BARBARIE Y CIVILIZACiÓN

Ramon ALCOBERRO

 

 La palabra «barbarie», tiene un doble uso en el lenguaje corriente. Por una parte significa un estado de primitivismo y de ignorancia, una situación de la cual se ha salido mediante un esfuerzo cultural por otra parte la barbarie es  «la autodestrucción del estado de civilización», y la violación constante de las reglas en que ésta su sustenta. El bárbaro en el sentido del primitivo ha tenido, en general, buena prensa en la cultura popular europea. Piénsese, por ejemplo, en el mito cinematográfico de Connan el bárbaro o en tantas películas sobre vikingos. Pero en el segundo sentido la barbarie es la amenaza de la violencia destructiva que planea sobre la civilización. La barbarie es una agresión física o simbólica que se produce porque sí, sin necesidad de justificación, gratuitamente y solo por imponer la ley del más fuerte. Lo que constituye específicamente al bárbaro es su violencia gratuita, desproporcionada siempre e incluso estúpida. En este sentido la barbarie es el mal, el enemigo jurado de la civilización, tanto por su violencia física como en por su desprecio moral.

Uno de los puntos del debate entre civilización y barbarie que la filosofía social contemporánea parece haber resuelto definitivamente (si es que la filosofía alguna vez “resuelve” algo definitivamente), es que no se trata de dos términos antagónicos. La barbarie no surge siempre de fuera. Toda civilización produce inexorablemente su propia barbarie; y la mayoría de las veces, si no siempre, es su propia obcecación, y su misma incapacidad para comprenderla, lo que acaba por conducirla al colapso y la extinción. Existen mecanismos casi irracionales, y de larga duración en el tiempo, que están en la base de la violencia y de la crueldad en todas las civilizaciones. Por lo que se refiere a Occidente, el profesor de la Universidad de Jerusalén S. N. Eisenstadt (The Origin and Diversity of Axial Age Civilizations, SUNY: 1986) ha defendido que el potencial de nuestra barbarie debe buscarse en la distorsión del «programa de la modernidad» que llevaron a cabo la Ilustración y en las utopías, y que menospreció lo que para él son dimensiones esenciales de la experiencia humana.

Haber trazado una frontera entre la razón y los sentimientos y buscar solo una explicación racionalista de los conflictos sociales fue, para Eisenstadt, un grave error de las Luces, y lo mismo puede decirse del individualismo de la modernidad. Así se menospreciaron o se pasaron por alto legitimaciones «de orden primordial» que todas las civilizaciones mantienen. «Primordial» debe entenderse aquí, en la tradición de la fenomenología husserliana, como algo vinculado al «mundo de la vida» en su sentido más primario. Occidente habría puesto los gérmenes de su propia barbarie contemporánea al convertir al individuo en una especie de mónada aislada, y al poner entre paréntesis (como si se tratase de algo de orden exclusivamente subjetivo) cuestiones como la religiosidad o los sentimientos. Las legitimaciones de orden contractualista del individualismo no resultarían, capaces, según Eisenstadt, de contrarrestar los impulsos primordiales (y de raíz comunitaria) profundamente arraigados en los sentimientos humanos.

Sea o no correcta esa hipótesis, es obvio que referirnos a la barbarie “en” la civilización ayuda a explicar muchos de los aspectos contradictorios en la política y en la sociedad contemporánea. Hoy mayoritariamente explicamos así cuestiones como la violencia que estamos ejerciendo sobre la naturaleza, las restricciones de derechos y libertades, la desolación de una vida cotidiana basada solo en el consumo, el menosprecio por la tradición o la preferencia imperial por la violencia como herramienta para resolver conflictos (Siria, Iraq). Que «primordialmente» la barbarie se halle inscrita en la civilización no debiera, sin embargo, consolarnos. Aunque la lógica misma de la bomba atómica y del imperativo ecológico parece que racionalmente nos debiera conducir a la no-violencia y al entendimiento, es un hecho que eso no sucede en absoluto. Si en algo están de acuerdo George Bush, Donald Trump, Bin Laden y el mulá Omar es en seguir considerando las armas como última ratio. Barbarie y violencia son cada vez más conceptos sinónimos (Z. Bauman insistió mucho en ello en sus últimos años) y a la inversa, una sociedad altamente civilizada debiera valorar el diálogo, la inclusividad y la no-violencia, como índices de su grado de desarrollo moral. Sencillamente, no es ya posible ni inteligente ignorar que también existe un «corazón de las tinieblas» en el corazón humano.

Ninguna teoría actual sobre la civilización, y sobre sus usos, debiera ignorar la potencia de todo cuanto desde la Ilustración hemos venido rechazando por irracional, pero tiene un contenido emocional intenso o incluso ciego. Referirse, por ejemplo, al terrorismo islámico como «irracional» no resuelve nada. Es difícil responder a la barbarie sin usar sus propios métodos.  Y lo seguirá siendo mientras un terrorista que ha conocido la humillación moral y la explotación económica se sienta legitimado para responder a la marginalidad y a la miseria institucional de las sociedades liberales mediante la violencia armada, en un círculo infernal e interminable de brutalidad que se retroalimenta.

 

BIBLIOGRAFIA:

Shmuel N. EISENSTADT: The Origin and Diversity of Axial Age Civilizations. Albany, N.Y: SUNY [State University of New York Press]. 1986

Shmuel N. EISENSTADT: «Barbarei und Moderne», publicado en el libro colectivo de Miller M. y Soeffner H.-G. (eds.): Modernität und Barbarei. Soziologische Zeitdiagnose am Ende des 20. Jahrhunderts. Frankfurt a. M.: Suhrkamp, 1996.

Claus OFFE: (1996) «Moderne `Barbarei‘: Der Naturzustand im Kleinformat», publicado en el libro colectivo de Miller M. y Soeffner H.-G. (eds.): Modernität und Barbarei. Soziologische Zeitdiagnose am Ende des 20. Jahrhunderts. Frankfurt a. M.: Suhrkamp, 1996.

 

 

CIVILITZACIÓ

© Ramon Alcoberro Pericay