¿El Dios de Marco Aurelio? Una cuestión disputada

 

 

 

 

Marco Aurelio fue un hombre religioso; pero cuál era su dios es materia de debate. ¿Creía una divinidad homologable a la de los dioses del panteón clásico? ¿Su dios fue la conciencia moral? ¿O la naturaleza? No tenemos una buena respuesta a esa pregunta, pero podemos intentar alguna aproximación.

   Cualquier lector de las Meditaciones sabe que a lo largo del texto los nombres que el emperador da a la divinidad varían profundamente. Se le llama Zeus, el Principio, la Naturaleza, el Cosmos… todos son invocados como razón última de cuanto existe y Marco Aurelio parece usar esos apelativos indistintamente. Incluso habla de los dioses como si tratase de un grupo de príncipes que pueden ser colectivamente invocados. De ahí surgen debates eruditos sobre la naturaleza y el papel de los dioses tanto en Marco Aurelio como, en general, dentro de la tradición estoica. La concepción de dios que nos transmite el emperador oscila entre el politeísmo (los dioses), el panteísmo (la naturaleza como gran Todo) o el monoteísmo racionalista (que identifica a los dioses con la razón o el destino). ¿Cómo se pueden explicar esas fluctuaciones?

   Según Diógenes Laercio (VII, 147), el fundador del estoicismo, Zenón de Citium, había enseñado que “Dios es un ser viviente, inmortal, racional, perfecto, inteligente, feliz, ajeno al mal, que extiende su providencia sobre el mudo y cuanto contiene. Sin embargo, no tiene forma humana. Es el autor de todas las cosas y, como su padre, está íntimamente vinculado a la naturaleza por alguna de sus partes” y a continuación ofrece una lista de los nombres diversos de la divinidad (Dia, Zeus, Atenea, Hera, Poseidón, Hefesto, Poseidón, Démeter “y aún muchos más nombres, según sus diversos efectos”.

   No hay que engañarse, pues, por la pluralidad de atributos o de funciones de un mismo ser. Hay muchas maneras de denominar a la misma cosa, máxime cuando ese mismo ser posee una pluralidad de atributos y prerrogativas. Cuando se le denomina “Zeus” se le considera el creador” y cuando se le presenta como “Démeter” se pone el acento en la fecundidad de la tierra. La multiplicidad de dioses no hace referencia a dioses diversos, o a una realidad pluriforme, sino a sus múltiples y distintas funciones. Pero hay una unidad de fondo entre todo cuanto es divino. Todo depende de cómo se les invoque y de qué se quiera subrayar en ellos.

   En el estoicismo los nombres de lo Absoluto no agotan su pluralidad de significados. Hay un texto de Séneca (Cuestiones Naturales, II, 45, I,) que lo expresa claramente, a Dios: “todos los nombres le convienen”:

“¿Quieres llamarle el Destino? Tienes derecho, ya que a él están suspendidas todas las cosas, la causa de las causas.

¿La Providencia? Tienes derecho, ya que es aquel cuyo consejo cubre las necesidades de este mundo, a fin de que llegue a término sin encontrar obstáculo alguno y desplegando todos sus movimientos.

¿La Naturaleza? No cometerás ningún error, ya que de él nacen todas las cosas gracias a cuyo soplo vivimos.

¿El Mundo? No te equivocarás, ya que él es todo lo que ves, presente en el interior de tosas sus partes y que se conserva a sí mismo y a sus partes.”

No tiene sentido discutir si el dios de Marco Aurelio es personal (incluso aunque obviamente no sea humano). Dios solo personaliza un impulso cósmico, “religioso” en el sentido que re/liga el orden del cosmos y el hombre. De una manera más estricta, el dios de Marco Aurelio es un principio material que penetra toda forma de lo real. Una materia sutil que está en todo cuanto existe, pues es la causa que todo lo organiza. El dios de Marco Aurelio genera y ordena lo real; unifica, identifica y vincula todo cuanto existe. Se puede considerar un “principio directivo”. Y en cuanto tal articula el mundo exterior, pero también la conciencia humana. En tanto que orden del mundo, el dios es perfectamente objetivado, exteriorizado en el ritmo de la naturaleza. Y en tanto que orden interior se expresa en la conciencia. Es la voz que en Marco Aurelio se dirige a él y solo a él.

Para los estoicos el mundo es “un gran animal” y eso significa que está animado y que tiene ánima. “Una criatura viviente única, que contiene una sola substancia y una sola alma”, en la que “todo se cumple en un único impulso” (Meditaciones, IV, 40).  En lo que toca a la conciencia humana, ese principio de animación se expresa en dos conceptos: “hegemonikon” y “daimon”. Conviene que nos sea propicio: “El daimon que ha fijado su estancia en el interior del cuerpo” (III, 16). Lo divino nos habla, pues, en la conciencia que es donde habitan los dioses (XI,27). Ya Heráclito había dicho que lo propio del hombre es su daimon (fragmento, 119) y ese tema se encuentra también en Platón (Fedro, 242b, Banquete, 202d). Posteriormente, los cristianos asimilaron el daimon al ángel protector y a la voz de la conciencia, por lo tanto, el dios de Marco Aurelio no es un concepto original, aunque sí radicalmente exigente – un dios moral, a partir del cual se construirá la idea de la responsabilidad moral, que de Kant a Jonas ha sido central en el pensamiento moral de Occidente. En todo caso, al hablar sobre los dioses del mundo antiguo haríamos bien en recordar que en la tradición cristiana (o post/cristiana) lo divino y lo humano son irreductibles entre sí. Pero esa no fue en absoluto la posición de los griegos y del mundo clásico, donde dioses y hombres comparten el mundo.

Daimon y hegemonikon son en Marco Aurelio dos maneras de referirse al principio espiritual singularizado de la totalidad de cuanto es. El daimon que habita en uno mismo, que consigue que cada cual domine sus propios impulsos, y que controle sus propios pensamientos haciéndose señor de sí mismo, es el dios de Marco Aurelio (III, 6). Por eso el peor error humano es insultar o degradar la propia conciencia, porque es la fuente de lo divino que hay en cada humano en particular. Hacer lo que es debido solo para ser admirado, y sin el acuerdo de la conciencia, es condenarse a ser un desgraciado, o como él mismo dice: «Esfuérzate, pero no como un desventurado, ni como aquel que quiere que lo compadezcan o lo admiren. Quiere solo una cosa; moverte y detenerte como exige la razón civil [politikós logos]» (XI, 12). Esa razón civil tiene también algo de sagrado, como parte que es de la tradición de la ciudad.

Sin embargo, hay otro problema a considerar en la teoría sobre la divinidad en los estoicos, y de manera, muy peculiar en Marco Aurelio. Suele pasarse por encima, pero en las Meditaciones es central el papel de miedo y de la muerte. La última palabra que aparece en el libro (y que sin duda debió ser editado, aunque no sea claro con qué criterios) es particularmente significativa, porque ofrece una clave de lectura significativa de toda la obra. Se trata de la palabra “tranquilidad”. Vivir filosóficamente, es decir, de acuerdo a la naturaleza, escuchando la voz interior del hegemonikon y el daimon, permite vivir con tranquilidad. Y tranquilidad es lo contrario de miedo. Conviene no olvidarlo: Marco Aurelio es el filósofo de la serenidad, pero también el del miedo. Tiene una visión de la vida y de las cosas humana tenebrista (“ayer un moco asqueroso, mañana momia o ceniza”; IV, 48) ante la que la reflexión sobre los dioses aporta un poco de calma necesaria para evitar la desesperación más radical.

Una lectura de Marco Aurelio desde la perspectiva del miedo (y de la necesidad de los dioses para conjurarlo) seguramente caería en el error de convertir al emperador en alguien demasiado “moderno”, demasiado emotivista, hasta hacerlo incompatible con la información que nos han transmitido autores como Dion Casio, por ejemplo, que lo presentan como alguien vigoroso en su juventud. Es un lugar común, pero no por ello menos cierta, que la angustia ante el sinsentido del mundo podemos experimentarla de dos maneras: el ateísmo, que constata la ausencia de Dios y decide hacer silencio, y el subjetivismo radical, la sobrevaloración de las propias emisiones y de la voz interior o de la conciencia, presentada como alma bella y en contraste con la espantosa vulgaridad o fealdad de cuento nos rodea. Los anacronismos culturales, que pretender hacer de Marco Aurelio un cristiano o un existencialista antes de tiempo, tienen poco sentido; pero no debería pasarse por alto en una lectura de la filosofía estoica en general la pregunta sobre la relación entre la cuestión de Dios y el problema del miedo.

 

© Ramon Alcoberro Pericay