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UNA VALORACIÓN DEL TOTALITARISMO: PRIMO LEVI RESPONDE A ERNST NOLTE

 

Las controvertidas tesis de Ernst Nolte (1923) según las cuales los campos de concentración nazis eran una imagen especular de los campos de concentración soviéticos y la brutalidad nazi era simétrica a la brutalidad stalinista, recibieron una contundente respuesta por parte de Primo Levi (1919-1987), en su artículo «El agujero negro de Auschwitz» — publicado en La Stampa (22 de enero de 1987). Levi se suicidó pocos meses más tarde (11 de abril de 1987), parece que no por depresión, ni por angustia, sino por problemas económicos, por lo que este texto (publicado en español en su antología VIVIR PARA CONTAR. ESCRIBIR TRAS AUSCHWITZ (Barcelona: Alpha Decay, 2009, trad. de Albert Fuentes), tiene algo de testamento político.

 

El texto de Levi tiene interés incluso más allá de la invocación de su propia experiencia como superviviente de los campos, obviamente hastiado, por puras razones biográficas ante la situación, directamente grotesca, de que alguien que no vivió la situación pretenda explicársela (y además ‘racionalizada’) a un testigo directo del horror. Retomaremos algunos párrafos para resumir finalmente los argumentos de Levi, que aportan elementos significativos en la defensa de la no-reductibilidad del totalitarismo nazi al totalitarismo soviético. El artículo plantea incluso un problema de metodología: la cuestión del valor de las hipótesis históricas ante la brutalidad de los hechos y de los límites de las hipótesis en la comprensión de los hechos históricos cuando éstas traspasan los límites de lo creíble.

 

«Los nuevos revisionistas alemanes tienden, en suma, a presentar las masacres hitlerianas como una defensa preventiva ante una invasión «asiática». La tesis se me antoja extremadamente endeble. Aún no se ha demostrado en absoluto que los rusos tuvieran en mente invadir Alemania; en todo caso, les inspiraba temor, como demuestra el apresurado pacto Ribbentrop-Molotov; y la temían con razón, como se demostró poco después con la imprevista agresión alemana de 1941. Además, no se ve cómo las masacres «políticas» llevadas a cabo por Stalin podían encontrar su imagen especular en la masacre hitleriana del pueblo judío, cuando es bien sabido que antes del ascenso de Hitler al poder, los judíos alemanes eran profundamente alemanes, estaban profundamente integrados en el país, y sólo el propio Hitler y los pocos fanáticos que le siguieron al principio los consideraban enemigos. La identificación del judaísmo con el bolchevismo, idea fija de Hitler, no tenía ninguna base objetiva, especialmente en Alemania, donde era notorio que una grandísima mayoría de los judíos pertenecía a la clase burguesa.

 

Es verdad que «el gulag fue anterior a Auschwitz», pero no se puede olvidar que los objetivos de los dos infiernos no eran los mismos. El primero era una masacre entre iguales, no se basaba en una supremacía racial, no dividía a la humanidad entre superhombres e infrahombres; el segundo se basaba en una ideología saturada de racismo. De haber prevalecido, nos encontraríamos hoy un mundo partido en dos: «nosotros», los señores, de un lado; y todos los demás a su servicio, o exterminados, por ser racialmente inferiores. Este desprecio por la fundamental igualdad de derechos entre todos los seres humanos se desbordaba en una multitud de particulares simbólicos, desde el tatuaje de Auschwitz hasta el uso, precisamente en las cámaras de gas, de un veneno producido en principio para desratizar bodegas (…)».

 

En definitiva, lo que opone Primo Levi a Ernst Nolte es la fuerza de los hechos frente a las interpretaciones. Y ese debate («¿A qué llamamos un hecho histórico?»), cuya significación implica el problema de la metodología histórica, no puede ser obviado de manera muy especial por ningún análisis del totalitarismo.    

 

 

          

 

 
 

 

 

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