Pericles, el primer ciudadano

Adolfo J.  DOMÍNGUEZ MONEDERO, José PASCUAL GÓMEZ

 

Tucídides incluye en su Historia de la Guerra del Peloponeso un retrato político de Pericles, uno de los más atrayentes jamás escrito, en un texto que es una verdadera maravilla de la historiografía antigua:

Pericles gozaba de autoridad gracias a su prestigio y a su talento y resultaba, además, manifiestamente insobornable, tenía a la multitud en su mano, aún en libertad, y no se dejaba conducir por ella, sino que era él quien la conducía; y eso era así porque, al no haber adquirido el poder por medios ilícitos, no pretendía alagarla en sus discursos, sino que se atrevía incluso, merced a su prestigio, a enfrentarse a su enojo. Así, siempre que los veía confiados de modo insolente e inoportuno, los espantaba con sus palabras hasta que conseguía atemorizarlos, y, al contrario, cuando los veía dominados por un miedo irracional, los hacía retornar a la confianza. En estas condiciones, aquello era de nombre una democracia, pero, en realidad, un gobierno del primer ciudadano.

Pericles nació el 494 en el Ática, en la casa solariega que su familia poseía en el demo de Colargo, al noroeste de Atenas. Por parte de ambos progenitores pertenecía a la más antigua aristocracia ateniense. Su madre, Agariste, era sobrina de Clístenes, el gran reformador de finales del siglo V y formaba parte de la influyente familia de los Alcmeónidas. Su padre, Jantipo, vencedor en Micale y conquistador de Sesto, descendía de otra gran familia noble, los Buciges.

Poco sabemos de su infancia y adolescencia. Pericles parece haber recibido una formación que estaba por encima de lo que era norma incluso entre la propia aristocracia ateniense.  Su principal maestro fue el músico Damón, Las enseñanzas de Damón transcendían ampliamente lo que nosotros entendemos por educación musical y estaban más próximas a lo que llamamos una formación humanística, que comprendía música y lira y también armonía y ritmo, amor a la belleza y al bien, filosofía y política. En la madurez de Pericles, Damon fue uno de sus consejeros principales e inspiró varias de las medidas políticas introducidas por Pericles, como la mistaforía, el pago de un misthos, una indemnización, a quien participara en la vida pública. Pericles se relacionó también con Zenón de Elea, un filósofo que se preocupaba de los fenómenos físicos y de los problemas del movimiento y que enseñaba, además, el arte de la retórica y el razonamiento. Estuvo vinculado a Anaxágoras de Clazómenas, otro filósofo dedicado a la investigación de los sucesos físicos. Frecuentó, además a Protágoras de Abdera, un sofista que centraba sus investigaciones en el hombre como ser social y su relación con las leyes. Pericles mantuvo también amistad con otros genios que contribuyeron al esplendor de Atenas: Fidias, Herodoto, Esquilo y Sófocles. Particularmente estrecha fue su relación con la que había de ser su segunda esposa, Aspasia de Mileto, una atrayente mujer que dirigía lo que podríamos llamar un salón de discusión y de debate político y filosófico, que sus enemigos y los comediógrafos tachan de casa de citas.

Los miembros de su familia tenían una amplia experiencia en la política y habían desempeñado muchas veces un papel crucial en la vida ateniense. Si tío Megacles, de Agariste, fue condenado al ostracismo en el 486, quizá por instigación de Temístocles.  Su padre, Jantipo, fue enemigo de Milcíades, al que acusó en 489 y le hizo condenar a una fuerte multa. Ostraquizado en el 484, Jantipo regresó en el 480, en virtud del mismo decreto que permitió el retorno de Arístides. Estratego ateniense en el 479, derrotó a la flota persa en Micale y al año siguiente, también como estratego, tomó Seato. Nada sabemos de él después del 478. Tal vez muriera pronto.

Como aristócrata, Pericles heredó las viejas amistades y relaciones de su familia, que constituirán una de las bases de su poder, y también antiguas enemistades, como la que enfrentaba a los Alcmeónidas con los Filíadas; valgan como prueba el enfrentamiento entre Jantipo y Milcíades o el que el mismo Pericles protagonizó con Cimón.

   Pericles parece haber entrado en política como un demócrata. Así, en la primavera del 472, financió como corego la representación de Los Persas de Esquilo, con la que obtuvo el primer premio. La tragedia celebraba la victoria de Salamina, una victoria democrática, una victoria naval de los thetes que formaban los remeros de la flota, un síntoma claro de su orientación política en favor de los ciudadanos atenienses más pobres. En el 463 atacó a Cimón en la rendición de cuentas (euthyna) de este último como estratego. Tras el asesinato de Efialtes en el 461, durante varios años predominaron en la escena política ateniense Mirónides y Tólmides. Durante esta época la influencia política de Pericles, que debía apoyar la política de Tólmides y Mirónides, si no era miembro de su facción, aumentó y finalmente la muerte de Tólmides en el 446 le situó en el primer plano de la vida política. A partir de entonces, hasta su muerte acaecida en el 428 es elegido estratego todos los años.

Aunque las fuentes no destacan especialmente sus cualidades militares, y se refieren únicamente a su valentía, Pericles dirigió numerosas campañas militares. Plutarco (Per. 38) menciona nada menos que nueve trofeos erigidos en conmemoración de otras tantas victorias obtenidas bajo su mandato. Fue, por lo tanto, un general nada desdeñable.

   Pericles era manifiestamente incorruptible, cualidad que, entonces como ahora, no acababa de ser del todo corriente. Y sobre todo destacaba en el arte de la retórica, orador deslumbrante “Olímpico” como le llamaban sus contemporáneos, no alagaba a su auditorio, sino que mediante la persuasión esperaba convencerlos de sus propósitos. Cautivaba su imaginación, los amonestaba si era obligado, los animaba si lo creía necesario, apelaba a su orgullo y a sus sentimientos patrióticos. Sabía ser apasionado o frío, irónico o colérico, distante o cercano, idealista o realista, siempre ágil y pleno de recursos, superaba a todos sus amigos y adversarios. Más que un líder político, Pericles era lo que podíamos llamar un estadista, algo que sucede rara vez en cada sociedad y época. Como estadista estaba dotado de singular clarividencia, calculaba las posibilidades, sabía lo que debía hacerse en cada momento, no desfallecía ante las dificultades, ni se dejaba arrebatar por la euforia o la irreflexión en momentos de éxito.

Los ideales de Pericles bebían de una inalterable fe en la democracia y en una visión grandiosa de Atenas. Profundizó en el sistema democrático y amplió y transmitió al pueblo viejas concepciones aristocráticas; es en esta unión entre ideales democráticos y aristocráticos donde reside precisamente su singularidad. Se preocupó de fortalecer y embellecer a Atenas, que resplandece sin igual en estos años. Sencillamente, su legado traspasa los siglos.

Primer ciudadano sí, pero no en una casi tiranía o una dictadura encubierta, como pretenden algunos. Pericles basó su dominio en sus cualidades personales, su origen social y su facción. El generalato también fue un elemento indispensable. Los poderes del estratego le proporcionaban una amplia influencia en la política ateniense; disponía de mando militar, tenía libre acceso al Consejo, podía convocar la asamblea y manejaba fondos públicos. Sin embargo, en modo alguno podemos decir que Pericles tenía poder en el sentido de que tomaba decisiones tal y como lo entendemos en nuestras sociedades contemporáneas y mucho menos podemos hablar del “gobierno” de Pericles. Porque el sistema democrático ateniense lo quería así, las bases de la influencia de Pericles siempre fueron frágiles. La strategía era una magistratura colegiada en la que cada uno de los diez estrategos tenía igual poder y voto. En varias ocasiones Pericles compartió el mismo colegio de estrategos con Cimón y otros enemigos. Todo estratego debía presentarse cada año a las elecciones. Luego debía superar la dokimasía (prueba previa), una investigación antes de ocupar el cargo, y someterse a una rendición de cuentas (euthina) al final de su mandato. Los estrategos estaban sometidos al estricto control del Consejo y sobre todo de la asamblea que mensualmente los confirmaba en el cargo y los podía destituir, multar y condenar a muerte. Pericles participaba en las discusiones políticas, se dirigía habitualmente a la asamblea o al Consejo, hacía las propuestas o se presentaba ante los tribunales, pero la decisión última estaba en manos del pueblo. El predominio de Pericles dependía de su habilidad para obtener el apoyo de la asamblea y los tribunales en cada asamblea y ante cada tribunal, se fundaba en la confianza popular y su mérito principal consistió en haber sabido conservar esta confianza hasta el final. No lo olvidemos: es el pueblo el que le otorga un poder inmenso, pero siempre amenazado; es el pueblo el que tiene siempre la última palabra sobre todos y cada uno de los asuntos.

 

Fragmento de Esparta y Atenas en el siglo V a.C., de Adolfo J.  Domínguez Monedero – José Pascual Gómez. Madrid: Síntesis, 1999, p. 161-164. Reproducción exclusiva para uso escolar.

 

© Ramon Alcoberro Pericay