POSICIÓN  ORIGINAL: De  una manera un tanto irónica (irónica respeto a las tesis de Rawls),  se denomina ‘posición original’ en ética animal la que expresó  William Frankena (1908-1994): «Todos  los seres que son capaces de experimentar placer, dolor, alegría,  sufrimiento, miedo, esperanza, etc. — en suma, que son capaces de  sentir y de tener experiencias conscientes — son dignos de  consideración moral por sí mismos, en la medida en que podemos  tener influencia sobre lo que les suceda, por lo que somos  voluntariamente o por lo que hacemos».   En otras palabras, la cuestión que provoca la reflexión en ética  animal no es si el animal no-humano puede pensar, sino si puede  sufrir (Bentham).  
              «SUJETO  DE UNA VIDA» [Subject-of-a-life]: Concepto elaborado por Tom Reagan, para responder a la tesis de Rawls  para quien no es posible tener derechos si no se pueden tener deberes  (lo que excluiría a los no-humanos del ámbito de la justicia) y,  especialmente, a la opinión del filósofo ambientalista Joel  Feinberg que ya en 1974 afirmó que para tener derechos hay que tener  intereses. Para Reagan, el interés de cualquier animal, humano o no,  es ser «sujeto de una vida». Este derecho sería previo a cualquier  otro deber y lo fundamentaría. En todo caso, la posición de Reagan  es bastante restrictiva, sólo de los mamíferos (y específicamente  de los mamíferos mayores de un año y medio), puede decirse que son  sujetos de una vida.  
              ESPECISMO [Especieismo]: Concepto divulgado  por Peter Singer pero de origen anterior (parece que originado en la  obra del psicólogo Richard D. Ryder en 1970), que por analogía a  ‘racismo’ y ‘sexismo’, designa la discriminación según la  especie. El especismo es un prejuicio que consiste en tomar partido a  favor de los intereses de la propia especie.  
              Los  especistas asignan diferente valor o diferentes derechos a los  animales no-humanos, sólo por el hecho de ser no-humanos. De la  misma manera que la inferioridad de las mujeres se justificaba por el  hecho de ser mujeres, o que la inferioridad de derechos de los negros  se justificaba por el hecho de ser negros (y en ambos casos el hecho  en bruto producía derechos), también la inferioridad de las  especies de animales no-humanos se justifica como una cuestión de  hecho. Ello no niega que haya especistas que proclamen amar mucho a  los animales, de la misma manera que había dueños de esclavos  compasivos y que encontraríamos hombres que se desesperan cuando les  abandona la mujer a quien maltratan.  
              El  especismo es un prejuicio que se inculca en la infancia: libros  infantiles y películas divulgan la imagen de animales felices que  ‘deben’ morir para el consumo humano pero que han tenido una vida  supuestamente plena. Los especistas muchas veces discriminan también  en sus preferencias entre animales: para ello se basan en razones  como la familiaridad (prefieren especies simbólicas como el león,  el águila…), la talla (defienden la ballena, el oso polar...), o  se mueven por criterios estéticos y afectivos (prefieren animales  con un aire infantil, o ‘inocente’). Existe también especismo  religioso (vacas sagradas) o supersticioso (gatos negros), etc.  
              El  especismo atenta al principio moral de imparcialidad: así los  especistas defienden el asesinato de animales no-humanos en  experimentos científicos, cuando detestarían que se asesinase a un  humano y no lamentan la muerte del toro pero lamentarían la de un  torero.  
              IGNORANCIA  VOLUNTARIA: Decisión  de ignorar el sufrimiento de los animales no-humanos para no producir  malestar psicológico o emocional en humanos. La primera causa del  especismo es la ignorancia; tanto sobre el mundo animal como sobre la  manera en que los humanos tratan a los no-humanos. Los medios de  comunicación alientan esa ignorancia, pero los ciudadanos también  prefieren no saber. La ignorancia voluntaria es, como se puso de  manifiesto en el ascenso del nazismo, una de las causas de  degradación de la democracia.  
              DOLOR: El  dolor es una de las características de la vida de todos los  animales, humanos y no-humanos. Pero eso no lo convierte en  moralmente bueno, ni en deseable. Disminuir el dolor y aumentar la  felicidad constituye el objetivo de toda vida moral. Si los animales  (humanos o no), no sufriesen, el problema moral no existiría, pues  todos tendrían una vida dichosa y feliz. El dolor humano se expresa  de forma lingüística y psicológica, por la capacidad que tenemos  de anticipar un hecho futuro (la proximidad de la muerte...). El  dolor de los mamíferos no-humanos es indiscriminado (no puede  distinguir entre si intentan matarlo o capturarlo), por lo que su  terror ante una situación dolorosa puede ser incluso superior al  humano.  En todo caso, es absurdo suponer que los animales no-humanos  no sufren por el simple hecho de que no manifiesten sufrimiento, pues  muchos animales tienen sentidos corporales más complejos que los  nuestros y, además, no disponen de un lenguaje articulado para  expresar el dolor.  
              Ante  el sufrimiento y el dolor los animales no son iguales. El sufrimiento  es directamente proporcional a la complejidad del sistema nervioso. 
              SENSIBILIDAD  ANIMAL: Existe  un cierto consenso en que los derechos animales están vinculados a  la sensibilidad: la lombriz o la esponja no pueden tener el mismo  tipo de derechos que un mamífero porque, sencillamente, su sistema  nervioso es mucho menos complejo y su capacidad para sufrir es, por  lo tanto, menor  
              BIENESTAR  ANIMAL: Es  fundamentar distinguir entre ‘animal welfare’ y ‘animal rights’.  El tema de los ‘derechos animales’ es complejo, pues podría  tratarse de derechos morales o de derechos legales, con un estatuto  diverso en cada caso. Y en todo caso no está claro que un chimpancé  pueda tener ‘derechos humanos’ sin caer en un anacronismo (en  todo caso le corresponden derechos como chimpancé, no como humano).  Por eso el deontologismo básico en temas de animales exige,  simplemente, no explotarlos, no usarlos como instrumentos cuando un  ser vivo es un fin en si mismo. Desde este punto de vista los  defensores de los derechos animales se denominan a sí mismos  ‘abolicionistas’ y usan argumentos utilitaristas y kantianos. La  postura de quienes defienden el bienestar animal [‘animal welfare’]  no debe confundirse con la de quienes reivindican sus derechos. El  welfarismo o movimiento por el bienestar animal es una postura  reformista —o  propia de ‘abolicionistas pacientes’ y básicamente consiste en  la prohibición de ‘hacer sufrir inútilmente’ a un animal; cosa  que de ninguna manera se identifica con ‘no hacerles sufrir’.  Podría existir un sufrimiento útil si las circunstancias lo  requieren.  
              Desde  1979, el movimiento por el bienestar animal defiende las denominadas «cinco libertades»  consensuadas a partir de los trabajos del Farm  Animal Welfare Council británico, que fueron formuladas al principio para los animales de  granja, pero que pueden ampliarse a todos los animales cuya  responsabilidad recae en el hombre. El bienestar animal define  negativamente por cinco características y positivamente por un  derecho; para que se pueda hablar de ‘bienestar animal’ es  preciso: (1) ausencia de hambre y de sed, (2) ausencia de in-confort,  (3) ausencia de dolor, (4) ausencia de heridas y de enfermedad, (5)  ausencia de miedos y de estrés. Positivamente se caracteriza por la  libertad de expresar sus comportamientos naturales.  
               
              