NOTAS SOBRE UN TEXTO DE GUY DEBORD

Ramon Alcoberro

“La vida entera de las sociedades en las que imperan las condiciones de producción modernas se anuncia como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo directamente experimentado se ha convertido en representación.” [c’est éloigné dans une representaction – se alejado en una representación, en el original]

  La Société du spectacle, es un libro publicado por Guy Debord en 1967 y fue también uno de los textos que más influencia tuvo sobre la revolución de Mayo del 68 en Francia. Sobre ese libro, Debord realizó además en 1973 un filme que traduce en imágenes sus ideas y que puede encontrarse, por lo menos parcialmente, en Youtube.

  Lo que proponía Debord en su obra es una crítica radical de la mercancía y de su dominación sobre la vida. En síntesis, lo que se ha convertido hoy en mercancía no son solo los productos (objetos), sino la vida misma que se entiende básicamente como espectáculo. Esa afirmación va mucho más allá de la concepción de la alienación, típica del pensamiento marxista clásico (y que, más atrás todavía, había sido una de las grandes tesis hegelianas).

  La alienación para un marxista era la falsa conciencia producida por el capitalismo, donde el trabajo no creativo era la base sobre la que el obrero industrial (y por extensión toda la sociedad) vivía una existencia, cris, creativa y absurda, autoengañándose para no asumir el tedio vital producido por la industria. En la tradición marxista “alienación” era una de las características centrales de la sociedad de consumo y al concebir conscientemente su realidad y luchas por transformarla, el trabajador se liberaba de la alienación y descubría sus verdaderos intereses. Debord dio un paso más en el análisis de este concepto. Para el filósofo y cineasta (y también gran dipsómano y genio autodestructivo), el espectáculo es el estadio más acabado y terminal del capitalismo. Es una ideología económica (que permite a la sociedad contemporánea legitimar la universalidad de una visión única de la vida), pero el espectáculo se imponer a todos y a cada uno mediante el imperio de lo audiovisual sobre la vida y de la ficción sobre la experiencia.

  El espectáculo es la herramienta contemporánea que (por lo menos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y a inicios de éste) permite y construye la reproducción del poder en la mente de los individuos (y por lo tanto el espectáculo es la materia de la que se construye a la vez la vida social y la alienación de los individuos). A mayor espectáculo, más control social y menos vida. Debord insistirá en su obra en que el espectáculo no es un “suplemento” de la vida, sino que se ha convertido en su razón de ser.

En gran parte, la sociedad del espectáculo realiza hoy lo que Platón imaginó en el mito de la caverna de La República. Unos prisioneros ven pasar sombras proyectadas sobre una pared e imaginan que son seres reales, e incluso compiten entre ellos para lograr explicarlas mejor, sin saber que todo cuanto ven son ficciones. De la misma manera el espectáculo es “no vida” que identificamos falsamente como realidad. Es importante insistir, sin embargo, en que el espectáculo actual ya no se limita a las formas tal cual las conocemos (la televisión, el cine, la publicidad, las redes sociales y en general la producción de imágenes). Para Debord, el espectáculo se ha confundido ya con la vida en la sociedad capitalista y resulta inseparable de ella. El espectáculo consiste, simplemente, una nueva fase del desarrollo capitalista y de la dominación del trabajo sobre la vida. En latín un “spectaculum” es la visión de conjunto que atrae la mirada, la atención y la diversión ofrecida al público. Hoy vivimos en una sociedad que se fundamenta precisamente en ello. “La diversión se ha convertido en narcótico”.

Si para Marx en El Capital: "la riqueza de las sociedades en que reina el modo de producción capitalista se anuncia como una inmensa acumulación de mercancías”, hoy las mercancías se han convertido en “espectáculos”.  Marx se había referido a lo que denominó “carácter fetiche de la mercancía”, designando con esa expresión el efecto engañoso del intercambio de mercancías. Hoy ese proceso se ha hecho no solo ha crecido exponencialmente, sino que se ha vuelto más complejo: lo que intercambiamos son cada vez más imágenes, espectáculo (o lo que hoy se llama “egoboo” en Internet). La realidad, en cambio, disminuye o se ignora. La función del espectáculo, como la del fetichismo de la mercancía, es disimular las relaciones de dominación y de poder. Las vuelve digeribles, amables e inconscientes. Como en el caso del fetichismo de la mercancía, cuando elegimos el espectáculo nos alejamos de la vida.

Cuando se afirma que vivimos en una acumulación de espectáculos, lo que se quiere decir no es que cada vez haya “más” televisión o más Internet en nuestra vida, sino que el espectáculo, la imagen, se ha convertido en el criterio (el patrón) desde el que valorizamos la vida. El espectáculo es el resultado y el proyecto de la acumulación capitalista. Hoy la acumulación de imágenes ocupa en nuestras sociedades el lugar de la acumulación de capital en el siglo XIX y a principios del XX. E incluso, más allá, la substituye. Al fin, crear mecanismos de fascinación es mucho más importante para el poder que crear riqueza. El espectáculo no es algo que se produce desde fuera, sino que constituye, por sí mismo, una forma de relación social (o incluso es “la” forma por excelencia de relación social). El espectáculo es “capital” (valor) en sí mismo y lo vivido se ha convertido en representación.

Eso puede verse cada vez con mayor claridad en las televisiones, en la prensa y en Internet. Las informaciones son mercancías como las demás. Informaciones que ningún espectador ha visto o vivido realmente son construidas, elaboradas y puestas en escena como cualquier otro producto, de manera que inevitablemente nos parezcan auténticas e, incluso, tengan consecuencias sobre nuestras condiciones de vida e impacten en nuestra forma de entender el mundo. El espectáculo no es ni un suplemento del mundo, ni un decorado, ni una falsedad o un error, sino su realidad más profunda bajo el capitalismo contemporáneo: “El corazón del irrealismo de la sociedad real”, como dirá Debord. Se produce así una vida fantasma que nada tiene que ver con la vida.

Henri Lefebvre en su Crítica de la vida cotidiana (1961), un texto imprescindible en la generalogía del pensamiento de Debord, definía esta “vida cotidiana” como “lo que queda cuando se han extraído de lo vivido todas las actividades especializadas”. La vida cotidiana se ha convertido hoy en sociedad del espectáculo y eso permite situar la crítica de la miseria intelectual y moral como el núcleo de cualquier actividad, política y cultural, que tenga voluntad transformadora.

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay