MARCO AURELIO Y LA FELICIDAD (UN APUNTE)

 

 

 

 

No le gustaba la guerra y prefería la filosofía. A la guerra le dedicó dieciséis años y a la filosofía toda una vida. No le gustaba el poder, pero fue emperador del mayor imperio de su época y gobernó con bastante dureza. Dormía en el suelo, amaba a su esposa y respetaba a los dioses. Marco Aurelio (121-180 d.C.) fue lo más parecido al filósofo rey de la Antigüedad.

Marco Aurelio es, a la vez, un filósofo estoico y un emperador. ¿Qué une ambos aspectos del personaje? Seguramente el sentido del deber. Nacido en una familia patricia, nada parecía destinarle a la política si el emperador Adriano no se hubiese fijado en él por sus cualidades morales, hasta el punto de pedir a su sucesor Antonino que le adoptara como futuro emperador, junto a otro hermano adoptivo Lucio Vero. Llegó al cargo a los cuarenta años y como gobernante le tocó asumir un momento políticamente más que complicado (una revuelta del ejército en Britania, los bárbaros en Germania, el desbordamiento del Tíber en Roma, la crisis financiera del Estado, la marcha de los partos sobre Siria, la peste, un temblor de tierra...). Para Marco Aurelio la vida es un juego entre iniciativa individual y destino y eso conviene no perderlo de vista. Su idea de la felicidad se vincula a ser razonable, para ser feliz hay que ser obrar conforme a lo natural.

 

Una ética de la felicidad (triste)

Es un poco tópico distinguir entre estoicos y epicúreos diciendo que los primeros optan por la felicidad y los segundos por el deber. Afirmar eso sería esquematizar demasiado. Tanto los estoicos como los epicúreos buscan la felicidad y, de una manera muy especial, pretenden resguardarse del dolor, que es la circunstancia en que el hombre se halla radicalmente desamparado, solo, miserable y triste. Estoicos y epicúreos están atentos a sí mismos y a la propia conciencia más que a la comunidad. Pero en el estoicismo la autoconciencia vinculada al dolr de la vida es tal vez más intensa que en el epicureísmo. Para los estoicos, y particularmente para Marco Aurelio, la felicidad exige disciplinar el deseo y actuar sobre lo que depende de nosotros y no sobre lo que depende del cosmos. Siguiendo a Epicteto, el control de los impulsos es una condición fundamental para lograr la felicidad. Tenemos el poder de actuar sobre nuestros pensamientos, sobre la manera como nos representamos las cosas y sobre nuestras representaciones mentales. Pero no podemos actuar sobre los acontecimientos que son por naturaleza exteriores a nosotros y cuyo desenlace muchas veces se nos escapa.

¿Qué es ser feliz? Marco Aurelio intentó responder a esta cuestión de una manera bastante prolija, aunque hay que tener siempre presente que ser feliz implica siempre realizar lo que él denomina “acciones adecuadas” (kathékonta), es decir, acciones razonables, al servicio de la comunidad humana y, a la vez, profundamente naturales. Esquemáticamente, y siguiendo a Hadot, se podría decir que:

1.- Para ser feliz uno debe orientarse hacia las buenas acciones y las buenas intenciones.

2.- Debe poseer una buena razón sin dejarse poseer por la imaginación.

3.- Debe valorar las cosas pequeñas sin las que nada en la vida tiene sentido.

4.- Ha de ser libre, modesto, sociable y dócil a la voz de la conciencia.

5.- Por lo que hace al bien y al mal, solo es bueno para el hombre lo que le hace justo, temperado, valiente y libre. Y es malo todo cuanto produzca los efectos contrarios a esas virtudes.

Si ser feliz es hacer cuanto deriva de la naturaleza humana, y eso implica reconocer 10 puntos fundamentales o «kephàlaia» (cosas que hay que guardar en la cabeza) que guian la conducta ética.

1.- Tan solo lo que depende de nosotros (juicios y sentimientos) es fuente de bien y de mal.

2.- Ni el dolor ni el placer son males.

3.- Un desprecio o una falta cometida contra nosotros no nos afecta en realidad.

4.- Nadie nos puede producir daño.

5.- Las cosas en realidad no nos afectan, lo que nos afecta es nuestra opinión sobre las cosas.

6.- Quien comete una falta la lleva consigo y solo se hace daño a sí mismo.

7.- Toda falta es un falso juicio, fruto de la ignorancia.

8.- El hombre es el autor de su propia desgracia, nadie viene a perturbarle desde el exterior.

9.- Solo la vergüenza es un mal moral.

10.- Todo proviene de la naturaleza universal, la maldad es debida al don de la libertad.

Si ser feliz es algo que solo depende nosotros (y no del mundo, que es como es y no cambiará), entonces la felicidad tiene mucho que ver con la construcción del yo. La naturaleza humana tiene que ser adiestrada por el camino de la construcción de un yo interior que se mueve según los principios y que se identifica con la conciencia moral.

 

Una ética de la personalidad (¿melancólica?)

La disciplina de un yo que se mueve según la conciencia interna (lo que Marco Aurelio llama el hegemonicon) exige estar atentos al único tiempo que realmente existe según los estoicos: el presente. Tanto el futuro como el pasado forman parte de la imaginación, solo el ahora es real. El tiempo, que nunca se detiene solo puede ser vivido como perpetuo presente. Por eso los estoicos sienten un punto de melancolía, si se entiendo por melancolía la conciencia de la distancia dolorosa que existe entre lo que somos y hacemos y lo que deberíamos ser y hacer si fuésemos seres realmente morales. Lo que debería ser una comunidad de individuos racionales (la Ciudad del mundo de la razón) es una perqueña miseria de egoismos y subjetividades desenfrenadas.

En Marco Aurelio, como en todos los estoicos, la causalidad moral es interna. Solo depende de la recta conciencia. Pero el yo se puede encontrar ante diversos tipos de acciones:

1. El yo ante la acción justa: es la que se pone al servicio de la comunidad humana.

2. El yo ante la acción benevolente: es la acción a realizar ante aquellos que ignoran el Bien (puesto que según Sócrates el mal no existe como tal sino solo como ignorancia).

3. El yo ante la acción seria: es la que se ha madurado reflexivamente y se ha puesto al servicio de la comunidad humana. La que evita la dispersión y se concentra en su objetivo.

4. El yo ante la acción desinteresada: puesto que ninguna acción es un fin en si mismo, la acción moral revela el desinterés personal, no es utilitaria sinó que se ejerce por exigencia racional.

5. El yo ante la acción racional: si el hombre debe actuar según su naturaleza (como el animal no humano actúa según la suya), entonces la acción humana debe ser racional.

6. El yo y ante la acción pedagógica: puesto que el hombre es racional, una de las cosas que debemos hacer es corregir los errores de razonamiento de otros y educarlos.

7. El yo ante la acción adecuada: puesto que el hombre puede concebir sus deberes (kathékonta) debe actuar conforme a lo que luego se denominará un imperativo, si bien con una cláusula de reserva, pues ante lo imposible nada es exigible.

La personalidad del estoico se manifiesta en su forma de actuar que debe ser racional, es decir, movida por nuestra capacidad de juzgar “amando igualmente las cosas iguales”.

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay