MI DIFICULTAD CON HEGEL

Ramon ALCOBERRO

 

La filosofía no necesita preocuparse por las ideas ordinarias.

   —GWF Hegel, filosofía de la naturaleza

Unmittelbare Gefahr: peligro inminente. Cuando me invitan a hablar de Hegel rehúso siempre educadamente, porque me parece que no tengo nada especialmente significativo que aportar. Russell decía que es el más difícil de entender entre los grandes filósofos y la tradición analítica opina que no es que sea difícil de entender: es solo que no hay nada que entender. No diría tanto. No se le entiende desde el sentido común, pero esa crítica no le deslegitima, porque en muchos sentidos la filosofía hace una crítica del sentido común. Y en todo caso, hay que ponerle en su contexto. Nacido en Stuttgart en 1770 (el mismo año que Beethoven, Wordsworth y su amigo Hölderlin), Hegel alcanzó la mayoría de edad en el período del alto romanticismo; su filosofía, en todas partes revela un anhelo por el infinito que es un concepto del cual, por definición, no puede darse una explicación clara – porque si se diese sería, obviamente, “finita”. Precisamente por ello es difícil decir cosas con sentido sobre Hegel, sin enredarse en interminables disquisiciones semánticas.

   Le gustaba usar para explicar su manera de filosofar una expresión rara, “el trabajo sobre lo negativo”, que tiene algo de lógicamente absurdo, pero que también da cuenta de una experiencia muy habitual y muy compartida. La filosofía tal como la entiende es muy especialmente un “des/montaje”; una manera de preguntar(nos) si realmente sabemos lo que creemos saber y qué razones tenemos para entender/defender/compartir lo que creemos saber. La dialéctica es una teoría que supone que cada “etapa” o “momento” de desarrollo de una cosa, de una idea o de la historia, e incluso de la naturaleza misma, es provisional. Todo cuanto existe será simultáneamente cancelado y aún preservado a medida que el Espíritu progresa. En toda positividad se encierra también la negatividad en una lucha eterna. Que cualquier cosa puede descoordinarse, que cualquier idea llevada a su extremo “produce monstruos”, que incluso de tanto amarte pueden anularte… eso es lo que quiere decir “trabajo sobre lo negativo”.

 

Hay una anécdota… dispensen

Se dice que, en su lecho de muerte, Hegel declaró que solo una persona lo había entendido… y que lo había entendido mal. La anécdota aparece en el Postescriptum no científico y definitivo a Migajas filosóficas de Søren Kierkegaard (1846), y Terry Pinkard, en su monumental biografía de Hegel dice que es una “historia apócrifa”, “emblemática de la reacción antihegeliana que rápidamente se produjo” después de la muerte del filósofo en 1831. En todo caso, es una anécdota reveladora. Si la filosofía consiste fundamentalmente en un “trabajo sobre lo negativo”, (si, por decirlo de una manera más sencilla, todo cuanto existe está destinado a ser negado) es difícil entender cómo construir algo con ella. De aquí que cuando se intenta “positivizarlo” el pensamiento hegeliano, resulta bastante autoritario y que su filosofía del derecho sea básicamente dogmática. Hegel, en cualquier caso, no era un “Herr Doktor Professor” funerario y tópico. Le gustaba el vino (clarete), jugaba a las cartas por vicio y le hizo un hijo a la criada, del que francamente se desentendió (tres cosas que le copió Marx). Pero no habría pasado a la historia por eso, obviamente.

A parte de su afición por la palabra “alienación”, lo que nos ha dejado Hegel (y Marx con él) es una manera de pensar la historia – un tema que a finales del siglo XX pareció que estaba “superado” por usar un término hegeliano porque la tecnología se suponía que iba a terminar con la historia; cosa que solo ha sucedido a medias. Hegel vivió en tiempos tumultuosos. La Revolución Francesa fue un suceso contemporáneo “histórico mundial” que despertó su imaginación. El otro fue la carrera de Napoleón que llegó a proclamarse Emperador y a gobernar Europa partiendo de unos orígenes miserables. Napoleón era un niño pobre de la isla de Córcega, donde ni siquiera se hablaba francés, al que su padre metió en el ejército como trompeta (lo que en España de llama “un turuta”); y el hombre llegó ni más ni menos que a condicionar la política de su época. Incluso derrotado militarmente y enviado a morir a un islote en medio de ningún sitio (la Isla de Santa Elena), Napoleón siguió gobernando Europa porque su Código jurídico rigió durante todo el siglo XIX y buena parte del XX y configuró lo que tópicamente entendemos por “sociedad burguesa”.

 

  Economía como nueva Religión

Bertrand Russell comentó en su Historia del Pensamiento Occidental que Hegel se sintió atraído por el misticismo cuando era joven y que su filosofía madura era “una intelectualización de lo que primero le había parecido una visión mística”. Si nos fijamos en la filosofía de Hegel, esa explicación parece plausible, pero es solo el resultado de una primera mirada; es una constatación algo superficial. La teología atenuada del idealismo hegeliano, en el que lo Absoluto representa a Dios (un Dios terrible que no permite que nada exista para siempre excepto Él mismo) Hegel la veía realizada en la historia y en la economía. Tal vez era una buena lectura del cambio que había significado la Ilustración.  Al fin y al cabo: las Luces del XVIII lo que habían propuesto era dejar de confiar en un Dios bíblico para pasar a creer en otra diosa, llamada Razón o Ciencia. Para eso las Luces habían elaborado también una alternativa al Evangelio cristiano: en vez de consultar la Biblia con sus narraciones a veces feroces, bastaba consultar la Enciclopedia donde el mundo racional estaba explicado en orden alfabético. Hegel fue consciente ello y, por lo tanto, sería bastante injusto considerar su obra solo como una “intelectualización” de principios teológicos.

  Hegel vivió en tiempos tumultuosos. Pinkard señala que no es cierto, como sugirió en una carta, que la Fenomenología del Espíritu se terminase de escribir en la víspera de la Batalla de Jena, cuando Napoleón apareció en 1806. Pero como muchos románticos, Hegel adoraba el poder, y en Napoleón (“este hombre extraordinario, a quien es imposible no admirar”) vio encarnarse el poder. Cuando el emperador cabalgó por la ciudad, Hegel escribió entusiasmado a un amigo que había visto “el alma del mundo” … a horcajadas en un caballo. La centralidad de la idea de la muerte y de la de destrucción es algo muy propio de la teología luterana que Hegel había estudiado de joven y Napoleón encarnaba muy bien esa concepción destructiva, capaz de hacer nacer además un mundo nuevo. El término “Phänomenologie” fue acuñado por el filósofo alemán del siglo XVIII J.H. Lambert, quien lo usó para referirse al estudio de los aspectos ilusorios de la experiencia y Hegel lo tomó de Kant que distinguía entre “fenómeno” (lo que aparece a la sensibilidad) y noúmeno (lo que no aparece, pero subyace al fenómeno). Esa idea de que todo es fenoménico (ilusorio en cierto sentido, pero a la vez siniestramente real) habita en el núcleo mismo de la historia y hace de nuestra vida una constante y terrible forma de muerte.

Pero en la dialéctica subyace otro elemento significativo. Hegel conocía muy bien la economía liberal de su época – algo no demasiado habitual en el gremio de los filósofos. De aquí (y de la Revolución Francesa) sacó la inquietante conclusión de que lo los individuos no existen. Solo hay flujos (como el dinero) y movimientos que siempre tienen más fuerza que cualquier voluntad o que cualquier interés humano particular y concreto.

 La consideración hegeliana del movimiento y del cambio se ha explicado muchas veces a partir de su conocimiento de la filosofía del presocrático Heráclito, pero esa explicación no basta. La dialéctica, el movimiento imparable y eterno de cuanto existe, se entiende también –y muy especialmente en la época moderna– en relación a los flujos económicos y al dinero. Pero toda realidad es cambio. La Naturaleza, según Hegel, es en sí misma el proceso de convertirse en Espíritu, de subyugar su alteridad y su diferencia. Alejada de la Idea, la Naturaleza es solo el cadáver de la Comprensión. Lo mismo sucede con la economía, donde el trabajo solo tiene sentido en tanto que sometido a una empresa y es convertido en dinero, que a su vez es lo que en su movimiento regula el ciclo de las necesidades vitales.

 

Comprender el mundo como cambio

Hegel, por supuesto, escribiendo en Alemania y a principios del siglo XIX, no tenía idea del alcance global del capitalismo industrial por venir, pero vio que una economía mayormente agrícola y artesanal, predominantemente confinada en el hogar, se estaba convirtiendo en procesos de salario, precio y ganancia, en economía laboral y dineraria; y sus intuiciones sobre todo eso son enormemente significativas. Hegel entendió, además, algo que solo ha sido valorado en su justa medida después de la II Guerra Mundial y de los 30 Gloriosos: que la economía tiene efectos "psicológicos", y que esos efectos, como han demostrado los acontecimientos recientes, son cruciales para cohesionar los lazos sociales sin los cuales ninguna sociedad puede sobrevivir.

   Esto significa para él, que lo crucial a la hora de comprendernos en tanto que seres humanos es nuestra dependencia social; y que un ser humano solo puede ser lo que es, un ser libre, al participar en instituciones sociales, incluido un sistema económico. Fuera del Sistema (fuera de la Ley, a extramuros de la Norma) no hay libertad, ni existencia racional como tal. Como él dijo, una persona solo puede ser "completamente" libre como ciudadano en el moderno estado republicano. No quiso decir simplemente que un estado indiferente u hostil a la libertad de sus ciudadanos es injusto, o que uno no puede actuar como un agente libre que se encuentra subordinado a un Estado irracional (aunque habría compartido ambas afirmaciones), sino más bien que ningún ser humano es un agente totalmente libre en una situación irracional. Ser libre es un logro de un tipo distinto.

En la dinámica de negatividad de la historia, situados en una economía que es movimiento y cambio inserido en la vida de cada día, los humanos como individuos no cuentan. Si logran algo de “reconocimiento” (un concepto muy importante en Hegel) eso depende de la capacidad de cada uno para mantener el tipo correcto de lazos sociales en la familia, como compañeros de trabajo y como ciudadanos de un estado representativo. En ausencia de ese logro, la libertad no se realiza.

¿Mi dificultad con Hegel? Obviamente tengo con él un problema de lenguaje y de sistema. Su esfuerzo por querer que todo conocimiento humano enlace y se estructure en un sistema de la razón puede ser genial, pero también me resulta forzado en muchos momentos (especialmente en la Lógica). Pero hay otro elemento, muy típico de la filosofía hegeliana y que ha tenido consecuencias nefastas en el mundo contemporáneo. Según Hegel, la autoconciencia existe “solo al ser reconocido”; no hay individualidad, solo movimiento, solo cambio y reducción de la vida a la economía. Es posible que eso sea cierto en tanto que hecho empírico, e incluso puede que su afirmación tenga un punto banal; para convenceros de ello basta si observáis el mundo globalizado. La individualización es algo que repugna al hegelanismo y la opinión individual (excepto si es la suya) no tiene lugar en el sistema hegeliano – un ejemplo máximo de comunitarismo moral y político. Pero que la dependencia social, la imposibilidad de parar el ruido y el cambio, “deba ser” además racional, nos llevaría a una concepción siniestra de la vida humana.

Contra lo que decía Popper, Nietzsche no fue el filósofo de los nazis, que incluso lo encontraban demasiado cosmopolita (el filósofo predilecto del nazismo era Fichte), pero sí fue el gran filósofo de la sumisión del individuo al poder. Su concepción de la historia como una especie de cadena teológica y de la economía como un ciclo gobernado por la necesidad y por la miseria resulta incompatible no solo con la libertad sino con la dignidad humana. Sometidos a mecanismos ciegos e imparables, los humanos, vistos por Hegel, simplemente son engranajes en la máquina de la economía y ovejas de un rebaño burocrático con el Estado como pastor. Un pésimo destino el nuestro. Mi programa político y moral –y el programa de la dignidad humana– pasa por las Luces, algo que Hegel solo consideraba “vanidad”, Al cabo, Diderot fue mucho más profundo que Hegel. Aunque con Diderot no se puede pastorear a los humanos y con Hegel sí.

 

 

Bibliografía:

Terry Pinkard: Hegel. Acento Editorial, Madrid, 2001.

Trad. Carmen García Trevijano; 927 págs.

 

 

 

 

Descarrega en pdf

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay