JÜNGER: 
                EUMESWILL 
              Un 
                fragmento sobre Stirner
               
              
               
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                Como siempre que se producen discusiones, la atmósfera 
                era pesada. Pero era el precio a pagar. El objetivo de mi visita 
                a los “libres” no era observar a uno de los grandes, 
                sobre el que se han escrito bibliotecas enteras [1]. 
                De hecho, con el encuentro personal disminuye su talla.
              Quería obtener información sobre 
                uno de ellos, que apenas tomaba parte en la conversación. 
                Se sentaba, silencioso, ante su vaso, fumando con evidente placer. 
                Se decía que su única pasión era un buen 
                cigarro puro. Por otra parte, ni en su vida profesional –era 
                por entonces profesor en un colegio privado para muchachas de 
                buena familia– ni en el matrimonio ni en la literatura (con 
                una sola excepción) había cosechado grandes éxitos. 
                
              Su 
                esposa, con la que Mackay [2] sostuvo, muchos 
                años después del divorcio, una entrevista en Londres, 
                conservaba de él un detestable recuerdo. Se habían 
                casado, en circunstancias escandalosas para la época, en 
                la casa que ella tenía en Berlín, con Buhl y Bauer 
                como testigos. Cuando llegó el clérigo, miembro 
                del Supremo Consejo Consistorial, apareció Bruno, en mangas 
                de camisa, saliendo de un cuarto contiguo. También la novia 
                llegó tarde, sin ramo de flores ni velo –faltaba 
                la Biblia y no tenía los anillos de boda. Bruno Bauer les 
                echó una mano, sacando de su monedero unos anillos de latón. 
                El humor berlinés los convirtió en los “anillos 
                de la bronca”. Acabaron todos bebiendo cerveza y reanudaron 
                su interrumpida partida de naipes.
              Se habían conocido el grupo de “los 
                libres”. La esposa era, por supuesto, una emancipada. Su 
                ideal era George Sand. En Londres se dio a la beatería. 
                No quería ni oír hablar de su matrimonio y, frente 
                al escocés, describía a su marido como astuto, zorro, 
                furtivo: sly. Según su versión, él había 
                derrochado y perdido en el juego todo lo que ella había 
                aportado al matrimonio. Había algo de cierto en ello, porque 
                el hombre fracasó en una serie de extraños proyectos. 
                Como muchos literatos, junto a una total ausencia de sentido práctico, 
                tenía grandes proyectos, que debería haber explotado 
                en las novelas y no en los negocios. 
              (....) 
                
              *
              
                ...
              Contemplo su suave perfil mientras fuma sentado. 
                El boceto que le hizo de memoria Friedrich Engels en Londres sólo 
                es acertado en la parte central de rostro: la nariz recta y la 
                boca fina. La imagen ha sido revisada y corregida en el luminar 
                por los mediums. También aquí aparece la frente 
                alta, aunque menos huidiza. A este Johann Caspar Schmidt, le llamaban 
                ya sus camaradas de Königsberg “Stirner”, “frontudo”. 
                Más tarde, usó como pseudónimo este nombre 
                de “Max Stirner”.
              También sus firmas son finas; llama la 
                atención que, con los años, el trazo final va descendiendo. 
                Por lo demás no tuvo la muerte de un hombre libre; falleció 
                como consecuencia de la picadura de un insecto, que se le infectó. 
                Una vida trivial: fracaso en la profesión y en los negocios, 
                matrimonio arruinado, deudas, tertulias con la palabrería 
                habitual de la revolución del 48, filisteos de alto nivel... 
                en fin, lo de costumbre. 
              Tampoco tiene valor su obra literaria, sus ensayos 
                y críticas en periódicos y revistas; había 
                sido olvidada ya en vida del propio Stirner y habría desaparecido 
                para siempre, víctima de las tempestades de fuego, de no 
                haberla salvado el luminar. Y, sin embargo, cabalmente estas pequeñas 
                páginas que brotan en los periodos de crisis como setas, 
                para desaparecer con igual rapidez, tienen un valor incalculable 
                para el historiador que quiere estudiar las ideas in situ nascendi. 
                Luego quedan sepultadas bajo los escombros de las revoluciones.
              También se habría perdido el panfleto 
                que redactaron contra Stirner Marx y Engels: un manuscrito in 
                folio de varios cientos de páginas con el título 
                de «El santo Max». Cuando se desenterró estaba 
                ya muy roído por los ratones. Engels se lo había 
                confiado a un ebanista llamado Bebel. El luminar ha restituido 
                el texto. 
              La redacción de este manuscrito se inició 
                el año 1845, del calendario cristiano, fecha de la aparición 
                de la obra más importante de Stirner. Este libro es la 
                excepción antes mencionada. Así, pues, la polémica 
                era fruto de impresiones frescas e inmediatas. 
              *
              ...
              En toda burla hay su granito de verdad. También 
                el “santo” Max. Stirner halló en John Mackay 
                su Pablo. Mackay tomó muy en serio la santidad... por ejemplo, 
                cuando puso al “Único” por encima de la Biblia: 
                
              « Del mismo modo que este libro “santo” 
                se sitúa en los inicios de la Era cristiana y llevó 
                sus efectos devastadores casi hasta los últimos rincones 
                de la ecumene, también la nada santa obra del único 
                egoísta autoconsciente se sitúa en los inicios de 
                una nueva Era... para ejercer un influjo tan beneficioso como 
                fue funesto el del “libro de los libros”» Y 
                luego cita al autor: 
              «Un crimen brutal, desconsiderado, desvergonzado, 
                sin consciencia, orgulloso, comedido contra la santidad de toda 
                la humanidad.» 
              *
              .....
              (...) 
              El signo distintivo de los grandes santos –y 
                sólo hay unos pocos– es que van al fondo de las cosas. 
                Lo más inmediato es invisible porque está oculto 
                en el hombre. Nada tan difícil de explicar como lo evidente. 
                Pero cuando se descubre, o se lo encuentra de nuevo, desarrolla 
                una fuerza explosiva. Antonio conoció el poder del solitario, 
                Francisco el del pobre, Stirner el del único [3]. “En 
                el fondo”, todo hombre es solitario, y pobre, y único 
                en el mundo.
              
                *
              ....
              Para estos descubrimientos no se requiere genio, 
                sino intuición. Pueden darse en la existencia más 
                trivial, son obvios. Por eso no se los debe estudiar como sistemas; 
                se accede a ellos mejor con la meditación. Para volver 
                al arte del tiro al arco, nunca se ha dicho que el arquero más 
                ejercitado sea el que mejor acierta el blanco. Puede ocurrir que 
                un soñador, un niño, un chiflado, sean más 
                precisos. Incluso el centro tiene un punto céntrico: el 
                centro del mundo. No es temporal, ni se le alcanza en el tiempo, 
                sino sólo en el intervalo atemporal. Uno de los críticos 
                benévolos de Stirner –tuvo pocos, y sí muchos 
                hostiles– le calificó de «metafísico 
                del anarquismo.»
              Los chiflados son indispensables. Actúan 
                gratis y tejen sus finas redes a través de los órdenes 
                establecidos. Al hojear estas revistas ya olvidadas, di con un 
                dato que me sorprendió. Un psiquiatra que había 
                tomado la molestia de analizar los escritos de una «mujer 
                de mente perturbada», una «criada puesta bajo tutela 
                por idiotismo.» Y le llamó la atención descubrir 
                en ellos sentencias de gran penetración lógica, 
                que coincidían del todo en todo con los puntos básicos 
                de Stirner. 
              Paranoia: «la obsesión elabora casi 
                siempre un sistema lógico en sí, cuya fuerza demostrativa 
                no se puede invalidar por los argumentos contrarios.» Spiritus 
                flat ubi vult [4]. Lo que recuerda el juicio de un filósofo 
                sobre el solipsismo: «Una fortaleza inexpugnable, defendida 
                por un loco.»
              Por lo demás, Stirner no era solipsista. 
                Él es el único como lo son Pedro y Juan. Sólo 
                tenía de especial el hecho de que lo reconocía. 
                Se parece al niño que juega con el juguete que ha encontrado 
                en el suelo. Que lo guarde para sí, responde a su naturaleza. 
                Lo extraño es que comunique a otros su descubrimiento. 
                También Fichte, que enseñó en Berlín 
                una generación antes, había descubierto, (mejor 
                sería decir “desvelado”) esta margarita en 
                la «posición del yo por el yo mismo»; sólo 
                que, tal vez asustado por su propia osadía, lo envolvió 
                en el papel de estraza de su oscuro pensamiento. A pesar de lo 
                cual, también gozó él fama de solipsista. 
                
              *
              
                .....
              
                ¿Cuáles son, pues, los puntos cardinales o los axiomas, 
                si preferimos decirlo así, del sistema de Stirner? Son 
                sólo dos, pero dan materia bastante para una meditación 
                a fondo. 
              1.- Esto no es Mi causa
                2.- Nada hay superior a Mí. 
              Huelgan los comentarios. Ya se entiende que el 
                Único provocó, desde el primer momento, vivas contradicciones, 
                que fue radicalmente mal interpretado y que se atrajo la reputación 
                de monstruo. El libro se publicó en Leipzig y fue inmediatamente 
                secuestrado. Pero el Ministerio del Interior levantó el 
                secuestro “porque la obra es demasiado absurda para ser 
                peligrosa”. A lo que comentó Stirner: «Puede 
                quitársele a un pueblo la libertad de prensa. En cuanto 
                a Mí, conseguiré la impresión por astucia 
                o violencia: el permiso de impresión lo saco de Mí, 
                sólo de Mí y de Mí poder.» 
              La palabra monstruo tiene, por otra parte, un 
                doble significado. Se deriva de “monere”, advertir; 
                el autor ha lanzado una de sus grandes amonestaciones. Ha hecho 
                comprensible lo evidente. 
              Las acusaciones centraron su fuego graneado, como 
                no podía ser menos, en el egoísmo, un concepto que 
                el propio Stirner no acertó a definir bien. Pero al Único 
                le añadió en muchos pasajes la etiqueta de «propietario», 
                y a veces incluso le sustituyó por ésta. El propietario 
                no lucha por el poder, sino que lo reconoce como su propiedad. 
                Se lo apropia o, por mejor decir, se lo adjudica. Y puede hacerlo 
                sin recurrir a la violencia, sobretodo mediante la confirmación 
                de la conciencia de sí. 
              «Todo puede ser asunto mío, pero 
                nunca Mi causa. “¡Huye del egoísta!” 
                Pero es de Dios, de la Humanidad, del Sultán, de todos 
                cuantos fundamentan su causa sólo en sí mismos, 
                de estos grandes egoístas quiero aprender yo. Nada hay 
                superior a Mí. Como aquéllos, tampoco yo quiero 
                fundamentar Mi causa sobre nada que no sea Yo.»
              El propietario no lucha con el monarca; se inserta 
                en él. En este sentido se parece al historiador. 
              *
              (...) 
              Habría que indagar, pues, dónde 
                aconteció esta obviedad de la anarquía, sea en la 
                acción, el pensamiento o la poesía..., dónde 
                coincidió y se identificó con la autocomprensión 
                del hombre y se descubrió que ella era el fundamento de 
                la libertad. Pondremos el luminar a disposición de los 
                colaboradores: presocráticos, gnosis, mística silesiana 
                y otros períodos semejantes. Entre peces curiosos también 
                quedarán prendidos en la red algunos grandes. 
              *
              .....
              El siglo cristiano que corre de 1845 a 1945 forma 
                una época claramente delimitada, lo que confirma la sospecha 
                de que un siglo sólo consigue su forma auténtica 
                en el centro. Me resisto a creer que el hecho de que el Único 
                apareciera en 1845 sea un mero azar. El azar es todo o nada. Hojeé 
                en el luminar la mesa de bibliografía secundaria consagrada 
                a Stirner y di con un autor, llamado Helms, que le describe como 
                el prototipo del pequeño burgués y de sus ambiciones
              Esto es cierto, en el sentido de que el Único 
                está oculto en todos, es decir, también en el pequeño-burgués. 
                Aparte esto, la afirmación era particularmente acertada 
                para aquel siglo. No es menos cierto que suele pasarse por alto 
                la importancia de este tipo –lo que ya de por sí 
                es un indicio de su robustez. Cuando mi querido hermano se dedica, 
                con sus camaradas, a tirar bolas sobre figuras de papel, lanzar 
                una injuria se considera una demostración. Ésta 
                es una de las razones de sus desengaños. 
              ¿A qué se debe que el pequeño-burgués 
                sea tratado por los intelectuales, la alta burguesía, los 
                sindicatos, en parte como si fuera el coco y en parte como el 
                pagador de platos rotos? Probablemente, a que se niega en redondo 
                a empujar la máquina, sea por arriba, por abajo o desde 
                atrás. Pero, si no hay más remedio, entonces toma 
                él mismo el timón de la historia. Un tejedor, un 
                carpintero, un sillero, un albañil, un pintor de brocha 
                gorda, un tabernero, descubre en sí al Único y todos 
                se reconocen en él. 
              (...)
              *
              (...)
              Habíamos previsto, como acotación 
                importante, la comparación entre el Único y el superhombre. 
                Sería aquí secundaria la discusión de si 
                el viejo Cabeza de Pólvora había leído –como 
                supone Mackay– o no la obra de Stirner..., las ideas están 
                en el aire. La originalidad está en su modelación, 
                en la fuerza con que se las agarra y se les da forma. 
              En primer lugar: el superhombre conoce el mundo 
                como voluntad de poder: «no hay nada fuera de esto.» 
                Incluso el arte es voluntad de poder. El superhombre toma parte 
                en los acontecimientos del mundo, mientras que el Único 
                contempla su espectáculo. No anhela el poder, no corre 
                detrás ni delante de él, porque lo posee y lo disfruta 
                con plena conciencia. Lo cual recuerda los mundos de imágenes 
                del Lejano Oriente. 
              Puede ocurrir, naturalmente, que en virtud de 
                una serie de circunstancias exteriores el poder recaiga sobre 
                el Único, o también en el anarca. Pero más 
                bien le pesará como un fardo (...) 
              En segundo lugar: el célebre: «Dios 
                ha muerto.» Con ello, Cabeza de Pólvora [5] no hacía 
                más que abrir puertas abiertas. Era un hecho de general 
                conocimiento. Así se explica la sensación que causó. 
                El Único, en cambio: «Dios... no es Mí causa.» 
                Con lo que todas las puertas quedaban abiertas: puede destronar 
                a Dios, entronizarlo, abandonarlo a su suerte, como le plazca. 
                Puede despedirle o “asociarse” con él. Como 
                para los místicos de Silesia: «Dios no puede estar 
                sin Mí.» Como Jacob, puede luchar con él hasta 
                la llegada de la aurora. No dice otra cosa la historia sagrada. 
                
               
              
                COMENTARIO Y NOTAS – R. ALCOBERRO
              En 
                el nº 42 de EUMESWIL se plantea la diferencia entre el «anarca» 
                de Jünger y el «anarquista», a la vez que se 
                hace una revisión de la izquierda hegeliana. El historiador 
                y protagonista del libro, Manuel Venator, propugna como modelo 
                de conducta al «anarca» es decir al individuo que 
                en tiempos totalitarios vive en la emboscadura de una voluntad 
                libre que se compagina con una sumisión servil meramente 
                externa y siente la necesidad de diferenciarlo del anarquista, 
                cuyas figuras más representativas ve en Stirner y en Tucker. 
                Entre el anarca y el Único stirneriano hay un parecido 
                obvio: la exigencia del «hazte feliz a ti mismo» reivindicado 
                por oposición al «conócete a ti mismo» 
                de los clásicos. Pero las diferencias por lo que hace referencia 
                al poder, a la ironía escéptica, al desprecio aristocrático 
                por los otros y a la función de la técnica son obvias. 
                
              [1] 
                Referencia a K. Marx, el miembro más conocido de la izquierda 
                hegeliana.
              [2] 
                Referencia al principal –y casi único –discípulo 
                de Stirner, John Mackay 
              [3] 
                San Antonio del desierto y San Francisco de Asís, figuras 
                ambas cuyos seguidores las consideraron “verdaderos Cristos”
              [4] 
                Sentencia bíblica: «El Espíritu sopla por 
                donde quiere.»
              [5] 
                Nietzsche, obviamente 
              © 
                Ernst JÜNGER, fragmentos del nº 42 de «EUMESWIL», 
                en traducción de Marciano Villanueva, Ed. Seix Barral, 
                Barcelona, 1980, p.389 a 404 (selección)