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MÁS SOBRE HEIDEGGER Y EL NAZISMO

 

En un libro no excesivamente original pero relativamente claro, considerando lo que acostumbran a ser los textos de sus coautores, HEIDEGGER, LE NAZISME, LES FEMMES, LA PHILOSOPHIE (París: Fayard, 2010), Alain Badiou y Barbara Cassin han argumentado a propósito del nazismo heideggeriano, que el suyo fue un nazismo de provincias, pequeñoburgués. Este texto de Badiou y Cassin, que se edita reelaborado, debía ser en origen un prólogo a una edición de cartas de Heidegger a su esposa Elfride, vetado incluso ante los tribunales de justicia por el hijo y editor de las obras, Hermann Heidegger, en una maniobra comprensible. No es necesario ser un hijo amantísimo para mantener las cartas personales de cualquier familiar lo más lejos posible de las manos de un par de lacanianos no especialmente inteligentes pero más que sobrados de mala leche. Basta con ser mínimamente prudente para olerse la tostada.  

Dicho esto, hay en el libro un par de aspectos, ya anteriormente recogidos por otros críticos de Heidegger, que convendría no pasar por alto. Badiou y Casin no dejan de suscitar dos cuestiones — tal vez sería mejor decir «un par de prevenciones» — que un lector de Heidegger puede plantearse con buenos motivos cuando se trata de situar la responsabilidad de Heidegger ante el nazismo. En primer lugar, cabe recordar que todos los filósofos tienen una desagradable tendencia a intentar que su filosofía (por no hablar de su «sistema») resulte lo más enciclopédica posible. Como escriben Badiou y Cassin: «cuando se recuerda lo que dijeron Rousseau, Kant o Auguste Comte de las mujeres, Hegel y tantos otros de los africanos, Leibniz o Fichte de los alemanes, Descartes o Malebranche de la física de los sólidos, Aristóteles de los esclavos, Platón de la poesía épica o lírica, o Schopenhauer y santo Tomás de Aquino sobre la sexualidad, no se pide ya a ningún filósofo que sea presentable en todos los aspectos» (pp.8-9). Siendo cierto que todos los filósofos (como todos los científicos y todos los camioneros) se han equivocado de ruta alguna vez, no parece que eso sea lo más relevante de la filosofía. Tal vez resulta posible reducir la historia de la filosofía a la narración de algunas tonterías supuestamente sublimes. Pero ese es un argumento tan cierto como poco productivo. La filosofía, especialmente cuando pretende ser enciclopédica y sistemática, presentándose como ‘ciencia de todas las cosas’, acaba siendo también la destinataria de todos los errores. Pero no sólo hay errores en la filosofía, ni la filosofía se hace sólo a partir de errores.  

Tampoco se puede pedir, a la manera de Nietzsche, que la filosofía de alguien, sea una explicación de su propia vida puesta en conceptos. Ni siquiera la de Nietzsche fue eso. Por otra parte, hay en Heidegger una considerable contradicción entre el aspecto biográfico (el individuo Heidegger con una peripecia vital muy clara) y el alcance que el filósofo Heidegger pretendió dar a su obra. La contradicción entre lo que Heidegger dijo y lo que hizo es constante — nada por cierto que no suceda en la vida de muchos otros pensadores de todos los tiempos.  

Heidegger escribe, para decirlo con Badiou y Cassin, una «prosa planetaria en la provincia alemana» (p. 58 y ss.). Eso le lleva a caer en algunas contradicciones básicas: Heidegger, ciertamente, reflexionó sobre el destino planetario sin salir de su provincia. Se presentaba como el testimonio de la inocencia del camino del bosque pero, a la vez, colaboraba con la máquina brutal del nazismo. También fue un personaje bastante contradictorio en sus relaciones con las mujeres (defensor del matrimonio y a la vez enamoradizo con sus alumnas). Y quiso labrarse una fama de universitario desinteresado, profético y solitario cuando su correspondencia lo muestra dedicado a intrigas universitarias no solo mundanas sino directamente hundidas en la pura abyección. No sólo se comportó de una manera rastrera con Husserl o Jaspers, sino que actuó de forma repugnante en multitud de otros casos con jóvenes profesores a los que hizo literalmente imposible la vida, impidiéndoles el acceso a la cátedra. Desde el punto de vista biográfico, la retórica heideggeriana de la «autenticidad» fue simplemente eso, retórica — y nada tiene que ver con una concepción kantiana del deber.    

Es sabido que el filósofo Heidegger no fue el padre biológico de su hijo pequeño (y editor de las Obras Completas), Hermann Heidegger, que por lo demás lo explicó él mismo: «Nacido en 1920 como hijo legítimo de Martin y Elfride Heidegger, supe por mi madre el día en que cumplí 14 años que mi padre biológico era uno de sus amigos de infancia, el médico Friedel Caesar, fallecido en 1946» (p. 71). Como Heidegger y Elfride contrajeron matrimonio en 1917 es obvio que la pareja no debió estar tan unida como alguna hagiografía se empeñó en hacernos creer. El contexto de las opiniones de Heidegger sobre los judíos y el nazismo pueden entenderse mejor cuando se sitúan en ese ámbito de lo pequeñoburgués, de lo provinciano. Ese punto de miseria provinciana y de altivez germánica un poco cursi es también Heidegger. Lo de «la esencia de la verdad» tiene mucho de persistencia de la retórica en la obra de Heidegger.  

Es difícil no acabar siendo abyecto cuando se participa de un contexto cultural cerrado que lo es en gran medida. Eso no necesariamente impugna una filosofía pero tal vez la enmarca. Incluso el viejo Aristóteles constató que en los humanos las virtudes dianoéticas no siempre coinciden con las de tipo ético. Sin una concepción moral del mundo es difícil que una metafísica pueda funcionar. Y en Heidegger, como bien se sabe, simplemente no hay ningún rastro de ética. Es en la falta de un pathos moral en Heidegger y en su deshumanización de la filosofía, aunque eso no preocupe en absoluto a Badiou y Cassin, donde se puede encontrar la respuesta al problema del nazismo heideggeriano, que en si mismo no sería tan preocupante si no se hallase también disuelto en formas postmodernas del totalitarismo que desprecian la ética considerándola una pura estructura impersonal. Decidir si el pensamiento heideggeriano está manchado definitivamente por su connivencia con un régimen sanguinario, estructuralmente criminal, dice mucho más sobre quien opina que sobre la obra misma de Heidegger.      

PARA SEGUIR PENSANDO :  

Alain BADIOU- Barbara CASSIN: HEDIDEGGER, LE NAZISME, LES FEMMES ET LA PHILOSOPHIE. París: Fayard, 2010.                   

 

NOTAS PARA UN DEBATE EN EL ATENEU BARCELONÈS. Diciembre, 2010. Ramon ALCOBERRO.

  

 

 

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