FRANÇOISE D'EAUBONNE, PENSADORA OLVIDADA

Ramon ALCOBERRO

Aunque publicó cerca de cincuenta novelas y ensayos, es casi imposible encontrar en el mercado libros de/sobre Françoise d’Eaubonne (1920-2005). En español a estas horas (2020) solo está disponible un texto suyo (El sexo de las brujas, 2019) en una pequeña editorial – y en francés se encuentra una antología (Françoise d’Eaubonne et l’Écoféminisme, en edición de Caroline Goldblum, 2019). Lo demás, silencio. Eaubonne fue una novelista de tenor existencialista y tuvo éxito de ventas durante las décadas de 1950-1960, aunque si se hizo más o menos popular en Francia, fue por sus actuaciones públicas como intelectual comprometida, “engagée”, un término muy de época. Pero por encima de todo, Eaubonne fue una innovadora en el ámbito del feminismo, amiga de Simone de Beauvoir y líder destacada en la lucha por el aborto y los derechos de los homosexuales. Falleció en París en un asilo para artistas e intelectuales ancianos tan olvidados como ella. Pero su intuición sobre el vínculo entre mujer y naturaleza constituye el núcleo mismo del ecofeminismo, un concepto (y una manera de entender la política) ella propuso y que le ha sobrevivido.

Françoise d’Eaubonne nació en París (12 de marzo de 1920) tercera de los cuatro hijos de Étienne Piston d’Eaubonne y de Rosita Martínez y Franco un matrimonio burgués y venido a menos, en cuya familia, de origen español, había antecedentes cubanos y exiliados carlistas, según parece. Se cumplen, pues, 100 años de su nacimiento cuando este Dossier sobre su obra se cuelga en alcoberro.info. Decía que su madre había sido alumna de Marie Curie. aunque, dada su tendencia a fabular, tal vez no haya que tomarse esa información demasiado en serio. Sus padres pronto se trasladaron a Toulouse y con solo trece años Françoise ganó un concurso de redacción de la editorial Denoël. Ella afirmaba que a los once ya la habían castigado las monjas dominicas de su escuela por escribir “Viva el feminismo” en la pizarra de la clase. En 1938, tras de aprobar el bachillerato, se inscribió en la facultad de derecho y en la de bellas artes, sin terminar ninguna de ambas carreras, aunque en virtud de la legislación de la época pudo trabajar algún tiempo como maestra en una escuela rural. Cuando tenía veinte años estalló la II Guerra Mundial y participó en la Resistencia.

   En 1944 publicó su primera novela Le coeur de Watteau y nació su primera hija, Indiana; y en 1947 con otra novela, Comme un vol de Gerfauts (el título es un verso del parnasiano franco-cubano José Maria de Heredia), logró el premio de los lectores en la editorial Juliard. Eaubonne se convirtió entonces en algo muy característicamente francés, una “femme de lettres”, ese tipo de mujeres libres muy parisinas, que más o menos escriben, aunque no se sabe muy bien de qué viven, entre la bohemia burguesa, los amoríos ocasionales y el lumpen intelectual. Escribió todo tipo de libros de encargo, incluidas biografías de Cristina de Suecia, de Isabelle Eberhardt o de Franz Liszt, de un interés muy circunstancial y, como era típico en la época, militó en el Partido Comunista (entre 1944 y 1956), como tantos intelectuales en la época. Los comunistas disponían de una potente máquina editorial, lo que para cualquier escritor de la época eso significaba la posibilidad de traducciones y viajes, pero d’Eaubonne tenía más bien simpatías libertarias. Algunas de sus novelas de corte más o menos sartriano se tradujeron incluso al español, pero ella nunca llegó a formar parte del estrellato literario femenino francés de primer nivel, copado por autoras como Françoise Sagan, Margarite Duras y la propia Simone de Beauvoir. Trabajó como lectora de manuscritos en editoriales como Julliard (1953-1960), Calmann-Lévy (1960-1966) o Flammarion (1966-1970) y eventualmente participó en programas de radio, aunque no tuvo nunca una fuente estable de ingresos. Como novelista y como pensadora, Françoise d’Eaubonne es incomprensible sin situarla en el entorno de Simone de Beauvoir.

   Su relación personal e intelectual quedó plasmada en un libro con un punto hagiográfico pero muy interesante: Une femme nommée Castor (1986). Para d’Eaubonne, Simone expresaba el “auténtico” existencialismo, porque había comprendido la miseria y la sujeción de los/las oprimidos/oprimidas y la necesidad de la acción liberadora como objetivo que daba sentido a la existencia. En cambio, Sartre y Genet representaban la cara peor del movimiento existencialista, porque se asociaban a una idea de la existencia triste, construida sobre la base de la crueldad, desesperada, sin liberación posible y, por tanto, inhumana. Parece que Sartre no se tomó la crítica demasiado en serio. Y eso tal vez tenga que ver con el explosivo carácter de la d’Eaubonne, que siempre fue un personaje muy prolijo, capaz, según cuentan las crónicas, de interrumpir una conferencia contra el aborto a finales de los años sesenta blandiendo un salsichón para intimidar a los ponentes.

   Según una feminista catalana que la conoció, Eaubonne siempre fue fiel a “la corte de Sartre”, un grupo de unas veinte o veinticinco personas, que incluía amigos, exalumnos (-as) y examantes de Sartre y de la Beauvoir (de ambos sexos); eran un núcleo de pequeños intelectuales pensionados, que vivían más o menos gracias de los derechos de autor de la pareja, quienes solícitamente pagaban sus facturas a cambio de admiración perpetua. Mi feminista catalana afirma que Eaubonne en la década de 1980 era una mujer insoportable (literalmente, «una histérica que no paraba de decir ‘yo’, ‘yo’, ‘yo’, supongo que porque nadie le hacía ni caso»). Retrospectivamente, la desgracia de D’Eaubonne fue haber sido engullida por la constelación sartreana que daba tono a los cafés parisinos de Rive Gauche. Eso contribuyó bastante a que su obra no fuese valorada autónomamente, al margen de la de Simone de Beauvoir, de la que la separan bastantes cosas como veremos en otro artículo de este Dossier. En 1958 tuvo su segundo hijo, Vincent, y ya a partir de entonces su estrella literaria empezó a eclipsarse, pese al éxito de una novela que explicaba su vida bajo la ocupación (Chienne de jeunesse, 1960).

En las décadas de 1960 y 1970 todo el mundo en París (entendiendo por “todo el mundo” a los conneiseurs, obviamente) parecía saber que Françoise d’Eaubonne era “la voz” de Simone de Beauvoir cuando ésta no deseaba aparecer en público. Con ella firmó el Manifiesto de los 121 por el derecho a la insumisión durante la guerra de Argelia y a su lado luchó por el derecho al aborto. En 1970 d’Eaubonne publicó una historia de la homosexualidad (Éros minoritaire) que desde una mirada actual parece endeble pero que resultó muy significativa en su momento. Era ya una militante engagée perfectamente tópica. En 1970 participa, siempre con la Beauvoir, en la fundación del MLF (Movimiento de liberación de las mujeres) que muy rápidamente tuvo eco en Barcelona. Cofunda, ya sin ella, pero con Guy Hocquenghem, el Front Homosexuel d’Action Révolutionnaire (FHAR) en 1971, también inmediatamente replicado en Barcelona. En 1974 Françoise d’Eaubonne funda el Frente feminista y en 1978 el “movimiento de reflexión” Écologie-féminisme. Por entonces Michel Foucault la tiene entre sus amistades. Eran los años del post68 que resultaron intelectualmente mucho más fructíferos que los propios días del Mayo francés. La generación de quienes hoy llamamos los “boomers” llegaba al poder, y determinaba el consumo de masas, con una nueva retórica radical (o más bien radical-chic), muy hartos todos de lo que consideraban hipocresía de la moral burguesa convencional. Los nuevos tiempos significaron un cuestionamiento de temas como la contracepción, el aborto, los derechos de los homosexuales y del matrimonio (no se sabe si ello para bien o para mal con la perspectiva que da el tiempo). Era la gauche-qui-rit, cuyo nombre proviene de unos quesitos en porciones: la vache-qui-rit (la vaca que ríe), entonces muy populares. D’Eaubonne estaba siempre allí –en el París donde pasaban las cosas– ejerciendo como agitadora cultural y como autora de libros de carácter divulgativo, siempre en un estilo un tanto frívolo, pero eficaz en la argumentación y en el cuerpo a cuerpo político.

En 1974 aparece su libro filosóficamente más significativo: El feminismo o la muerte que es, en primer lugar, una respuesta al que René Dumont, primer candidato ecologista a la presidencia de la república francesa, había publicado el año antes con el título de La utopía o la muerte. El libro dialoga con Dumont, pero también con otro pensador sartriano menor, Serge Moscovici (1925-2014), que en 1972 había publicado La sociedad contra natura, uno de los textos fundadores del ecologismo político en Francia. Moscovici no creía, a diferencia del modelo dominante entre los pensadores ecologistas alemanes de aquel entonces, en la existencia de algo que fuese la “naturaleza” en tanto que tal, e insistía en que ese concepto es un constructo cultural. Eso implicaba luchar contra una imagen rousseauniana y simplificadora de la naturaleza (que supuestamente se autoregula, por ejemplo). Consideraba que ante la crisis ambiental era necesaria una regulación política y un debate en términos de poder, porque la crisis es la expresión de un sistema de dominación. Y ahí es donde sus ideas conectan con la de Eaubonne. Ambos entienden que hay un paralelismo – o incluso una analogía estructural– entre la situación de depredación de la naturaleza por parte de la especie humana y la explotación de las mujeres por parte de los hombres.

D’Eaubonne consiguió hacer, de forma más o menos consciente, una síntesis creativa entre las ideas de Moscovici y las de Simone de Beauvoir. Para el primero la naturaleza necesita una gestión política (en la línea de lo que hoy llamaríamos “políticas del bien común”) y para Beauvoir la naturaleza es un concepto que debe ser superado. Pues bien, para Françoise d’Eaubonne unir ecología y feminismo significa, por una parte, ofrecer un nuevo modelo de gestión (no dominante) de la naturaleza, más acorde a la idea de feminidad y, por otra parte, superar la idea de lo natural como algo agresivo y darwiniano.

El poder de crear vida, que une a la mujer y a la naturaleza, ha de ser la fuerza que impulse una nueva sensibilidad y una nueva política. La tesis que d’Eaubonne defiende es que, ante los dos problemas centrales de la humanidad, que en su opinión eran la superpoblacion del planeta y la destrucción de los recursos naturales, no cabía otra alternativa al caos que un feminismo revolucionario. El proyecto del libro se expone claramente desde las primeras páginas:

«Nos parece que ha llegado el momento de exponer que el feminismo no es tan solo – lo que le ha dado su dignidad fundamental – la protesta de la categoría humana más antiguamente devastada y explotada puesto que ‘la mujer fue esclava antes de que hubiese esclavos’, sino que el feminismo es la humanidad entera en crisis».

La superpoblación y el agotamiento ecológico, así como el fracaso del socialismo a la hora de plantear alternativas hacen necesario repensar, desde bases feministas, la explotación de la naturaleza y la de la mujer sobre una base común y –a la vez– elaborar una nueva mentalidad que no sitúe la voluntad de poder sino la armonía en la base de un nuevo contrato social. De lo que se trata es de destruir las relaciones sociales y sexuales asimétricas que promueven la destrucción de la naturaleza e impiden, a la vez, la liberación de la mujer. La superproducción agrícola, que degrada el medio ambiente con pesticidas, y la superproducción de humanos, que considera a la mujer solo como animal reproductor, son dos aspectos distintos pero complementarios de una mentalidad que nos conduce necesariamente al suicidio como especie. Ya en su libro Le féminisme (1972:11) d’Eaubonne había escrito:

«Es urgente subrayar la condena a muerte, mediante este sistema de agonía conclusiva de todo el planeta y de su especie humana, si el feminismo, liberando a la mujer, no libera a la humanidad entera, a saber, no arranca el mundo al hombre de hoy para entregarlo al hombre de mañana».

En El feminismo o la muerte se encuentran por primera vez dos neologismos, «falocracia» y «ecofeminismo», a la vez que se planteaba una potente analogía entre el papel de la mujer y el de la Tierra nutricia, que ha sido central en la creación de una cosmovisión feminista de la vida. La falocracia era el concepto que designaba el poder del macho dominante, el sistema de sumisión sexual que ha estado en la base del poder masculino desde hace 3.000 años y que es una forma de dominación previa a cualquier tipo de opresión económica o a cualquier régimen político. La falocracia garantiza los principios del orden social sobre la base de que todos los hombres dominan a todas las mujeres. Pero hoy se ha convertido en un sistema peligroso para la supervivencia de la Tierra y la continuidad de la vida, encomendada a las mujeres, exige terminar con el sistema falocrático.

La alternativa a la falocracia se llama ecofeminismo; la fusión de la mujer y la tierra. Como dice un crítico: «Explicado de una forma sencilla, el ecofeminismo es un movimiento que establece conexiones entre el ambientalismo y el feminismo: más concretamente, desarrolla la teoría según la cual las ideología que autorizan las injusticias basadas en el género, la raza y la clase están relacionadas con las ideologías que aprueban la explotación y la degradación del medio ambiente» (Sturgeon, Ecofeminist Natures: Race, Gender, Feminist Theory and Political Action. Nueva York: Routledge, 1997: 25). Ante la perspectiva de un apocalipsis ecológico, y para que el mundo siga siendo viable, la sociedad debe “cambiar de base” y asumir los valores femeninos que han sido reprimidos durante los últimos 3.000 años. El feminismo no es para ella solo una herramienta de liberación de la mujer, sino una forma de liberación de la humanidad.

   En el mismo prólogo que antes citábamos a El feminismo o la muerte d’Eaubonne proclama que:

«Nos parece que ha llegado el momento de exponer que el feminismo no es tan solo –y eso fue lo que le dio ya su dignidad fundamental– la protesta de la categoría humana más machacada y explotada desde hace más tiempo, pues “la mujer fue esclava antes de que existiesen los esclavos”. Sino que el feminismo es la humanidad entera en crisis, es la mutación de la especie; es en verdad el mundo que va a cambiar de base. Y mucho más aún: no hay otra elección; si el mundo rechaza esta mutación, que sobrepasará toda revolución, como la revolución superó el espíritu de reforma, está condenado a muerte. Y a una muerte en un periodo breve. No solo por la destrucción del medio ambiente, sino por la sobrepoblación cuyo proceso pasa del todo por la gestión de nuestros cuerpos confiada al Sistema Macho».

   Por resumirlo en una sola frase de su libro: «El feminismo, al liberar la mujer, libera la humanidad entera». Sin embargo, el libro tuvo poco eco. Precursora, visionaria y utópica, la obra llegaba demasiado pronto. En el movimiento feminista más radical de ese momento Shulamith Firestone, o incluso Valerie Solanas, lograron más eco que ella. Que su libro fuese al principio poco leído también se debió a la importancia que d’Eaubonne daba a la reducción de la sobrepoblación, que veía como un peligro ecológico porque conduce al agotamiento de recursos. Decir eso en Francia era un tabú político en los años de 1960-1970, porque la opinión pública francesa del momento, con el recuerdo vivo de las guerras mundiales, era claramente natalista.

Algunos desarrollos posteriores del ecofeminismo y de las éticas del cuidado han seguido caminos esencialistas y apolíticos, como si el cuidado fuese una tendencia implícita y eterna en la conducta de las mujeres. En Eaubonne eso no es así. Más bien al contrario, su posición es claramente militante, poco o nada esencialista. Hay que decir que, en general, sus ideas se generaron básicamente en un ámbito militante bastante marginal e impactaron muy poco en el mundo universitario. Evidentemente, una crítica filosófica que las ideas de Françoise d’Eaubonne han encontrado por parte de sectores dominantes del estructuralismo francés –aunque poco desarrollada– fue que no se ganaba gran cosa si se substituía el androcentrismo por el ginecentrismo que ella parecía proponer. Como es sabido los estructuralistas de la época eran ferozmente antihumanistas y preferían veían estructuras donde en realidad había personas e intereses. Esa es una lectura claramente sesgada, el ecofeminismo no es ginecéntrico sino que ve la realidad en forma de red, con la mujer y la naturaleza en plano de igualdad. Por lo demás, políticamente, Eaubonne entró tras el 68 en un período de radicalización más bien anarcoide, movida por una especie de “voluntad de poder” casi nietzscheana.

Por carácter, Françoise d’Eaubonne siempre fue intempestiva, un tanto virulenta y de tendencia grupuscular. Formaba grupos “soi dissant” revolucionarios con algunas amigas, los disolvía, los reconstruía y los escindía a les tres semanas con una facilidad sorprendente. Los años setenta tanto para el ecologismo como para el feminismo tuvieron forma de nebulosa. Con la perspectiva que da medio siglo, hoy es relativamente fácil sonreír ante la tendencia, conmovedoramente ingenua, que conducía a crear grupúsculos doctrinarios y que resultó muy típica en el feminismo militante en aquel tiempo. Pero conviene recordar que se estaba intentando crear un nuevo lenguaje y en lo que entonces se llamaba “el movimiento de liberación de la mujer” se rompía con una sociedad patriarcal/ tradicional y con un Código Penal napoleónico que había durado siglos. Y eso fue complicado y conllevó muchas contradicciones.

Tampoco sería realista esperar que un cambio radical que proponía transformar la vida privada y la sexualidad fuese posible sin tensiones y sin un desgaste emocional muy fuerte. D’Eaubonne, como tantas militantes feministas de la década de 1970, vivió las crisis del movimiento feminista en carne propia y con abundantes conflictos emocionales. En 1971 funda con Guy Hocquenghem el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y firma el Manifiesto de las 343, redactado por Simone de Beauvoir, donde 343 mujeres (entre ellas las novelistas Duras, Rochefort y Sagan, la directora de cine Agnès Varda o las actrices Jeanne Moreau y Catherine Deneuve) declaran haber abortado clandestinamente. En 1977 publica su ensayo Las mujeres ante el patriarcado y en 1978 funda el Movimiento Ecología y Feminismo, publica una novela de ciencia ficción feminista, Las pastoras del apocalipsis, y dos ensayos: Ecología y feminismo; ¿revolución o mutación?, donde teoriza con más profundidad el ecofeminismo, y Contra violencia o resistencia al Estado, donde justifica el uso de la violencia como instrumento de acción revolucionaria.

En 1975 se produjo un atentado contra la central nuclear alemana de Fessenheim, conducido por un llamado “comando Puig Antich-Ulrike Meinhof” del que parece que ella formó parte, porque en sus Memorias lo denomina «el acontecimiento cumbre de mi vida», aunque enigmáticamente añade que «no tengo ganas de hablar de ello»; en todo caso jamás nadie la acusó de ello, y en 1976 se casó con un militante condenado a veinte años de reclusión por asesinato, Pierre Sanna, para protestar contra la condena. Vinieron luego tiempos complicados. Todo indica que el reflujo del movimiento feminista y la muerte de la Beauvoir debió ser terrible para ella, tanto económicamente como en lo moral. Escribe entonces diversos trabajos de encargo, muy menores, especialmente Féminin et philosophie: une allergie historique, (1997), pero con muy poco eco. El 28 de marzo de 1979 se produjo el accidente de la central nuclear de Three Mile Island (Harrisburg, Pensilvania) que indirectamente sirvió para que las ideas de Françoise d’Eaubonne empezasen a ser conocidas en ambientes académicos feministas de los Estados Unidos. Sin embargo, hasta 1999 no volvió a publicar un libro de tesis, El sexocidio de las brujas, una reivindicación bastante tópica de las brujas, que no tenía ninguna apoyatura historiográfica, ni ella lo pretendía, pero que intentaba presentarlas como antecedentes del feminismo, de la liberación sexual y de la sabiduría médica. A la vez, dirigió un manifiesto al Papa de Roma con la petición de que la Iglesia Católica pidiese perdón a las brujas por el sexocidio cometido sobre ellas.

En 2001 d’Eaubonne publicó sus Mémoires irreductibles. De l'entre-deux-guerres à l'an 2000 (1.135 pags.), que poca gente llegó a ver, porque prácticamente no circularon. De hecho, incluso la palabra “ecofeminismo” había desaparecido por algún tiempo del ámbito académico (si es que alguna vez se había usado ahí) aunque, en Estados Unidos, pero no en Francia, la recuperó Ynestra King en un artículo de 1987. Luego vinieron Maria Mies y Vandana Shiva que publicaron Ecofeminism en 1993, teniendo buen cuidado de ocultar su deuda conceptual con la vieja dama indigna, a quien solo citan en el prólogo de su libro. Su momento –si alguna vez lo tuvo– había pasado, aunque en una entrevista radiofónica de sus últimos años todavía decía «Estaré calmada y serena cuando esté en mi tumba». D’Eaubonne moría en una residencia para artistas menesterosos en Montparnasse (París) el 3 de agosto de 2005. Empezaban las vacaciones de verano y poca gente fue a su entierro. Pónganle a su obra la música de La mala reputación de Brassens, por ejemplo; o cualquier cosa de Barbara. O mejor, si no les parece muy horriblemente sexista, tatareen alguna canción sesentera de Jeane Birkin. En el caso de Françoise d’Eaubonne incluso valdría como marcha fúnebre el Di doo dah, si Birkin tuviese más mala leche.

 

Bibliografía:

Sonja PAPUNEN: La pensée écoféministe de Françoise d’Eaubonne. Trabajo de grado, presentado en la Universidad de Tempere, Finlandia, (en francés, accesible en la red).

 

Nota:

ESTE ARTÍCULO SE ELABORÓ PARA ORIENTAR UN SEMINARIO PRIVADO DE LECTURA QUE SE QUERÍA CELEBRAR EN MARZO-ABRIL DEL 2020, COINCIDIENDO CON EL PRIMER CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE FRANÇOISE D’EAUBONNE – Y QUE NO PUDO LLEVARSE A CABO POR EL CONFINAMIENTO DEBIDO AL CORONAVIRUS.

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay