SADE: 
                UNA APROXIMACIÓN
                
                
              
               
              Mi 
                manera de pensar, decís, no puede ser aprobada. ¡Pues, 
                qué me importa! ¡Bastante loco es quien adopta una 
                manera de pensar como la de los demás! Mi manera de pensar 
                es el fruto de mis reflexiones; está implicada en mi existencia, 
                en mi organización. No soy dueño de cambiarla; y 
                aunque pudiera no lo haría. Esa manera de pensar que vos 
                censuráis es el único consuelo de mi vida; alivia 
                mis penas en prisión, constituye todos mis placeres en 
                el mundo y la quiero más que a mi vida. No es en absoluto 
                mi manera de pensar la que ha hecho mi desgracia; es la de los 
                otros.
              D.A.F. 
                SADE, Carta a Mme. de Sade, principios de noviembre de 1783
              Eso 
                que Sade (1740-1814) llama "mi manera de pensar", generalmente 
                se ha denominado "perversión sexual" o, sencillamente, 
                "sadismo". El sadismo o "erotización del 
                dolor provocado", según rezan los manuales de psiquiatría, 
                es sin embargo mucho más que una enfermedad o un síntoma 
                enfermizo: tal vez sea una manera (perversa) de entender la vida. 
                Y Sade es bastante más que un libertino aunque comparta 
                con ellos algunos puntos cardinales (la afirmación de la 
                libertad absoluta de los individuos, la revuelta contra Dios, 
                la desesperación, la pasión por romper cualquier 
                límite). Este texto pretende ayudar, seguramente sin acabar 
                de lograrlo, a reflexionar sobre una pregunta: ¿Por qué 
                Donatien-Alphonse-François de Sade, sigue siendo un personaje 
                al mismo tiempo repugnante y fascinante? O, yendo más allá: 
                ¿por qué nos fascina lo que nos repugna?
              Maurice 
                Lever inicia su libro: "Que suis-je à present...? 
                Sade et la Révolution" (1998) con unas frases que 
                no dejas lugar a duda: 
              "Ningún 
                escritor posee menos que Sade el gusto por la teoría. Nadie 
                está más alejado que él del espíritu 
                de sistema. Nada se opone más a sus intenciones que la 
                institución, cuando pretende regir las sociedades humanas. 
                Rebelde a todo cuerpo doctrinal, sea filosófico, moral, 
                social o religioso, el autor de JUSTINE manifiesta la misma repugnancia 
                respeto a lo político. Paradójicamente, es el erotismo, 
                y sólo eso, lo que logra suscitar en él ese sentido 
                del orden que rechaza categóricamente en cualquier otro 
                lugar".
              Es 
                precisamente esa sensación de estar ante un individuo excesivo 
                lo que obliga a cualquier estudioso de la Ilustración a 
                plantearse su particular respuesta al "enigma Sade" 
                por -al menos- tres razones básicas. Por una parte, Sade 
                obliga a "pensar el mal" no como algo exterior, que 
                nos cae impuesto desde nadie sabe que esferas celestes, sino como 
                un extraño resorte interior que cada uno de los miembros 
                de la sociedad lleva incorporado intrínsecamente, sin que 
                nada pueda evitarlo. Además, Sade permite adentrarnos (más 
                allá de la perversión que su nombre evoca) en el 
                mundo extraño -y ajeno por completo a la bondad- de la 
                relación íntima entre el deseo sexual y el orden 
                político: el sadismo de la política en la época 
                de la técnica (o en la posmodernidad, o como gustéis 
                llamarla...) obliga a leer retrospectivamente opúsculos 
                como FRANCESES, UN ESFUERZO MÁS SI QUEREIS SER REPUBLICANOS, 
                o LOS 120 DIAS DE SODOMA no sólo como la expresión 
                de un exceso (enfermizo pero estrictamente personal) sino como 
                un indicio inquietante del funcionamiento de los mecanismos de 
                poder en general. Finalmente, Sade (situado por cronología 
                al final mismo de la Ilustración) nos obliga a pensar si 
                hay algo en las Luces que desde el primer momento las (o "nos") 
                condenaba al fracaso. La pregunta, inevitable pero inquietante, 
                es la de si la Ilustración nos conduce por su propia lógica 
                interna a un mundo sádico.
              Existen 
                mecanismos intelectuales para intentar obviar las reflexiones 
                a las que nos conduce eso que denominamos "enigma Sade". 
                Son, ciertamente, formas de calmar la mala conciencia, y de imponer 
                distancia entre el personaje y el estudioso (o el lector). Se 
                puede argumentar, por ejemplo, que Sade es un enfermo -y lo es, 
                ciertamente- pero eso no haría más que desplazar 
                la pregunta. Sin embargo hay claves biográficas, que ofrecen 
                también elementos de reflexión tal vez externas 
                a la materialidad de la obra, y que tienen su importancia cuando 
                lo que se pretende es comprender, más que juzgar. 
              En 
                primer lugar, no debiera olvidarse que Sade es, además 
                de un perverso, un puro oportunista político. Se conservan 
                las cartas a su abogado, Reinaud, a inicios de la Revolución, 
                donde se expresa como monárquico, aunque lamenta muy poco 
                la caída de Antiguo Régimen, pero no porque sea 
                un sistema injusto sino porque "me ha hecho muy desgraciado". 
                Sade siempre fue un monárquico, aunque en un cierto momento 
                le convenga hacerse llamar "Louis Sade" pues ello le 
                permite buscar más fácilmente su lugar como el hombre 
                de letras que siempre quiso ser. Cabe recordar que a finales de 
                1790 formó parte de la "Sociedad de Amigos de la Constitución 
                Monárquica", con su pariente el conde de Clermont-Tonnerre 
                y que su desprecio hacia las masas ("la canalla") es 
                inmenso. Aunque, si bien se piensa no hay nada más estructuralmente 
                monárquico que el sadismo, en la medida que es una variante 
                del comportamiento despótico y perverso. 
              El 
                mito de un Sade republicano desenfoca al personaje histórico. 
                Él era, estructuralmente, un nihilista: ni creyó 
                en la moral cristiana, ni (menos aún) en la moral republicana, 
                que le parecía un puro calco o una adaptación oportunista 
                de la anterior. Si Sade es monárquico eso se debe también 
                -además de inevitables cuestiones de origen familiar y 
                de apellido- al hecho de que su modelo político tiene un 
                mucho de biológico y la monarquía le parece el sistema 
                más natural, en la medida que es natural (ergo, correcto 
                y no sólo inevitable) que el pez grande se coma al chico. 
                En la HISTORIA DE JULIETA (cuarta parte), Sade declara que: "El 
                reino de las leyes es vicioso" y eso vale para cualquier 
                tipo de institución. Pero -no se olvide- la monarquía 
                comparte con la anarquía el hecho de no es un régimen 
                institucional, sino estrictamente arbitrario y biológico. 
                Los reyes desde siempre se fabrican en la cama -nadie los elige- 
                o llegan a serlo a través del asesinato (magnicidio); y 
                a Sade la institución monárquica le fascina profundamente, 
                en la medida que le obsesiona lo biológico de la política. 
                
              Sade 
                fue tan ateo en política como en religión y cuando 
                se prescinde de ese hecho, simplemente, no se le entiende. Nada 
                hay más contrario al pensamiento sadiano que la esperanza. 
                El hecho primordial que constituye al mundo es la agresión. 
                La monarquía, por ser brutal, nos lleva al Estado de Naturaleza; 
                pero Sade -que habitualmente en sus obras confunde a Rousseau 
                con Voltaire- no se engaña sobre este particular: el Estado 
                de Naturaleza nada tiene de bondadoso ni de ingenuo. Como dice 
                Dolmancé en LA FILOSOFÍA EN EL TOCADOR: "la 
                crueldad es el primer sentimiento que imprime en nosotros la naturaleza". 
                O, si se prefiere decirlo así, el Estado de Naturaleza 
                en Sade es, sencillamente, el crimen. 
              Si 
                Sade está contra la política institucional no es 
                exclusivamente porque él sea un erótico perverso. 
                No debiera olvidarse que, además, conoce muy profundamente 
                el aspecto más patético de las cárceles francesas 
                (de las que ha sido casi inquilino perpetuo), la crueldad del 
                suplicio, la venalidad de los jueces y el cinismo de las detenciones 
                arbitrarias de, que destrozan a tantos de por vida. El marqués 
                jamás dejó de ser un prisionero, no sólo 
                por razones políticas sino también por su psicología 
                profunda. La denuncia del orden absurdo e impuesto (la disciplina 
                arbitraria, el trabajo que sólo pretende "matar" 
                el tiempo, etc.) aparece repetidamente en sus obras y es obvio 
                que la ha vivido en sus propias carnes, en la experiencia carcelaria, 
                pero jamás llega a formular ninguna alternativa -y mucho 
                menos, liberadora. Como tantos revolucionarios frustrados -si 
                la expresión "revolucionario frustrado" no es 
                redundante- él sabe perfectamente lo que no quiera, aunque 
                no sepa lo que, realmente, quiere.
              Tampoco 
                debiera obviarse la influencia del padre en la obra sadiana. Jean-Baptiste 
                François Joseph de Sade (1702-1767) marcó a fuego 
                -sin necesidad de acudir a tópicos psicoanalíticos- 
                la personalidad de su hijo. Había sido el típico 
                voluptuoso de la corte de Luis XV (amante de Mlle. du Charolais, 
                de la princesa de Condé o de Mme de Luxemburg, entre otras) 
                que, a cierta edad, dio en retirarse a sus tierras de Provenza, 
                a repintar sus blasones y a escribir textos de moral y apuntes 
                sobre temas diversos que su hijo guardó toda la vida y 
                que, al parecer, tenía en gran estima. Los trabajos de 
                Maurice Lever, exhumando los "Papeles de Familia", nos 
                muestran que el ambiente donde nace y crece el futuro pornógrafo 
                era ya -estructuralmente- "sádico". Montesquieu 
                describe también a Jean-Baptiste como un tipo ridículo, 
                obsesionado por mantener costumbres que creía feudales, 
                y en cuya casa de París se padecía un frío 
                del demonio por pura avaricia del dueño. 
              Jean-Baptiste 
                no es otra cosa que un topicazo constante capaz de escribir frases 
                tan rimbombantes y nimias como: "gozo de una cosa que los 
                reyes no pueden dar, pues no poseen, la libertad". Ese será 
                el tipo de escritura sadiana. Pero hay muchos otros elementos 
                "de familia" en Sade: la obsesión por moralizar 
                sin venir a cuento, la negación -por vulgar- de todo pragmatismo, 
                el desprecio hacia el poder político considerado como una 
                intolerable intromisión en la vida privada, el modelo de 
                los Antiguos -y de su valor supuesto- exaltado por encima de cualquier 
                modernidad... todo eso lo encuentra Sade en su círculo 
                familiar. No por nada la famosa Lauretta de Sade (celebrada por 
                Petrarca) era una de sus antepasadas medievales. Esa idea de desprecio 
                intelectual -y fáctica- hacia la costumbre, una concepción 
                profundamente arraigada en lo pasional, no es, en modo alguno, 
                revolucionaria, sino producto de su educación feudal -y 
                ya perfectamente anacrónica en tiempos de Luís XV.
              Finalmente, 
                no puede obviarse que Sade jamás escribió, en sentido 
                estricto, ningún texto filosófico aunque, implícitamente, 
                la cuestión de la ley se sitúa en el centro mismo 
                de casi todos sus libros. En positivo, sobre el tema de la justicia 
                y la ley, Sade no va más allá de Beccaria. Para 
                él el objetivo de la ley no es castigar el crimen (quia 
                pecatum est) sino prevenirlo. Si en su actividad política 
                defiende -y en ello se mantuvo siempre perfectamente firme- que 
                hay que erradicar la pena de muerte es porque la cree ineficaz, 
                pero no sólo políticamente. De hecho vivir es ya, 
                por si mismo, estar condenado a la pena de muerte. Que la administre 
                el Estado es una ordinariez, que sólo prueba, por si hiciese 
                falta, el carácter teológico de la dominación 
                estatal. Sade ha sido además víctima personal tanto 
                del terror (en las cárceles) como del Terror en mayúsculas 
                (es decir, del periodo histórico robespierrista). Pero 
                ello no le lleva a engaño: habrá leyes en todas 
                partes, e incluso en el castillo de Silling de LOS CIENTO VEINTE 
                DÍAS DE SODOMA, donde los cuatro amigos: "trabajaron 
                en un código de leyes" que fue firmado y comunicado 
                a los prisioneros esclavizados. En otras palabras: incluso las 
                orgías necesitan un orden para maximizar el placer. Incluso 
                la institución del crimen ha de dotarse de una serie de 
                prohibiciones, cuya violación se sanciona sin piedad. Nada 
                tiene que ver el Sade de sus textos con el que imaginaron los 
                surrealistas Sade tiene una auténtica pasión por 
                el orden. Para decirlo con Huges Chalon: 
              Las 
                sociedades libertinas son sociedades de orden en que la crueldad 
                se da sus propias leyes y se erige en sistema. 
                
                Lo que da que pensar filosóficamente es que, en la narración 
                sadiana, la supuesta aspiración (atea) al gozo absoluto 
                y a la liberación del cuerpo se ve contrarestada por la 
                clausura, por el miedo y por la brutalidad del poder, asfixiante 
                y omnipresente. La racionalización del exceso, su conversión 
                en sistema, el horror de una razón sin piedad se pueden 
                contemplar en Sade como en muy pocos autores de la historia de 
                las ideas. En definitiva, Sade nos cuenta que la liberación 
                nunca puede ser definitiva y que estructuralmente el poder -cualquier 
                poder, lo mismo da- nunca dejará de ocuparnos. Por eso 
                mismo, Sade constituye una lectura decepcionante -en la medida 
                que no admite ningún tipo de esperanza- pero, al mismo 
                tiempo, inevitable cuando parece que nos descubre ese tipo de 
                secretos perversos (no sobre el sexo explícito sino sobre 
                el poder implícito) cuya propia crueldad sirve para hacernos 
                más fuertes. Como decía Sollers, en el famoso nº 
                28 de Tel Quel, usando el rebuscado -y cursi- lenguaje estructuralista:
              Sade, 
                al querer desnudar "razonablemente" hasta en sus raíces 
                la neurosis constituyente de la humanidad, y al no escribir, por 
                lo demás, más que para señalar incansablemente 
                el doblez donde el lenguaje se oculta para nosotros, debe inscribirse 
                bajo el signo de la perversión. 
                
                Lo terrible es que, en Sade, no existe ningún lenguaje 
                no perverso porque no hay -ni habrá jamás- ningún 
                lenguaje que no exprese poder. Para Sade es absurdo cualquier 
                intento de establecer una oposición entre anomalía 
                y norma. Todas las normas están siempre mostrando, estrictamente, 
                que el orden (de cualquier tipo) es un absurdo y que la razón 
                no es más que la otra cara de la anomalía. Por eso 
                mismo, Sade sólo podrá ser comprendido al llevar 
                al extremo los ideales de la Ilustración, y específicamente 
                el programa de Voltaire. Es decir, tomándose en serio las 
                consecuencias de "aplastar al Infame". Allí donde 
                Voltaire creía necesaria la crítica a la religión 
                para extender la racionalidad, Sade observa, y denuncia, que en 
                las Luces lo que realmente ha llegado a producirse es la emergencia 
                de un nuevo tipo de sacralidad: la racionalista.
              Los 
                dos elementos que Sade que merecen ser pensados son, por una parte, 
                su crítica a la religión y, por la otra, su análisis 
                del poder. Eso no quiere decir que tenga razón -más 
                bien al contrario, no la tiene en absoluto. Hay en realidad, ciertamente, 
                formas de religión y modelos de poder que nada tienen que 
                ver con los que Sade describe. Pero cualquier teoría que 
                aspire a una sociedad justa (o, cuanto menos, "decente") 
                debe evitar modos de gobernación despóticos o nihilistas. 
                Y en ese sentido, el fantasma sadiano (o directamente "sádico") 
                de cualquier tipo de poder es algo que debe tenerse siempre presente, 
                ni que sea para intentar conjurarlo. Proscribir una religión 
                o un poder político que nazca del crimen (el común 
                denominador de ambas instituciones, según Sade) constituye 
                una exigencia ética fundamental en cualquier época. 
                Lo que cuenta Sade es una ficción literariamente mal escrita 
                (gimnástica y masturbatoria, para ser más concretos); 
                pero lo que su obra muestra, es decir, la extensión del 
                poder totalitario (que a él le parece maravilloso y a los 
                demás siniestro), podría estar sucediendo perfectamente 
                hoy si la sociedad no se dota de mecanismos para impedirlo. 
              La 
                crítica sadiana a la religión se encuentra perfectamente 
                reflejada en obras breves como el DIÁLOGO ENTRE UN SACERDOTE 
                Y UN MORIBUNDO, redactado en La Bastilla en 1782, o en FRANCESES, 
                UN ESFUERZO MÁS SI QUEREIS SER REPUBLICANOS. Como en cualquier 
                libertino, la "revuelta contra Dios" constituye algo 
                así como el grado cero de su pensamiento. Pero su ateísmo 
                no constituye una cuestión privada, el rechazo individual 
                a la transcendencia, sino que tiene una clara dimensión 
                política. No bastaría, según Sade, una República 
                atea, sino que se necesita una República que -una vez liberados 
                los ciudadanos de la coacción religiosa- también 
                los libere de (estrictamente) cualquier tipo de coacción 
                -sexual incluida, obviamente- pues se trata, simplemente, de extender 
                la libertad de actuar. 
              El 
                manifiesto FRANCESES, UN ESFUERZO MÁS... debe ser leído, 
                según dicen los eruditos, como una sátira de la 
                obsesión robespierista por la pureza moral. Para Sade, 
                la República puritana no sería otra cosa que la 
                expresión, con formas renovadas, de las viejas obsesiones 
                religiosas. La comunidad virtuosa es un espejismo que oculta el 
                hecho primordial y cierto: no ha habido, ni podrá haber 
                República sin violencia y sin insurrección, que 
                son los auténticos motores pasionales de la actividad humana. 
                Aparece, sin embargo un dato sorprendente, que ya advirtió 
                Pierre Klossowski en "Sade, mon prochain": parecería 
                que, una vez superada la coacción religiosa, los hombres 
                debieran vivir libres y felices (eso habían dado por supuesto, 
                en el canon ilustrado, Voltaire o Diderot). Pero ese no es el 
                caso según Sade; aunque de repente mañana todos 
                fuésemos ateos, continuaría vigente el miedo, la 
                coacción, el orden absurdo. El crimen (la muerte del inocente, 
                en sentido estricto) es celebrado tanto por la religión 
                como por el poder político, en cualquier tipo de organización 
                humana (pública o privada) que pudiera ser pensada. El 
                Mal (en mayúsculas) domina el mundo y no cabe pensar un 
                lugar sin su existencia. Lo significativo es ser capaz de verlo 
                cara a cara sin pretender que lo oculten las leyes o la parafernalia 
                racionalista. Pues, como dirá Saint-Fond en la HISTORIA 
                DE JULIETA: 
               
                Sólo cabezas organizadas como las nuestras saben que 
                la humillación de ciertos actos de libertinaje sirve de 
                alimento al orgullo.
              El 
                "derecho a las experiencias prohibidas" es, estrictamente, 
                el derecho a saber la (escondida) verdad sobre un poder que a 
                Sade le parece perpetuo e inevitable, aunque se presente transvestido 
                con nuevos modelos republicanos. La República será, 
                tan solo, una nueva variedad del "movimiento perpetuo": 
                no una era feliz de la humanidad, sino un nuevo acto de la tragedia. 
                
              Lacan 
                propuso ver en Sade una especie de pensamiento complementario 
                al kantiano. (KANT AVEC SADE, - Écrits II). Sin poder seguirle 
                en todos sus extremos, algo hay de cierto en la idea según 
                la cual, Kant al consagrar "la separación irreductible 
                del placer y del deber" realiza un acto sadiano de crueldad, 
                mientras que Sade aporta un (hasta entonces impensable) nuevo 
                imperativo categórico, pues lo incondicionadamente bueno 
                es el placer. La ley, tanto en Kant como en Sade, implica dolor 
                y crueldad asumida, sin embargo, gozosamente. Aquí debemos 
                volver sobre lo expuesto: el problema sadiano no consiste tanto 
                en el hecho de la violencia más o menos gratuita sino en 
                el de la legitimidad de la ley y de la autoridad. 
              En 
                ALINE Y VALCOUR, Zamé resume la empresa en un párrafo 
                muchas veces citado:
              El 
                gran arte sería el de combinar el crimen con la ley, hacer 
                de tal manera que el crimen, el que fuese, sólo ofendiera 
                mediocremente la ley, y que la ley, menos rigida, no se asentase 
                más que un pequeño número de crímenes.
              Y 
                en LA NOUVELLE JUSTINE, Almani explica que:
              El 
                motivo que lleva a entregarme al mal nace en mi del profundo estudio 
                que he hecho de la naturaleza. Cuanto más intento sorprender 
                sus secretos, más la he visto ocupada en dañar a 
                los hombres. Seguidla en todas sus operaciones, no la veréis 
                más que voraz, destructiva y maligna, más que inconsciente, 
                contraria y devastadora. 
              En 
                otras palabras, para Sade sexo y poder no son sino las dos caras 
                del hecho primordial: la extensión del mal y de la violencia 
                (que algunos pretenden domesticar en vano bajo forma de justicia) 
                como elemento fundador de toda cosa viva. A Sade ni siquiera le 
                importa el deseo; lo único que le preocupa es el placer. 
                El deseo sería todavía un concepto demasiado teológico, 
                por transcendente, y lo que él pretende es, estrictamente, 
                hacer imposible cualquier retorno a la idea de Dios. "El 
                libertinaje -dice en LOS 120 DÍAS...- supone principios 
                firmes" y, por lo tanto, sería incompatible con un 
                concepto tan ambiguo y contradictorio como "deseo". 
                El sistema de la agresión constituye así la regla 
                de las relaciones sociales. Lo libertino (lo sádico) es, 
                precisamente, no lamentarlo, sino gozar en la destrucción. 
                Es lo que Hugues Jallon llama la "sed natural de la destrucción" 
                (el sentirse extraño a toda piedad) lo que constituye la 
                prueba suprema del libertinaje. 
              Por 
                eso los hombres sadianos viven (y gozan) solitariamente y nada 
                hay más anónimo y egoísta que la orgía, 
                como nada hay más brutal que el poder despótico 
                (el Terror de Robespierre, o la "lettte de cachet" en 
                el Antiguo Régimen). Gozar es acumular, sin que importe 
                la utilidad de esa acumulación que -estrictamente- para 
                nada sirve, pues no es posible intercambiarla con nadie. En el 
                universo sadiano el "amor" es perfectamente absurdo. 
                Es claro que, como dice algún personaje de JUSTINE, no 
                se puede amar lo que se goza (pues, para Sade, el goce lleva a 
                la destrucción inevitablemente) pero ser un humano es estrictamente 
                buscar, en la soledad disfrazada de comunidad libertina, ese mínimo 
                instante de placer orgulloso. El esquema cristiano de caída 
                y redención es, estrictamente, una falacia antropológica 
                que Sade denuncia continuamente en todas sus obras por dos razones: 
                nada puede "redimir" a la materia (pues nada hay fuera 
                de ella) y -contra la ingenuidad ilustrada -la misma noción 
                de "progreso" no tiene sentido. Eso que Voltaire o Diderot 
                llamarían "progreso" no es más que una 
                forma (perversa) de profundizar en la autodestrucción que 
                es el designio interno de todo lo humano. 7
              Una 
                vieja canción del difunto rumbero catalán "Gato" 
                Pérez dice: "Ebrios de soledad, los amigos se encuentran, 
                se buscan y se sienten". Sade estaría, tal vez, de 
                acuerdo en que la "ebriedad de soledad" constituye la 
                condición humana, pero no vería ningún sentido 
                a la amistad (sólo hay "amigos del crimen" en 
                su obra) ni al encuentro (pues en la clausura de la orgía 
                sadiana nadie encuentra ningún tipo de conocimiento -no 
                es al conocimiento a lo que se aspira en su ficción. Para 
                Sade, todo encuentro es casual. Y sólo se puede gozar en 
                (y desde) el sufrimiento -mejor: desde la vejación- de 
                otro, donde toda amistad se basa en la transgresión consciente 
                y voluntaria de las viejas reglas -pero no, como hemos visto, 
                en la anarquía. Si según Rousseau "sólo 
                los malos están solos", para Sade la soledad, la incomunicación, 
                el egoísmo original, el orden arbitrario y la supremacía 
                del poder absurdo constituye la única realidad de la vida. 
                En definitiva, la bondad no existe o -todavía peor- constituye 
                un prejuicio. Ese descubrimiento no puede ser más que perturbador. 
                Por ello una filosofía política debe empezar estableciendo 
                las condiciones que hagan posible una comunidad en que Sade no 
                pueda tener razón y donde los ideales ilustrados no parezcan 
                ingenuos. Ese es, estrictamente, el reto. 
              BIBLIOGRAFIA: 
                
              R. 
                BARTHES: Sade, Fourier, Loyola.
                H. JALLON: Sade, le corps constituant. 
                P. KLOSSOWSKI: Sade, mon prochain - Le philosophe scélerat.
                M. LEVER: Qui suis-je à present...? Sade et la Révolution 
                francaise
               
              