FRAGMENTOS
               
              
               
              1.- EL  CHIVO EXPIATORIO
              En  el seno de cada cultura cada  individuo se siente «diferente» de los demás y concibe las  «diferencias» como legítimas y necesarias. Lejos de ser radical y  progresista, la exaltación actual de la diferencia no es más que la  expresión abstracta de una perspectiva común a todas las culturas.  En cada individuo hay una tendencia a sentirse «más diferente» de  los otros que los demás y, paralelamente, en cada cultura, una  tendencia a imaginarse a sí misma  no sólo como diferente de las  demás sino como la más diferente de todas, porque cada cultura  mantiene en los individuos que la componen este sentimiento de  «diferencia» (cap. 2, p. 33).
                          
              EL  CHIVO EXPIATORIO
                          
              La  diferencia al margen del sistema aterroriza porque sugiere la verdad  del sistema, su relatividad, su fragilidad, su fenecimiento (Cap. 2,  p.33).
                          
              EL  CHIVO EXPIATORIO
                          
              La  conjunción perpetua en los mitos de una víctima muy culpable y de  una conclusión simultáneamente violenta y liberadora sólo puede  explicarse mediante la fuerza extraordinaria del mecanismo del chivo  expiatorio. Esta hipótesis, en efecto, resuelve el enigma  fundamental de cualquier miología: el orden ausente o comprometido  por el chivo expiatorio se restablece o se establece por obra de  aquel que fue el primero en turbarlo. Sí, exactamente así. Es  concebible que una víctima aparezca como responsable de las  desdichas públicas y eso es lo que ocurre en los mitos, al igual que  en las persecuciones colectivas, pero la diferencia reside en que  exclusivamente en los mitos esa misma víctima devuelve el orden, lo  simboliza e incluso lo encarna (Cap. 3, p.60).
                          
              EL  CHIVO EXPIATORIO
                          
              La  mitología es un juego de transformaciones. Lévi-Strauss ha sido el  primero en mostrarlo y su contribución es preciosa. Pero el etnólogo  supone, erróneamente me atrevo a decir yo, que el paso siempre es  posible en cualquiera de los sentidos. Todo se sitúa en el mismo  plano. Nunca se gana o se pierde nada esencial. La flecha del tiempo  no existe.
                          
              Aquí  vemos claramente la insuficiencia de esta concepción. (…)
                          
              El  análisis estructuralista se basa en el principio único de la  oposición binaria diferenciada. Éste principio no permite descubrir  en la mitología la extrema importancia del todos contra uno de la  violencia colectiva. El estructuralismo sólo ve en él una oposición  más y la refiere a la ley común. No concede ninguna significación  especial a la representación de la violencia cuando existe y con  mayor razón cuando no existe. Su instrumento analítico es demasiado  rudimentario para entender lo que se pierde en el transcurso de una  transformación como la que acabo de descubrir (Cap. 6, p.99).
                          
              EL  CHIVO EXPIATORIO
                          
              Nuestros  contemporáneos critican todo eso [mitos y rituales]; condenan  altivamente el orgullo del Occidente moderno, pero es para caer en  una forma de orgullo aún peor. Para no aceptar nuestras  responsabilidades en el mal uso que hacemos de las prodigiosas  ventajas que se nos han concedido, negamos su realidad. Sólo  renunciamos al mito del progreso para recaer en el mito todavía peor  del eterno retorno. Si juzgamos a partir de nuestros sabihondos,  ahora no estamos trabajados por ningún fermento de verdad; nuestra  historia carece de sentido, la misma noción de historia no significa  nada. No existen signos de los tiempos. No vivimos la singular  aventura que creemos vivir. La ciencia no existe, el saber tampoco.   (Cap. 14, p.265).
                          
              
                          
              2.- LA  RUTA ANTIGUA DE LOS HOMBRES PERVERSOS
                          
              Cuando  hablo del chivo expiatorio no estoy pensando en el animal utilizado  para los sacrificios en el famoso rito del Levítico. Empleo la  expresión en el sentido en que corrientemente  se utiliza en torno a las circunstancias políticas, profesionales,  familiares, sin pensar en dicho rito. Esta utilización es moderna y  no aparece, por supuesto, en el Libro de Job. Pero el fenómeno sí  aparece, con una dimensión más atroz. El chivo expiatorio es el  inocente que polariza sobre él el odio universal. Exactamente es  aquello de lo que Job se queja (Cap 1, p. 15).
                          
              LA  RUTA ANTIGUA DE LOS HOMBRES PERVERSOS
                          
              El  misterio de Job se presenta en un contexto que no lo explica, pero  que permite situarlo mejor. El chivo expiatorio es un ídolo roto en  mil pedazos. Ascensión y caída están enlazadas. Se adivina que  tales extremos se tocan, pero aunque no se les pueda interpretar  separadamente, no puede tampoco convertirse al primero en causa del  segundo. Presentamos un fenómeno social mal definido pero real, de  desarrollo no seguro pero probable.
                          
              El  único punto en común entre ambos periodos [su ‘periodo triunfal’  y el ‘glacial invierno’, p.23] es la unanimidad de la comunidad,   en la adoración primero, en el aborrecimiento después. Job es la  víctima de la mudanza masiva y súbita de una opinión pública  visiblemente inestable, caprichosa, carente de toda moderación, No  parece más responsable del cambio de esta multitud que Jesús lo es  de un cambio muy semejante, entre el Domingo de Ramos y el Viernes de  Pasión.
                          
              Para  que se ocasione esta unanimidad en los dos sentidos, debe producirse  un mecanismo mimético en la multitud. Los miembros de la comunidad  se influyen recíprocamente, se imitan unos a otros en la adulación  fanática y, a continuación, en la hostilidad aún más fanática  (Cap 2, p.24).
                          
              LA  RUTA ANTIGUA DE LOS HOMBRES PERVERSOS
                          
              La  carrera del héroe mítico [Edipo] se parece demasiado a la de Job  para como no pensar que tras ambos textos se esconde un solo y único  fenómeno, la metamorfosis del ídolo popular en chivo expiatorio  (Cap. 6, p. 48).
                          
              LA  RUTA ANTIGUA DE LOS HOMBRES PERVERSOS
                          
              Un  mito no es más que esto, esa fe absoluta en la omnipotencia del mal  de la víctima que libera a los perseguidores de sus recíprocas  recriminaciones y, por tanto, forma un solo cuerpo con la fe absoluta  en la omnipotencia de la salvación (Cap. 6, p. 49).
                          
              LA  RUTA ANTIGUA DE LOS HOMBRES PERVERSOS
                          
              El  sufrimiento y la degradación de una víctima, aunque no merecidos,  constituyen entre los hombres un factor de buena conducta, un  principio de edificación moral, un tónico milagroso para el cuerpo  social. El pharmakos se convierte en pharmakon:  la víctima propiciatoria se transmuta en droga maravillosa, temible,  sí, pero capaz de curar, si se suministra en dosis convenientes,  para todas las enfermedades. Si Job quisiera desempeñar dócilmente  su papel transcurrido cierto tiempo, volvería a convertirlo, sin  duda en un gran hombre, quizá una divinidad menor.
                          
              Maldecir  a Job todos juntos es realizar una obra divina, puesto que equivale a  reforzar la armonía del grupo, aplicar un bálsamo soberano a las  llagas de la comunidad (Cap. 11, p.89).
                          
              LA  RUTA ANTIGUA DE LOS HOMBRES PERVERSOS
                          
              Nada  más difícil de resolver en las ciencias de la cultura que el papel  de la analogía. En el siglo XIX se prestaba gran atención a las más  pequeñas analogías. De un limitado número de analogías no  dominadas, se extraían teorías muy generales. Los resultados  decepcionaron forzosamente y en nuestros días la reacción ante esa  decepción ha llegado a su punto álgido. A partir de ese momento, la  desconfianza frente a las analogías es tal que, a veces, se las  ignora. Frente a las más patentes similitudes hay una voluntad  declarada de no extraer la menor conclusión, para evitar que se  repitan las anteriores decepciones. Actitud tan estéril como la  anterior. Acabamos de vivir una época en que el solo hecho de evitar  las analogías se consideraba una especie de progreso científico,  actitud que no nos ha hecho correr los mismos peligros que los abusos  de antaño. Pero, desgraciadamente, no ha conducido, estrictamente, a  nada, y la árida situación actual lo demuestra. Sin un dominio de  las analogías, ninguna teorización etnológica es concebible. Y las  analogías no son superables o eludibles. No se puede vivir durante  mucho tiempo con la ilusión de que el progreso en etnología  consiste en no plantear ya las cuestiones esenciales, en declararlas  no pertinentes, particularmente en el ámbito religioso (Cap. 15,  p.124).
              
                              
                                        
              3.- COSAS  ESCONDIDAS DESDE LA FUNDACIÓN DEL MUNDO
                          
              Para  salir de la violencia se necesita, de toda evidencia, renunciar a la  idea de retribución: hay que renunciar a conductas que siempre han  parecido naturales y legítimas. Nos parece justo por ejemplo,  responder a las buenas conductas con buenas  conductas y a las malas  conductas con malas conductas, pero eso es lo que siempre han hecho  todas las comunidades del planeta, con resultados bien conocidos. Los  hombres se imaginan que para escapar a la violencia les basta con  renunciar a toda iniciativa violenta, pero como nadie cree nunca tomar esa iniciativa, como toda  violencia tiene siempre un carácter mimético, y resulta o cree  resultar de una primera violencia que reenvía a su punto de partida,  esta renuncia no es más que aparente y no puede cambiar nada. La  violencia siempre se percibe como legítima represalia. Es, pues, al  derecho de represalia al que se debe renunciar e incluso a lo que en  muchos casos pasa por legítima defensa. En la medida en que la  violencia es mimética, como nadie se siente responsable de su  primera explosión, solo una renuncia incondicional puede conducir al  resultado deseado. Si haces el bien a quienes te hacen el bien ¿qué  te parecerá? Incluso los pecadores hacen lo mismo. Incluso los  pecadores prestan a los pecadores para recibir lo equivalente. Al  contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin  esperar nada a cambio (Ed. Grasset, 1979, pp.221-222. Trad. R. A.)
                          
              
                          
              4.- LITERATURA,  MÍMESIS Y ANTROPOLOGÍA
                          
              Si  el deseo es mimético por naturaleza, todos los fenómenos  consiguientes deben necesariamente tender a la reciprocidad. Ya en el  nivel del objeto, toda rivalidad tiene un carácter recíproco  cualquiera sea su causa. La reciprocidad intervendrá también en el  nivel del deseo, si cada cual se convierte en obstáculo-modelo para  el otro. El deseo advierte esa reciprocidad. Observa, acumula cada  vez más conocimiento del otro y de sí mismo, pero ese conocimiento  nunca puede romper el círculo de su ‘alienación’. El deseo  trata de escapar a la reciprocidad que descubre. Bajo el efecto de la  violenta rivalidad, tarde o temprano, todo modelo debe cambiarse en  un antimodelo que manifiesta diferencia en lugar de semejanza. Todos  desean romper la reciprocidad, pero esa reciprocidad no hace sino  perpetuase de forma inversa (Cap 3, ‘El crítico del subsuelo’,  p. 55).  
              
                          
              5.- LA  ANOREXIA Y EL DESEO MIMÉTICO
                          
              El  deseo mimético tiene como meta la absoluta delgadez del deslumbrante  ser que alguna otra persona es siempre a nuestros ojos, pero que  nunca conseguimos llegar a ser nosotros mismos, por lo menos a  nuestros propios ojos. Entender el deseo es entender que su  egocentrismo es indiscernible de su altercentrismo.
                          
              Los  estoicos nos dicen que debemos refugiarnos en nosotros mismos, pero  nuestro yo bulímico es inhabitable y eso es precisamente lo que San  Agustín y Pascal descubrieron antaño. Siempre que no tengamos una  meta merecedora de nuestro vacío copiaremos el vacío de los otros y  con ello regeneraremos constantemente el infierno del que intentamos  huir.
                          
              Considerando  lo puritanos y tiránicos que fueron nuestros ancestros, sus  principios religiosos y éticos podían ser desdeñados impunemente:  así ha ocurrido de hecho y los resultados están a la vista. Sólo  dependemos de nosotros mismos. Los dioses que nos dimos los creamos  nosotros en el sentido de que dependían enteramente de nuestro deseo  mimético. De modo que terminamos  reinventando amos aún más  feroces que el Dios cristiano más jansenista. En cuanto violamos el  imperativo de la delgadez sufrimos las torturas del infierno y nos  sometemos a una obligación de ayuno redoblada. Nuestros pecados  están grabados en nuestra carne y debemos expiar hasta la última  caloría mediante una privación más severa que la que cualquier  religión haya impuesto jamás a sus adeptos (p. 26-27).
              
                          
              LA  ANOREXIA Y EL DESEO MIMÉTICO
                          
              La  teoría mimética no es aplicable a todas las relaciones humanas,  pero incluso en las relaciones entre los seres más próximos hay que  ser consciente de los mecanismos que describe. Lo que intento mostrar  es que lo caricaturesco es nuestra época. En la medida en que todos  nosotros participamos de esta exageración, paradójicamente acaba  resultando más difícil de constatar que la normalidad pasada. Ésa  es la paradoja de mi tesis, tal vez exagerada pero creo que  verdadera, y si me obstino en ella es porque creo también que  actualmente la verdad ha dejado de ser verosímil (p. 81).
                          
              
                          
              BIBLIOGRAFÍA:
                          
              .-  El chivo expiatorio,  Barcelona: Anagrama, 1986. Traducción de Joaquín Jordá. 
              .-  La ruta antigua de los hombres perversos,  Barcelona: Anagrama, 1989. Traducción de Francisco Díez del Corral.
                          
              .- Cosas  escondidas desde la fundación del mundo. Paris:  Grasset, 1979. Traducción de Ramon Alcoberro.
                          
              .-  Literatura, mímesis y antropología. Barcelona: Anagrama, 1984. Traducción de Alberto L. Bixio.
                          
              .-  La anorexia y el deseo mimético,  Barcelona: Marbot ediciones, 2008. Traducción de Elisenda Julibert.
               
              