La sociedad ateniense: el “demos”

W. G. FORREST

 

  Atenas era gobernada por el ateniense común. Pero ¿quiénes eran estos atenienses comunes? ¿Cuándo, cómo y dónde se equivocaron? ¿De qué fueron culpables? Las respuestas han adoptado diferentes firmas. Algunos suponen una degeneración gradual del “demos” corrompido por el poder; otros que las groseras de su naturaleza, sofrenadas por Pericles, se desataron por obra de sus sucesores menos escrupulosos y capacitados por tener peor educación. Otros aducen otras razones. Pero todas ellas tienen en común el hecho de trazar una neta diferencia entre la minoría de personas educadas o respetables y la masa egoísta; o entre el sórdido mundo de la política dominado por la masa codiciosa y y el recatado de los intelectuales, dentro del cual se incluye, de un modo misterioso a Pericles. Esto equivale a decir que el ateniense común no es el ateniense medio, sino algo más bajo y más sórdido, y que su responsabilidad se limita a las decisiones políticas, pero solo a las malas.

Los demagogos que se creyeron calificados para ocupar el puesto de Pericles no hicieron sino poner de manifiesto la incapacidad de una democracia radical para llevar a buen término un gran conflicto bélico. (C. Hignett)

… La clase inferior que formaba las tripulaciones de la flota exigió tener un voto decisivo en los asuntos públicos y arrastró al Estado [a la derrota]. (N.G.L. Hammond)

La adulación se convirtió entonces en un instrumento de gobierno con respecto a la masa plebeya… cuyas exigencias preludian el panem et circenses del populacho romano. (A. Bonnard)

Estos son juicios típicos. A la “democracia radical”, a la “clase baja”, a la “masa plebeya”, se la puede distinguir de algo más radical, más bajo, más plebeyo. Pero ¿quiénes formaban la clase baja?

Los atenienses se pueden dividir de un modo apropiado en oligarcas, moderados, radicales… en correspondencia aproximada con los ricos, la población rural y el proletariado urbano … una clasificación que se refleja en la organización militar… pues los ricos servían en la caballería, los terratenientes libres como hoplitas [la infantería pesada] y los thetes [quienes no se podían procurar una armadura] como marineros o remeros en a escuadra, (C. Hignett)

El hecho es que teóricamente hay algo de verdad en esto. Desde los días de Solón (594 a. de JC.) los atenienses estaban divididos en cuatro clases censitarias: los pentakosiomedimnoi, hambres cuya hacienda podía producir anualmente quinientas medidas de grano o su equivalente, los hippeis, o caballeros, que podían mantener un caballo y equiparse para el servicio en la caballería, los zeugitai u hoplitas, que eran capaces de armarse como infantes; y los thetes, que eran quienes carecían de esta capacidad. En principio, como veremos estas clases tuvieron una significación política importante, por cuanto la pertenencia a cada una de ellas comportaba la calificación para desempeñar determinados cargos estatales. Oficialmente esto seguía siendo el caso en el siglo V, al menos en cuanto que la ley excluía a los thetes del cargo civil más importante, el arcontado, y que solo se confiaba a los pentakosiomedimnoi los principales cargos financieros. Ahora bien, parece inverosímil que la ley se aplicara estrictamente, ni siquiera para el arcontado. Aunque la falta de experiencia militar, por no mencionar la de armadura, excluiría efectivamente a los thetes de la strategía. Por lo demás, los restantes cargos, a lo que conocemos, les estaban abiertos si lo deseaban.

Es concebible también, verosímil incluso, que cuando estaban sobre el tapete cuestiones militares, los hombres se preocupasen de a qué clase pertenecían y se comportaran de forma congruente con los intereses militares de su clase. Así mismo, es natural que al hecho de pertenecer a grupos más elevados se le concediera un cierto valor snob. Pero, por sí solo, el esnobismo no crea partidos políticos, y tan solo cabría identificar las clases con grupos políticos, si se pudiera demostrar, una de dos, o que en la mentalidad ateniense ocupaban un lugar preferente las cuestiones militares (lo que no ocurría) o que las clases correspondían a diferencias reales en lo económico, lo social o lo político. La división arriba mencionada presupone que así era: los thetes serían el proletariado urbano, los hoplitas, propietarios de tierras, y si esto es cierto, una separación económica de esta índole seguramente podía conducir a conflictos políticos.

Pero ¿es cierto esto? Nada más cómodo para nosotros que imaginarse un proletariado industrial y contraponerlo a lo que casi se ha convertido para el historiador moderno en un substituto del buen salvaje: una vigorosa clase campesina que cultiva, una vez libre del servicio de las armas, sus campos aromáticos. Y desde luego que había muchos campesinos en el Ática del siglo V, y algunos vigorosos, a no dudarlo; también había, aunque no tantos, habitantes de la ciudad. Empero, sencillamente, no existía el tipo de hombre que constituye el proletariado urbano que nos es familiar. El personal de los centros fabriles a la sazón estaba formado por esclavos, no por obreros libres. No había un solo oficio de importancia, doméstico, industrial o agrícola, de los que ahora desempeñan asalariados, que no realizaran casi de un modo exclusivo los esclavos. El ateniense medio era un propietario independiente, artesano, comerciante, tendero o fabricante en la ciudad; y en el pueblo, en la aldea, artesano, tendero o, con más frecuencia, agricultor. Algunos eran pobres y trabajaban solos; otros, en cambio, contaban con mayores medios y empleaban uno o varios esclavos; casi todos eran independientes. Se carece también de pruebas para concluir – lo que es en verdad harto inverosímil – que hubiera diferencias notorias en los ingresos medios de la mayoría de la población urbana y la rural. En pocas palabras, en la ciudad también había hoplitas, y también trabajaban thetes en el campo; y cuando entraban en conflicto los intereses de la ciudad y del campo, la discordia política resultante enfrentaba a thetes con thetes y a hoplitas con hoplitas.

Podemos ir más lejos aún. Un agricultor pobre o un artesano pobre puede hoy en día considerarse algo distinto del agricultor o artesano afortunado, y preferir considerarse un miembro de la “clase trabajadora”. Pero en una sociedad donde no existía la clase trabajadora en el sentido actual, ¿cómo hubiera podido sentirse separado? ¿En qué grupo se hubiera podido incluir? ¿En qué punto se hubiera podido trazar, de hecho, una divisoria significativa en la línea ascendente de la prosperidad? Y si se hubiese trazado una, que lo dudo, ¿por qué habría de ser, precisamente, o aun aproximadamente, en el punto que separa a los thetes de los hoplitas?

La sociedad ateniense, no cabe duda era mucho más homogénea que la nuestra. Había, eso sí, diferencias entre nobles y plebeyos, ricos y pobres, hoplitas y thetes, hombres del campo y de la ciudad, y tales diferencias eran a veces importantes, cuando surgían problemas que afectaban a los diferentes grupos; pero no tenemos razón alguna para presumir que ningún grupo político estable se definiera por una conjunción cualquiera de dichas diferencias.

 

W.G. FORREST: La democracia griega. Trayectoria política del 800 al 400 a. de J.C. Traducción de Luís Gil. Ediciones Guadarrama, 1966; pp. 21-26. Reproducción exclusiva para uso escolar.

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay