidades 
                anglosajonas. 
              
                OBJETIVO DE LA ÉTICA: EL 
                BIEN DEL HOMBRE O LA FELICIDAD
              1.
                Introducción: toda actividad humana tiene un fin
                El bien como objeto de la investigación ética. La 
                acción moral, como toda producción, tiende a su 
                fin como a un bien. 
                
                [1094a] Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda 
                acción y libre elección parecen tender a algún 
                bien, por esto se ha manifestado, con razón, que el bien 
                es aquello hacia lo que todas las cosas tienden. Sin embargo, 
                es evidente que hay algunas diferencias entre los fines, pues 
                unos son actividades y los otros obras aparte de las actividades; 
                en los casos en que hay algunos fines aparte de las acciones, 
                las obras son naturalmente preferibles a las actividades. 
                
                Multiplicidad y jerarquía 
                de los bienes.
                
                Pero como hay muchas acciones, artes y ciencias, muchos son también 
                los fines; en efecto, el fin de la medicina es la salud; el de 
                la construcción naval, el navío; el de la estrategia, 
                la victoria; el de la economía, la riqueza. Pero cuantas 
                de ellas están subordinadas a una sola facultad (como la 
                fabricación de frenos y todos los otros arreos de los caballos 
                se subordinan a la equitación, y, a su vez, ésta 
                y toda actividad guerrera se subordinan a la estrategia, y del 
                mismo modo otras artes se subordinan a otras diferentes), en todas 
                ellas los fines de las principales son preferibles a los de las 
                subordinadas, ya que es con vistas a los primeros como se persiguen 
                los segundos. Y no importa que los fines de las acciones sean 
                las actividades mismas o algo diferente de ellas, como ocurre 
                en las ciencias mencionadas.
                
              2.
                La ética forma parte de la política
                Existe un fin último o bien supremo que es el máximo 
                bien
                
                Si, pues, entre las cosas que hacemos hay algún fin que 
                queramos por sí mismo, y las demás cosas por causa 
                de él, y lo que elegimos no está determinado por 
                otra cosa --pues así el proceso seguiría hasta el 
                infinito, de suerte que el deseo sería vacío y vano--, 
                es evidente que este fin será lo bueno y lo mejor. ¿No 
                es verdad, entonces, que el conocimiento de este bien tendrá 
                un gran peso en nuestra vida y que, como aquellos que apuntan 
                a un blanco, alcanzaríamos mejor el que debemos alcanzar? 
                Si es así, debemos intentar determinar bien y a cuál 
                de las ciencias o facultades pertenece. esquemáticamente 
                al menos, cuál es este 
                
                La política, ciencia del 
                bien supremo: el máximo bien es la política
                
                Parecería que ha de ser la suprema y directiva en grado 
                sumo. Ésta es, manifiestamente, la política. En 
                efecto, ella es la que regula qué ciencias son necesarias 
                en las ciudades y cuáles ha de aprender cada uno y hasta 
                qué extremo. Vemos, además, que las facultades más 
                estimadas le están subordinadas, como la estrategia, la 
                economía, la retórica. Y puesto que la política 
                se sirve de las demás ciencias y prescribe, además, 
                qué se debe hacer y qué se debe evitar, el fin de 
                ella incluirá los fines de las demás ciencias, de 
                modo que constituirá el bien del hombre. 
                
                El bien público superior 
                al privado y garantía de éste (respuesta a una objeción)
                
                Pues aunque sea el mismo el bien del individuo y el de la ciudad, 
                es evidente que es mucho más grande y más perfecto 
                alcanzar y salvaguardar el de la ciudad; porque procurar el bien 
                de una persona es algo deseable, pero es más hermoso y 
                divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades.
                A esto, pues, tiende nuestra investigación, que es una 
                cierta disciplina política.
                
              3.
                La política ciencia práctica
                El método I: no hay un rigor como el de la lógica
                
                Nuestra 
                exposición será suficientemente satisfactoria, si 
                es presentada tan claramente como lo permite la materia; porque 
                no se ha de buscar el mismo rigor en todos los razonamientos, 
                como tampoco en todos los trabajos manuales. Las cosas nobles 
                y justas que son objeto de la política presentan tantas 
                diferencias y desviaciones, que parecen existir sólo por 
                convención y no por naturaleza. Una inestabilidad así 
                la tienen también los bienes a causa de los perjuicios 
                que causan a muchos; pues algunos han perecido a causa de su riqueza, 
                y otros por su coraje. 
                
                El método II: ¿qué 
                tipo de razonamientos podemos esperar de un filósofo moral? 
                Teniendo en cuenta que la política no es una ciencia exacta
                
                Hablando, pues, de tales cosas y partiendo de tales premisas, 
                hemos de contentarnos con mostrar la verdad de un modo tosco y 
                esquemático. Y cuando tratamos de cosas que ocurren generalmente 
                y se parte de tales premisas, es bastante con llegar a conclusiones 
                semejantes.
                
                El método III: ¿qué 
                cualidades se pueden esperar de un oyente? 
                
                Del mismo modo se ha de aceptar cada uno de nuestros razonamientos; 
                porque es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada 
                materia en la medida en que la admite la naturaleza del asunto; 
                evidentemente, tan absurdo seria aceptar que un matemático 
                empleara la persuasión como exigir de un retórico 
                demostraciones.
                
                El método IV: ¿por 
                qué la ética no es materia apropiada a la juventud?
                
                Por otra parte, cada uno juzga bien aquello que conoce, y de estas 
                cosas es un buen juez; pues, en cada materia, juzga bien el instruido 
                en ella, y de una manera absoluta, el instruido en todo. Así, 
                cuando se trata de la política, el joven no es un discípulo 
                apropiado, ya que no tiene experiencia de las acciones de la vida, 
                y los razonamientos parten de ellas y versan sobre ellas; además, 
                siendo dócil a sus pasiones, aprenderá en vano y 
                sin provecho, puesto que el fin de la política no es el 
                conocimiento, sino la acción. Y poco importa si es joven 
                en edad o de carácter juvenil; pues el defecto no radica 
                en el tiempo, sino en vivir y procurar todas las cosas de acuerdo 
                con la pasión. 
                
                Corolario metódico: no basta 
                el conocimiento para actuar correctamente: es necesaria la firmeza 
                de carácter
                
                Para tales personas, el conocimiento resulta inútil, como 
                para los incontinentes; en cambio, para los que orientan sus afanes 
                y acciones según la razón, el saber acerca de estas 
                cosas será muy provechoso.
                Y baste esto como introducción sobre el discípulo, 
                el modo de recibir las enseñanzas y el objeto de nuestra 
                investigación.
              
                4.
                Divergencias acerca de la naturaleza de la felicidad
                
                Puesto que todo conocimiento y toda elección tienden a 
                algún bien, volvamos de nuevo a plantearnos la cuestión: 
                cuál es la meta a que la política aspira y cuál 
                es el bien supremo entre todos los que pueden realizarse. 
                
                La felicidad, bien supremo. Hay 
                acuerdo sobre el nombre del bien supremo y desacuerdo sobre su 
                naturaleza.
                
                Sobre su nombre, casi todo el mundo está de acuerdo, pues 
                tanto el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad, y piensan 
                que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero sobre 
                lo que es la felicidad discuten y no lo explican del mismo modo 
                el vulgo y los sabios. Pues unos creen que es alguna de las cosas 
                tangibles y manifiestas como el placer, o la riqueza, o los honores; 
                otros, otra cosa; muchas veces, incluso, una misma persona opina 
                cosas distintas: si está enferma, piensa que la felicidad 
                es la salud; si es pobre, la riqueza; los que tienen conciencia 
                de su ignorancia admiran a los que dicen algo grande y que está 
                por encima de ellos. 
                
                Alusión a la teoría 
                platónica del bien y a su método
                
                Pero algunos creen que, aparte de toda esta multitud de bienes, 
                existe otro bien en sí y que es la causa de que todos aquéllos 
                sean bienes. Pero quizá es inútil examinar a fondo 
                todas las opiniones, y basta con examinar las predominantes o 
                que parecen tener alguna razón.
                No olvidemos, sin embargo, que los razonamientos que parten de 
                los principios difieren de los que conducen a ellos. En efecto, 
                también Platón suscitaba, con razón, este 
                problema e inquiría si la investigación ha de partir 
                de los principios o remontarse hacia ellos, así como, en 
                el estadio, uno ha de correr desde los jueces hacia la meta o 
                al revés. No hay duda de que se ha de empezar por las cosas 
                más fáciles de conocer; pero éstas lo son 
                en dos sentidos: unas, para nosotros; las otras, en absoluto. 
                
                
                El conocimiento ético-político 
                presupone una buena formación moral
                
                Debemos, pues, quizá, empezar por las más fáciles 
                de conocer para nosotros. Por esto, para ser capaz de ser un competente 
                discípulo de las cosas buenas y justas y, en suma, de la 
                política, es menester que haya sido bien conducido por 
                sus costumbres. Pues el punto de partida es el qué, y si 
                esto está suficientemente claro no habrá ninguna 
                necesidad del porqué. Un hombre así tiene ya o puede 
                fácilmente adquirir los principios. Pero aquel que no posee 
                ninguna de estas cosas, escuche las palabras de Hesíodo:
                «El mejor de todos los hombres es el que por sí mismo 
                [comprende todas las cosas], es bueno, asimismo, el que hace caso 
                al que bien le aconsejar; pero el que ni comprende por sí 
                mismo ni lo que escucha a otro retiene en su mente, éste, 
                en cambio, es un hombre inútil» (Trabajos y Días, 
                291 y ss.)
               
               
                5.
                Los 3 principales modos de vida, según las opiniones corrientes
                
                Diferentes concepciones de la felicidad según los distintos 
                géneros de vida: 1.- la vida del placer
                
                Pero sigamos hablando desde el punto en que nos desviamos. No 
                es sin razón que los hombres parecen entender el bien y 
                la felicidad partiendo de los diversos géneros de vida. 
                Así el vulgo y los más groseros los identifican 
                con el placer, y, por eso, aman la vida voluptuosa --los principales 
                modos de vida son, en efecto, tres: la que acabamos de decir, 
                la política, y, en tercer lugar, la contemplativa--. La 
                generalidad de los hombres se muestran del todo serviles al preferir 
                una vida de bestias, pero su actitud tiene algún fundamento 
                porque muchos de los que están en puestos elevados comparten 
                los gustos de Sardanápalo. 
                
                Diferentes concepciones de la felicidad 
                según los distintos géneros de vida: 2.- la vida 
                de la política y los honores
                
                En cambio, los mejor dotados y los activos creen que el bien son 
                los honores, pues tal es ordinariamente el fin de la vida política. 
                Pero, sin duda, este bien es más superficial que lo que 
                buscamos, ya que parece que radica más en los que conceden 
                los honores que en el honrado, y adivinamos que el bien es algo 
                propio y difícil de arrebatar. Por otra parte, esos hombres 
                parecen perseguir los honores para persuadirse a sí mismos 
                de que son buenos, pues buscan ser honrados por los hombres sensatos 
                y por los que los conocen, y por su virtud; es evidente, pues, 
                que, en opinión de estos hombres, la virtud es superior. 
                
                
                Corolario, posible respuesta a una 
                objeción: no basta poseer cualidades para ser feliz: hay 
                que ejercerlas
                
                Tal vez se podría suponer que ésta sea el fin de 
                la vida política; pero salta a la vista que es incompleta, 
                ya que puede suceder que el que posee la virtud esté dormido 
                o inactivo durante toda su vida, y, además, padezca grandes 
                males y grandes infortunios; y nadie juzgará feliz al que 
                viva así, a no ser para defender esa tesis. Y basta sobre 
                esto, pues ya hemos hablado suficientemente de ello en nuestros 
                escritos enciclopédicos. 
              
                Diferentes concepciones de la felicidad 
                según los distintos géneros de vida: 3.- la vida 
                teorética o contemplativa
                
                El tercer modo de vida es el contemplativo, que examinaremos más 
                adelante. 
                
                Adición producida en el debate: 
                la vida de lucro
                
                En cuanto a la vida de negocios, es algo violento, y es evidente 
                que la riqueza no es el bien que buscamos, pues es útil 
                en orden a otro. Por ello, uno podría considerar como fines 
                los antes mencionados, pues éstos se quieren por sí 
                mismos, pero es evidente que tampoco lo son, aunque muchos argumentos 
                han sido formulados sobre ellos. Dejémosles, pues.
              
                6.
                Refutación de la idea platónica del Bien: no hay 
                idea universal de todos los bienes
                
                Quizá sea mejor examinar la noción del bien universal 
                y preguntarnos qué quiere decir este concepto, aunque esta 
                investigación nos resulte difícil por ser amigos 
                nuestros los que han introducido las ideas. Parece, sin embargo, 
                que es mejor y que debemos sacrificar incluso lo que nos es propio, 
                cuando se trata de salvar la verdad, especialmente siendo filósofos; 
                pues, siendo ambas cosas queridas, es justo preferir la verdad.
                
                Crítica de la teoría 
                de las formas substanciales
                
                Los que introdujeron esta doctrina no formularon ideas sobre las 
                cosas en las que se establecía un orden de prioridad y 
                posterioridad (y, por eso, no crearon una idea de los números); 
                pero el bien se dice en la sustancia y en la cualidad y en la 
                relación; ahora bien, lo que existe por sí mismo 
                y es sustancia es anterior por naturaleza a la relación 
                (que parece una ramificación y accidente del ente), de 
                modo que no podrá haber una idea común a ambas.
                
                Contra Platón I: el bien no puede ser único pues 
                se expresa en diferentes categorías
                
                Además, puesto que la palabra «bien» se emplea 
                en tantos sentidos como la palabra «ser» (pues se 
                dice en la categoría de sustancia, como dios y el intelecto; 
                en la de cualidad, las virtudes; en la de cantidad, la justa medida; 
                en la de relación, lo útil; en la de tiempo, la 
                oportunidad; en la de lugar, el hábitat, y así sucesivamente), 
                es claro que no podría haber una noción común 
                universal y única; porque no podría ser usada en 
                todas las categorías, sino sólo en una. Por otra 
                parte, puesto que de las cosas que son según una sola idea 
                hay una sola ciencia, también habría una ciencia 
                de todos los bienes. Ahora bien, en cambio, hay muchas ciencias, 
                incluso de los bienes que caen bajo una sola categoría; 
                así, la ciencia de la oportunidad, en la guerra es la estrategia, 
                y en la enfermedad, la medicina; y la de la justa medida, en la 
                alimentación es la medicina, y en los ejercicios físicos, 
                la gimnasia.
                
                Contra Platón II: la forma 
                en sí y el individuo que la posee no se diferencian en 
                cuanto a su definición
                
                Uno podría también preguntarse qué quiere 
                decir con «cada cosa en sí misma»; si, por 
                ejemplo, la definición de hombre es una y la misma, ya 
                se aplique al hombre en sí mismo y a un hombre individual; 
                pues en cuanto hombre, en nada difieren; y si es así, tampoco 
                en cuanto a bien. Ni tampoco por ser eterno sería más 
                bien, pues un blanco que dura mucho tiempo no lo es más 
                que el que dura un solo día. 
                
                Los pitágoricos parece que dan una opinión más 
                verosímil sobre esta cuestión, al colocar lo uno 
                en la serie de los bienes, y Espeusipo parece seguirlos. Pero 
                dejemos esta materia para otra discusión.
                
                Adición producida en el debate: 
                concesión al platonismo
                
                Se puede suscitar una objeción acerca de lo dicho porque 
                los argumentos de los platónicos no incluyen todos los 
                bienes, sino que se dicen según una sola especie los que 
                se buscan y aman por sí mismos, mientras que los bienes 
                que los producen o los defienden de algún modo o impiden 
                sus contrarios se dicen por referencia a éstos y de otra 
                manera. 
                Es evidente, pues, que los bienes pueden decirse de dos modos: 
                unos por sí mismos y otros por éstos. Separando, 
                pues, de los bienes útiles los que son bienes por sí 
                mismos, consideremos si éstos se dicen según una 
                sola idea. 
                
                Determinación de los supuestos 
                bienes en sí
                
                Pero ¿qué bienes hay que colocar en la clase de 
                bienes por sí mismos? ¿Acaso cuantos buscamos, incluso 
                aislados, como el pensar y el ver y algunos placeres y honores? 
                Pues todos éstos, aunque los busquemos por otra cosa, podrían 
                considerarse, con todo, como bienes por sí mismos. 
                
                No hay idea de “bien” 
                en sí mismo
                
                ¿O sólo se ha de considerar como bien en sí 
                la Idea <del bien>? En este caso las especies del bien existirían 
                en vano. Si, por otra parte, aquellos son bienes por sí 
                mismos, aparecerá por necesidad en todos ellos la misma 
                noción del bien, como la noción de blancura en la 
                nieve y en la cerusa. 
                
                Pluralidad de los bienes y analogía: el término 
                “bien” es análogo y no unívoco
                
                Pero las nociones de honor, prudencia y placer son otras y diferentes, 
                precisamente, en tanto que bienes; por tanto, no es el bien algo 
                común en virtud de una idea. Entonces ¿en qué 
                manera estas cosas son llamadas bienes? Porque no se parecen a 
                las cosas que son homónimas por azar. ¿Acaso por 
                proceder de un solo bien o por tender todas al mismo fin, o más 
                bien por analogía? Como la vista en el cuerpo, la inteligencia 
                en el alma, y así sucesivamente. Pero acaso debemos dejar 
                esto por ahora, porque una detallada investigación de esta 
                cuestión sería más propia de otra disciplina 
                filosófica.
                
                Un bien asequible no puede una realidad cerrada en sí misma 
                
                
                Y lo mismo podríamos decir acerca de la Idea, pues si el 
                bien predicado en común acerca de varias cosas es realmente 
                uno, o algo separado que existe por sí mismo, el hombre 
                no podría realizarlo ni adquirirlo; y lo que buscamos ahora 
                es algo de esta naturaleza.
                Pero, quizás, alguien podría pensar que conocer 
                el bien sería muy útil para alcanzar los bienes 
                que se pueden adquirir y realizar, porque poseyendo este modelo 
                conoceremos también mejor nuestros bienes, y conociéndolos 
                los lograremos. 
                
                Cada saber práctico se ocupa exclusivamente de bienes concretos
                
                Este argumento no deja, sin duda, de ser verosímil; pero 
                parece estar en desacuerdo con las ciencias; todas, en efecto, 
                aspiran a algún bien, y buscando lo que les falta descuidan 
                el conocimiento del bien mismo. Y, ciertamente, no es razonable 
                que todos los técnicos desconozcan una ayuda tan importante 
                y ni siquiera la busquen. Además, no es fácil ver 
                qué provecho sacarán para su arte el tejedor o el 
                carpintero de conocer el Bien en sí, o cómo podría 
                ser mejor médico o mejor general el que haya contemplado 
                esta idea. Es evidente que el médico no considera así 
                la salud, sino la salud del hombre, o, más bien aún, 
                la de este hombre, ya que cura a cada individuo. Y basta con lo 
                dicho sobre estas cosas.
                
              7.
                Esbozo de la definición de bien supremo: el bien del hombre 
                es un fin en sí mismo, perfecto y suficiente
                
                Pero volvamos de nuevo al bien objeto de nuestra investigación 
                e indaguemos qué es. Porque parece ser distinto en cada 
                actividad y en cada arte: uno es, en efecto, en la medicina, otro 
                en la estrategia, y así sucesivamente. ¿Cuál 
                es, por tanto, el bien de cada una? ¿No es aquello a causa 
                de lo cual se hacen las demás cosas? Esto es, en la medicina, 
                la salud; en la estrategia, la victoria; en la arquitectura, la 
                casa; en otros casos, otras cosas, y en toda acción y decisión 
                es el fin, pues es con vistas al fin corno todos hacen las demás 
                cosas. De suerte que, si hay algún fin de todos los actos, 
                éste será el bien realizable, y si hay varios, serán 
                éstos. Nuestro razonamiento, a pesar de las digresiones, 
                vuelve al mismo punto; pero debemos intentar aclarar más 
                esto. 
                
                El fin más perfecto que los 
                medios
                
                Puesto que parece que los fines son varios y algunos de éstos 
                los elegimos por otros, como la riqueza, las flautas y, en general, 
                los instrumentos, es evidente que no son todos perfectos, pero 
                lo mejor parece ser algo perfecto. Por consiguiente, si hay sólo 
                un bien perfecto, ése será el que buscamos, y si 
                hay varios, el más perfecto de ellos. 
                
                El bien es el fin último, que se busca por sí mismo, 
                es decir, consiste en la felicidad
                
                Ahora bien, al que se busca por sí mismo le llamamos más 
                perfecto que al que se busca por otra cosa, y al que nunca se 
                elige por causa de otra cosa, lo consideramos más perfecto 
                que a los que se eligen, ya por sí mismos, ya por otra 
                cosa. Sencillamente, llamamos perfecto lo que siempre se elige 
                por sí mismo y nunca por otra cosa.
                
                Tal parece ser, sobre todo, la felicidad pues la elegimos por 
                ella misma y nunca por otra cosa, mientras que los honores, el 
                placer, la inteligencia y toda virtud, los deseamos en verdad, 
                por sí mismos (puesto que desearíamos todas estas 
                cosas, aunque ninguna ventaja resultara de ellas), pero también 
                los deseamos a causa de la felicidad, pues pensamos que gracias 
                a ellos seremos felices. En cambio, nadie busca la felicidad por 
                estas cosas, ni en general por ninguna otra.
                
                La autarquía [autosuficiencia]: 
                el bien es lo que asegura nuestra autosuficiencia
                
                Parece que también ocurre lo mismo con la autarquía, 
                pues el bien perfecto parece ser suficiente. Decimos suficiente 
                no en relación con uno mismo, con el ser que vive una vida 
                solitaria, sino también en relación con los padres, 
                hijos y mujer, y, en general, con los amigos y conciudadanos, 
                puesto que el hombre es por naturaleza un ser social. No obstante, 
                hay que establecer un limite en estas relaciones, pues extendiéndolas 
                a los padres, descendientes y amigos de los amigos, se iría 
                hasta el infinito. Pero esta cuestión la examinaremos luego. 
                Consideramos suficiente lo que por sí solo hace deseable 
                la vida y no necesita nada, y creemos que tal es la felicidad. 
                Es lo más deseable de todo, sin necesidad de añadirle 
                nada, pero es evidente que resulta más deseable, si se 
                le añade el más pequeño de los bienes, pues 
                la adición origina una superabundancia de bienes, y, entre 
                los bienes, el mayor es siempre más deseable. Es manifiesto, 
                pues, que la felicidad es algo perfecto y suficiente, ya que es 
                el fin de los actos.
                
                 
                La felicidad, actividad específica 
                del ser humano
                
                Decir que la felicidad es lo mejor parece ser algo unánimemente 
                reconocido, pero, con todo, es deseable exponer aún con 
                más claridad lo que es. Acaso se conseguiría esto, 
                si se lograra captar la función del hombre. En efecto, 
                como en el caso de un flautista, de un escultor y, de todo artesano, 
                y en general de los que realizan alguna función o actividad 
                parece que lo bueno, y el bien están en la función, 
                así también ocurre, sin duda, en el caso del hombre, 
                si hay alguna función que le es propia. ¿Acaso existen 
                funciones y actividades propias del carpintero, del zapatero, 
                pero ninguna del hombre, sino que éste es por naturaleza 
                inactivo? ¿O no es mejor admitir que así como parece 
                que hay alguna función propia del ojo y de la mano y del 
                pie, y en general de cada uno de los miembros, así también 
                pertenecería al hombre alguna función aparte de 
                éstas? ¿Y cuál, precisamente, será 
                esta función? El vivir, en efecto, parece también 
                común a las plantas, y aquí buscamos lo propio. 
                Debemos, pues, dejar de lado la vida de nutrición y crecimiento. 
                Seguiría después la sensitiva, pero parece que también 
                ésta es común al caballo, al buey y a todos los 
                animales. Resta, pues, cierta actividad propia del ente que tiene 
                razón. Pero aquél, por una parte, obedece a la razón, 
                y por otra, la posee y piensa. Y como esta vida racional tiene 
                dos significados, hay que tomarla en sentido activo, pues parece 
                que primordialmente se dice en esta acepción. 
                
                Si, entonces, la función propia del hombre es una actividad 
                del alma según la razón, o que implica la razón, 
                y si, por otra parte, decimos que esta función es específicamente 
                propia del hombre y del hombre bueno, como el tocar la cítara 
                es propio de un citarista y de un buen citarista, y así 
                en todo añadiéndose a la obra la excelencia queda 
                la virtud (pues es propio, de un citarista tocar la cítara 
                y del buen citarista tocarla bien), siendo esto así, decimos 
                que la función del hombre es una cierta vida, y ésta 
                es una actividad del alma y unas acciones razonables, y la del 
                hombre bueno estas mismas cosas bien y hermosamente, y cada uno 
                se realiza bien según su propia virtud. 
                
                Definición de la felicidad: 
                la actividad bien hecha es la que se realiza según la virtud
                
                Y si esto es así, resulta que el bien del hombre es una 
                actividad del alma de acuerdo con la virtud, y si las virtudes 
                son varias, de acuerdo con la mejor y más perfecta, y además 
                en una vida entera. Porque una golondrina no hace verano, ni un 
                solo día, y así tampoco ni un solo día ni 
                un instante bastan para hacer venturoso y feliz.
                Sirva lo que precede para describir el bien, ya que, tal vez, 
                se debe hacer su bosquejo antes de describirlo con detalle. Parece 
                que todos podrían continuar y completar lo que está 
                bien bosquejado, pues el tiempo es buen descubridor y coadyuvante 
                en tales materias. De ahí han surgido los progresos de 
                las artes, pues cada uno puede añadir lo que falta. 
               
                No todos los saberes tienen el mismo 
                grado de exactitud
                
                Pero debemos también recordar lo que llevamos dicho y no 
                buscar del mismo modo el rigor en todas las cuestiones, sino, 
                en cada una según la materia que subyazga a ellas y en 
                un grado, apropiado a la particular investigación. Así, 
                el carpintero y el geómetra buscan de distinta manera el 
                ángulo recto: uno, en cuanto es útil para su obra; 
                el otro busca qué es o qué propiedades tiene, pues 
                aspira a contemplar la verdad. Lo mismo se ha de hacer en las 
                demás cosas y no permitir que lo accesorio domine lo principal. 
                Tampoco se ha de exigir la causa por igual en todas las cuestiones; 
                pues en algunos casos es suficiente indicar bien el hecho, como 
                cuando se trata de los principios, ya que el hecho es primero 
                y principio. 
                
                Importancia de determinar bien el 
                principio de cada conocimiento
                Y de los principios, unos se contemplan por inducción, 
                otros por percepción, otros mediante cierto hábito, 
                y otros de diversa manera. Por tanto, debemos intentar presentar 
                cada uno según su propia naturaleza y se ha de poner la 
                mayor diligencia en definirlos bien, pues tienen gran importancia 
                para lo que sigue. Parece, pues, que el principio es más 
                de la mitad del todo, y que por él se hacen evidentes muchas 
                de las cuestiones que se buscan.
              
                8.
                La felicidad es una actividad de acuerdo con la virtud
                
                Se ha de considerar, por tanto, la definición de la felicidad, 
                no sólo desde la conclusión y las premisas, sino 
                también a partir de lo que se dice acerca de ella, pues 
                con la verdad concuerdan todos los, datos, pero con lo falso pronto 
                discrepan. 
                
                La felicidad, bien del alma. 
                Acuerdo de la posición aristotélica 
                con la división clásica de los bienes
                
                Divididos, pues, los bienes en tres clases: los llamados exteriores, 
                los del alma y los del cuerpo, decimos que los del alma son los 
                más importantes y los bienes por excelencia, y las acciones 
                y las actividades anímicas las referimos al alma. Así 
                nuestra definición debe ser correcta, al menos en relación 
                con esta doctrina que es antigua y aceptada por los filósofos. 
                Es también correcto decir que el fin consiste en ciertas 
                acciones y actividades, pues así se desprende de los bienes 
                del alma y no de los exteriores. 
                
                Identidad de la felicidad con la 
                vida buena
                
                Concuerda también con nuestro razonamiento el que el hombre 
                feliz vive bien y obra bien, pues a esto es, poco más o 
                menos, a lo que se llama buena vida y buena conducta. Es evidente, 
                además, que todas las condiciones requeridas para la felicidad 
                se encuentran en nuestra definición. En efecto, a unos 
                les parece que es la virtud, a otros la prudencia, a otros una 
                cierta sabiduría, a otros, estas mismas cosas o algunas 
                de ellas, acompañadas de placer o sin él; otros 
                incluyen, además, la prosperidad material. De estas opiniones, 
                unas son sustentadas por muchos y antiguos; otras, por pocos, 
                pero ilustres; y es poco razonable suponer que unos y otros se 
                han equivocado del todo, ya que al menos en algún punto 
                o en la mayor parte de ellos han acertado.
                Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que dicen 
                que la felicidad es la virtud o alguna clase de virtud, pues la 
                actividad conforme a la virtud es una actividad propia de ella. 
                Pero quizás hay no pequeña diferencia en poner el 
                bien supremo en una posesión o en un uso, en un modo de 
                ser o en una actividad. 
                
                La felicidad, ¿estado habitual o ejercicio activo?
                
                Porque el modo de ser puede estar presente sin producir ningún 
                bien, como en el que duerme o está inactivo por cualquier 
                otra razón, pero con la actividad esto no es posible, ya 
                que ésta actuará necesariamente y actuará 
                bien. Y así como en los Juegos Olímpicos no son 
                los mas hermosos ni los más fuertes los que son coronados, 
                sino los que compiten (pues algunos de éstos vencen), así 
                también en la vida los que actúan rectamente alcanzan 
                las cosas buenas y hermosas; y la vida de éstos es por 
                sí misma agradable. 
                
                La felicidad exige el placer pero va más allá
                
                Porque el placer es algo que pertenece al alma, y para cada uno 
                es placentero aquello de lo que se dice aficionado, como el caballo 
                para el que le gustan los caballos, el espectáculo para 
                el amante de los espectáculos, y del mismo modo también 
                las cosas justas para el que ama la justicia, y en general las 
                cosas virtuosas gustan al que ama la virtud. Ahora bien, para 
                la mayoría de los hombres los placeres son objeto de disputa, 
                porque no lo son por naturaleza, mientras que las cosas que son 
                por naturaleza agradables son agradables a los que aman las cosas 
                nobles. Tales son las acciones de acuerdo con la virtud, de suerte 
                que son agradables para ellos y por sí mismas. 
                
                La virtud va unida al placer que 
                acompaña a las buenas acciones
                
                Así la vida de estos hombres no necesita del placer como 
                de una especie de añadidura, sino que tiene el placer en 
                sí misma. Añadamos que ni siquiera es bueno el que 
                no se complace en las acciones buenas, y nadie llamará 
                justo al que no se complace en la práctica de la justicia, 
                ni libre al que no goza en las acciones liberales, e igualmente 
                en todo lo demás. Si esto es así, las acciones de 
                acuerdo con la virtud serán por sí mismas agradables. 
                Y también serán buenas y hermosas, y ambas cosas 
                en sumo grado, si el hombre virtuoso juzga rectamente acerca de 
                todo esto, y juzga como ya hemos dicho. 
               
                La felicidad suma de lo bello, lo 
                bueno y lo agradable
                
                La felicidad, por consiguiente, es lo mejor, lo más hermoso 
                y lo más agradable, y estas cosas no están separadas 
                como en la inscripción de Delos: 
                "Lo más hermoso es lo más justo, lo 
                mejor, la salud. Pero lo más agradable es lograr lo que 
                uno ama". 
                Todos estos rasgos pertenecen a las actividades mejores; y la 
                mejor de todas éstas decimos que es la felicidad.
                
                Necesidad de los bienes externos
                
                Pero es evidente que la felicidad necesita también de los 
                bienes externos, como dijimos; pues es imposible o no es fácil 
                hacer el bien cuando no se cuenta con recursos. Muchas cosas, 
                en efecto, se hacen por medio de los amigos o de la riqueza o 
                el poder político, como si se tratase de instrumentos; 
                pero la carencia de algunas cosas, como la nobleza de linaje, 
                buenos hijos y belleza, empañan la dicha; pues uno que 
                fuera de semblante feísimo o mal nacido o solo y sin hijos, 
                no podría ser feliz del todo, y quizá menos aún 
                aquel cuyos hijos o amigos fueran completamente malos, o, siendo 
                buenos, hubiesen muerto. Entonces, como hemos dicho, la felicidad 
                parece necesitar también de tal prosperidad, y por esta 
                razón algunos identifican la felicidad con la buena suerte, 
                mientras que otros la identifican con la virtud.
                
              9.
                La felicidad y la buena suerte –o la propia iniciativa
                
                Resolución de un debate clásico: 
                ¿Es la felicidad un don o se logra con esfuerzo?, ¿puede 
                aprenderse la virtud?
                
                De ahí surge la dificultad de si la felicidad es algo que 
                puede adquirirse por el aprendizaje o por la costumbre o por algún 
                otro ejercicio, o si sobreviene por algún destino divino 
                o incluso por suerte. Pues si hay alguna otra dádiva que 
                los hombres reciban de los dioses, es razonable pensar que la 
                felicidad sea un don de los dioses, especialmente por ser la mejor 
                de las cosas humanas. Pero quizás este problema sea más 
                propio de otra investigación. Con todo, aun cuando la felicidad 
                no sea enviada por los dioses, sino que sobrevenga mediante la 
                virtud y cierto aprendizaje o ejercicio, parece ser el más 
                divino de los bienes, pues el premio y el fin de la virtud es 
                lo mejor y, evidentemente, algo divino y venturoso. 
               
                Toda persona capaz de adquirir la 
                virtud puede lograr la felicidad
                
                Además, es compartido por muchos hombres, pues por medio 
                de cierto aprendizaje y diligencia lo pueden alcanzar todos los 
                que no están incapacitados para la virtud. Pero si es mejor 
                que la felicidad sea alcanzada de este modo que por medio de la 
                fortuna, es razonable que sea así, ya que las cosas que 
                existen por naturaleza se realizan siempre del mejor modo posible, 
                e igualmente las cosas que proceden de un arte, o de cualquier 
                causa y, principalmente, de la mejor. Pero confiar lo más 
                grande y lo más hermoso a la fortuna sería una gran 
                incongruencia.
                
                La felicidad, bien intrínseco 
                del alma
                
                La respuesta a nuestra búsqueda también es evidente 
                por nuestra definición: pues hemos dicho que la felicidad 
                es una cierta actividad del alma de acuerdo con la virtud. De 
                los demás bienes, unos son necesarios, otros son por naturaleza 
                auxiliares y útiles como instrumentos. Todo esto también 
                está de acuerdo con lo que dijimos al principio, pues establecimos 
                que el fin de la política es el mejor bien, y la política 
                pone el mayor cuidado en hacer a los ciudadanos de una cierta 
                cualidad, esto es, buenos y capaces de acciones nobles. De acuerdo 
                con esto, es razonable que no llamemos feliz al buey, ni al caballo 
                ni a ningún otro animal, pues ninguno de ellos es capaz 
                de participar de tal actividad. 
                
                La felicidad requiere madurez y 
                quedar a cubierto de determinados infortunios
                
                Por la misma causa, tampoco el niño es feliz, pues no es 
                capaz todavía de tales acciones por su edad; pero algunos 
                de ellos son llamados felices porque se espera que lo sean en 
                el futuro. Pues la felicidad requiere, como dijimos, una virtud 
                perfecta y una vida entera, ya que muchos cambios y azares de 
                todo género ocurren a lo largo de la vida, y es posible 
                que el más próspero sufra grandes calamidades en 
                su vejez, como se cuenta de Príamo en los poemas troyanos, 
                y nadie considera feliz al que ha sido victima de tales percances 
                y ha acabado miserablemente.
                
              10.
                Constancia de la felicidad
                Nuestra definición permite resolver el problema de Solón: 
                ¿Hay que esperar al final de la vida para poder decir si 
                uno ha sido feliz?
                
                Entonces, ¿no hemos de considerar feliz a ningún 
                hombre mientras viva, sino que será necesario, como dice 
                Solón, ver el fin de su vida? ¿Y si hemos de establecer 
                tal condición, ¿es acaso feliz después de 
                la muerte? Pero ¿no es esto completamente absurdo, sobre 
                todo para nosotros que decimos que la felicidad consiste en alguna 
                especie de actividad? Pero si no llamamos feliz al hombre muerto 
                --tampoco Solón quiere decir esto, sino que sólo 
                entonces se podría considerar venturoso un hombre por estar 
                libre ya de los males y los infortunios--, también eso 
                sería objeto de discusión, pues parece que para 
                el hombre muerto existen también un mal y un bien, como 
                existen, asimismo, para el que vive, pero no es consciente de 
                ello, por ejemplo honores, deshonras, prosperidad e infortunio 
                de sus hijos y de sus descendientes en general. Sin embargo, esto 
                presenta también una dificultad, pues si un hombre ha vivido 
                una vida venturosa hasta la vejez y ha muerto en consonancia con 
                ello, muchos cambios pueden ocurrir a sus descendientes, y así 
                algunos de ellos pueden ser buenos y alcanzar la vida que merecen, 
                y otros lo contrario; porque es evidente que a los que se aparten 
                de sus padres les puede pasar cualquier cosa. Sería, sin 
                duda, absurdo si el muerto cambiara también con sus descendientes 
                y fuera, ya feliz, ya desgraciado; pero también es absurdo 
                suponer que las cosas de los hijos en nada ni en ningún 
                momento interesan a los padres.
                
                La felicidad de hoy no queda condicionada 
                por las eventualidades del mañana
                
                Pero volvamos a la primera dificultad, ya que quizá por 
                aquello podamos comprender también lo que ahora indagamos. 
                Pues si debemos ver el fin y, entonces, considerar a cada uno 
                venturoso no por serlo ahora, sino porque lo fue antes, ¿cómo 
                no es absurdo decir que, cuando uno es feliz, en realidad, de 
                verdad, no lo es por no querer declarar felices a los que viven, 
                a causa de la mudanza de las cosas, y por no creer que la felicidad 
                es algo estable, que de ninguna manera cambia fácilmente, 
                sino que las vicisitudes de la fortuna giran sin cesar en torno 
                a ellos? Porque está claro que, si seguimos las vicisitudes 
                de la fortuna, llamaremos al mismo hombre tan pronto feliz como 
                desgraciado, representando al hombre feliz como una especie de 
                camaleón y sin fundamentos sólidos. Pero en modo 
                alguno sería correcto seguir las vicisitudes de la fortuna, 
                porque la bondad o maldad de un hombre no dependen de ellas, aunque, 
                como dijimos, la vida humana las necesita; pero las actividades 
                de acuerdo con la virtud desempeñan el papel principal 
                en la felicidad, y las contrarias, el contrario.
                
                La constancia de la virtud, garantía 
                de constancia para la felicidad 
                
                Este razonamiento viene confirmado por lo que ahora discutíamos. 
                En efecto, en ninguna obra humana hay tanta estabilidad como en 
                las actividades virtuosas, que parecen más firmes, incluso, 
                que las ciencias; y las más valiosas de ellas son más 
                firmes, porque los hombres virtuosos viven sobre todo y más 
                continuamente de acuerdo con ellas. Y ésta parece ser la 
                razón por la cual no las olvidamos. Lo que buscamos, entonces, 
                pertenecerá al hombre feliz, y será feliz toda su 
                vida; pues siempre o preferentemente hará y contemplará 
                lo que es conforme a la virtud, y soportará las vicisitudes 
                de la vida lo más noblemente y con moderación en 
                toda circunstancia el que es verdaderamente bueno y «cuadrilátero, 
                sin tacha». 
                
                Sólo las grandes desgracias 
                pueden atenuar la felicidad
                
                Pero, como hay muchos acontecimientos que ocurren por azares de 
                fortuna y se distinguen por su grandeza o pequeñez, es 
                evidente que los de pequeña importancia, favorables o adversos, 
                no tienen mucha influencia en la vida, mientras que los grandes 
                y numerosos harán la vida más venturosa (pues por 
                su naturaleza añaden orden y belleza y su uso es noble 
                y bueno); en cambio, si acontece lo contrario, oprimen y corrompen 
                la felicidad, porque traen penas e impiden muchas actividades. 
                Sin embargo, también en éstos brilla la nobleza, 
                cuando uno soporta con calma muchos y grandes infortunios, no 
                por insensibilidad, sino por ser noble y magnánimo.
                Así, si las actividades rigen la vida, como dijimos, ningún 
                hombre venturoso llegará a ser desgraciado, pues nunca 
                hará lo que es odioso y vil. 
                
                El virtuoso puede sacar provecho, 
                incluso, de los mayores contratiempos
                
                Nosotros creemos, pues, que el hombre verdaderamente bueno y prudente 
                soporta dignamente todas las vicisitudes de la fortuna y actúa 
                siempre de la mejor manera posible, en cualquier circunstancia, 
                como un buen general emplea el ejército de que dispone 
                lo más eficazmente posible para la guerra, y un buen zapatero 
                hace el mejor calzado con el cuero que se le da, y de la misma 
                manera que todos los otros artífices. Y si esto es así, 
                el hombre feliz jamás será desgraciado, aunque tampoco 
                venturoso, si cae en los infortunios de Príamo. Pero no 
                será inconstante ni tornadizo, pues no se aparará 
                fácilmente de la felicidad, ni por los infortunios que 
                sobrevengan, a no ser grandes y muchos, después de los 
                cuales no volverá a ser feliz en breve tiempo, sino, en 
                todo caso, tras un periodo largo y duradero, en el que se haya 
                hecho dueño de grandes y hermosos bienes.
                
                ¿Qué nos impide, pues, llamar feliz al que actúa 
                de acuerdo con la vida perfecta y está suficientemente 
                provisto de bienes externos no por algún periodo fortuito, 
                sino durante toda la vida? ¿O hay que añadir que 
                ha de continuar viviendo de esta manera y acabar su vida de modo 
                análogo, puesto que el futuro no nos es manifiesto, y establecemos 
                que la felicidad es fin y en todo absolutamente perfecta? Si esto 
                es así, llamaremos venturosos entre los vivientes a los 
                que poseen y poseerán lo que hemos dicho, o sea, venturosos 
                en cuanto hombres. Y sobre estas cuestiones baste con lo dicho.
               
              11.
                La felicidad de los muertos y la buena o mala suerte de los descendientes
                Una dificultad secundaria: ¿la felicidad del hombre está 
                sujeta a vicisitudes tras de la muerte?
                
                En cuanto a que la suerte de los descendientes y de todos los 
                amigos no contribuya en nada a la situación de los muertos, 
                parece demasiado hostil y contrario a las opiniones de los hombres. 
                Pero, puesto que son muchas y de muy diversas maneras las cosas 
                que suceden, y unas nos tocan más de cerca que otras, discutir 
                cada una de ellas seria una tarea larga e interminable, y quizá 
                sea suficiente tratarlo en general y esquemáticamente. 
                Ahora bien, de la misma manera que de los infortunios propios 
                unos tienen peso e influencia en la vida, mientras que otros parecen 
                más ligeros, así también ocurre con los de 
                todos los amigos. Pero ya que los sufrimientos que afectan a los 
                vivos difieren de los que afectan a los muertos, mucho más 
                que los delitos y terribles acciones que suceden en la escena 
                difieren de los que se presuponen en las tragedias, se ha de concluir 
                que existe esta diferencia, o quizá, más bien, que 
                no se sabe si los muertos participan de algún bien o de 
                los contrarios. Parece, pues, según esto, que si algún 
                bien o su contrario llega hasta ellos es débil o pequeño, 
                sea absolutamente sea con relación a ellos; y si no, es 
                de tal magnitud e índole, que ni puede hacer felices a 
                los que no lo son ni privar de su ventura a los que son felices. 
                Parece, pues, que la prosperidad de los amigos afecta de algún 
                modo a los muertos, e igualmente sus desgracias, pero en tal grado 
                y medida que ni pueden hacer que los felices no lo sean ni otra 
                cosa semejante.
              12.
                La felicidad, valiosa pero no objeto de no de alabanza
                El estudio de la felicidad requiere previamente el de la virtud
                
                Examinadas estas cuestiones, consideremos si la felicidad es una 
                cosa elogiable o, más bien, digna de honor; pues está 
                claro que no es una simple facultad. Parece, en efecto, que todo 
                lo elogiable se elogia por ser de cierta índole y por tener 
                cierta referencia a algo; y así elogiamos al justo y al 
                viril, y en general al bueno y a la virtud por sus acciones y 
                sus obras, y al robusto y al ágil, y a cada uno de los 
                demás por tener cierta cualidad natural y servir para algo 
                bueno y virtuoso. Esto es evidente también cuando elogiamos 
                a los dioses, pues aparece como ridículo asimilarlos a 
                nosotros, y esto sucede porque las alabanzas se refieren a algo, 
                como dijimos. 
                
                La felicidad no admite valoraciones 
                morales
                
                Y si la alabanza es de tal índole, es claro que de las 
                cosas mejores no hay alabanza, sino algo mayor y mejor. Y éste 
                parece ser el caso, pues de los dioses decimos que son bienaventurados 
                y felices, y a los más divinos de los hombres los llamamos 
                bienaventurados.
                Hay dos clases de bienes. Unos que son fin en sí mismos, 
                y otros que son bienes instrumentales, es decir, que buscamos 
                a causa de otras cosas. A éstos los alabamos, a los primeros 
                los honramos, como a los dioses que son fin en sí mismos.
                Y así también respecto de los bienes, porque nadie 
                elogia la felicidad corno elogia lo justo, sino que la ensalza 
                como algo más divino y mejor. Y parece que Eudoxo, con 
                razón, sostuvo la excelencia del placer, pues pensaba que 
                el hecho de no ser elogiado, siendo un bien, indicaba que era 
                superior a las cosas elogiables, del mismo modo que Dios y el 
                bien, pues las otras cosas están referidas también 
                a éstas. 
                
                La virtud sí admite valoraciones 
                morales
                
                Porque el elogio pertenece a la virtud, ya que por ella los hombres 
                realizan las nobles acciones, mientras que el encomio pertenece 
                a las obras tanto corporales como anímicas. Pero, quizá, 
                la precisión en estas materias es más propia de 
                los que se dedican a los encomios; pero, para nosotros, es evidente, 
                por lo que se ha dicho, que la felicidad es cosa perfecta y digna 
                de ser alabada. Y parece que es así también por 
                ser principio, ya que, a causa de ella, todos hacemos todas las 
                demás cosas, y el principio y la causa de los bienes lo 
                consideramos algo digno de honor y divino.
                
              13.
                El alma, sus partes y sus virtudes
                El estudio de la felicidad requiere previamente el de la virtud
                
                Puesto que la felicidad es una actividad del alma de acuerdo con 
                la virtud perfecta, debemos ocuparnos de la virtud, pues tal vez 
                investigaremos mejor lo referente a la felicidad. Y parece también 
                que el verdadero político se esfuerza en ocuparse, sobre 
                todo, de la virtud, pues quiere hacer a los ciudadanos buenos 
                y sumisos a las leyes. Como ejemplo de éstos tenemos a 
                los legisladores de Creta y de Lacedemonia y los otros semejantes 
                que puedan haber existido. Y si esta investigación pertenece 
                a la política, es evidente que nuestro examen estará 
                de acuerdo con nuestra intención original. Claramente es 
                la virtud humana que debemos investigar, ya que también 
                buscábamos el bien humano y la felicidad humana. 
                
                El estudio de la virtud requiere 
                previamente el del alma
                
                Llamamos virtud humana no a la del cuerpo, sino a la del alma; 
                y decimos que la felicidad es una actividad del alma. Y si esto 
                es así, es evidente que el político debe conocer, 
                en cierto modo, los atributos del alma, como el doctor que cura 
                los ojos debe conocer también todo el cuerpo, y tanto más 
                cuanto que la política es más estimable y mejor 
                que la medicina. Ahora bien, los médicos distinguidos se 
                afanan por conocer muchas cosas acerca del cuerpo; así 
                también el político ha de considerar el alma, pero 
                la ha de considerar con vistas a estas cosas y en la medida pertinente 
                a lo que buscamos, pues una mayor precisión en nuestro 
                examen es acaso demasiado penoso para lo que nos proponemos.
                
                Las partes del alma: lo racional 
                y lo irracional
                
                Algunos puntos acerca del alma han sido también suficientemente 
                estudiados en los tratados exotéricos, y hay que servirse 
                de ellos; por ejemplo, que una parte del alma es irracional y 
                la otra tiene razón. Nada importa para esta cuestión 
                si éstas se distinguen como las partes del cuerpo y todo 
                lo divisible, o si son dos para la razón pero naturalmente 
                inseparables, como lo convexo y lo cóncavo en la circunferencia. 
                
                
                La función vegetativa, común 
                a todos los vivientes
                
                De lo irracional, una parte parece común y vegetativa, 
                es decir, la causa de la nutrición y el crecimiento; pues 
                esta facultad del alma puede admitirse en todos los seres que 
                se nutren y en los embriones, y ésta misma también 
                en los organismos perfectos, pues es más razonable que 
                admitir cualquier otra. Es evidente, pues, que su virtud es común 
                y no humana; parece, en efecto, que en los sueños actúa 
                principalmente esta parte y esta facultad, y el bueno y el malo 
                no se distinguen durante el sueño. Por eso, se dice que 
                los felices y los desgraciados no se diferencian durante media 
                vida. Esto es normal que ocurra, pues el sueño es una inactividad 
                del alma en cuanto se dice buena o mala, excepto cuando ciertos 
                movimientos penetran un poco y, en este caso, los sueños 
                de los hombres superiores son mejores que los de los hombres ordinarios. 
                Pero basta de estas cosas, y dejemos también de lado la 
                parte nutritiva ya que su naturaleza no pertenece a la virtud 
                humana.
                
                Pero parece que hay también otra naturaleza del alma que 
                es irracional, pero que participa, de alguna manera, de la razón. 
                Pues elogiamos la razón y la parte del alma que tiene razón, 
                tanto en el hombre continente como en el incontinente, ya que 
                le exhorta rectamente a hacer lo que es mejor. Pero también 
                aparece en estos hombres algo que por su naturaleza viola la razón, 
                y esta parte lucha y resiste a la razón. Pues, de la misma 
                manera que los miembros paralíticos del cuerpo cuando queremos 
                moverlos hacia la derecha se van en sentido contrario hacia la 
                izquierda, así ocurre también con el alma; pues 
                los impulsos de los incontinentes se mueven en sentido contrario. 
                Pero, mientras que en los cuerpos vemos lo que se desvía, 
                en el alma no lo vemos; mas, quizá, también en el 
                alma debemos considerar no menos la existencia de algo contrario 
                a la razón, que se le opone y resiste. (En qué sentido 
                es distinto no interesa.) Pero esta parte también parece 
                participar de la razón, como dijimos, pues al menos obedece 
                a la razón en el hombre continente, y es, además, 
                probablemente más dócil en el hombre moderado y 
                varonil, pues todo concuerda con la razón. 
                
                La función apetitiva
                
                Así también lo irracional parece ser doble, pues 
                lo vegetativo no participa en absoluto de la razón, mientras 
                que lo apetitivo, y en general lo desiderativo, participa de algún 
                modo, en cuanto que la escucha y obedece; Y así, cuando 
                se trata del padre y de los amigos, empleamos la expresión 
                «tener en cuenta», pero no en el sentido de las matemáticas. 
                Que la parte irracional es, en cierto modo, persuadida por la 
                razón, lo indica también la advertencia y toda censura 
                y exhortación. Y si hay que decir que esta parte tiene 
                razón, será la parte irracional la que habrá 
                que dividir en dos: una, primariamente y en sí misma; otra, 
                capaz sólo de escuchar a la razón, como se escucha 
                a un padre.
                
                División de las virtudes 
                según las partes del alma
              
                También la virtud se divide de acuerdo con esta diferencia, 
                pues decimos que unas son dianoéticas y otras éticas 
                , y, así, la sabiduría, la inteligencia y la prudencia 
                son dianoéticas, mientras que la liberalidad y la moderación 
                son éticas. De este modo, cuando hablamos del carácter 
                de un hombre, no decimos que es sabio o inteligente, sino que 
                es manso o moderado; y también elogiamos al sabio por su 
                modo de ser, y llamamos virtudes a los hábitos dignos de 
                elogio.
               
              