RAPHAËL LEMKIN: LOS PRIMEROS AÑOS

(fragmento de TOTALMENTE EXTRAOFICIAL –  AUTOBIOGRAFÍA)

Crecí con este poderoso sentimiento de que la persecución debía terminar y que la justicia y el amor finalmente vencerían. Podía poner en práctica esta idea en mi pequeño mundo de perros, pájaros, caballos y compañeros de juegos. Cuando comencé a leer a Tolstoi me di cuenta de que creer en una idea significaba vivirla. Decidí hacerme vegetariano. No podía comer la carne de los pollos y de otros animales porque los amaba. Pero solo pude llevar adelante mis propósitos durante tres meses. Se convertía en una empresa cada vez más complicada el preparar mi comida especial vegetariana. Estoy eternamente agradecido por la seriedad con la que mi familia atendió la breve etapa vegetariana de un niño de siete años.

Un día me encontré un búho en la yerba. Tenía el ala rota lo que le dejaba desvalido. Lo llevé al tejado y le construí un nido. Durante todo un año lo alimenté cada mañana. Se habituó tanto a mi presencia y esperaba tan ansiosamente ser alimentado, que sentía la satisfacción de un deber cumplido. En ese tiempo no diferenciaba entre seres humanos, animales y pájaros. Me agradaba la sensación que percibía de sentirme necesitado. El convencimiento de que estaba salvando una vida me hacía feliz. No tenía la sensación de que la atención por el búho era una obligación con terceros, sino que estaba conectada con mi ser interior.

En 1913, un judío llamado Beilis fue acusado de haber asesinado a un niño cristiano para usar su sangre en la Pascua judía. Todo el mundo se estremeció con interés e indignación. Nuestra familia comentaba sobre ello todos los días. Era una prueba para la justicia. En esa época nos habíamos mudado de la granja a la ciudad de Wolkowysk. Nuestros padres habían decidido que sus hijos necesitaban una educación formal. Nos matricularon en una escuela pública donde cursamos el equivalente a los cuatro primeros años del bachillerato.

La presión que en la vida del colegio provocaban los prejuicios de la política resultaba insoportable. A todos los alumnos judíos se les llamaba por el nombre colectivo de Beilis. Lo mismo ocurría en la ciudad, donde la tensión crecía. La población judía se enfrentaba a la posibilidad de un progromo. Parecía que todos los judíos de Rusia estuvieran siendo procesados. Cuando Beilis fue liberado se aliviaron temporalmente las tensiones, pero eso no despejó las nubes de mi mente. Vi claramente que la vida de millones de personas dependía de la votación del jurado. Hachas, martillos y pistolas ya estaban preparados mientras que el jurado deliberaba. No veía cómo una situación de esta naturaleza podía soportarse durante mucho tiempo.

Conforme pasaban los años, continué reflexionando sobre estos problemas. Pensaba con tanta intensidad que a veces sentía físicamente la tensión de la sangre en mis venas.

En 1915, los alemanes ocuparon la ciudad de Wolkowysk y sus aledaños. Empecé a leer más historia para estudiar si habían sido destruidos grupos nacionales, religiosos o raciales, por el hecho de constituir un grupo. La verdad se reveló solamente al concluir la guerra. En Turquía, más de 1,2 millones de armenios fueron asesinados por la única razón de ser cristianos. Fueron conducidos desde sus casas a lo largo del río Éufrates y entonces, de repente, los gendarmes que los escoltaban empezaron a disparar desde ambos extremos de la fila de deportados. Solo unos pocos sobrevivieron, ocultos bajo los cuerpos de sus camaradas. Los turcos posteriormente acusaron a los desarmados armenios de haber iniciado los disparos.

 

Los primeros años de la edad adulta

Después de la guerra, alrededor de ciento cincuenta criminales de guerra turcos fueron arrestados en internados por el gobierno británico en la isla de Malta. Los armenios enviaron una delegación a la Conferencia de Paz de Versalles para reclamar justicia. Poco después leí en un periódico que todos los criminales de guerra turcos habían sido liberados. Me quedé estupefacto. Un pueblo había sido asesinado y las personas culpables eran liberadas. ¿Por qué se castiga a una persona cuando mata a otra persona y, sin embargo, el asesinato de un millón es un crimen menor que el asesinato de un solo individuo? Los asesinos turcos liberados en Malta se dispersaron por todo el mundo. El más aterrador de todos ellos era Talaat Pasha, ministro del Interior de Turquía, a quien se le identificaba con la destrucción del pueblo armenio.  Talaat Pasha se refugió en Berlín. Un día fue abordado en la calle por un joven armenio llamado Tehlirian. Tras identificar a Talaat Pasha, Tehlirian le disparó mientras decía “Esto es por mi madre”. Tehlirian, uno de los pocos supervivientes de la masacre, se salvó porque el cuerpo de su madre cayo sobre él. En realidad, su juicio se convirtió en un juicio a los perpetradores turcos. El siniestro panorama de la destrucción de los armenios fue descrito por los numerosos testigos que los armenios llamaron a declarar al tribunal. A través de este juicio el mundo pudo finalmente recabar un panorama real de los trágicos acontecimientos de Turquía. El mismo mundo que convenientemente había permanecido mudo cuando los armenios fueron asesinados y habían tratado de ocultar lo acontecido al liberar a los criminales turcos, estaba ahora obligado a escuchas la espantosa verdad.

El tribunal en Berlín absolvió a Tehlirian. Decidió que Tehlirian había actuado bajo “compulsión psicológica”. Tehlirian, que representaba el orden moral de la Humanidad, fue catalogado como demente, incapaz de discernir la naturaleza moral de sus actos. Había actuado erigiéndose a sí mismo como representante jurídico de la conciencia de la Humanidad. Pero ¿puede un hombre designarse a sí mismo para hacer justicia? ¿No hará la pasión tambalear la justicia y hará de ella una farsa? En ese momento mis preocupaciones sobre las matanzas de los inocentes se hicieron más trascendentes para mí. Desconocía todas las respuestas, pero sabía que el mundo debía adoptar una ley contra este tipo de asesinatos raciales o religiosos.

En la universidad de Lwów, donde ingresé para estudiar Derecho, discutí el asunto con mis profesores. Sacaron a colación el argumento de la soberanía estatal. “Pero la soberanía de los Estados –argumenté– implica el desarrollo de una política exterior e interior independiente, la construcción de escuelas, carreteras, en resumen, todo tipo de actividades encaminadas al bienestar de la gente.” La soberanía, alegué, “no puede ser concebida como el derecho a asesinar a millones de personas inocentes”.

 

Fragmentos de Totalmente Extraoficial. Autobiografía de Rafaël Lemkin. Edición de Donna-Lee Frieze y Joaquín González Ibáñez. Trad. de Joaquín González Ibáñez. Ed. Berg Institute – Fundación Berg Oceana Aufklärung. Madrid, 2018, pp. 68-71.

Reproducción exclusiva para uso escolar

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay