La República de los Atenienses

Pseudo Jenofonte

 

I.- Sobre la república de los Atenienses no alabo el hecho de elegir ese sistema, porque al elegirlo eligieron también que las personas de baja condición estén en mejor situación que las personas importantes. Así, pues, no lo alabo por eso. Mas como ellos lo han decidido así, voy a mostrar lo bien que mantienen su régimen y llevan las demás cuestiones que a los demás griegos les parecen un fracaso.

En primer lugar, diré, pues, que allí constituye un derecho el que los pobres y el pueblo tengan más poder que los nobles y los ricos por lo siguiente: porque el pueblo es el que hace que las naves funcionen y el que rodea con fuerza la ciudad y también los pilotos y los cómitres, y los comandantes segundos y los timoneles y los constructores de naves. Ellos son quienes rodean a la ciudad de mucha más fuerza que los hoplitas, los nobles y las personas importantes. Puesto que así es realmente, parece justo que todos participen de los cargos por sorteo y por votación a mano alzada y que cualquier ciudadano pueda hablar. Además, el pueblo no exige, en absoluto, participar de todos aquellos cargos de los que depende la seguridad o son un peligro para todos según estén bien o mal desempeñados – no creen que deban participar en el sorteo de los cargos de estratego, ni de jefe de la caballería – sino dejar que los desempeñen los más poderosos. Mas el pueblo busca todos aquellos cargos que aportan un sueldo y un beneficio para su casa. Asimismo, los verás manteniendo la democracia en eso mismo que sorprende a algunos, que otorga, en toda ocasión, más poder a los de baja condición, a los pobres y a los partidarios del pueblo, que a las personas importantes. Pues, lógicamente, si se favorece a los pobres, a los partidarios del pueblo y a las personas más débiles, como son muchos los favorecidos de esta forma, engrandecen la democracia. Más si se favorece a los ricos y a las personas importantes, los partidarios fomentan una fuerte oposición contra ellos mismos. En todo el mundo la clase privilegiada es contraria a la democracia. Efectivamente, en las personas privilegiadas hay muy poca intemperancia e injusticia, pero la máxima exactitud para lo importante; en el pueblo, al contrario, la máxima ignorancia, desorden y bajeza, pues la pobreza los lleva cada vez más hacia lo vulgar, y también la incultura e ignorancia causadas por la falta de recursos de algunas personas.

Podría decir alguno que no se les debería permitir a todos hablar en la Asamblea por turno, ni ser miembros del Consejo, sino a los más capacitados y a los hombres mejores. Pero, incluso en este punto, toman mejor las decisiones permitiendo que hablen también las personas de baja condición. Naturalmente, si las personas importantes hablaran y fueran miembros del Consejo, sería bueno para los de su misma clase, mas no lo sería para los partidarios del pueblo. Al hablar, en cambio, ahora, cualquiera que se levante, una persona de baja condición procura lo bueno para sí y para los de su misma clase. Se podría argumentar: “¿Pero ¿qué bien puede proponer para sí o para el pueblo semejante persona?” Con todo, ellos opinan que la ignorancia, la bajeza y la buena intención de ese hombre les es más ventajosa que la excelencia, la sabiduría y la malevolencia del hombre importante. Realmente, el país no será el mejor con semejantes instituciones, pero la democracia se mantendrá así mejor. En efecto, el pueblo no quiere ser esclavo, aunque el país sea bien gobernado, sino ser libre y mandar; y poco le importa el mal gobierno pues de aquello que tú piensas que no está bien gobernado, el propio pueblo saca fuerzas de ello y es libre. Mas si buscas un buen gobierno, verás primero a los más capacitados establecer leyes; después a las personas importantes reprimiendo a los de baja condición, decidiendo en el consejo sobre el país y no permitiendo a hombres exaltados ser miembros del Consejo ni hablar ni celebrar asambleas. Como consecuencia de estas excelentes medidas, muy pronto el pueblo se verá abocado a la esclavitud.

Por otra parte, la intemperancia de los esclavos y metecos en Atenas es muy grande, y ni allí está permitido pegarles ni el esclavo se apartará a tu paso. Yo te voy a explicar la causa de este mal endémico: si fuera legal que el esclavo o el meteco o el liberto fuese golpeado por una persona libre, muchas veces pegarías a un ateniense creyendo que era un esclavo. Efectivamente, allí el pueblo no viste nada mejor que los esclavos y metecos, ni son mejores en absoluto en su aspecto exterior. Así mismo, puede uno sorprenderse también de que allí permitan a los esclavos vivir desordenadamente, e incluso, a algunos, llevar una vida regalada, pero también es evidente que esto lo hacen intencionadamente; pues, donde existe una fuerza naval se ven forzados a servir a los esclavos a causa del dinero para recibir las aportaciones que consiguen, y dejarlos libres, y donde hay esclavos ricos, ya no hay ninguna ventaja en que mi esclavo respete tu presencia. Aunque en Lacedemonia mi esclavo la habría respetado. Y si tu esclavo sintiera temor ante mi presencia, sería probable que entregara sus bienes para no arriesgar su persona. En consecuencia, por eso concedemos a los esclavos libertad de palabra con respeto a los libres, y a los metecos con respeto a los ciudadanos, porque el estado necesita metecos, debido al gran número de profesiones y debido también a la flota. Por estas razones, pues, lógicamente otorgamos también a los metecos libertad de palabra.

   Allí el pueblo ha acabado con los que se ejercitan en los gimnasios y cultivan las artes musicales, porque consideran que ello no es bueno después de haber reconocido que no pueden cultivar esas actividades. Al contrario, en las coregías, gimnasiarquías y trierarquías reconocen que son coregos los ricos, pero que el pueblo se beneficia de los coregos y que son gimnasiarcos y trierarcos los ricos, pero que el pueblo se beneficia de los trierarcos y gimnasiarcos. Así, el pueblo considera positivo cobrar dinero por cantar, correr, danzar y andar en las naves para tener dinero él mismo y que los ricos se empobrezcan. Y en los tribunales no les importa una sentencia justa, sino mucho más su propia conveniencia.

Sobre los aliados, según parece los atenienses, en sus viajes por mar, delatan y odian a las personas importantes, porque piensan que es inevitable que el gobernante sea odiado por el gobernado y que, si los ricos y las personas importantes son fuertes en las ciudades, poco durará el poder del pueblo en Atenas. Por eso, realmente privan de los derechos políticos a las personas importantes, les arrebatan sus bienes, los destierran y les dan muerte, mientras engrandecen a las personas de baja condición. Al contrario, los atenienses importantes apoyan también a las personas importantes de los países aliados, porque reconocen que es bueno para ellos el mantener a los mejores de estas ciudades. Alguien podría decir que la fuerza de los atenienses sería que los aliados fueran capaces de pagar el importe de su tributo. Mas para los partidarios del pueblo parece ser un bien mayor que cada ateniense, individualmente, posea los bienes de los aliados, y estos lo justo para vivir y que se dediquen a sus actividades pero que no puedan conspirar por falta de medios.

Parece que el pueblo ateniense también actúa mal en la siguiente cuestión: obligar a los aliados a venir por mar a Atenas para los asuntos judiciales, si bien ellos piensan, por el contrario, en todas las ventajas que obtiene el pueblo con tal proceder. Primero, cobran el sueldo durante el año de los bienes depositados en el pritaneo; luego, sentados en sus casas, sin mover las naves, gobiernan los estados aliados y apoyan a los del pueblo y arruinan a sus adversarios en los tribunales. Mas si cada uno celebrase los juicios en su patria, como están dolidos con los atenienses, arruinarían precisamente a aquellos de entre ellos mismo que fueran más amigos del pueblo ateniense.

Además de estas ventajas, el pueblo ateniense gana lo siguiente de los juicios que celebran los aliados en Atenas: en primer lugar, que la tasa estatal del uno por ciento por las entradas en el Pireo sea mayor; en segundo lugar que quien tiene casas de huéspedes esté en mejor situación, y lo mismo quien tiene yuntas o esclavos a sueldo; también los heraldos están en mejor situación, debido a la presencia de los aliados. Aparte de esto, si los aliados no fueran a Atenas con motivo de las causas judiciales, únicamente honrarían a los atenienses que se hacen a la mar; estrategos, tierarcos y embajadores. Ahora, por el contrario, cada aliado, individualmente, se ve obligado a dular al pueblo ateniense porque sabe que debe acudir a Atenas y no sufrir o exigir justicia ante nadie más que ante el pueblo, quien, evidentemente, es la ley en Atenas. También tiene que encontrarse necesariamente con él en los tribunales y estrechar la mano del primero que entre. Por eso, en fin, los aliados se vuelven progresivamente esclavos del pueblo ateniense.

Además de estas ventajas, debido a los bienes y cargos que tienen fuera de sus fronteras, ellos y sus acompañantes sin darse cuenta han aprendido la navegación a remo. Efectivamente, muchas veces en la navegación dueño y criado deben coger el remo y aprender la terminología de la técnica naval. Asì mismo, se hacen buenos timoneles por la experiencia y el ejercicio de los viajes. Unos se ejercitan pilotando barcos ligeros, otros barcos de carga, luego se especializan en trirremes. La mayoría están capacitados para embargar y navegar en cualquier momento, porque, previamente, se han ejercitado durante toda su vida.

II.- El ejército de hoplitas parece estar mucho menos atendido en Atenas, lo tienen todo organizado de tal forma, que reconocen ellos mismos que son menos y más débiles que sus enemigos, pero mucho más fuertes, incluso por tierra, que los aliados que les pagan tributos y opinan que el ejército de hoplitas es suficiente siempre que sean más poderosos que sus aliados. Asimismo, la suerte también les ha facilitado tal situación, pues los pequeños estados del continente que están sometidos pueden reunirse y combatir juntos, pero los del mar que están sometidos, es decir, todos los que son de islas, no pueden alzarse a la vez para e mismo fin, pues hay mar por medio y sus dominadores son los dueños de las aguas. Y si los isleños fueran capaces de unirse perecerían de hambre.

De los estados del continente sometidos por los atenienses, los grandes se someten por miedo, y todos los pequeños por necesidad. En efecto, no existe ningún país que no necesite importar o exportar algún producto. Y, por supuesto, eso no le será posible si no es súbdito de los que dominan el mar. Además, los que dominan el mar pueden hacer lo que, a veces, hacen los que dominan el continente, esto es, arrasar el territorio de los que son más poderosos, ya que pueden acercarse a la costa en las zonas donde no hay enemigos o hay pocos y si estos acuden, embarcar y zarpar. Y corre menor riesgo quien lo realiza que quien acude en ayuda por tierra. . además, los que dominan el mar pueden realizar todas las travesías que quieran zarpando desde su propio territorio, pero los que dominan el continente no pueden realizar una marcha de muchos días desde el suyo, pues el avance es lento y quien va por tierra no puede llevar provisiones para mucho tiempo. Además, el que va por tierra debe ir por países amigos, o bien vencer en combate, pero quien va por mar puede desembarcar en aquellos países en que sea superior y no hacerlo en aquellos en que no lo sea y costear hasta que llegue a un territorio a un territorio amigo o a poblaciones con menos fuerzas que las suyas. Por otro lado, los más poderosos en el continente aguantan con dificultad los desastres de las cosechas ocasionados por Zeus, pero los poderosos por mar aguantan con facilidad, ya que la tierra entera no sufre la plaga a la vez, y así, los productos de las zonas prósperas van a parar a los que dominan el mar,

   A su vez, conviene también recordar otras ventajas menos importantes. En primer lugar, se mezclan con otros pueblos de distintas regiones y descubren nuevas formas de vida regalada, y así, lo que hay de agradable en Sicilia, en Italia, en Chipre, en Egipto, en Lidia, en el Ponto, en el Peloponeso o en cualquier otro lugar, todo eso se concentra en una sola plaza gracias al imperio marítimo. En segundo lugar, de cada lengua que oyen hablar toman algo. Los griegos asumen su modo peculiar de hablar, de vivir y forma de vestir, pero los helenos son una mezcla de todos los helenos y bárbaros a la vez.

   En cuanto a sacrificios, santuarios, festines y recintos sagrados, como el pueblo reconoce que cada pobre, individualmente, no tiene medios para hacer sacrificios, celebrar banquetes, erigir santuarios y habitar una ciudad grande y hermosa, encontró así la forma de tener estas cosas. En consecuencia, la ciudad hace muchos sacrificios públicos, pero es el pueblo quien disfruta de los banquetes y se reparte las víctimas. También algunos ricos poseen gimnasios, baños y vestuarios privados, más el propio pueblo construye para su uso propio muchas palestras, vestuarios y baños públicos, e incluso la multitud los disfruta mucho más que el pequeño número de afortunados.

Por otra parte, ellos son los únicos capaces de apoderarse de la riqueza de helenos y bárbaros, pues si un país es rico en madera adecuada para la construcción de barcos, ¿a qué otro país la podría exportar, si no se somete al que domina el mar? ¿Qué ocurrirá si un país es rico en hierro, cobre o lino? ¿A dónde los podrá exportar si no convence al que domina el mar? Naturalmente, de estos mismos productos se hacen mis naves: de un país la madera; de otro, el hierro; de otro, el cobre; de otro, el lino; de otro, la cera. Además, no permitirán llevar los productos a otro lugar donde haya adversarios nuestros, o no podrán utilizar el mar. Ciertamente, yo, sin hacer nada, tengo todos esos productos gracias al mar, mientras ninguna otra ciudad tiene dos de tales productos, ni una misma tiene madera y lino, sino que, por el contrario, la zona donde hay lino en abundancia es descubierta y carece de árboles. Igualmente, cobre y hierro no vienen de la misma ciudad, ni una sola tiene dos o tres de los demás productos, sino que una ciudad tiene éste, y otra ciudad aquél.

Además de estos hechos, en cualquier parte del continente hay también un promontorio o una isla situada delante o un estrecho. De modo que pueden anclar ahí los que dominan el mar y hostigar a los habitantes del continente. En cambio, les falta una sola cosa. En efecto, si los atenienses viviesen en una isla y fuesen dueños del mar, podrían, si quisieran, hostigar y no ser hostigados mientras dominen el mar, y no sería saqueado su territorio ni invadido por los enemigos. Pero ahora se someten a los enemigos, principalmente a los agricultores y a los atenienses ricos, mas el pueblo, que sabe bien que los enemigos no quemarán ni saquearán ninguna cosa suya vive sin temor y sin someterse a ellos. Junto a esas ventajas, si viviesen en una isla, también estarían alejados del otro tipo de temor, esto es, de que la ciudad fuese algún día traicionada por un pequeño número y, abiertas sus puertas, de que la invadan sus enemigos. Pues, ¿cómo podría ocurrir eso, si viviesen en una isla? A la vez, nadie se sublevaría contra el pueblo si viviese en una isla. Lógicamente, si se rebelaran ahora, se rebelarían con la esperanza de que los enemigos acudirían por tierra, pero si viviesen en una isla, también esto les tendría sin temor. En resumen, puesto que, por su origen, no tuvieron la suerte de vivir en una isla, ahora hacen lo siguiente: depositan sus bienes en las islas, confiados en su dominio del mar y miran con indiferencia que el territorio del Ática sea devastado, pues reconocen que, si se compadecen de él, serán privados de otro tipo de bienes mayores.

   Asimismo, los estados gobernados por oligarcas se ven obligados a mantener firmemente las alianzas y pactos, y si no mantienen los acuerdos o alguien incurre en un agravio *** [texto no conservado] los nombres de los pocos oligarcas que establecieron los acuerdos. En cambio, de cuanto el pueblo acuerda puede negar responsabilidad a los demás cargándola solo en el que interviene y propone la votación, alegando; “No asistí, ni apruebo *** a los que informaron los convenios en la Asamblea plena”. Y si no se aprueban esos convenios, descubre infinitos pretextos para no cumplir lo que no quieren. Y si resulta algún perjuicio de las decisiones del pueblo, éste aduce que unos pocos individuos actuaron en contra suya y lo echaron a perder. En cambio, si resulta algún bien, se atribuyen la causa a sí mismos”.

A su vez, no permiten que el pueblo sea objeto de burla en la comedia, ni que se hable mal de él para que no se tenga mal concepto de ellos, pero si se quiere sacar a alguna persona en particular, lo recomiendan, porque saben bien que, generalmente, no es no es del pueblo ni de la masa el que es objeto de burla en las comedias, sino un rico o un noble o un poderoso, y pocos pobres o partidarios del pueblo son objeto de burla en las comedias, sino un rico o un noble o un poderoso, y pocos pobres o partidarios del pueblo son objeto de burla en las comedias, y aún ni siquiera esos pocos, si no es por meterse en otros asuntos y aspirar a tener más que el pueblo. De modo que ni se molestan porque tales personas salgan en las comedias. En resumen, yo afirmo que el pueblo ateniense conoce bien qué ciudadanos son los importantes y quienes son los de baja condición, y como los conoce, ama a los partidarios y simpatizantes suyos, aun cuando sean de baja condición y odia más bien, por el contrario, a las personas importantes. Efectivamente, no creen que sus nobles virtudes crezcan junto con los intereses del pueblo, sino sobre su ruina. También ocurre lo opuesto a esta situación, y algunos al menos, que son realmente partidarios del pueblo, no pertenecen al pueblo por su clase. Yo, ciertamente, admito la democracia para el propio pueblo, pues cualquier persona puede admitir que se trate de favorecer su propio interés, pero quien no es del pueblo y prefiere vivir en un país democrático, está dispuesto a cometer injusticias y piensa que el malvado puede pasar inadvertido mucho mejor en un país de régimen democrático que en uno oligárquico.

III.- Sobre la república de los atenienses no alabo su sistema, mas como ellos decidieron gobernarse democráticamente, me parece que mantienen bien la democracia empleando los medios que yo mostré.

Pero veo que algunos critican también a los atenienses por lo siguiente; porque muchas veces uno no puede gestionar allí los asuntos en el Consejo ni en la Asamblea del pueblo, ni aunque espere sentado un año y medio. Y eso pasa en Atenas únicamente, porque no son capaces de atender y despachar a todos, debido al elevado número de trámites. En efecto, ¿Cómo pueden ser capaces ellos que, en primer lugar, tienen que celebrar más fiestas que otra ciudad griega cualquiera (y en ellas es más imposible aún que alguien atienda los asuntos de la ciudad), y que, además, tienen que dirimir tantos procesos públicos y privados y rendición de cuentas como no los dirimen todos los demás en conjunto, mientras el Consejo dirime muchos asuntos de guerra y económicos, muchos sobre la promulgación de leyes, muchos sobre los acontecimientos propios de la ciudad, muchos, en fin, de los aliados, a parte de recaudar el tributo y atender a los arsenales y a los santuarios? Naturalmente, si hay tantos asuntos, ¿es extraño que no puedan atender a todos? Algunos replican que si se presenta uno en el Consejo con dinero se tramitan muchos asuntos en Atenas y que se tramitarían muchos más incluso si dieran dinero muchas más personas, pero doy por seguro que la ciudad no tiene capacidad para atender a todos los solicitantes por mucho oro o plata que se les dé.

   Asimismo, debe revisar los asuntos siguientes: si se reparan las naves o se construyen en terreno público. Y además de eso inspeccionar a los coregos para las fiestas Dionisias, Panateneas, Prometias y Hefestias todos los años. También se nombran cada año cuatrocientos trierarcos y debe fallar los recursos de cualquiera de ellos todos los años. Junto a esto, comprobar el expediente de los cargos e inspeccionarlos, comprobar el expediente de los huérfanos y nombrar los guardianes de los encarcelados. Y ello, por supuesto, cada año, de cuando en cuando, debe juzgar las deserciones y otras faltas imprevistas, así como los agravios no habituales que puedan cometerse y las acusaciones de impiedad.

   Sin duda dejo de lado muchos asuntos aún, si bien se han mencionado los más importantes, salvo las exacciones tributarias. Esto ocurre, generalmente, cada cuatro años. Pero, en resumidas cuentas, ¿debe pensarse que no es necesario revisar todos estos asuntos sin excepción? Dígase, pues, lo que no es necesario revisar allí. Al contrario, si se debe admitir que es necesario revisar todo sin excepción, necesariamente andarán en juicios a lo largo del año, ya que ni siquiera actualmente juzgando todo el año se encuentran en disposición de acabar con los que cometen faltas, debido al gran número de personas. Mas, en fin, dirá alguno, es necesario juzgar pero que haya menos jueces. En consecuencia, necesariamente habrá pocos jueces en cada tribunal a menos que se constituyan pocos tribunales. De modo que será más fácil arreglárselas ante pocos jueces y cohecharlos a todos, y el juicio será mucho menos justo. Además de estos inconvenientes, también es preciso tener en cuenta que los atenienses deben celebrar fiestas en que no se permite juzgar. Y, por cierto, celebran el doble de fiestas que los demás, aunque yo parto de un número igual a la que menos celebra.

En fin, si las cosas andan así, sostengo que los asuntos no pueden estar en Atenas de otro modo que como ahora están; únicamente se puede suprimir o añadir algún detalle, pero no se puede cambiar mucho sin recortar la democracia. Por supuesto, se pueden hallar muchos medios para mejorar el régimen, pero no es fácil arreglarse para que haya democracia y, a la vez, descubrir de un modo satisfactorio cómo se gobernarán mejor, salvo, como dije hace un momento, suprimiendo o añadiendo algún pormenor.

También me parece que los atenienses no toman una decisión correcta en lo siguiente: el que elijan a las gentes inferiores en las ciudades que se sublevan, aunque ellos actúan de ese modo intencionadamente, pues si eligieran a los mejores no elegirían a los que opinan lo mismo que ellos. En efecto, en ninguna ciudad la clase privilegiada simpatiza con el pueblo, sino que la clase más baja es la que simpatiza con él en cada ciudad, pues las personas simpatizan con sus semejantes, Por eso, a fin de cuentas, los atenienses eligen lo que tiene que ver con ellos. Y las veces que decidieron elegir a las personas privilegiadas no les resultó bien, sino que, por el contrario, al poco tiempo el pueblo de Beocia fue esclavizado. Y lo mismo ocurrió también cuando eligieron a las personas privilegiadas de Mileto, al poco tiempo traicionaron y decapitaron allí a los partidarios del pueblo. Otro tanto sucedió cuando eligieron a lacedemonios en lugar de mesenios; al poco tiempo, tras derrocar a los mesenios, hicieron la guerra contra los atenienses.

   Se podría replicar que nadie, por supuesto, ha sido privado injustamente de los derechos políticos en Atenas. Yo sostengo que hay algunos que han sido privados de ellos injustamente, pero realmente son pocos. Aunque no son pocos los que se necesitarían para atacar la democracia en Atenas, y, además, la realidad es que los hombres no se preocupan en absoluto de las personas que son privadas justamente de los derechos, sino de los que lo son injustamente. Naturalmente, ¿cómo se podría pensar que la mayoría sea privada injustamente de ellos en Atenas, donde el pueblo es el que designa los cargos? Mas por no gobernar con justicia ni decir ni practicar lo justo, por tales cosas hay algunos privados de sus derechos en Atenas. Si se tiene en cuenta esto, no se debe pensar que haya algún peligro procedente de los privados de derechos de ciudadanía en Atenas.

 

La República de los Atenienses (texto atribuido sin fundamento filológico ni histórico suficiente a Jenofonte) fue escrita alrededor del año 430 a.C.

Traducción de Orlando Gutiñas Tuñón. Ed. Gredos, 1984. Reproducción exclusiva para uso escolar.

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay