GEORGE LAKOFF Y EL PODER DE LAS METÁFORAS

Ramon Alcoberro

 

  George Lakoff (1941) ha sido el gran analista de la función cognitiva de las metáforas y es uno de los pensadores de la política y del lenguaje más significativos a finales del siglo XX y a inicios del siglo XXI. Su tesis sobre la importancia de las metáforas cognitivas en la construcción del lenguaje y sobre la relación entre la estructura lingüística y las emociones tiene un aspecto filosófico/conceptual (se trata de un trabajo que hace afirmaciones substantivas sobre la estructura profunda de la personalidad humana). Y a la vez esa afirmación tiene una aplicación directa en el ámbito de la política (en cuanto es ahí donde las emociones tienen una importancia central, por no decir decisiva). Según Lakoff, el sistema conceptual que sirve para que los humanos comprendan la realidad y puedan pensar y actuar está constituido fundamentalmente (atención: fundamentalmente no significa “únicamente”) por metáforas.

En uno de sus libros clave METHAPORS WE LIVE BY (1980, publicado en colaboración con Mark Johnson – Hay traducción española “Metáforas de la vida cotidiana”, 1ª ed. 1986), George Lakoff elaboró la noción de “conceptual metaphor” (“metáfora conceptual”, o mejor “metáfora cognitiva”), que resulta central para entender su aportación a la teoría lingüística y, por ende, a la teoría política. Su afirmación básica es que nuestra comprensión de la realidad se estructura mediante metáforas cognitivas que constituyen el marco conceptual desde el que el mundo se nos hace comprensible. Una metáfora cognitiva es la que permite comprender una idea mediante una imagen que deriva de otra. Las metáforas, que pueden ser estructurales o orientacionales, construyen o modifican el sentido de las cosas que describen. Sobre ellas se actúa, “se trabaja”, porque reduciendo la vida a metáforas se hace más fácilmente comprensible. Son omnipresentes en el lenguaje y construyen o modifican nuestra comprensión de la realidad. Quien controla el ámbito de las metáforas tiene además un poder fundamental, sobre la imaginación de los individuos y sobre sus acciones. “Inmoral”, por ejemplo, es “sucio” y “moral” es “limpio”. Por eso podemos definir a los inmorales como “ratas”. Cuando decimos, por ejemplo, que “el tiempo es dinero”, que “malgastamos el tiempo”, que “nos roban el tiempo” que “invertimos tiempo” o que “hemos hipotecado el tiempo” (expresión que, por cierto, no existe en inglés), estamos creando metáforas cognitivas” que aparecen como marcos conceptuales desde los cuales pensamos y organizamos la realidad. Básicamente para describir lo que nos pasa usamos metáforas y eso sucede en todos los ámbitos de la vida. Así, cuando decimos que los precios “suben” o que un contrato es “leonino” usamos metáforas que explican plásticamente una situación difícil. Sin metáforas no podríamos hablar de nuestras experiencias más fundamentales. Según escriben Lakoff y Johnson:

Para la mayoría de la gente, la metáfora es un recurso de la imaginación poética y los ademanes retóricos una cuestión de lenguaje extraordinario más que ordinario. Es más, la metáfora se contempla característicamente como un rasgo solo del lenguaje, cosa de palabras, más que de pensamiento o acción.

Por esta razón, la mayoría de la gente piensa que pueden arreglárselas perfectamente sin metáforas. Nosotros hemos llegado a la conclusión de que la metáfora, por el contrario, impregna la vida cotidiana; no solamente el lenguaje, sino también el pensamiento y la acción. Nuestro sistema conceptual ordinario, en términos del cual pensamos y actuamos es fundamentalmente de naturaleza metafórica.

Hay muchos tipos de metáforas que invaden nuestro sistema conceptual y quien es capaz de asociar a una determinada metáfora una conducta social o política tiene mucho de ganado en el control intelectual de los grupos sociales. Las imágenes pueden ser de muy diversos tipos: algunas se expresan en términos de personas (Fulano es “el padre” de una idea), de plantas (una idea “germina” o “madura” en las mentes), de máquinas (hoy no puedo “funcionar”), de espacio (positivo es “arriba” y negativo “abajo”), de medicina (“enfermizo” denota negativo), de navegación (su matrimonio “naufragó”) o de guerra (él “luchó” por su amor, o “sucumbió” ante ella). Toda metáfora posee una coherencia interna; nos orienta en la medida en que “tiene una base en nuestra experiencia física y cultural” de un individuo y de un grupo. En definitiva, existe un sistema conceptual metafórico que nos permite comprender la realidad o, si se prefiere, las metáforas son las herramientas del pensamiento. Las emociones se plasman en el lenguaje y se expresan mediante metáforas que determinan o condicionan muy profundamente nuestras ideas y nuestros actos. “Profundamente”, por si alguien lo duda, es también una metáfora.

En el vocabulario de Lakoff se dice que los humanos disponemos de una “embodied mind” (una “mente -o cognición- encarnada”), es decir que para comprender algo hemos de poder traducirlo en metáforas que hacen nuestro y dan forma a un concepto. No hay conocimiento que no se encarne de una u otra forma en metáforas, de la misma manera que no hay mente sin cuerpo. A veces se cree, equivocadamente según Lakoff, que el mundo es tal como lo vemos; pero, en realidad, nuestra percepción es algo construido por la mente y que está profundamente vinculada al lenguaje. La cognición depende la experiencia sensible a la cual asociamos lingüísticamente una serie de imágenes.

En METÁFORAS DE LA VIDA COTIDIANA, Lakoff y Johnson defienden que hay tres tipos distintos de estructuras conceptuales metafóricas:

• Metáforas estructurales; en que una actividad o una experiencia se estructura en términos de otra (una discusión es “una guerra” o un discurso es “un tejido” del cual se puede “perder el hilo” y las ideas deben estar “bien hilvanadas”).

• Metáforas orientacionales; organizan un sistema global de conceptos con relación a otro sistema (arriba/abajo, dentro/fuera, delante/detrás, central/periférico…) Así, por ejemplo, un Rey es “Su Alteza” (incluso si fuese deficiente mental) o moralmente alguien “no puede caer más bajo”, mientras que si tenemos éxito “se nos levanta el ánimo”.

• Metáforas ontológicas; según las cuales se caracteriza un fenómeno como una sustancia, una máquina (alguien “está oxidado” o “acelerado” y “le falta un tornillo”), o un recipiente: “no me cabe en la cabeza”.

Wittgenstein ya había dicho en la famosa proposición 5.6 del Tractatus que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” Así resulta que percibimos el mundo el mundo no en sus propiedades inherentes sino en términos de propiedades relativas a nuestra interacción lingüística con él. Lakoff pone el acento en un tipo de lenguaje en particular: el metafórico. Los conceptos y las frases que nos sirven para referirnos al mundo tienen una base emocional y quien sea capaz de controlar los usos de las metáforas controla también buena parte (o la totalidad) del imaginario político. El mundo lingüístico -y la política en tanto que lenguaje- estaría constituido, pues, por metáforas. Por eso es decisivo entender como funciona el sistema metafórico que usa una comunidad. En A TRAVÉS DEL ESPEJO Y LO QUE ALICIA ENCONTRÓ ALLÍ (1871) de Lewis Carroll hay un fragmento muy conocido que dices así:

“.- Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty-Dumpty, con un tono burlón- significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos.

.- El problema es -dijo Alicia- si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

.- El problema es -dijo Humpty-Dumpty- saber quién es el que manda. Eso es todo.”

Lo que propone Lakoff no está demasiado lejos de lo que expresaba Humpty-Dumpty. Gorgias fue el primero en plantearlo en la antigua Grecia al afirmar que la palabra “con un pequeño y muy invisible cuerpo” es capaz de “realizar obras divinas”. Hoy cuando no hay “guerras” sino “conflictos armados” y cuando no se envía trabajadores al paro, sino que se “ajustan plantillas”, ser consciente del poder de las metáforas es una herramienta (¡política: obviamente!) de pura autodefensa personal.

 

LA GUERRA LINGÜÍSTICA

Para comprender la importancia de la tesis de Lakoff sobre las metáforas es importante situarla en el contexto de su debate con Chomsky (la llamada “Guerra lingüística, que tiene incluso un artículo en la Wikipedia). En resumen, Lakoff y otros discípulos de Chomsky, el padre de la lingüística moderna, se revelaron contra algunas de las afirmaciones centrales de su maestro porque consideraban que el lenguaje natural no es un artefacto puramente lógico, sino psicológico. Lakoff propuso la teoría de la “embodied mind” (mente encarnada) lo que significó una ruptura traumática con las tesis chomskianas -y es fama en el mundo académico que desde la década de 1980 ambos pensadores ni siquiera se han vuelto a hablar.

Muy resumidamente, para Chomsky (cuya teoría se alzó contra el behaviorismo de los años cincuenta del pasado siglo), las estructuras mentales más profundas son innatas y de tipo lógico. Nacemos con ellas, tal como había sugerido la tradición cartesiana, y la mente funciona en lo esencial como un ordenador. Sabemos qué frases son significativas y cuáles no lo son porque a un nivel incluso intuitivo comprendemos las estructuras lingüísticas. Mientras que para Chomsky hay una lógica de las estructuras profundas del lenguaje, para Lakoff las estructuras lingüísticas se hallan vinculadas más bien a estructuras emocionales, (psico) lógicas. La gramática para Chomsky es una estructura innata de la mente, mientras que para Lakoff es una estructura emocional. En la obra de Chomsky la sintaxis es independiente del contexto (independiente de los procesos cognitivos, de la intención de comunicar – y de todo lo que tenga que ver con el cuerpo). Para Lakoff, en cambio, la semántica (el significado de las unidades lingüísticas y de sus combinaciones) precede a la sintaxis. Chomsky, siguiendo la tradición clásica de los estudios de lingüística, no da una especial relevancia a las metáforas, mientras que para Lakoff están en el centro de la actividad comunicativa humana. La teoría de Chomsky da lugar una “gramática generativa”, analítica, donde las estructuras profundas, lógicas, del lenguaje generan frases comprensibles para los hablantes. Lakoff, en cambio, ha elaborado una “lingüística cognitiva”; considera que las habilidades lingüísticas no son distintas de otras actividades cognitivas no lingüísticas.

En el fondo lo que hay entre Chomsky y Lakoff es un debate sobre el sentido de la Ilustración. Para Chomsky un lenguaje puramente lógico, racional, evitaría el debate inútil y tendría como efecto secundario plantear los problemas de forma objetiva y racional. Un ilustrado simplemente debe actuar con racionalidad. Lakoff considera, en cambio, que el lenguaje siempre será una selva de metáforas y, por lo tanto, el progreso de la razón humana no proviene de la claridad lógica en la exposición de los conceptos, sino de la capacidad emotiva de persuasión que, de manera inevitable, los conceptos (especialmente los de tipo ético/político) llevan consigo. La ciencia cognitiva del lenguaje nos permite plantear los problemas políticos desde otros parámetros más complejos, en una tensión entre ciencia y política mucho más refinada que la del modelo chomskiano.

Chomsky es un anarco de vieja estirpe. Lo es porque considera que a largo plazo esa es la única posición moral racional, participativa y solidaria (con independencia de si es o no un tipo de igualitarismo factible), mientras que Lakoff es un liberal-socialdemócrata, asesor del Partido Demócrata en Estados Unidos y de los partidos socialistas en Europa. Su posición liberal tiene mucho que ver con su escepticismo sobre la posibilidad de considerar “la verdad” como una proposición natural y objetiva de las cosas. Si el mundo está lingüísticamente construido, la única posibilidad de transformarlo es según Lakoff la de construir nuevos marcos mentales. Pero eso a Chomsky le parece una intromisión intolerable del poder político sobre la conciencia humana, con la que no está dispuesto a transigir. No es ningún secreto que Chomsky ha sido uno de los intelectuales más perseguidos y difamados por razones políticas durante el siglo XX, pero ello no impide en el debate intelectual de los últimos treinta años las posiciones de Lakoff han ido arrinconando las tesis más clásicas de la lingüística chomskiana. El hecho, dramático desde el punto de vista de la racionalidad abstracta, de que cuando una idea no cabe en un marco mental tendimos a desdeñarla o a ignorarla y que las metáforas (y no la verdad pura y lógica) construyen la mente puede resultar muy depresivo, pero asumirlo se hace necesario si se quiere transformar la realidad. Es obvio que, como arguyen los partidarios de Chomsky, todo marco mental implica una distorsión de la realidad, pero a la vez es cierto que sin esos marcos nos resultaría imposible comprenderla. Un marco mental pude implicar falacias lógicas, pero ello no impide considerar que sin poseer marcos mentales no podríamos situarnos ante la realidad -y menos aún cambiarla.

 

LOS MARCOS MENTALES

  “Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo”. Para Lakoff todas las palabras se definen por relación a marcos conceptuales, dentro de los cuales se han hecho posibles. Sin ´construir un “frame” (marco mental) propio no hay ideología política que pueda triunfar. Puesto que el lenguaje activa los marcos, construir nuevos marcos requiere un nuevo lenguaje. En el primer párrafo del prólogo a NO PIENSES EN UN ELEFANTE, lo describe así:

Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Como consecuencia de ello, conforman las metas que nos proponemos, los planos que hacemos, nuestra manera de actuar y aquello que cuenta como el resultado bueno o malo de nuestras acciones. En política nuestros marcos conforman nuestras políticas sociales y las instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar nuestros marcos es cambiar todo esto. El cambio de marco es el cambio social.

Los marcos de referencia no pueden verse ni oírse. Forman parte de lo que los científicos cognitivos llaman el “inconsciente cognitivo” –estructuras de nuestro cerebro a las que no podemos acceder conscientemente, pero que conocemos por sus consecuencias: nuestro modo de razonar y lo que se entiende por sentido común. También conocemos los marcos a través del lenguaje. Todas las palabras se definen en relación a sus marcos conceptuales. Cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro su marco (o su colección de marcos). Cambiar de marco es cambiar el modo que tiene la gente de ver el mundo. Es cambiar lo que se entiende por sentido común. Puesto que el lenguaje activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. Pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente.

  Así un cambio de marco y de metáforas para expresar nuestras necesidades, nuestros deseos (o nuestros miedos) es imprescindible para transformar la sociedad: “el cambio de marco es cambio social”. La comunicación política se fundamenta en la creación de marcos mentales compartidos por los votantes.

 

  EL PROGRESISMO COMO MARCO POLÍTICO

  La política entendida a partir de la valoración de las metáforas y de la capacidad para construir marcos mentales tiene poco que ver con lo que tradicionalmente se entendía por “política”. Antes de ser lucha por el poder, la política es lucha por la construcción de “relatos”, de emociones, sensaciones e historias personales a las que un individuo se siente fundamentalmente vinculado.  “Derecha” e “izquierda” son los nombres convencionales de dos mentalidades y de dos maneras de usar el lenguaje. Por eso los valores que encarna un candidato o una ideología son más importantes para sus votantes que el estricto programa político. Logra el poder (se supone “en una democracia”) quien es capaz de construir relatos que muevan a las gentes; y eso es independiente de que los relatos sean superficiales o profundos. Un conservador puede ser perfectamente contrario al aborto y partidario de las armas de fuego, sin que perciba en ello ninguna contradicción. Sucede en la práctica que cuando los hechos no casan con los marcos mentales que poseemos, se tiende a ignorar los hechos en vez de cambiar de marco. Son los relatos lo que nos intriga, lo que nos seduce y lo que nos mueve a obrar. Y por eso un político sin relato no gana les elecciones.  Eso resulta especialmente importante en el ámbito del progresismo político. Los progresistas son gente que basa su moralidad en la empatía, en hacerse responsable de sí mismo y de otros; y en pensar que los gobiernos deberían cuidar al pueblo, hacerse responsable de él, protegerlo y delegarle el poder. Empatía y protección están en el núcleo mismo del pensamiento progresista. La protección no solo es una cuestión de la policía, del ejército o de cuidar el medio ambiente, y ofrecer social seguridad y salud pública, sino que es construir carreteras, apoyar internet, al sistema bancario, al sistema educativo. Cuando los partidos de izquierdas dejan de elaborar relatos vinculados a estos ámbitos el electorado progresista se abstiene o cambia de bando.

 Discutir con el adversario político usando su marco mental (y no el propio) conduce inevitablemente a la derrota. No tiene sentido adoptar un contexto lingüístico conservador para transmitir valores progresistas. Cuando de usan expresiones como “guerra al terror” o similares se ha caído ya en el marco mental de la derecha.  Si el conservadorismo ha triunfado desde finales del siglo XX hasta hoy es porque la izquierda continúa vinculada al pensamiento de la Ilustración y no ha entendido la importancia de los mecanismos emocionales, ni de liderazgo moral. El progresismo político ha fallado, según Lakoff porque intenta ser racionalista, y cree en una racionalidad lógica y lineal. No ha comprendido que los seres humanos no son estrictamente racionales, no ha construido una narración propia; y por eso su estilo comunicativo ha envejecido.  En consecuencia, hay que incorporar las consideraciones sobre la mente al trabajo sobre la estrategia política

  Pero las teorías de Lakoff son todavía una fuente de debate en el pensamiento político. Han sido muy habitualmente criticadas por su tendencia la simplificación. En todo caso, desde el punto de vista biológico queda abierta una duda; ¿están los marcos mentales más fijados en el cerebro que otros tipos de actividades mentales? Y en el ámbito del debate público, es cierto que la retórica ha sido por lo menos desde la Grecia antigua una eficaz herramienta auxiliar de la política, y que hay gente capaz de votar contra sus propios intereses porque no es capaz de discernirlos; pero la gente no se deja llevar a una guerra solo porque un líder sea capaz de usar ingeniosamente bonitas metáforas. Los factores económicos, de prestigio, etc., continúan siendo tanto o más significativos que la retórica que los envuelve. Es obvio que las sociedades postindustriales tienden a romper su relación con la naturaleza y solo la comprenden una vez sometida e “higienizada”. En las sociedades postmodernas (postindustriales) las emociones son cada vez más significativas y prospera toda una industria de la manipulación emocional. La psicología social ha logrado que millones de personas en todo el mundo hagan por ellas mismas, y muy convencidas, cosas que el poder en otras épocas solo hubiese logrado mediante la violencia física. Las redes sociales, por ejemplo, crean un nivel de dependencia casi narcótico en mucha gente, sin distinción de clase social o de nivel de estudios. Pero siempre quedará una duda razonable sobre si la teoría de Lakoff sería aplicable a sociedades donde los esquemas simplificadores de la publicidad no hubiesen penetrado tan profundamente en la cultura popular. Y en todo caso, sobrestimar el papel de la retórica en política ha conducido muchas veces al totalitarismo, pero ignorarla nos puede conducir a una sociedad orwelliana. Grave cuestión.

 

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay