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ENTREVISTA A KONRAD LORENZ

Alain de Benoist

 


 

Alain de BENOIST: Señor profesor, a partir de los primeros trabajos que usted realizó bajo la dirección de Oskar Heinroth y Julian Huxley, la etología adquirió, bajo su influencia propia, un desarrollo considerable. ¿Qué le impulsó a usted a entrar en esa rama, a la sazón absolutamente nueva, de las ciencias de la vida?


Konrad LORENZ: Se puede definir la etología como la aplicación al estudio del comportamiento de todo lo conseguido por la investigación biológica desde Darwin. Por mi parte me interesé en el tema de la evolución desde que contaba diez años de edad. Mis padres eran gente muy liberal, ¡y me permitían criar toda clase de animales en nuestro jardín! Con el dinero que cada semana me daban, incluso compré unos ratoncitos, ¡que luego dejé sueltos en nuestro apartamento! Los pájaros que tenía tampoco los encerraba en una jaula. Por supuesto, todos aquellos animales estaban domesticados, pero vivían en libertad. De esa forma es como empecé a aprender cosas sobre ellos. En esa época yo quería estudiar para ser geólogo, o paleontólogo, pero mi padre quiso que siguiera la carrera médica. Aquello fue algo excelente, porque en la facultad de medicina pude trabar conocimiento con el célebre especialista en anatomía Ferdinand Hofstetter quien, por lo demás, no era solamente un especialista en anatomía comparada, sino a la vez (y lo que es más importante) un especialista en embriología comparada, y ya gracias a él supe que cabía reconstruir el árbol genealógico de las especies a través del estudio del desarrollo ontogenético de los individuos. Ciertamente habría sido mucho más estúpido de cuanto ahora puedo serlo si no hubiese comprendido que ese mismo método podía ser aplicable al comportamiento, ¡y sobre todo a la evolución del comportamiento!

Cuando inicié mis clases en la facultad de medicina, a los dieciocho años, todavía no conocía a Oskar Heinroth, que era entonces, por así decirlo, el ‘embriólogo’ del comportamiento. Pero, al poco, mi amigo Bernard Hellmann encontró un gran libro de Heinroth, DIE VÖGEL MITTELEUROPA, y me lo regaló por mi cumpleaños. Así pude empezar a descubrir… ¡éste fue el descubridor de mis descubrimientos!... Sin saberlo, me unía, efectivamente, a determinadas conclusiones a las que este especialista había llegado diez años antes. Y otro tanto sucedió, en mi caso, respeto de Charles O. Withman, a quien por aquel entonces ni él ni yo conocíamos siquiera. Claro que en cuestiones científicas éste es un fenómeno bastante frecuente. Las grandes ideas se encuentran ya maduras en determinados períodos de tiempo; sólo les queda el germinar, el salir a la luz. Alfred Wallace y Darwin, por ejemplo, llegaron a los mismos resultados, independientemente el uno del otro, pero en el mismo momento. Heinroth tenía un saber auténticamente enciclopédico. La lectura de sus libros me ha ayudado mucho. Ese fue mi punto de partida.


¡QUÉ ESTUPIDEZ!

Alain de BENOIST: En sus trabajos acerca de la agresividad, usted ha establecido el carácter innato de esta pulsión fundamental, pero algunos biólogos y etólogos de la ‘segunda generación’ no comparten semejante punto de vista. Recientemente, durante unas reuniones científicas, habidas en Rueil-Malmaison, se emitió la tesis de que la agresividad no sería más que una respuesta a determinados estímulos, el de la frustración en particular.

Konrad LORENZ: Ahí tenemos un residuo de la vieja fisiología de los reflejos, de la creencia en que el reflejo, condicionado o no, constituye el elemento primitivo de todo comportamiento. Y semejante creencia es falsa. Sólo que todavía quedan hoy gentes que resultan incapaces de liberarse de esa vieja fisiología de los reflejos. En realidad, la cuestión de saber si tal o cual comportamiento es o no espontáneo es un tema superado ya. Todo comportamiento es al mismo tiempo, reactivo y espontáneo. Y ello es válido no solamente para la agresividad, sino también para los impulsos sexuales, las pulsiones de huida, etc.

Yo mismo soy culpable de haber querido reducir era hacia 1935todas las acciones instintivas a reflejos condicionados. Me acuerdo de una gran conferencia que había pronunciado en el Harnackhaus de Berlín. Pues bien, fue con ocasión de dicha conferencia cuando la ‘Kaiser-Wilhelms-Gesellschaft’, la futura sociedad Max Planck, me ‘descubrió’ como miembro potencial. El título de mi exposición científica entonces era éste: ‘La concepción del instinto otrora y actualmente’. Expliqué entonces que todo hacía pensar que los instintos eran espontáneos, pero, al mismo tiempo, defendía yo la teoría según la cual existían cadenas de reflejos condicionados. Mi mujer, que estaba muerta de miedo, se había sentado en la última fila. Justo delante de ella, había un joven que parecía muy entusiasmado con lo que yo decía. Pero cuando al final de la conferencia, declaré que los instintos eran de todos modos esencialmente reactivos, se tapó los ojos con la mano exclamando ‘¡Qué estupidez!’. ¡Ese joven no era otro que Erich von Holst! Vino a verme después de la conferencia, y le bastaron veinte minutos para convencerme de mi error.

Sabe usted, la idea de que la agresividad del hombre no debe ser algo innato es más fuerte que el raciocinio. La vieja teoría de los reflejos es aparentemente satisfactoria y a menudo resulta difícil romper con ella (muy especialmente para quienes, en sus estudios, han sufrido la influencia de C.S. Sherrington). En la base de dicha teoría existe una incomprensión del fenómeno del fundamento fisiológico en todo acto instintivo. Es preciso decir también que, incluso para aquellos actos cuya finalidad biológica estriba en evitar tal o cual situación de estímulo, como la agresividad o la huída que son dos tipos de actividad de evitación (avoidance), no existe un umbral constante. Se trata de un hecho muy curioso. Si son un poco nerviosas, las ocas salvajes pueden salir huyendo en cuanto aperciben la más mínima pluma flotando al viento pero en caso contrario son capaces de quedarse en su sitio incluso cuando un buitre revolotea por las inmediaciones. Hay, pues, un fenómeno de rebajamiento del umbral. En un sistema nervioso complicado es muy difícil disponer de un sistema regulador que produzca un umbral constante. Los reflejos de equilibrio (Stellreflexe) constituyen una excepción, porque el peso del animal, en su caso, continúa más o menos constante; pero de la ausencia de un umbral constante no cabe, evidentemente, concluir que todo acto instintivo sea condicionado.

Alain de BENOIST: ¿Puede decirse, pues, que hay un centro fisiológico para las pulsiones fundamentales, por ejemplo al nivel del hipotálamo? ¿O bien hay que recurrir a lo que Driesch calificaba de ‘causalidad de conjunto’?

Konrad LORENZ: No hay un centro propiamente dicho. Existen haces nerviosos que transmiten unos mensajes cada vez más afinados y significativos. El hipotálamo es sede de una red de ‘canalizaciones’ muy densa, pero no se puede afirmar que exista un centro para la agresividad, otro para la huída, etc. Si así fuera, ello no resultaría ni siquiera inteligente. Una simple lesión en un punto dado destruiría toda una categoría de reacciones, de la misma manera que nosotros podemos destruir ciertas ‘reacciones’ cuando modificamos un circuito telefónico para repararlo. En nuestro cerebro, la ‘reparación’ se hace de otra forma. Y sucede otro tanto con la percepción. Usted no recibe el mensaje de que tiene delante una mancha marrón, dos círculos y una especie de apertura bordeada de rojo, etc. Usted recibe el mensaje de que tiene un ser humano delante. Y si usted le reconoce, ese mensaje le informa, al mismo tiempo, de que el señor De Benoist está sentado ante usted. De igual manera, si se tiene Ud. que levantar, no envía un mensaje a sus músculos abdominales para que estos le ayuden a inclinarse hacia delante, y luego otro mensaje a los cuádriceps para que le empujen y eleven, etc., etc. Usted emite solamente la orden de levantarse, y todo el resto sigue por sí solo. Erich von Holst estaba tan convencido de la distribución más o menos centralizada de las reacciones que ni siquiera trató de localizarlas. Y todos aquéllos que han intentado algo de eso, por otra parte, han terminado fracasando. Von Holst siempre decía: ‘Das is Reizstrom aufwärts von dem…’ o bien ‘Reizstrom abwärts von dem…’, es decir, ‘el estímulo es el que viene de…’, o ‘el estímulo es el que va hacia…’. Todo cuanto cabe afirmar es que existe un flujo de estímulos que sube o baja y, en medio del camino, un punto de concentración, de densidad máxima, donde reside la consciencia.


LA TRADICIÓN CULTURAL

Alain de BENOIST: Ya conoce usted el gran reproche que se le hace a la etología: querer explicar al hombre a través del animal. En el pasado respondió usted a semejante acusación. Por mi parte recuerdo esta cita de Lao Tsé: ‘Todo el animal está en el hombre, pero no todo el hombre está en el animal’. Ahora bien, los críticos no han cesado de insistir en eso ¿Podría usted decirme cómo están las cosas al respecto hoy en día?

Konrad LORENZ: La respuesta es muy simple. Los críticos a que usted hace aquí referencia no me han leído, o bien hacen como si no me entendiesen. Algunos, es verdad, ¡se vuelven tan furiosos al comenzar a leerme que resultan ya incapaces de continuar! … No sólo no sobreestimo yo la parte del animal que está en el hombre, sino que diría, incluso, que son los adversarios de la etología quienes subestiman la diferencia que hay entre el hombre y los animales. A fines de la era terciaria se produjo una verdadera revolución, cuando nuestros antepasados, los gentleman del valle del Omo, llegaron a descubrir el pensamiento conceptual. En esa etapa de la evolución, unas facultades que anteriormente no existían sino aisladas en los animales, se vieron combinadas dentro de un sistema nuevo, el cual desarrolló unas propiedades sistemáticas hasta entonces desconocidas. La percepción de las formas y la facultad de representar el espacio (lo que Wolfgang Köhler ha llamado sus ‘einsichtiges Verhalten’), al combinarse con las facultades de exploración de los jóvenes antropoides, dieron como resultado una actividad enteramente nueva: la actividad conceptual. Ésta tiene unas consecuencias formidables. En efecto, si yo comprendo que mi mano es una cosa tan real como la madera que está tocando, mi aprehensión de esta madera se convierte en mi comprensión y, a partir de ahí, comprendo yo la actividad de mi mano, a la par que la respuesta por mí obtenida cuando noto una forma. Ahora bien, ésta es una facultad que puede ser transmitida: puede convertirse en objeto de la tradición. De ahí, el nacimiento del lenguaje sintáctico, que es muy probablemente cosa inseparable del pensamiento conceptual. Noam Chomsky, como sabe usted, piensa que el lenguaje se desarrolló, no como medio de comunicación, sino como medio de conceptualización. En mi opinión, ambas cosas se desarrollaron mediante una interacción simultánea, cada una, por así decir, apoyándose en la otra.

Se ve, pues, aparecer en el hombre una facultad que antes era inexistente: la tradición acumulativa. De ello procede una especie de herencia socio-cultural de caracteres adquiridos. Antes de la aparición del pensamiento conceptual, solamente el aparato genético era susceptible de retener y retransmitir la información. Pero hete aquí que aparece un nuevo aparato dotado de propiedades idénticas, puesto que hace posible la transmisión y acumulación de las tradiciones. De golpe, en ese ser social que es el hombre, los lazos comunitarios se encuentran reforzados; efectivamente, si usted me explica a mí una idea, yo poseeré tal idea tan perfectamente como usted a partir del instante en que la haya comprendido y asimilado. Tenemos, pues, esta idea en común, y ello nos aproxima. Pero, al mismo tiempo, nosotros nos diferenciamos de este o aquel grupo, que posee otras ideas en común. Desde ese instante, el cerebro del hombre empieza a crecer como un hongo, hasta el punto de que casi podría hablarse aquí de una ‘explosión’. Aparecen entonces las diferentes culturas. Ahora bien, desde el punto de vista de lo biológico, la cultura, la tradición acumulativa cultural, es un fenómeno tan diferente de todo lo que puede constatarse en los demás animales que cabe decir cómo, con el hombre, ha empezado una nueva forma de vida.


Alain de BENOIST: En las sociedades humanas, ¿la cultura se plantea de entrada como herencia?

Konrad LORENZ: La idea de cultura resulta inseparable de la idea de sociedad. Cuando se quiere definir la vida por lo general se recurre a lo que descubrieron Crick y Watson, es decir, a la ‘doble hélice’ del código genético. Este mecanismo de duplicación genética es común a todos los seres vivos pero, en el hombre, disponemos – conforme acabo de decirle antes – de otro mecanismo capaz de asegurar la réplica de la herencia en su dominio propio. Claro está que para realizar un cerebro se precisa, para empezar, una base genética. Si un hombre inventa algo, la flecha y el arco, digamos, desde ese momento no solamente sus hijos, sino el conjunto del grupo étnico al cual pertenece, e incluso, muy probablemente, toda la humanidad, poseerán tales instrumentos; y la posibilidad de que sean olvidados no es superior a la posibilidad de resurrección o de ‘olvido’ para un órgano biológico de similar importancia. La cultura implica la inmortalidad del saber, la real inmortalidad del espíritu.

Y cabe llevar aún más lejos esta comparación. Para que la herencia genética pueda transmitirse es preciso que haya una cierta rigidez en el genomio. Si existen demasiadas mutaciones en una casta, esta raza dará origen a monstruos. Pero también a la inversa, si no hay mutaciones suficientes, se obtendrán unos fósiles vivos, como los dinosaurios o los iguanodontes. Pues lo mismo acontece con la cultura. Como sucede en el dominio de lo genético, hay una interacción entre los factores de conservación, de invarianza, y los factores de mutación. En cada cultura, la vitalidad dependerá del equilibrio entre estas dos clases de factores, en relación al medio.


ARNOLD GEHLEN Y JAKOB VON UEXKÜLL

Alain de BENOIST: A propósito de cultura, hay un autor que usted ha citado a menudo, particularmente en su obra Los siete pecados capitales. Se trata de Arnold Gehlen, quien ha tratado de esbozar las grandes líneas de una ‘antropología filosófica’. Desgraciadamente sus libros no han sido todavía traducidos al francés. ¿Acaso ha jugado este autor un papel clave en la evolución de las ideas de usted?

Konrad LORENZ: Ha tenido un papel muy importante. En mis trabajos encontrará usted muchas ideas que provienen de Gehlen, en particular todo lo que concierne a la Weltoffenheit, la ‘apertura al mundo’, que constituye uno de los principales rasgos distintivos del hombre en relación a los animales. Gehlen piensa que el hombre no está ligado a un medio ambiente dado, y ello quizá suponga una exageración, pero discutiendo juntos el tema nos hemos enseñado mutuamente un montón de cosas. Hay gentes que tienen horror a verse corregidos. Yo no soy de esa índole. Cuando Erich von Holt corrigió mis ideas reflexiológicas le estuve muy reconocido. Con Gehlen ha sido un poco otro tanto. Al criticarnos mutuamente siempre lo hacíamos con una orientación positiva. Gehlen es verdaderamente un ‘descubridor’. Usted sabe que en la actualidad prepara una nueva edición de ‘Die Mensch’. Muchas personas la esperan con impaciencia.

Alain de BENOIST: Cita usted igualmente al biólogo Jakov von Uexküll, quine asimismo es poco conocido en Francia. Usted ha llegado incluso a dedicarle su estudio de 1935 acerca de El compañero en el entorno propio de las aves. Von Uexküll era un adversario de la evolución, pero en cambio su Umweltlehre, sus trabajos acerca del medio ambiente específico, han favorecido el desarrollo de la etología, ¿Qué piensa usted de él?

Konrad LORENZ: Jakov von Uexküll ha sido uno de los grandes genios de la biología moderna. Ha entendido muy bien el fenómeno de la adaptación, lo que él denominaba el kontrapunkt, el ‘contrapunto’, que liga al animal con un entorno dado. Pero efectivamente, rechazaba la evolución. Yo pienso que lo hacía por motivaciones de índole afectiva. Era un barón del Báltico. En la escuela tuvo un profesor de biología materialista y, por reacción, él tomó una postura antievolucionistas. Lo cual no dejó nunca de plantearle problemas. Dado que la adaptación de un animal a su medio ambiente descansa sobre una multitud de pequeños detalles orgánicos, si, al rehusar el hecho de la evolución uno piensa que no ha existido un proceso de adaptación, el único modo de explicar todo esto es postular una armonía preestablecida. Pero los trabajos de von Uexküll muestran precisamente que no existe ninguna clase de armonía preestablecida.

Von Uexküll fue el primero en realizar experimentos sobre la garrapata con señuelos, con engaños. Usted sabe que cuando la garrapata detecta un olor de ácido butírico, emanante de las glándulas sebáceas de la piel de los mamíferos, se deja caer sobre éstos, busca un sitio carente de pelos, hunde la cabeza en la epidermis y se pone ahíta de sangre. Ahora bien, von Uexküll, desde 1921, ha podido demostrar que la garrapata, en las experiencias donde se ha conservado el estímulo, es decir, el olor a ácido butírico, pero donde la epidermis animal es reemplazada por una membrana artificial, absorberá cualquier otra clase de líquido caliente. Y este no podría ser el caso si existiera una armonía establecida.

Al mismo tiempo que propagaba la doctrina antievolucionistas, Jakob von Uexküll realizaba, pues, una serie de experiencias muy inteligentes, que demostraban la falsedad de su criterio anterior. Mi amigo Erich von Holst había comprobado la misma negativa en cuanto a la evolución en el filósofo Nicolas Hartmann. Éste había desarrollado toda una epistemología evolutiva, pero no quería admitir que el hecho de la evolución corroboraba sus propias teorías. Y sucede que Hartmann era también un barón procedente de los países bálticos. Así es que von Holst, hombre de espíritu sumamente cáustico, solía decir: ‘¡Pero si es tan sencillo! ¡Un barón báltico no puede admitir que desciende del mono!’ Y sin duda hay algo de verdad en esa broma suya


UNA VERDADERA INVOLUCIÓN

Alain de BENOIST: En su obra La Agresión: El pretendido mal, usted ha dicho que la selección natural determina la evolución de las culturas, así como también la de las especies. ¿Qué quiere decir con ello?

Konrad LORENZ: Pienso, en efecto que la evolución de las culturas se halla sometida a unos procesos selectivos, y he ahí por qué me siento tan pesimista en la actualidad. Volvamos a la comparación que trazaba yo hace unos momentos. Es obvio que el mecanismo cultural de transmisión de la tradición es algo mucho más frágil que el mecanismo genético de transmisión de la herencia. En cada generación ese mecanismo puede verse falseado, bien sea en el sentido de una excesiva rigidez, bien en el de una variación demasiado fuerte. En el pasado, las oscilaciones entre esas dos tendencias eran de escasa amplitud; se sucedían regularmente y el equilibrio quedaba, de ese modo, más o menos respetado. Pero la amplitud de las oscilaciones se ha ido haciendo, poco a poco, desmesurada. Y estamos actualmente en un periodo de mutación demasiado grande, que se caracteriza por la neofilia, es decir, el gusto de la novedad por la novedad misma, y la desindividualización. De lo cual deriva una verdadera involución, debida al hecho de que tiende a haber más de una cultura. Nos batimos con idénticas armas por doquier en el mundo y nos enfrentamos incluso dentro del mismo mercado internacional haciendo uso de la misma tecnología. Hay en marcha un proceso selectivo que empuja a la humanidad hacia la reducción de las diversidades que existían en su seno; proceso éste que le impone el pensar exclusivamente en términos de eficacia mercantil, etc. Y en esa carrera hacia el futuro, nadie tiene ya tiempo para reflexionar. La tecnocracia tiende a convertir al hombre en una máquina, una máquina manipulable. Los hombres deben ser cada vez más seres ‘iguales’, para poder ser reemplazados con facilidad, como las máquinas, justamente.

Recientemente he leído un libro de Theodore Roszak (1) que me ha impresionado mucho. Roszak muestra que esta involución cultural y social no constituye un fenómeno político, en el sentido clásico del término. Se trata, dice, de un fenómeno observable tanto en el Este como en el Oeste, algo que cabría calificar de metapolítico, y he ahí la razón de que sea tan difícil mostrar que actúa en detrimento de toda la humanidad. Roszak demuestra igualmente que tal proceso, al comienzo por lo menos, puede presentársenos como algo nada horrible, y en cierta forma incluso seductor. La supresión del sufrimiento, la mejora de la suerte de cada cual, la desaparición de impedimentos y limitaciones, la disminución de los motivos de desagrado, etc., todo esto seduce enormemente. Es preciso, sin embargo, mostrar a qué precio deberán ser pagadas tales ventajas. Y eso es justamente lo que yo he intentado hacer en Los ocho pecados capitales.

Esa ideología desindividualizadora es la que yo denomino ‘tecnomórfica’. Trata del hombre en una forma mecánica, en vez de hacerlo de un modo orgánico. Hoy, muchos hombres imaginan que una cosa que no puede ser definida en términos matemáticos, que no puede ser cualificada, es algo que no existe. Tal es el pensamiento reduccionista. Así se crea una humanidad que conoce el precio de todo y el valor de nada. Y lo más triste es que numerosos pensadores se ven, de ese modo, impulsados a identificar el reduccionismo con cualquier gestión científica, lo cual no es verdad. La ciencia, según la ha entendido Karl R. Popper, o conforme la entiendo yo mismo, nada tiene que ver con el reduccionismo. Por supuesto que el científico ‘reduce’ el objeto de sus investigaciones, en la medida en que, para poder él explicar los fenómenos, queda obligado a aislarlos de su contexto. Así el biólogo resultará ser ‘reduccionista’ cuando explique los fenómenos a través de la físico-química. Pero eso no quiere decir que la vida sea únicamente algo relativo a la físico-química.

Si se afirma que todos los procesos vitales son, en última instancia, unos procesos físico-químicos, estaremos en lo cierto. Pero desde el momento en que digamos que no son nada más que tal género de procesos físico-químicos, entonces vamos a caer en aquello que Julian Huxley llamaba el ‘nothing-else-but’ism, es decir, el ‘únicamente lo que sea’. Y lo mismo sucede al afirmar del hombre que es un mamífero, o bien que es solamente un mamífero.


UNAS CAPACIDADES DIFERENTES

En la actualidad, el mayor peligro que nos amenaza es el de la desaparición del sentido de los valores. Estamos en una época en la cual los términos ‘bueno’ y ‘malo’ han desaparecido del vocabulario corriente. En ciertos casos está mal visto emitir un juicio de valor sobre las cosas o las gentes. En las propias iglesias la noción de ‘pecado0 tiende a desaparecer. Ya sabe usted lo del vocablo ‘fool-proof’, ‘idiotensicher’ en alemán, o sea, ni más ni menos que ‘a prueba de imbéciles’, es decir, que en determinados automóviles el cambio de velocidades está concebido de manera que incluso el hombre más absolutamente estúpido pude servirse del mecanismo sin problemas. Y es el conjunto de nuestra sociedad lo que tiende a convertirse en algo ‘fool-proof’. Por eso ya no se tiene necesidad de hombres de valía, las máquinas han tomado la responsabilidad y le arrebatan el poder de decisión al hombre. Desde el punto de vista de la tecnocracia, ni siquiera es deseable que ese poder le corresponda todavía al hombre.


Alain de BENOIST: En su obra Los siete pecados capitales, usted denuncia con vigor lo que denomina las ‘doctrinas pseudodemocráticas’, y en particular la creencia igualitarista de que, con unas oportunidades idénticas para todos, desde el comienzo, los resultados de cada cual serán los mismos a la llegada.

Konrad LORENZ: El igualitarismo tiene una responsabilidad directa en lo que está aconteciendo en la actualidad. Philiph Wylie, que es el padre de la idea de una pseudodemocracia, tal cual yo la he conceptualizado, ya lo pensaba. Creo que siempre resulta peligroso edificar todo un sistema sobre una mentira. Ahora bien, sucede que no es cierto que nosotros seamos iguales. Entre usted y yo hay más diferencias que entre un par de patos comunes. La desigualdad de los hombres es uno de los fundamentos, y una de las condiciones, de toda cultura, porque ella es la introduce la diversidad en la cultura.

En la sociedad humana, la división del trabajo se fundamenta sobre una diferencia, una desigualdad de los miembros de la sociedad. Y en la base de tal desigualdad existe una diferencia de capacidades. Si no fuéramos diferentes, usted no sería escritor y yo no sería un científico. Ese hecho de ser nosotros diferentes resulta capital desde el punto de vista de los valores. Aunque seamos ambos diferentes, tenemos los mismos derechos fundamentales. Todo hombre tiene derecho a desarrollar las facultades que tiene en sí. Ello no quiere decir que los hombres tengan diferentes valores, sino, muy sencillamente, que poseen unas capacidades distintas. Pues lo mismo sucede con los grupos raciales. No hay razas superiores o inferiores, pero sí existen razas distintas. Entre dos tipos de pato, ¿quién podrá decir cuál sea el mejor? Son diferentes y debido a esa diferencia, su valor no resultará directamente comparable. El punto de vista igualitario es algo completamente antibiológico; los hombres son desiguales ya desde el momento mismo de su concepción.


EL HOMBRE MÁQUINA

Alain de BENOIST: Esta idea parece algo evidente, pero tropieza con poderosas reticencias entre muchos de nuestros contemporáneos…

Konrad LORENZ: El simple hecho de afirmar que los hombres no nacen iguales desencadena en ciertas personas reacciones de cólera o de agresividad…. Y, sin embargo, se trata de un dato elemental. Esas mismas gentes no se dan cuenta de que si nosotros fuéramos todos iguales, nos convertiríamos en intercambiables y perderíamos toda libertad. Si lee usted a Skinner, sobre todo en su libro ‘Más allá de la libertad y de la dignidad’ (1971), se apercibirá de que el behaviorismo es muy hostil a la idea de un hombre autónomo. Prefiere al hombre manipulable, al hombre-máquina. Skinner, que sin embargo es un hombre honesto, resultaría así víctima del pensamiento tecnomófico y pseudodemocrático.


Alain de BENOIST: A propósito de las doctrinas pseudodemocráticas, ¿qué opina usted del pensamiento moderno, que tiene su origen en las teorías de Rousseau?

Konrad LORENZ: Un filósofo como Jean-Jacques Rousseau es alguien que ha originado daños considerables. Los ideólogos que se declaran sus partidarios no han comprendido jamás la diferencia que existe entre el hombre y los animales. Marcuse, que sin embargo es muy inteligente, acaba siendo una especie de loco utopista. Se halla convencido de que si se ‘libera’ al hombre de toda cultura, de toda tradición, se verá enseguida nacer una nueva cultura, la cual se desarrollará por sí sola. Es algo así como afirmar que al deforestar todo un bosque no va a aparecer el desierto, sino un bosque nuevo. Un hombre ‘liberado’ de la cultura y de la tradición no sería ese ‘buen salvaje’ de que nos habla Rousseau, sino un cretino, un ser incapaz incluso del habla y que, probablemente, ya no cabría calificar de humano.


LA PARTE Y EL TODO

Alain de BENOIST: En su libro ‘Ensayos sobre el comportamiento animal y humano’, hay un texto muy importante sobre ‘El todo y la parte en la sociedad animal y humana’ (1950). Usted critica ahí, a la vez, la tesis reduccionista, conforme a la cual un organismo no pasa de ser sino la ‘suma’ de sus partes, y los excesos de la Teoría de la Gestalt. Entre ambas posturas, ¿cuál puede ser la justa medida?

Konrad LORENZ: Me costó mucho tiempo, a mí también, darme cuenta de que el todo es más que la suma de las partes. Al principio yo me temía que al abordar ese tema iba a caer en el vitalismo; pero después comprendí que se podía perfectamente reconocer la existencia de una interacción entra las partes de un organismo, sin concederle nada al vitalismo… El primero que ha demostrado eso mismo fue Ludwig von Bertalanffy. En su obra titulada ‘Biología Teórica’ (1932), muestra que un System allegemeiner Wechselwirkung, o sea, un sistema donde existe una interacción general, no constituye ningún milagro. Y no son precisos factores metafísicos, postulados para explicar el caso. Sobre este concreto tema yo he aprendido mucho, igualmente, al leer el estudio de Otto Koehler, titulado ‘Der Ganzheit der lebendigen Systeme’, aparecido en Schriften der Königsberger Gelehrtengesselschaft. Para hablar de la causalidad en los sistemas vivos, Koehler emplea la expresión ‘kausel Filz’, el fieltro causal. Estamos efectivamente ante una verdadera madeja de un entrelazado de causalidades, como en un fieltro donde los hilos entretejidos se van mezclando hasta el infinito. Si usted tiene una madeja y tira de un cabo aislado, todo se bloquea. Otro tanto sucede en un organismo. Para ‘deshacer’ el todo, para explicar cuanto sucede, hay que seguir multitud de hilos a la vez. Esto es lo que Koehler denomina el análisis sobre un amplio frente’ (auf grosser Front)


MONISMO, DUALISMO, PANTEISMO

Alain de BENOIST: En un texto aparecido hace algunos años, he encontrado esta frase pronunciada por usted: ‘Para mí, Dios no es un individuo. Si existe se encuentra por doquier, quizá en mí’ Esto evoca, a la vez, a los presocráticos y a los grandes místicos alemanes de la Edad Media, en particular al Maestro Eckart. ¿Acaso es usted panteísta?

Konrad LORENZ: En lo que toca al mundo orgánico, ciertamente soy panteísta. Pero, ¿qué hay del asunto en el mundo no orgánico? He ahí una pregunta a la cual no puedo responder. ¡Después de todo, Dios quizá nació con la vida orgánica! Estamos aquí, sin duda, ante un prejuicio de índole sentimental. Con todo, cuando los biólogos definieron a los virus como sistemas que respiraban pero que no vivían, debo confesar que me vi espantosamente impresionado. ¡No me gustaba oír nada parecido! Sin duda, yo era dualista, y un poco lo sigo siendo todavía. ¿No cabría entonces pensar que ‘Dios’ se encuentra en una concentración muy fina, muy diluida, en la materia no orgánica, y que se halla más ‘concentrado’ en los sistemas vivientes? Por sentimiento, pues, yo me tengo por panteísta pero ¿seré monista o dualista? Probablemente sea monista, a pesar de todo, en última instancia.

Alain de BENOIST: Usted ha formulado una crítica muy pertinente de la pedagogía ‘a la americana’, de esa corriente pedagógica que estriba en evitarle al niño cualquier ‘frustración’, todo peligro de complejos y que, finalmente ha desembocado en la actual educación ‘antiautoritaria’. ¿Podría decirnos cuál sería una pedagogía que integrase los hallazgos de la moderna etología?

Konrad LORENZ: Un sistema social donde el niño constituye el alfa y el omega, no es un sistema normal, sino malsano. Por otro lado, una psicóloga alemana ha demostrado de forma magistral que la frustración completa y la total ausencia de frustraciones producen exactamente los mismos efectos patológicos sobre el niño. Si usted la da el biberón a un niño antes de que éste se haya puesto a llorar, o hecho lo que sea para obtenerlo, llegará al mismo resultado que si lo entrega obligándole a llorar para conseguirlo. En los dos casos el bebé se halla imposibilitado de ejercitarse en lo de alcanzar un objetivo o un fin. Ahora bien, ya desde los primeros meses de vida, el niño tiene que aprender que es preciso trabajar para lograr algo. Si adquiere la costumbre de lograr lo que desea sin esforzarse, eso va a producir las mismas consecuencias patológicas que si trabaja sin llegar jamás a obtener nada. La ausencia de obstáculos que superar es, por consiguiente, tan peligrosa como la existencia de unos obstáculos que resulten insuperables. Basta, entonces, trasponer tal principio al mundo de los adultos, para comprender la naturaleza de uno de los defectos que aquejan a las sociedades modernas.

Por otro lado, el método ‘antifrustración’ origina una jerarquía anormal. Ahí se halla invertido el orden de las cosas: el niño que tiene que aprenderlo todo, queda instalado en el puente de mando, mientras que quienes le podían enseñar algo se encuentran en la parte inferior de la escala, bajo la autoridad del niño. Semejante situación origina neurosis para el chico quien muy pronto resulta detestado por su entorno exterior, ya que ese pequeño ‘no frustrado’ que pega a su progenitora, que desprecia a su progenitor, es, efectivamente, mal acogido. Lo rompe todo, mata a los pajarillos, rompe acuarios caseros, y encima le dicen: ‘¡Pero si no importa nada de todo eso!’, ‘Está muy bien eso de liberarse’. Los padres, ese par de inútiles intimidados por un niño de dos añitos, son lo bastante locos para creerse tales cosas. Sólo que el chico, por su parte, no se las cree. Como sucede con los canes, tiene una gran inteligencia para interpretar los mensajes, las comunicaciones no verbales y se da perfecta cuenta de lo que ahí está pasando. Ese niño se encuentra, pues, inserto en un mundo hostil (porque a nadie le gusta tener en casa a niños ‘no frustrados’), rodeado de una pareja de inútiles despreciables, que resultan incapaces de protegerle, porque no tienen la posición dominante necesaria para ello. Es, realmente, una situación pavorosa, de la cual deriva una creciente inadaptación y, como consecuencia, una tendencia más poderosa a rebelarse. Además existe una correlación entre la agresividad que se testimonian entre sí los niños de una misma familia y la ausencia de un padre dominante. Esto es algo que se puede observar muy bien en EE.UU., donde hermanos y hermanas se lanzan con gran frecuencia un ‘I hate you’ (¡te odio!). Y en el mundo de los animales sucede exactamente igual. Entre los lobos, cuando el jefe de la manada desaparece, estallan de inmediato batallas entre los menores.


UNA VERDADERA AUTORIDAD

La dominación no es necesariamente algo de índole brutal. Estoy convencido de que en la jerarquía familiar cabe lograr la obediencia y el respeto de los pequeños sin tener que recurrir sistemáticamente a un procedimiento que se fundamente en los castigos. Usted conoce la famosa escuela ‘antiautoritaria’ de Summerhill. Pues bien, ¡lo cierto es que en semejante escuela, los profesores tienen una autoridad enorme! Sencillamente, han encontrado otros medios para asentar su autoridad. La afirmación según la cual esa escuela resulta ser ‘antiautoritaria’ es una mentira pura y simple!

Es preciso imitar a los campesinos, entre quienes todo se realiza de modo natural. El niño juega a imitar a sus padres, y se forma de esa manera. Yo tengo un amigo labrador que es notablemente respetado por sus hijos. Y por una razón muy simple: hace las cosas mejor que ellos, y los hijos tratan de hacerlas tan perfectamente como él. Y luego digamos que la presencia de una comunidad familiar es necesaria porque permite crear relevos en la autoridad. El hombre de treinta años comprende muy bien que los consejos de su progenitor, que cumplió ya los cincuenta y cinco, son válidos y tiene respeto por él. El niño de cinco años no puede todavía entender en qué ha de consistir la superioridad de su abuelo, pero admira al chiquillo de diez años apenas, al cual se le permite ya adquirir pequeñas responsabilidades. Para el chico de diez años, esas responsabilidades son unos privilegios y no deberes, y comprende de sobra que, para beneficiarse del caso, ha de doblegarse a admitir una cierta disciplina. Debido a esto puede darle ya unas explicaciones a su hermanito de sólo cinco años. De ese modo se va creando una admiración y una disciplina piramidales, con los antepasados (abuelos) en la cúspide. En muchos pueblos esa diferencia constituye la religión natural: se honra como divinidades a los antepasados que ya fallecieron. Y por eso entiendo que el ejemplo reviste tantísima importancia. La verdadera educación es aquélla en que se da un ejemplo, antes de pasar a dar lecciones.

Alain de BENOIST: Si le parece, vamos a terminar esta entrevista preguntándole cuáles han sido sus últimos trabajos.

Konrad LORENZ: He trabado en el segundo volumen de mi obra Rückseite des Spiegels: ese segundo volumen es algo que, de entrada, yo había dudado en realizar. Pero estimo que resultaba necesario explicar que pueden existir otros valores que los derivados de la cuantificación pura. Racionalmente, no es posible definir un valor y, sin embargo, sabemos muy bien que existe. Quería sentar las bases de una teoría naturalista de los valores, cosa que probablemente no va a ser bien acogida por todo el mundo. Al afirmar que una cultura depende, en su vitalidad, del equilibrio entre los factores de conservación y los factores de cambio, sé que molesto tanto a los viejos conservadores como a los jóvenes revolucionarios. Lo último, en efecto, que están preparados para admitir, lo mismo los unos que los otros, es que forman un conjunto indisociable, ¡exactamente a la manera que dos músculos antagónicos siguen siendo complementarios…!

En el terreno científico prosigo mis trabajos sobre la agresividad y sobre el enlace o ligazón. Para ello, utilizo una clase de animales entre los cuales las pulsiones son muy fuertes; en particular, me sirvo de peces tropicales. Busco, sobre todo, el poder estudiar los mecanismos de inhibición, que impiden matarse entre sí los componentes de una pareja. ¡Y he tenido que construirme un acuario tan grande como la mitad de una habitación! Estas investigaciones se llevan adelante con la ayuda de la Academia austríaca de las ciencias. Para mis estudios sobre el vínculo sigo usando mis ocas. Hay un pequeño equipo que me auxilia. Son nueve personas (una técnica, una ayudante científica, cuatro estudiantes que tienen una bolsa especial y tres jóvenes norteamericanos). Trabajamos en Grünau y el Instituto Max Planck asegura la financiación.

Y, finalmente, tengo todavía un tercer trabajo que concierne a los perros. Los perros resultan ser mucho más humanos que los lobos. Dado mi horror por la domesticación, me ha costado cierto tiempo darme cuenta de que la selección natural que actúa sobre los perros, desde hace ahora casi ya diez mil años, ha terminado ‘humanizándolos’. A este respecto, Erik Zimon ha realizado unas experiencias sumamente interesantes en el parque natural del Bayerischer Wald. Ha investigado sobre los lobos, los perros y los mestizos de ambas especies. Usted sabe que entre los lobos existe una jerarquía muy cruel. El lobo superior impide al inferior reproducirse. En la manada, el animal inferior es un esclavo. Pues bien, entre los perros la cuestión resulta absolutamente distinta. Tras haber vencido en un combate, el perro superior ¡tiene mala conciencia! Durante varios días se siente incluso inferior a su víctima. Yo he constituido una pequeña jauría de seis perros, y ahora estudio todos esos temas más de cerca.


«LA ETOLOGÍA». Entrevista de Alain de BENOIST a Konrad LORENZ, Traducción Jorge de Lorbar. Barcelona: Ediciones de Arte Nuevo Thor, 1983, p 111-142. © de los autores. Reproducción para uso exclusivamente escolar.

 

 

 

 

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