De la física a la ética en Demócrito

Ramon ALCOBERRO

Un viejo cuento de filósofos griegos dice que un día en el Ágora de Atenas los sofistas se quejaron a Sócrates diciéndole que no era agradable discutir con él «porque tú dices siempre lo mismo sobre lo mismo» y Sócrates les respondió: «Es que vosotros decís siempre cosas diferentes sobre lo mismo». Ese cuento se puede aplicar a muchas situaciones humanas, empezando por la política, arte muy sofístico. Pero si algo está claro es que Sócrates y Demócrito no fueron sofistas: dijeron siempre lo mismo, pero seguramente cosas opuestas, hasta el punto de crear dos tradiciones éticas distintas, la del sensualismo democritano y la del racionalismo moral socrático.

 

Sobre la tradición

Entre los griegos los jóvenes no tenían permiso para hablar sobre ética porque se consideraba que solo quien había acumulado experiencia estaba acreditado para decir cosas con sentido a este respecto. Pero, además, se esperaba que el hombre sabio y maduro conociese no solo el mundo físico sino también el mundo natural para poder hablar con autoridad sobre cómo debía ser una vida moral acorde a la naturaleza. La física y la ética constituían en el mundo antiguo dos caras de la misma moneda. Los griegos suponían que solo cuando se conoce la realidad (física), pero no antes, el sabio debe plantarse el problema de la acción que deriva del estar materialmente en el mundo.

   Ese doble nivel (resumido en las dos típicas preguntas: ¿Qué puedo conocer?, ¿Qué debo hacer?) se mantuvo en filosofía hasta Kant, que empezó por preguntarse sobre la Razón pura para llegar a la Razón práctica. Incluso Diderot estudió mucha fisiología antes de hablar sobre materialismo y ética. Eso cambió con el Romanticismo. Hegel sabía ya poco sobre física, pero tenía buenos conocimientos de economía y en su obra la economía política ocupó el lugar que correspondería a la física como armazón del mundo en el pensamiento antiguo. A partir del idealismo alemán se fue perdiendo la tesis de la supeditación de la ética a la consideración científica, a la física e incluso a la metafísica. Hoy incluso uno puede ser puesto en la picota por hordas de feministas y de multiculturalistas si se atreve a proponer que la ética tenga algo que ver con la estructura del mundo natural o con la biología y la psicología. Con una única excepción, la de los utilitaristas, vincular ética y naturaleza humana es pecado digno del Santo Oficio que hoy se llama Departamento de Estudios Culturales (o incluso Facultad en algunos países).

   Cuando se discute sobre ética en Grecia nada tiene sentido si se prescinde de la física que esa ética tiene detrás. Pero en el mundo actual, globalizado y movido por la técnica, se hace difícil comprender qué era el modo de vida natural al que un griego vinculaba a su manera de entender la acción, o mejor, al “ethos”, la costumbre. Nuestra modernidad kantiana utilitarista no puede prescindir del “juicio” (ético-político); en cambio, la ética griega tiende a ser mucho más descriptiva, e incluso psicológica – y eso vale incluso para el estoicismo previo a la época romana. En resumen, para un griego habría resultado bastante extraño que alguien hablase de cómo debemos “ser en el mundo” sin definir antes “mundo”.  Por eso es importante entender la física atomista antes de plantearnos su ética.

   El mundo de Demócrito hunde su raíz en Parménides y los Eleatas (Meliso, Zenón…) que establecieron que el Ser era uno eterno e inmutable, mientras el Devenir es múltiple, y que si se quiere que exista movimiento debe existir una pluralidad de seres. Según Demócrito el Cosmos está constituido por un principio de Ser, que son los Átomos (del griego a-no, thomos-partes) que se mueven en un no-ser que es el Vacío. Los átomos se mueven en un Cosmos sin sentido y cuanto creemos ver es solo una construcción o un simulacro. Átomos y vacío, imperceptibles, no son en realidad más que inteligibles cuyo sentido, si lo tienen, siempre permanecerá obscuro. De ahí que Sexto Empírico nos diga que para Demócrito todo era convención: «Convención [nomo] lo dulce, convención lo amargo, convención lo cálido, convención lo frío, convención el color; en realidad [etée] solo hay átomos y vacío». Habría que ir con un poco de tiento antes de identificar esa posición con la de la sofística, porque la Sofística es un movimiento que tiene su origen en la relativización de las leyes de la Ciudad y Demócrito reflexiona en un paradigma físico.  Tampoco es tan obvio que Demócrito fuese un escéptico, aunque Sexto Empírico lo cite entre sus antecedentes. Si vale el anacronismo –y los anacronismos son didácticos, pero hay que saber relativizarlos – Demócrito sería un ilustrado materialista, más partidario de la tolerancia que del escepticismo.

En un mundo donde la física de los átomos y el vacío se mueve por un criterio de necesidad, la ética democritana su criterio básico es que:

«Lo que es conforme a nuestra naturaleza debe ser buscado, lo que es contrario debe ser evitado». Sexto Empírico, Contra los matemáticos, (DK 68 A 111- DK 68 B 117).

La razón (un «conocimiento legítimo») o mejor la sabiduría (en griego frónesis) es lo que debe guiarnos, pues: «de la sabiduría derivan estas tres virtudes: pensar bien, decir bien y actuar bien» (DK 68 B 2). Es sabio llevar una vida examinada (el tema de la “vida examinada” como objetivo de la filosofía es común a todas las escuelas de la Antigüedad). Y el objetivo de ese modo de vida es «vivir en la tranquilidad» (euthimeisthai). De tal manera que, en la descripción moral de lo bueno, entendido como lo deseable, los criterios de la tranquilidad («eutímia») y el bienestar («euesto») resultan centrales. Si a eso se le quiere llamar una actitud utilitarista –asumiendo el anacronismo de la atribución–, poco habría que debatir. Excepto que Demócrito compagina mal con cualquier teoría sobre la naturaleza humana: no cree especialmente en algo así, el hombre ni es calculador por naturaleza ni deja de serlo.

   Si es correcta la transmisión de su pensamiento que nos ha legado Clemente de Alejandría, según Demócrito: «el placer y el dolor constituyen la norma de lo útil y de lo que hemos de evitar». Por ello: «conviene rechazar todo placer que no sea provechoso» (DK 68 B 74). Pero eso no es la naturaleza humana; es tan solo una norma de la acción. Clemente nos dice también algo muy fundamental:

«La naturaleza y la educación están muy próximas: en efecto, la educación transforma al hombre y, transformándole, produce una naturaleza». Clemente de Alejandría, Stromates IV, 151 (DK 68 B 33).

   En este texto se puede intuir que Demócrito mantuvo una posición intermedia en la polémica entre naturaleza y convención que (muy supuestamente) enfrentó a Sócrates con la sofística. Naturaleza y educación no se contraponen – y, bien al contrario, es por la educación que se construye la naturaleza (y no solo la humana, sino los campos, los cultivos y los riegos…) ¿Fue Demócrito un adversario de Sócrates? No lo sabemos, ni tampoco lo parece especialmente. Afirmaciones como las que nos ha transmitido Estobeo del tipo: «Es propio del sabio soportar la pobreza con dignidad» (DK 68 B 291) o «Las esperanzas de los tontos son irrazonables» (DK 68 B 292) también podrían ser aprobadas por Sócrates. En general, hay textos muy “socráticos” entre los que nos ha transmitido la tradición. Así, por ejemplo: «la ignorancia del bien es la causa de que se cometan faltas» (DK 68 B 83), o «El espíritu debe habituarse a buscar las alegrías en sí mismo» (Plutarco, Sobre los progresos en la virtud, 10, 81, A, DK 68 B 146). Demócrito parece que no simpatiza con los sofistas cuando dice: «Es una marca de ambición excesiva hablar de todo y no querer oír nada» (DK 68 B 86) Pero también hay textos que podrían pertenecer a la tradición sofística: «No mires a todo el mundo con desconfianza, pero se prudente y firme».

En mi opinión –pero eso es algo que habría que madurar mucho más para poder afirmarlo con toda certeza– Demócrito no estaba ni con unos ni con otros. Por una parte, buscaba su propio camino en la tradición de Parménides y Meliso, ante una sofística heraclitana. Y por la otra daba a la física una importancia mucho mayor de la que le concedía Sócrates. La tradición democritana es la que proviene de Parménides, es decir, de la consideración del Ser/Átomo como principio de lo Uno. Para ser coherente con esa teoría, la ética no puede ser escéptica; ha de dar cuenta de la verdad (que existe) pero también debe dar cuenta de los cambios porque el mundo de los átomos – y el de los humanos – es movimiento. Eso conduce la ética al campo de la medicina y de la psicología. Sexto Empírico (Contra los matemáticos VII, 140) recoge el testimonio de un tal Diótimo (que no se sabe quién fue) para decirnos que según Demócrito hay tres criterios de verdad:

a) Los fenómenos «que son el criterio para la comprensión de las cosas invisibles».

b) El concepto que es el criterio de investigación «pues en toda cosa, hijo mío, el único punto de partida es el de saber cuál es el objeto de la investigación»

c) … y finalmente las afecciones «que son el criterio de lo que hay que elegir y de aquello de lo que hay que huir. Lo que es conforme a nuestra naturaleza debe ser buscado, y lo que le es contrario debe ser evitado»

Si aceptásemos este texto como auténtico, la ética democritana sería racionalista (de base conceptual y lógica, es decir supondría que existen el bien y el mal como existen el ser y el no ser). Además, sería naturalista (asumiría que el criterio del bien es teleológico – algo que no acaba de casar con la física de los átomos) y humanista. Supondría que la ética tiene que ver fundamentalmente con el carácter más que con los actos (como los fenómenos manifiestan las cosas invisibles que hay detrás), lo que se puede relacionar con algunas de las intuiciones de Aristóteles.

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay