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EL DEBATE SOBRE EL TOTALITARISMO: ¿EN QUÉ SON SEMEJANTES EL COMUNISMO Y EL NAZISMO?

 

 

Se ha discutido mucho en todo el ámbito de las ciencias sociales si el comunismo es un ‘fascismo rojo’ o si el fascismo es un ‘comunismo pardo’, como ya sugirió el excomunista austríaco Franz Borkenau en un texto fundador: THE TOTALITARIAN ENEMY (Londres, 1940), el libro  que abrió el debate sobre la similitud (o no) entre el sistema soviético y el sistema nazi. Buscar analogías entre fascismo y comunismo fue un tópico de la Guerra Fría (el momento en que se publican los grandes libros de Hannah Arendt, subvencionada por la Fundación Rockefeller), pero ese modelo de análisis decayó con la guerra de Vietnam en la década de 1960 y no se relanzó hasta la publicación (en Francia) de ARCHIPIÉLAGO GULAG (1973), el testimonio de Alexander Solzhenitsyn sobre el universo concentracionario soviético, que logró eclipsar o reorientar la corriente libertaria derivada de Mayo del 68. En cualquier caso comunismo y nacionalsocialismo comparten una fraseología revolucionaria, un uso indiscriminado de la violencia, una voluntad ‘salvífica’ y una retórica basada en la voluntad, la juventud, etc. Hay que entender que el debate sobre la similitud entre fascismo y comunismo no es inocente: para el totalitarismo las ideas son armas y por lo tanto también las comparaciones que se establecen tienen un valor político fundamental.

A nivel académico la comparación entre nacional-socialismo y comunismo ha sido una hipótesis que ha cuajado muy lentamente y que todavía hoy resulta poco compartida, aunque en ámbitos postmodernos se ha ido difundiendo la idea (provinente de Ernst Jünger más que de Heidegger), según la cual ambos sistemas son la translación a la política de un totalitarismo, el de la tecnología, que se ha convertido en el modelo de todas las relaciones humanas en nuestro tiempo. La tesis según la cual cualquier sistema democrático puede llegar a ser totalitario por evolución interna y por la tentación del ‘estado de excepción permanente’, convertido hoy en ‘tatuaje biopolítico’ se desarrolló especialmente en el contexto de la guerra de Irak y la presidencia de Georg Bush II.   

Puestos a buscar puntos de contacto entra los diversos totalitarismos, en 1986-1987, Ernst Nolte provocó un serio escándalo al proponer como hipótesis que el nazismo fue una reacción al bolchevismo. Para decirlo periodísticamente, el Gulag sería la causa y el modelo de Auschwitz. La respuesta iracunda de Habermas cerró el debate pero en falso. Se produjo entonces la llamada ‘querella de los historiadores’. François Furet matizó a Nolte que el comunismo no puede ser considerado como una causa, sino como un antecedente. De hecho, Furet había sido marxista y en cierta manera tenía también un pasado a ‘expiar’, de ahí (para sus adversarios) el acento puesto en conceptos como ‘crimen contra la humanidad’.

En el fondo lo que se debate al comparar nacional-socialismo y comunismo es la singularidad en la inhumanidad del régimen nazi. Bracher, un historiador alemán especialista en el nazismo, respondió también a Nolte sin negar la pertinencia de la comparación, pero pidiendo que no se niegue la singularidad del nazismo. Comparar equivale a poner un signo de ‘igual’, lo que no sería el caso. Esa posición tiene un antecedente ilustre en Raymond Aron, que en su libro DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO (1965) y en textos posteriores, había subrayado dos diferencias esenciales entre ambos regimenes:

1.- El comunismo soviético es un régimen internacionalista, por lo menos formalmente (aunque en la práctica fue una forma de imperialismo eslavo), cuya legitimidad provenía de una revolución clasista y cuyo referente último se halla en el ideal emancipatorio que deriva de las Luces.

En cambio, el nazismo se opone frontalmente al espíritu de la Ilustración, que el comunismo reivindica, denuncia que las libertades democráticas ahogan al pueblo en beneficio de los burgueses desnacionalizados, reivindica la supuesta ‘comunidad originaria’ (racial) y busca los orígenes de la patria en la Edad Media.  

2.- El comunismo conduce al campo de trabajo y tiene la voluntad (absurda) de construir un ‘hombre nuevo’, educado en valores colectivos. Se usa el trabajo (brutal) como pedagogía, para reeducar (?) a los desafectos.

En cambio, el nazismo lleva a la cámara de gas, al exterminio étnico de judíos y  gitanos. Nadie pretende reeducar: es un sistema cerrado (‘noche y niebla’). Del campo de exterminio no se puede salir vivo.

Y podrían añadirse fácilmente por lo menos otras dos características:

3.- Tanto el comunismo como el nacionalsocialismo se proclaman científicos, pero mientras que la ‘ciencia’ del marxismo es la historia, en cambio la ciencia del nazismo es la biología en tanto que ‘ciencia de la raza’ (?). Parece que incluso Rudolf Hess llegó a afirmar que el nazismo es ‘biología aplicada’.

4.- En el comunismo habría es una voluntad de construir por todos los medios: su mito es la sociedad sin clases. En el nacionalsocialismo se trata de destruir para siempre lo que obstaculiza la pureza del origen.

El comunismo no es racista, sino clasista. Un ‘burgués’ teóricamente podría transformarse; en cambio un judío no puede dejar de ser judío por la sencilla razón de que ha nacido judío. La autoafirmación de la raza aria incluye la exterminación de los judíos. De ahí que el nacional-socialismo sea conceptualmente mucho más brutal (incluso) que el comunismo, incluso si ambos usan la violencia étnica. Nunca Stalin se propuso el exterminio sistemático de un grupo étnico, aunque hubiese sido despiadado con algunas minorías nacionales (por ejemplo, con los chechenos). Mientras el comunismo acepta que todos los hombres son iguales (y atribuye la desigualdad a la opresión), para el nazismo estaba fuera de dudas la existencia de una raza superior.

Alain Besançon en PRESENCIA SOVIÉTICA Y PASADO RUSO (1980) no compartía esa reticencia. Pone en paralelo la destrucción de una ‘pseudoclase’ (los kulaks rusos, que no eran un grupo compacto sino los reticentes por razones muy diversas a la colectivización), con la destrucción de una ‘pseudoraza’ (los judíos).

Con la publicación de EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO de Furet y Courtois, el tema se banalizó profundamente convirtiéndose en una especie de debate sobre quién había hecho más muertos — un patético record. Sólo la obertura de los archivos de Moscú con la caída del comunismo permitió trazar un panorama coherente sobre el problema. Pueden darse por probadas claramente tres hipótesis sobre el sistema comunista:

1.- El stalinismo no fue ninguna ‘creación original’ de Koba Stalin, sino que forma parte intrínseca del modelo bolchevique que bebe del Terror en la revolución francesa. Lenin y Trotski (aunque eso no guste a lo trotskistas) fueron tan sanguinarios y terroristas como Stalin –y el terrorismo de Estado fue un sistema usado en la URSS cuando Stalin llevaba incluso decenios muerto.

2.- El sistema comunista se baso en el terror arbitrario. Si algo caracteriza al comunismo fue su absoluto desprecio por cualquier elemento jurídico. Es el gobierno del terror más ciego y absurdo, sin ningún tipo de garantía para los detenidos.

3.- Y por lo demás, es obvio que el comunismo funcionó como un auténtico sistema policíaco de delación. Los archivos están llenos de denuncias tan miserables como perfectamente voluntarias, no forzadas en absoluto. El comunismo no dejó de ser un tipo de comunitarismo radical, no es sólo el miedo lo que lo fundamenta, sino también la adhesión sincera de grandes grupos sociales que depositaron en él la esperanza de un mundo más justo. La delación no tenía, pues, un sentido de mala conciencia sino que podía presentarse como un acto honorable tendente a terminar con las ‘gentes del pasado’.  

Conviene no olvidar que mientras el tiempo histórico del nazismo fue relativamente corto (y en consecuencia no se olvidó nunca la democracia parlamentaria), el tiempo del comunismo fue considerablemente más largo. Como dice Vitali Chentalinski en LOS ARCHIVOS LITERARIOS DEL KGB (1994). «La ideología comunista no era para nosotros algo que viniese del exterior y que se nos impusiese a la fuerza. Estaba profundamente enraizad en nuestra conciencia y se había convertido en una norma general, en regla cotidiana de la vida soviética. Parecía natural y, por tanto, indestructible.» (p.115).

En el comunismo se produce una amalgama de elementos muy antiguos (el comunitarismo agrario de raíz cristiana) y otros modernos (el uso de las tecnologías, porque como dijo Lenin, el comunismo es ‘soviets más electrificación’). En cambio el nacional-socialismo fue claramente contrario a la Ilustración y decididamente arraigado en el tradicionalismo de matriz romántica.

Hay también otra diferencia clara entre nazismo y comunismo soviético: Hitler fue un líder carismático (I. Karshaw), cuya obra y cuyas intenciones resumen el nazismo. Sin Hitler el nazismo no sobrevivía. Y sólo su autoridad podía poner un cierto orden en el conjunto de camarillas e intereses diversos (de grandes grupos industriales, de veteranos, etc.), cuyos métodos eran perfectamente descriptibles. Hay algo de feudal o de clánico en el funcionamiento del aparato nazi.

En cambio el sistema soviético hubiese podido prescindir de Stalin, como él mismo prescindió de tantos bolcheviques. Lo esencial en el comunismo no era el hombre, sino la organización. Su modelo es la máquina y la lógica burocrática que se impone por su eficacia ‘fría’ sobre la lógica ‘cálida’ del clan.

           

     

 

 

 

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