
              
                Introducción 
                Biografía
                La filosofía ante la religión y ante la ciencia
                ¿Por qué es «grande» un filósofo?
                Lo Englobante
                Dos conceptos básicos: Situación-límite y 
                existencia posible
                El Dasein 
                La política, la paz y el derecho
                Las formas de la culpabilidad alemana
                Filosofía y psiquiatría
                Contra el psicoanálisis
              
                Introducción
              Karl 
                Jaspers (1883-1969) es el filósofo que salvó la 
                dignidad moral del pensar en una época de terror en la 
                medida que fue el único de los grandes maestros que permaneció 
                en el interior de Alemania, sin doblegarse ante la brutalidad 
                nazi y fiel a su conciencia, haciendo en lo posible una vida de 
                universitario y acompañando a su esposa Gertrud, que era 
                judía, sin escuchar los cantos de sirena ante los que se 
                hundió, por ejemplo, Heidegger. 
              Prototipo 
                del “Herr Professor Doktor” de otro tiempo –lamentable 
                tiempo para el deber moral tantas veces desoído, pero a 
                la vez una admirable época del conocimiento– no debieran 
                pasarse por alto alguna de sus más profundas intuiciones, 
                especialmente en una época nihilista en que “intuiciones” 
                o “teorías” arbitrarias o poco fundadas esconden 
                la falta del «conocimiento» más mínimo.
              Jaspers 
                es el autor de dos obras esenciales en el pensamiento democrático 
                y conservador: «LA SITUACIÓN ESPIRITUAL DE NUESTRO 
                TIEMPO» [Die geistige Situation des Zeit], escrita como 
                protesta ante el advenimiento del nazismo, y «LA CULPABILIDAD 
                (alemana)» [Die Schuldfrage] una reflexión sobre 
                la derrota; pero su influencia no acaba en el ámbito de 
                la filosofía política. De hecho su reflexión 
                sobre el sentido y los límites de la psicología, 
                su anticipo de algunas intuiciones bioéticas o su teoría 
                de la “fe filosófica” son monumentos –aunque 
                a veces parece que se trate de monumentos poco visitados, todo 
                hay que decirlo– del pensamiento humanista en el siglo XX. 
                
              Este 
                texto, que sigue la huella del libro introductorio sobre Jaspers 
                de su discípula Jeanne Hersch pretende simplemente servir 
                de incitación a la lectura de un filósofo de los 
                que todavía participaban en la confianza kantiana en la 
                razón, capaz de escribir sin pestañear cosas como: 
                «La razón nos ofrece una imagen de la libertad humana 
                tal como esperamos hacer nacer, en tanto que se halla en nosotros. 
                Es, esta libertad, accsible a todos los hombres» [RAZÓN 
                Y SINRAZÓN EN NUESTRO TIEMPO]. Jaspers es desgraciadamente 
                cada vez menos leído hoy por hoy, obscurecida por la galaxia 
                Heidegger (e incluso por el más que discreto meteorito 
                Arendt) y su obra pasa un momento de eclipse, pero sigue siendo 
                una referencia fundamental, especialmente en lo que toca al ámbito 
                de la antropología filosófica. Y obviamente es imprescindible 
                para entender el significado de la libertad civil contra el totalitarismo. 
                
              Biografía
              Jaspers 
                nació en Oldenburg (cerca de las costas del Mar del Norte) 
                el 23 de febrero de 1883. Su padre era director de una sucursal 
                bancaria y su madre era de origen campesino. Después de 
                algunos semestres de estudio del derecho, realizó estudios 
                de medicina que terminó en 1909. Fue primero asistente 
                en la Clínica psiquiátrica de Heidelberg y luego 
                enseñó psiquiatría en la misma Universidad. 
                De hecho su manual de Psicopatología fue texto de estudio 
                para varias generaciones de universitarios. Desde 1921 ocupó 
                una Cátedra que le fue retirada por los nazis –se 
                le despojó del derecho a enseñar en 1937– 
                y que le devolvieron las autoridades norteamericanas (posiblemente 
                por intermedio de Golo Mann). Su forma de resistencia al nazismo 
                fue la redacción de las mil páginas de su libro 
                DE LA VERDAD [Von der Wahrheit], primer volumen de su LÓGICA 
                FILOSÓFICA y único que logró terminar de 
                tan vasto proyecto. Víctima de “una mala salud de 
                hierro” (decía que «hay que estar enfermo para 
                llegar a viejo»), no se destacó en política 
                partidista, pero consideró que su deber cívico –y 
                el amor que le unía a su esposa Gertrud Mayer, judía 
                y religiosa- le obligaba a mantener una postura moral irreductible. 
                
              Jaspers 
                es el filósofo que ejemplifica la resistencia de la tradición 
                humanista en Alemania y su curso del mismo año 1945 sobre 
                “la culpabilidad de Alemania” es un clásico 
                del pensamiento republicano de todos los tiempos, a la vez que 
                el fundamento filosófico sobre el que se edificó 
                la República Federal democrata-cristiana Pero en 1948 para 
                evitar que su independencia de intelectual le fuese secuestrada 
                –y nada deseoso de jugar el papel de “bueno” 
                en una cultura en que los “malos” eran tantos de sus 
                connacionales– aceptó una Cátedra en la Universidad 
                de Basilea (Suiza), no sin intervenir ante las fuerzas de ocupación 
                para minimizar el castigo a Heidegger y a otros intelectuales 
                que habían colaborado con Hitler. Desde Suiza, sin embargo, 
                intervino activamente en el debate sobre la bomba atómica 
                y la guerra fría (planteando el debate en términos 
                kantianos como lucha de dos imperativos, paz y libertad –y 
                defendiendo la libertad como superior a la paz). Todavía 
                en 1956 lanzó una fuerte crítica a quienes en la 
                República Federal establecían una primacía 
                del objetivo de reunificación (finalidad nacionalista) 
                por encima de la libertad (finalidad transcendente). 
              Murió 
                en Basilea en 1969 a los 86 años, dejando un texto necrológico 
                autobiográfico donde, entre otras muchas cosas, recuerda 
                –y reivindica– que: «Gozó del noble privilegio 
                de poder vivir en libertad, como Profesor que se asigna a sí 
                mismo sus obligaciones. Mediante su enseñanza pudo, por 
                su parte, contribuir a la continuidad de la tradición apoyándose 
                confiadamente en el sentido de la Universidad en Occidente». 
                Jaspers es, en toda la extensión de la palabra, un “culturalista”: 
                un profesor que vive la cultura, la reflexiona en el silencio 
                de su biblioteca y la difunde –abierto a toda tradición 
                humanista. 
              Convencido 
                de que Europa va por la senda del nihilismo y de que la filosofía 
                occidental ha cumplido su ciclo, Jaspers dedicó sus últimos 
                años a poner los fundamentos de lo que sería una 
                ética mundial. De hecho la última frase de su necrológica 
                autobiográfica aclara su proyecto con una lucidez extrema: 
                «A través de esta labor [filosófica] que inspiraba 
                una anticipación tentativa más que un saber ya adquirido, 
                ensayando el pensamiento sin poseer certezas, quiso hacer su parte 
                de la tarea que es la de su siglo: encontrar el camino que conduce 
                desde el fin de la filosofía europea hacia una futura filosofía 
                universal». 
              La 
                filosofía ante la religión y ante la ciencia
              Religión 
                y ciencia constituyen los dos ámbitos ante los que la filosofía 
                se ve obligada a definirse primariamente; en el caso de Jaspers, 
                cuya PSICOPATOLOGÍA (1911) era el manual más habitual 
                de la época en el ámbito germánico, consta 
                que su reflexión sobre la el significado de la ciencia 
                la llevó a cabo, en compañía de su esposa, 
                en los años más negros del nacional-socialismo. 
                Y en cuanto a su reflexión sobre la fe, por encima de cualquier 
                confesión religiosa concreta, cabe decir que es una de 
                las más refinadas expresiones del laicismo que no niega 
                a Dios como horizonte pero se niega a usarlo como argumento; un 
                peculiar laicismo, en todo caso, que (contra el resentido parecer 
                de Heidegger) va mucho más allá del humanismo impotente 
                o del tópico de la “fe filosófica” en 
                la racionalidad como alternativa civil a la transcendencia.
              Tanto 
                ciencia como filosofía se sitúan, en opinión 
                de Jaspers, mucho más allá del análisis de 
                la realidad empírica: son «orientaciones», 
                en el sentido de procesos orientados. La orientación científica 
                es previa en tanto que objetiva el mundo. Sin la previa asimilación 
                de la ciencia ninguna filosofía puede aspirar a ser significativa; 
                pero en la ciencia se habla acerca de la materia, mientras que 
                lo propio de la «orientación filosófica» 
                consiste en recordarnos los elementos problemáticos de 
                la concepción científica del mundo. La filosofía 
                no es una visión sintética de los resultados de 
                la ciencia, sino una visión problemática que muestra, 
                estrictamente, la imposibilidad de cualquier visión única, 
                o absoluta, del mundo. 
              Y 
                en lo que se refiere a la religión, en la medida en que 
                es un relato civilizador y transcendente, Jaspers es también 
                taxativo: la «fe filosófica» nada tiene que 
                ver con una sola religión, ni con ninguna comunidad o autoridad, 
                ni con un único Libro. Como tal tampoco puede reivindicar 
                ni la más mínima evidencia científica. En 
                consecuencia tampoco puede proponer una conducta, ni justificar 
                un programa o un orden del tipo que sea. Sin embargo, la fe en 
                la razón es lo único que puede esclarecer “el 
                otro lado” de lo real. Es porque el hombre vive en la comunión 
                de la racionalidad –que como resulta obvio, va más 
                allá del modelo occidental de racionalidad– que podemos 
                levantarnos ante la irracionalidad. 
              La 
                «fe filosófica» consiste, en definitiva, en 
                la comunicación de la razón. Como dice en LA FE 
                FILOSÓFICA ANTE LA REVELACIÓN: «La filosofía 
                contrariamente a la fe revelada no hace propaganda, deja a cada 
                cual su libre decisión. Ni anuncia ni fuerza la convicción. 
                En ella los hombres libres se encuentran en tanto que compañeros 
                con un destino común. Según algunos mi manera de 
                filosofar debiera conducir a la Fe revelada, pero tal no es en 
                absoluto mi intención. Yo mismo no puedo dejar de pensar, 
                con Kant, que si la Revelación fuese una realidad, constituiría 
                un desastre para la libertad creada del ser humano». En 
                definitiva, la fe filosófica: «Busca no la hostilidad 
                sino la lealtad, no la ruptura sino la comunicación, no 
                la violencia sino la liberalidad». Y por ello mismo el judaísmo 
                y el cristianismo, a la vez que expresan una lección moral 
                significativa han de ser criticados por pretender una unicidad 
                y una exclusividad que no les es realmente propia. 
              Curiosamente, 
                y contra el protestantismo liberal de su época que con 
                Bultmann defendía la “desmitologización de 
                la religión”, Jaspers no dejará de notar que 
                el mito y el símbolo son una adquisición enormemente 
                compleja y sofisticada del espíritu humano, de tal manera 
                que sería absurdo desecharlos por “acientíficos”: 
                precisamente lo que hace interesantes, e inquietantes todavía, 
                a los símbolos es no poder reducirlos a ciencia. Es precisamente 
                en el ámbito de lo simbólico y del mito donde –contra 
                positivismos ramplones– se libra el combate del espíritu. 
                
              ¿Por 
                qué es «grande» un filósofo?
              En 
                sus últimos años, Jaspers se dedicó a la 
                lectura de LOS GRANDES FILÓSOFOS sobre quienes escribió 
                un libro que va mucho más allá del manual al uso, 
                en la medida que pretendía encontrar un núcleo de 
                “ética mundial” –en un proyecto que luego 
                ha sido continuado por algunos significativos filósofos 
                y teólogos (Hans Küng y Leonardo Boff entre otros). 
                Tal vez para precisar el proyecto filosófico de Jaspers 
                y para diferenciarlo de opciones ideológica más 
                al uso, tenga un cierto interés recuperar los tres criterios 
                que en su opinión hacen grande a un filósofo –aunque 
                haya en ellos cierto aire de nostalgia:
              «En 
                primer lugar están por encima de su tiempo –dice 
                Jaspers– (...) Grande no es sólo quien capta su época 
                con ayuda de sus pensamientos, sino el que a través de 
                ellos toca la eternidad. En segundo lugar –añade 
                –todo pensador auténtico es original, como todo hombre 
                grande es natural y verdadero. Pero el gran pensador es original 
                en el seno de su carácter original. Es decir, aporta al 
                mundo una comunicabilidad que antes de él no existía 
                (...) En tercer lugar –resume finalmente –el gran 
                filósofo ha adquirido una independencia interior desprovista 
                de rigidez. No es la independencia del amor propio, del desafío, 
                de la doctrina sostenida con fanatismo. La independencia del filósofo 
                es obertura permanente. Soporta ser distinto a los demás 
                sin desearlo. Planta cara a la soledad».
              Es 
                obvio que el combate intelectual de Jaspers le enfrenta a Nietzsche 
                y a Kierkegaard –se ha podido decir que lo que Jaspers propone 
                es limar su “mordiente” a ambos autores. Pero en tiempos 
                de crisis del sujeto, de final de la modernidad, etc., la profunda 
                ambición intelectual y la confianza de Jaspers en el poder 
                de la razón y en la originalidad autentica de pensamiento, 
                tal vez nos coge en fase escéptica pero no deja de tener 
                un sentido; ni que sea para plantearnos la distancia entre lo 
                que hace la filosofía hoy y lo que se propuso hacer en 
                tiempos menos tocados por la crisis lingüística de 
                la razón. 
              Lo 
                Englobante
              Jaspers 
                nunca consideró que la filosofía pudiera, por ella 
                sola, producir la verdad en su plenitud substancial. Pero puede 
                ayudar a esclarecer la naturaleza de la verdad. Siguiendo a Jeanne 
                Hersch puede decirse que la tarea de la filosofía según 
                Jaspers consiste en: «traducir la conciencia inmediata de 
                la verdad en un saber reflexivo de tal manera que mi conciencia 
                “me asegure” de la verdad». Un proyecto filosófico 
                de tal calibre parecería hoy excesivo pero muestra también 
                la seriedad del empeño. 
              Mediante 
                el concepto de «lo Englobante» [das Umgreifende], 
                “lo que circunda”, con el que designa la totalidad 
                de los modos del ser, se pretende mostrar que el sentido de la 
                filosofía sólo puede captarse cuando intenta, al 
                modo quasi kantiano, mostrar la relación de todo con todo. 
                La existencia se vive como algo que nos circunda y que a la vez 
                nos define y nos religa; como un todo que no se deja reducir a 
                concepto y que a la vez constuímos y nos construye. En 
                la medida que la realidad es dinámica no se puede confundir 
                la “búsqueda” con cualquier ilusión, 
                temporal y finalmente infundada, de poseer o de conocer la Totalidad. 
                La lógica filosófica es una búsqueda que 
                se sabe interminable, un esfuerzo de clarificación de lo 
                que nos circunda, pero a cuya vis más profunda no accederemos 
                jamás. 
              Ciertamente, 
                Lo Englobante tiene algo de místico. De ahí que 
                otros conceptos de Jaspers (“situación-límite” 
                o “existencia posible”) hayan tenido una posteridad 
                más significativa, pero la clara conciencia de no alcanzar 
                nunca «lo Englobante» no ahorra su búsqueda, 
                ni el esfuerzo intelectual que ello exige.
              Se 
                pude entender «lo Englobante», lo que circunda, desde 
                diversas perspectivas: 
              a.- 
                Lo Englobante que somos nosotros: 
              - 
                a partir del “sujeto vital” [Dasein]
                - a partir de la “conciencia en general” [Bewusstsein 
                überhaupt] 
                - a partir del “Espíritu” [Geist]
                - a partir de la existencia 
              b.- 
                Lo Englobante que el ser es: 
              - 
                en tanto que mundo 
                – en tanto que transcendencia 
              c.- 
                La relación de todos los modos de Lo Englobante en nosotros 
                
              - 
                las diversas funciones de la razón [Vernunft]
              No 
                se trata de ninguna deducción de categorías a priori, 
                al modo kantiano, sino de la expresión de una experiencia 
                interior, de carácter operativo, en la búsqueda 
                de los límites de la razón. El sentido de Lo Englobante 
                tiene que ver con la experiencia cotidiana: conozco algo cuando 
                soy capaz de “englobarlo” en una experiencia o en 
                una relación lógica o ontológica. El mundo 
                es Lo Englobante de todo lo particular y el “sujeto vital” 
                [Dasein] es conciencia de vivir en conjuntos construidos, culturalmente 
                pautados (la sociedad, la profesión, etc.). No proseguiremos 
                el análisis aquí, pero quede constancia de un esfuerzo 
                sin el que Heidegger, por ejemplo, no habría podido elaborar 
                su analítica del “Dasein”. 
              Dos 
                conceptos básicos: Situación-límite y existencia 
                posible
              Jaspers 
                puede ser considerado el padre del existencialismo humanista –por 
                la misma razón que Heidegger, por su distinta concepción 
                del “Dasein”, lo sería del existencialismo 
                antihumanista y de la muerte del hombre. De esa reivindicación 
                del humanismo surge la insistencia de Jaspers en el tema de la 
                crisis de Lo Englobante y la presencia de la discontinuidad en 
                la vida humana. Lo Englobante (la totalidad del ser, el mundo 
                en sí) no nos es dado sino a partir de una “situación”, 
                de un momento concreto y propio en el desarrollo de un proceso. 
                Debido al fracaso de la ontología -ante la imposibilidad 
                de comprender la entraña múltiple de lo humano que 
                se resiste al concepto, la filosofía debe plantearse como 
                un intento de clarificación de la razón. Todo lo 
                que percibimos se nos aparece como discontinuidad, como dualismo 
                y contradicción. La labor de una filosofía de la 
                existencia consiste en elucidar la propia situación en 
                relación al mundo objetivo que nos envuelve, esclarecerla 
                mediante la experiencia de los límites que el mundo nos 
                impone. En un entorno constituido por la discontinuidad y de perspectivas 
                inacabadas, la reflexión filosófica significa un 
                esfuerzo por clarificar el sentido y la objetividad del mundo 
                no en tanto que empírico, sino en tanto que abierto a la 
                indeterminación de lo humano. 
              La 
                filosofía en tanto que constituida desde la libertad y 
                la indeterminación se abre al discernimiento de la existencia 
                posible, que es también inacabable (en el sentido de imposible 
                de agotar en un concepto) y libre. Para Jaspers la existencia 
                posible no pertenece al orden de los hechos, sino al de la libertad 
                en el mundo –y es ese un punto que le separa radicalmente 
                de otros existencialismos (Heidegger, Sartre). Jaspers usa habitualmente 
                la expresión «existencia posible» para poner 
                de manifiesto que en ella no se expresa ni una universalidad impersonal 
                ni el capricho de lo arbitrario. Aquello que la filosofía 
                debería hacer manifiesto es la relación entre la 
                existencia (lo englobante) y la situación. El sujeto tiende 
                a «orientarse en el mundo» [Weltorientierung] para 
                situarse en una totalidad. Pero una característica de la 
                modernidad nihilista, y aún del mismo existir como sujeto, 
                es saberse formando parte de una multiplicidad de perspectivas, 
                siempre inacabadas. El mundo, inevitablemente desgarrado, escindido, 
                reenvía el sujeto a sí mismo, en tanto que único 
                concreto, para que esclarezca su propia existencia [Existenzerhellung]. 
                Esclarecer la propia existencia se hace posible básicamente 
                en la medida que los humanos se enfrentan a «situaciones 
                límite». 
              Contra 
                lo que podría parecer las «situaciones límite» 
                no lo son porque limiten la libertad, ni porque impongan una pasiva 
                aceptación de lo inevitable, sino porque permiten que los 
                humanos encuentren a través de ellas un sentido y una autenticidad 
                a la existencia. La «situación» es el contexto 
                concreto, espacial e histórico en que se encuentra el sujeto. 
                El hombre se halla siempre “situado”, englobado, de 
                una cierta manera, en un concreto contexto actos y de posibilidades. 
                El carácter subjetivo y finito de la propia vivencia nos 
                sitúa ante la primigenia situación límite: 
                nacimiento, muerte, sufrimiento, lucha o culpa no son abstracciones, 
                sino situaciones y a la vez límites; pero es la finitud, 
                la conciencia del límite como algo insuperable, lo que 
                nos hace humanos. Jaspers niega a la existencia la capacidad de 
                abolir el tiempo refugiándose en una supuesta contemplación 
                metafísica o en ningún Absoluto de carácter 
                trascendente. 
              La 
                conciencia de la finitud no debiera leerse como fracaso sino como 
                condición del conocimiento, como capacidad para reconocer 
                a los otros y a uno mismo en tanto que seres constituidos por 
                límites. Para decirlo en las palabras de su discípula 
                Jeanne Hersch: «...la finitud humana no aparece de ninguna 
                manera como el empobrecimiento, repentinamente sobrevenido, de 
                un ser hecho en principio para el infinito. Al contrario: la finitud 
                es lo que hace que el ser humano sea humano: libre y prisionero 
                de las situaciones límite, llamado a la transcendencia 
                y condenado al fracaso» (p.34). 
              El 
                Dasein
              Es 
                casi imposible entender a Heidegger y a Hanna Ardendt sin plantear 
                su relación con el concepto de “Dasein” en 
                Jaspers, con el que el primero polemiza y que la segunda adaptó 
                al gusto norteamericano con su acostumbrado oportunismo.
              A 
                diferencia del existencialismo ateo, el Dasein de Jaspers no es 
                el puro «ser-ahi» [da sein] en el espacio y el tiempo, 
                puramente arrojado al mundo. El Dasein engloba espacio y tiempo, 
                no es una pura presencia objetiva: vive y por ello puede ser estudiado 
                como objeto de ciencia. Pertenece jubilosamente al mundo y a la 
                vez sufre por pertenecer al reino de lo efímero. Sabe que 
                podría no ser pero es realmente y a la vez no constituye 
                su propia creación. Vive a la vez en retiro y en acción 
                en Lo Englobante. 
              En 
                esquema le corresponderían las siguientes características: 
                
              1.- 
                Cada Dasein es único y singular: yo soy siempre tan sólo 
                un único Dasein.
                2.- El Dasein vive en un entorno concreto que percibe y en el 
                cual actúa.
                3.- Nace y muere entre otros Dasein que nacen y mueren antes y 
                después de él.
                4.- Está animado de deseos y voluntades, quiere vivir y 
                ser feliz –pero cualquier plenitud que logre es momentánea, 
                no permanece.
                5.- Queriendo vivir y sintiéndose amenazado, busca la potencia 
                y no rehuye la lucha. Mientras vive, vive también su inquietud. 
                
                6.- Es englobante, pues nada es real para mí, ni siquiera 
                yo mismo, sino actualizándose como mi “ser ahí”. 
                Dasein es, pues, también mi cuerpo, siempre presente y 
                por el que todo debe pasar. 
              Siguiendo 
                estas características, puede colegirse que los debates 
                sobre “totalidad”, “fin último”, 
                etc., quedan eliminados. Mientras la acción del hombre 
                es libertad, el ser del hombre es, en cambio, al mismo tiempo, 
                libertad y necesidad. Una antropología filosófica 
                de la libertad debiera dar cuenta de ello y aunque se hace difícil 
                no ver aquí la huella de un combate con la antropología 
                de Nietzsche y Kierkegaard, es obvio que el programa implícito 
                en la propuesta de Jaspers tiene muchos desarrollos posibles todavía 
                en un humanismo que no se manifieste satisfecho de sí mismo, 
                ni ahogado en el culturalismo. 
              La 
                política, la paz y el derecho
              Jaspers, 
                en virtud de su mala salud, intervino muy poco de forma directa 
                en la política pero tiene para la consolidación 
                de la Alemania de Adenauer, la misma importancia, o tal vez más, 
                que Weber para la República de Weimar. Actualmente hay 
                una curiosa tendencia en medios intelectuales a sobrevalorar el 
                periodo de Weimar por su rupturismo político y social. 
                No se debiera olvidar, sin embargo, el “pequeño detalle” 
                del fracaso social de Weimar, y del éxito de la República 
                Federal, a la hora de considerar si su planteamiento político 
                fue más adecuado –aunque ciertamente mucho menos 
                innovador– que el que se respiró en los años 
                de Weimar. La política representaba para Jaspers un “test”, 
                una prueba de la autenticidad de un pensamiento y se construye 
                con una mezcla de autenticidad y fuerza (o coraje), que a su vez 
                está cimentado, indisociablemente, de libertad y verdad. 
                
              La 
                política en Jaspers tiene un claro sentido cultural, es 
                decir, conlleva un sesgo conservador explícito e inevitable, 
                porque la cultura necesariamente implica conservación del 
                pasado y de la memoria, sin los cuales sólo cabe el desarraigo. 
                Exige, además, competencia y capacidad técnica, 
                pero no consiste sólo en técnica. Lo que se enfrenta 
                en profundidad en el ámbito político no son exactamente 
                intereses; son fuerzas espirituales orientadoras. De ahí 
                que, en la medida en que esas fuerzas no son unívocas, 
                el pensamiento no puede hacer otra cosa que trazar puentes y ayudar 
                al discernimiento cívico. Además de su responsabilidad 
                política, el filósofo lleva consigo otra responsabilidad: 
                la de la verdad, que no es posesión de ningún partido, 
                y cuya necesidad imperativa no puede quedar disimulada ni por 
                un falso respeto, ni por consideraciones de eficacia. 
              Jaspers 
                no escribe exactamente acerca de “democracia”, sino 
                de algo más complejo: la Idea de democracia. «La 
                verdad de la democracia –dice en un momento de HOFFNUNG 
                UND SORGE– no reside en principio sobre un contenido, sino 
                en la forma en que éste es pensado, mostrado y discutido: 
                en el modo de pensar de la razón». La democracia 
                puede tener diversos aspectos formales, pero lo significativo 
                es que los diversos modelos comparten la reivindicación 
                de la crítica –que no es ni nihilismo cínico 
                ni ilusión utópica. No es un juego de habilidad, 
                ni la consecuencia de una “oligarquía de partidos”. 
                La crítica en democracia no es pesimista ni optimista, 
                simplemente es consciente de lo que se juega en cada una de las 
                decisiones políticas: la libertad y el destino futuro de 
                los humanos. 
                
                De aquí que, en democracia, sea fundamental la transparencia 
                (cosa que incluye la libertad de prensa) y el control recíproco 
                de las instituciones que sólo puede garantizarse mediante 
                el derecho. De ahí que la paz –pero no cualquier 
                paz– sea una exigencia de la democracia. La paz no es, sin 
                embargo lo que los políticos tienden a llamar “paz”, 
                puras tentativas para evitar lo inevitable del conflicto, sino 
                una exigencia de justicia que sólo será posible 
                con una «conversión ético-política» 
                de nuestra manera de pensar que no sea ni puramente “realista” 
                (los realistas son quienes creen que la humanidad no cambiará 
                jamás), ni “moralista” (es decir utópica, 
                convencida de que el hombre puede renacer, negando la realidad 
                actual.
              Las 
                formas de la culpabilidad alemana
              El 
                tema de la «culpabilidad alemana» resulta ya un tanto 
                manido hoy en día, por mucho que Jankélévitch 
                y otros autores lo declarasen “imprescriptible”. De 
                hecho debiera ser tratado con mucha más extensión 
                que la de este texto y, en cualquier caso, parece un tanto hipócrita 
                olvidar que todo el mundo –y eso no excluye a nadie–puede 
                ser tan culpable hoy de un montón de injusticias y de guerras 
                como lo fue un alemán en la época hitleriana. Aquello 
                que en un momento dado distinguió a la “culpabilidad 
                alemana” es hoy algo podría decirse de la humanidad 
                entera –incluso muy concretamente de los judíos en 
                Palestina. “Lo imprescriptible” no se reduce a la 
                significación concreta o a un momento histórico 
                (siempre la historia ha sido hecha con dolor y barbarie), sino 
                que su amoralidad profunda se debe a una peculiar forma de considerar 
                ese dolor: como si se tratase de algo puramente mecánico 
                o que, simplemente, “no nos concierne”. “Lo 
                imprescriptible” es la brutalidad en el hombre y la deshumanización: 
                algo que es tan alemán como judío, tan propio de 
                los pobres como de los ricos y de los sabios como de los tontos. 
                
              Lo 
                que sigue vivo hoy del planteamiento de Jaspers –y lo que 
                tiene sentido aún hoy en la reflexión sociomoral– 
                es su análisis profundo de las cuatro formas de la culpabilidad 
                (criminal, política, moral y metafísica) que pueden, 
                por desgracia, aplicarse hoy a muchos y muy diversos lugares de 
                todo el mundo. Asi Jaspers distinguía entre: 
              1.- 
                La culpabilidad criminal: Los crímenes son algo de naturaleza 
                objetiva, que contraviene la ley, afecta a los individuos como 
                tales, singularmente, la instancia competente para juzgarlos es 
                un tribunal, constituido en un procedimiento formal. 
              2.- 
                La culpabilidad política: Reside en los actos de los hombres 
                de Estado, pero también en los ciudadanos que los han permitido 
                porque cada individuo es responsable de la forma en que decide 
                o acepta ser gobernado, en tal sentido es colectiva. La responsabilidad 
                política se decide por el éxito de la empresa y 
                es al vencedor a quien compete juzgarla, pero no pude ser juzgada 
                arbitrariamente sino con arreglo al derecho natural y al derecho 
                de gentes.
              3.- 
                La culpabilidad moral: Aunque se quiera disimular con frases como 
                “una orden es una orden”, un crimen siempre será 
                un crimen sea quien sea quien lo ordene. Es una culpabilidad personal, 
                intransferible. La instancia competente para juzgarla es la conciencia 
                –y exige la comunicación, el diálogo. 
              4.- 
                La culpabilidad metafísica: De carácter ontológico, 
                que se produce cuando se deja de reconocer la humanidad del Otro 
                y, en consecuencia, quedan rotos los vínculos humanos, 
                es decir, cuando se rompen los lazos ontológicos que nos 
                vinculan con todos los demás humanos. La instancia competente 
                para juzgarla en toda su profundidad sólo puede ser Dios, 
                en la medida que sólo un Dios es amor perfecto. 
              Reflexionar 
                seriamente sobre esas diversas formas de culpabilidad es una condición 
                imprescindible para una democracia republicana de calidad. Y resulta 
                todavía más necesario en lugares como el Estado 
                Español que ha programado durante siglos el genocidio contra 
                la cultura catalana, o en Latinoamérica, donde las lenguas 
                y culturas indígenas padecen hoy un genocidio mucho peor 
                –por más largo y pertinaz– del que sufrieron 
                los judíos en Alemania). En todas partes la culpabilidad 
                es exactamente la misma y inevitablemente la excusa de los opresores 
                cuando se ven desenmascarados (“nosotros no sabíamos”) 
                también lo es.
              Por 
                su importancia, y porque los genocidas tienden a ocultarlo, reproducimos 
                aquí un párrafo de LA CULPABILIDAD ALEMANA (curso 
                de 1945), sobre “La culpabilidad metafísica”. 
                
              «La 
                Culpabilidad Metafísica: Existe entre los hombres, por 
                el hecho de ser hombres, una solidaridad en virtud de la cual 
                cada uno se encuentra corresponsable de toda injusticia y de todo 
                mal cometido en el mundo, y en particular de los crímenes 
                cometidos en su presencia, o sin que él los ignore. Si 
                no hago lo que puedo para impedirlos, soy cómplice. Si 
                no he arriesgado mi vida para impedir el asesinato de otros hombres, 
                si no he dicho esta boca es mía, me siento culpable en 
                un sentido que no puede ser comprendido de manera adecuada, ni 
                desde el punto de vista jurídico, ni políticamente, 
                ni moralmente. Que yo esté todavía con vida después 
                que cosas tales hayan sucedido, pesa sobre mí como una 
                culpa inexpiable. En tanto que hombres, si la suerte no nos ahorra 
                situación tal, nos encontramos lanzados contra el límite 
                en el que se debe elegir: o arriesgar nuestra vida en lo absoluto, 
                sin fin, incluso sin perspectiva de éxito, o bien preferir 
                continuar vivos en la medida en que el éxito está 
                excluido. En alguna parte, en la profundidad de las relaciones 
                humanas, se impone una exigencia absoluta: en caso de ataque criminal, 
                o de condiciones de vida que amenazan al ser físico, no 
                aceptar otra cosa que no sea vivir todos juntos o que no viva 
                nadie; eso es lo que constituye la substancia misma del alma humana. 
                Pero eso no es así ni en la comunidad de todos los hombres, 
                ni entre los ciudadanos de un Estado, ni en el interior de grupos 
                más pequeños; la solidaridad resta limitada a los 
                más estrechos vínculos humanos, y eso constituye 
                nuestra culpa común. La instancia competente para juzgar 
                eso es sólo Dios». 
              Prescindiendo 
                ahora de lo que diría un lector del primer tratado de «La 
                Genealogía de la Moral», de los tópicos más 
                al uso sobre el nihilismo y del origen democratacristiano de su 
                autor, tal vez habría que reconocer al texto una profunda 
                dignidad, cuanto menos...
               
              
                Filosofía y psiquiatría
              Jaspers 
                inicia su labor profesional en el ámbito de la psiquiatría 
                y desemboca en la reflexión filosófica precisamente 
                en la medida que se da cuenta de los límites, antropológicos 
                pero también morales, de su disciplina científica. 
                Si la psiquiatría quiere delimitarse como saber sobre el 
                alma, entonces debería explicar con alguna claridad la 
                diferencia entre “cerebro” y “personalidad” 
                (lo que hoy denominamos la diferencia entre cerebro y “mente”). 
                Pero faltaba en la psiquiatría de su época, y tal 
                vez nos sigue faltando hoy, una clara definición de ambos 
                términos. De ahí que, según una anécdota 
                que al parecer le gustaba repetir, un día cuando todavía 
                no se había decantado por la filosofía dijese en 
                una reunión de médicos: «Los psiquiatras han 
                de aprender a pensar», lo que mereció una única 
                respuesta displicente de sus colegas: «habría que 
                darle una bofetada». 
              A 
                partir de 1911, Jaspers se encamina hacia la filosofía 
                a partir de la psiquiatría usando como método la 
                fenomenología de Husserl en la medida en que le ofrece 
                un método descriptivo de la experiencia subjetiva tal como 
                dicen experimentarla los enfermos. Su filosofía de la psiquiatría 
                le lleva a profundizar en una intuición de Dilthey que, 
                por su parte, ya había distinguido entre un modelo de psicología 
                explicativa y otro de carácter descriptivo y analítico. 
                Jaspers profundiza en ese segundo modelo y lo denomina «psicología 
                comprensiva». 
              La 
                distinción entre «Psicología Explicativa» 
                [erklärende Psychologie] y «Psicología Comprensiva» 
                [verstehende Psychologie] continúa siendo significativa 
                hoy. Una comprensión auténtica del “otro” 
                (del enfermo) exige que el psiquiatra no lo conciba como un objeto 
                de estudio sino como una experiencia subjetiva. No se trata sólo 
                de dar una explicación causal de la enfermedad mental (la 
                sobreexcitación de ciertos nervios, la estructura psicofísica, 
                etc.). Además, la comprensión de la enfermedad exige, 
                para Jaspers, acercarse al proceso interno, a la «causalidad 
                interior» de la enfermedad: la infinidad irreductible de 
                cada ser humano –y en consecuencia, el respeto que se le 
                debe– necesitan de la comprensión, que se halla en 
                el nivel valorativo, más allá de la explicación 
                descriptiva y causal. Que las dos aproximaciones, explicativa 
                y comprensiva, sean correctas, no debería hacernos olvidar 
                que su objetivo es diverso. Estudiar el mecanismo psicofísico 
                como si tratase acerca de un ser sin alma resulta tan absurdo 
                como pretender la existencia de un alma sin cuerpo. 
              Contra 
                el psicoanálisis
              Jaspers 
                se manifestó abiertamente contra el psicoanálisis 
                (véase la conferencia SOBRE LA CRÍTICA DEL PSICOANÁLISIS, 
                1950) precisamente porque no distingue entre los dos niveles explicación 
                referidos. De hecho, era el mismo uso de la palabra “teoría” 
                lo que le disgustaba profundamente en el ámbito de la psicología 
                que, a su parecer, abusa de una analogía con las ciencias 
                físicas aun sabiendo que nunca podría lograr su 
                mismo status. La psicología, en la medida que se configura 
                como saber sobre el alma no es una ciencia (no progresa, no puede 
                experimentar en sentido pleno...). La psicología no mantiene 
                más que una analogía, pero no una identidad, respecto 
                a las ciencias naturales y ello es debido, precisamente, a que 
                el alma no es, ni puede ser, un concepto propio de las ciencias. 
                
              Para 
                Jaspers la causalidad de la enfermedad mental es un problema distinto 
                al del sentido de la enfermedad mental. La causalidad es técnica 
                y constituye un problema de tratamiento (psicoterapia) más 
                o menos eficaz; el sentido, en cambio, es existencial y no resulta 
                traducible a fórmulas. Es la personalidad moral tanto del 
                enfermo como del terapeuta lo que se pone finalmente en juego 
                en la enfermedad mental. 
              Jaspers 
                elabora una serie de críticas al psicoanálisis que 
                giran entorno del intento freudiano de reducir el “sentido” 
                de la enfermedad mental a una serie de fórmulas o de síntomas 
                objetivados. Para el filósofo, el psicoanálisis 
                hace una reducción incorrecta de la neurosis a la causalidad 
                mecánica a la vez que desatiende el proceso comprensivo 
                (que tal vez hoy denominaríamos “empático”, 
                entre enfermo y terapeuta. Para Jaspers la terapia freudiana, 
                precisamente porque es profundamente directiva –porque establece 
                una “ortodoxia” sobre la mente– no puede dar 
                razón de lo específico de la neurosis. 
              En 
                resumen se proponen cinco críticas centrales al psicoanálisis 
                en Jaspers: 
              1.- 
                Todo lo que sucede al hombre (y no sólo en la enfermedad 
                mental) tiene un sentido. Pero traducir el sentido a “síntoma”, 
                absolutizar el significado de los síntomas, e interpretar 
                una biografía entera por una serie más o menos incompleta 
                de ellos es degradar al individuo. En psicoanálisis los 
                síntomas se interpretan y contrainterpretan una y otra 
                vez, precisamente porque no es posible absolutizarlos, porque 
                siempre hay algo en ellos que se nos escapa. Por eso el psicoanálisis 
                hace mala ciencia.
              2.- 
                Hay un totalitarismo psicoanalítico que proviene de no 
                reconocer la división entre cuerpo y alma. El psicoanálisis 
                se pretende previo a esta distinción y precisamente por 
                pretender un conocimiento “total” del ser humano, 
                acaba en totalitario. 
              3.- 
                Pese a su supuesto amoralismo, el psicoanálisis manipula 
                el sentimiento de culpa. Halla una cierta culpabilidad en la enfermedad 
                mental, y ello hace sufrir al enfermo, lo vuelve vulnerable y 
                altera el sentido mismo de la ayuda médica.
              4.- 
                El psicoanálisis presupone que existe un estado humanamente 
                perfecto que se denomina “salud”; pero ello es cuanto 
                menos dudoso (la salud es un estado dinámico) y conlleva 
                una filosofía implícita con “artículos 
                de fe” no siempre confesados. 
              5.- 
                En psicoanálisis el terapeuta interviene excesivamente 
                en la curación y mediatiza las decisiones supuestamente 
                autónomas de sus pacientes. 
              En 
                resumen el psicoanálisis actúa como una ideología 
                (interesada) o como una fe -la fe propia de los tiempos nihilistas, 
                podríamos decir– pero no como una ciencia. Podría 
                compararse a los “Ejercicios Espirituales” de San 
                Ignacio de Loyola en la medida en que, para Jaspers, ambos procedimientos 
                no buscan descubrir la verdad, sino algo más sutil: manipular 
                la propia conciencia, autoconvencerse. El psicoanálisis 
                es una “fe”, algo no necesariamente malo en principio 
                –toda curación requiere fe– pero que pude derivar 
                en fanatismo, en autoengaño; y que, desde luego, nada tiene 
                que ver con la ciencia. Frases de Jaspers como la referida a los 
                psicoterapeutas: «no se puede lleva a nadie más allá 
                de donde se encuentra uno mismo» debieran ser objeto de 
                atención todavía hoy. 
              Por 
                lo demás, alguna de sus opiniones pueden parecer hoy muy 
                conservadoras en la medida en que Jaspers considera que a extramuros 
                de la cultura lo humano se degrada inevitablemente en resentimiento 
                y nihilismo; pero toda su crítica al psicoanálisis 
                arraigadas en la convicción de que, precisamente, es la 
                cultura lo que nos protege de la neurosis y no, de ninguna manera, 
                lo que de forma nihilista la provoca. Veamos simplemente dos frases 
                claramente reveladoras de su convicción de que es estrictamente 
                la cultura lo que salva al espíritu en vez de ser lo que, 
                supuestamente, nos conduce al malestar: «Quien no ve en 
                el matrimonio más que una forma particular entre otras 
                igualmente posibles, no ha entendido nada, o muy poca cosa, y 
                no es apto para el papel de higienista del alma» y «Alguien 
                que liquida la fe religiosa como sugestión o ilusión 
                no debiera ocuparse de higiene mental». La función 
                de la medicina en Jaspers no puede separar el aspecto ético 
                (madurar moralmente él mismo y acompañar al paciente) 
                del aspecto científico instrumental. Si el psicoanálisis 
                no le merece confianza es, al fin y al cabo, porque no ha sido 
                capaz de comprender el aspecto moralizador y, por tanto de crecimiento 
                y de plena humanización, que se esconde en la sociabilidad 
                –y especialmente en sus formas más complejas, más 
                alejadas de lo instintivo e, incluso, más, barrocas (la 
                familia, la religión...). 
              
                Bibliografía básica: 
              Jeanne 
                HERSCH: KARL JASPERS. 
                Lausana: Éd. L’Age d’Homme, 1978 (2ª ed. 
                2002)
              G. 
                CANTILLO: INTRODUZIONE A JASPERS
                Roma, Bari: Ed. Laterza, 1997