FRANCIS BACON: “EL VUELO DE ÍCARO, Y ESCILA Y CARIBDIS O LA VÍA MEDIA”

(Cap. XXVII de LA SABIDURÍA DE LOS ANTIGUOS)

Ramon Alcoberro

 

La moderación o la vía media, es la más alabada en los asuntos morales; en los asuntos intelectuales es menos celebrada pero no menos útil y buena; solamente en los asuntos políticos es objeto de sospecha y se debe utilizar con discernimiento. Los antiguos celebraron, por un lado, la moderación en las costumbres a través de la vía prescripta a Ícaro; a la moderación en los asuntos intelectuales la señalaron, por otro lado, a través de la vía entre Escila y Caribdis, famosa por su dificultad y su peligro. Cuando Ícaro tenía que volar sobre el mar, su padre le ordenó que se cuidara tanto de las vías demasiado altas como de las demasiado bajas. En efecto, puesto que sus alas estaban pegadas con cera, si elevaba muy arriba existía el peligro de que la cera se derritiera a causa del calor del Sol; pero si descendía cerca del vapor del mar, la cera devendría menos tenaz a causa de la humedad. No obstante ello, Ícaro, con osadía juvenil se lanzó hacia lo más alto y se cayó de cabeza.

La parábola es simple y conocida: la vía de la virtud se abre paso en una senda recta entre el exceso y el defecto. Y no resulta sorprendente que el exceso arruinara a Ícaro que actuaba con entusiasmo juvenil. Pues por lo general el exceso suele ser el vicio de los jóvenes, mientras que el defecto suele ser el vicio de los viejos. Sin embargo, entre todos los caminos malos y nocivos, Ícaro eligió el mejor (si se admite que evidentemente tenía que morir). De hecho, con razón los defectos son considerados peores que los excesos, visto que en el exceso subyace algo de magnanimidad y de parentesco con el cielo, como en las aves, mientras que el defecto se arrastra sobre la tierra como un réptil. Heráclito decía muy bien: “luz seca, alma óptima”. En efecto, si el alma absorbe la humedad de la tierra rápidamente se rebaja y degenera. Sin embargo, por otro lado es necesario por un instante mantener cierta mesura para que aquella luz alabada por su sequedad, se vuelva más sutil sin que por ello se incendie. Pero esto es sabido casi por cualquiera.

Aquella vía en las cuestiones intelectuales, entre Escila y Caribdis, ciertamente, exige tanto buena suerte como pericia en la navegación. Pues si las naves caen en Escila, chocan contra las rocas; pero si caen en Caribdis son engullidas. La fuerza de la parábola (que tocaré brevemente, aunque conduce a una reflexión infinita) parece ser que en toda doctrina y toda ciencia, así como en sus reglas y axiomas, se debe mantener una adecuada medida entre los escollos de las distinciones y las vorágines de los universales. De hecho, ambos son famosos por los naufragios tanto de los ingenios como de las artes.

 

Trad. Silvia Manzo: LA SABIDURÍA DE LOS ANTIGUOS;

Madrid: Tecnos, 2014; p. 104-106.

 

COMENTARIO:

  De sapientia veterum (“La sabiduría de los antiguos”, 1609) fue en su tiempo el libro más leído de Francis Bacon (1561-1626). Como en los Ensayos (1597) se trata de textos breves reflexiones, pero esta vez no de tipo moral o político sino epistemológico. Lo que nos ofrece son narraciones y comentarios de mitos clásicos,  a través de los cuales presenta un primer esbozo de la filosofía que desarrollará en su Instauratio Magna (1620).

Como muchos humanistas de su tiempo, en el De sapientia veterum, Bacon participa a grandes rasgos (pues reconoce que el mito es “muy versátil”) de la tesis según la cual la mitología ofrece una prefiguración de la filosofía, en forma básicamente de historietas e imágenes – tesis que perduró hasta Hegel por lo menos. Considera también, como era común en su época que la moraleja surgió antes que la fábula porque una historieta de carácter mitológico es, en lo fundamental, una pequeña obra de pedagogía popular que, mediante el entretenimiento, pretende hacer divulgar algún tipo de lección de valor universal. La narración mitológica “muestra e ilustra” lo que luego se convierte en lección moral epistémica. En la narrativa mitológica se encierran ejemplos de conducta filosófica y moral que el sabio debe desentrañar convenientemente.

El texto que presentamos para comentario deja ver algunas interesantes intuiciones de la ciencia del Renacimiento. Aunque aparentemente se trata de reforzar las tesis aristotélicas del punto medio como lugar de la virtud (tesis básicamente moral), no deja de aparecer una apología de la ciencia entendida como aspiración al conocimiento más alto incluso si ello conduce al error. Mejor, en cualquier caso, el exceso que el defecto.

De igual manera que en Aristóteles el “magnánimo” era el hombre mejor, incluso pese a sus defectos, también el error que se comete por querer abarcar demasiado en el ámbito del conocimiento es preferible al que se produciría si nos limitásemos a ir a ras de tierra, limitándonos a lo trillado y obvio.

Como dice Silvia Manzo en su magnífico prólogo a la edición española del texto (2014), Bacon no pretende que su filosofía es correcta porque se puede apoyar en las narraciones de los antiguos, sino se trata exactamente de lo contrario: los mitos son ciertos porque corroboran las tesis filosóficas que él pretende defender, en este caso, la de que el progreso de las ciencias sólo resulta posible cuando nos proponemos algo realmente grande. E incluso que para hacer ciencia no hay que evitar volar (construir hipótesis) por encima incluso de nuestras actuales posibilidades de conocimiento y que resulten fallidas. Para no caer entre Escila y Caribdis hay que evitar las discusiones teóricas, puramente lingüísticas (Escila) como la insignificancia de la experiencia (Caribdis).

En el capítulo siguiente de este mismo libro (XXVIII – La esfinge o la ciencia) dirá que la esfinge (la experiencia científica), “propone a los mortales cuestiones y enigmas diferentes y difíciles, que provienen de las Musas”. El esfuerzo en la resolución de los enigmas de la ciencia tiene dos consecuencias: “la laceración de la mente para el que no los resuelve y el poder para el que los resuelve”. Enfrentarse a un problema científico significa esforzarse por evitar el error (Escila y Caribdis) tanto o más que dar con la verdad que exige “buena suerte y pericia en la navegación”, como la que desgraciadamente le faltó a Ícaro.  Aunque a primera vista el contenido de este capítulo pueda parecer de hechura aristotélica, en el texto vemos, pues, alguna prefiguración de lo que será posteriormente uno de los núcleos del pensamiento de Bacon sobre la ciencia moderna.

 

© Ramon Alcoberro Pericay