¿SADE ERA UN ENFERMO?

 

Convendría evitar el tópico que dice que lo personal es político, porque con el tiempo se ha convertido en una frase hecha que impide pensar. A veces lo es y a veces no. A Sade le gustaba la sangre como a otros les gusta la playa y la montaña y usaba a las personas como sucedáneo de los juguetes.

Técnicamente hablando, Sade fue un perverso y su perversión es un Código F65 de la ICD (la clasificación mundial de enfermedades) que está perfectamente definido y cuyo diagnóstico no ofrece dudas en psiquiatría. Su “preferencia por una actividad sexual que implica infligir dolor, humillación o sometimiento” es obvia, aunque también es cierto que algunas de sus obras las escribió simplemente por dinero.

Como es obvio las perversiones pueden tener diversas explicaciones, (estadística, filogenética, legal, social, moral...) pero en psicología convendría no caer en el error metodológico del psicoanálisis del siglo XX que evaluaba la normalidad desde la excepcionalidad, suponiendo que es la neurosis y la psicosis lo que nos permite comprender la “normalidad”, porque esto nos impide comprender la diferencia y la especificidad del perverso.

Sade es un caso de libro del que se llama la tríada oscura de la personalidad (The Dark Triad) es decir de los tres rasgos de la personalidad oscuros o malévolos que constituyen la personalidad humana más desagradable; el narcisismo subclínico, la psicopatía subclínica y el maquiavelismo. Encontramos en su obra una falta total de empatía con las víctimas y de ansiedad personal o de remordimiento. Hay frialdad emocional, alta impulsividad, bajo control de impulsos, egoísmo, búsqueda constante de sensaciones nuevas.

El narcisismo maligno (la expresión es de Fromm) no es algo que pueda ser descrito en términos de política, ni de sociedad. Es algo profundamente personal y gentes con esta característica existen en todas las épocas y en todas las banderías políticas. Por eso hay que poner en duda que lo personal sea político. Michel Foucault —que como se sabe fue también un personaje sexualmente muy complejo—  en una entrevista del año 1975 (Sade, sargento del sexo), afirmaba que: «puede haber Sade sin sadismo y sadismo sin Sade». Lo segundo es cierto, pero un Sade sin sadismo no existe.

No existe un desafío social en la obra de Sade, ni siquiera cuando propone un esfuerzo más para llegar a ser republicanos. Su biografía es la de un aristócrata, un bala perdida de familia con mucho dinero, que aprovecha sus privilegios y considera el sexo como una especie de epilepsia. De hecho, todavía hoy los psiquiatras dicen que para ser masoquista sobre todo se debe ser muy rico porque es una perversión que a cara (no resulta tan fácil encontrar una mujer dispuesta al spanking). Sade fue monárquico, aunque de forma oportunista participó en la revolución, y no le interesaba la libertad como tal (o por lo menos no le interesaba la libertad de nadie que no fuese él mismo). El mundo sadiano no conoce la libertad sino la obediencia. No hay liberación del amor en la prostitución.

Simone de Beauvoir escribió que fuera del burdel Sade no tenía voluntad de poder. Pero olvidó decir que para Sade el mundo es la imagen más depurada del burdel. Esto le acaba llevando a un desclasamiento, pero no a una identificación con nada que no sea su propio deseo. Absoluto y sin limitaciones.

Decía también Simone de Beauvoir que el género preferido de Sade es la parodia. Esto es una opinión interesante, pero sus víctimas sufrían de verdad, algo que no debe olvidarse y que Pasolini entendió muy bien al situarlo como el modelo del fascismo en Salo (1975) – aunque Pasolini no gustaba a Foucault que, por otra parte, en la entrevista mencionada decía también:

«yo no estoy a favor de la sacralización absoluta de Sade. Después de todo, estaría bastante dispuesto a admitir que Sade ha formulado el erotismo propio de una sociedad disciplinaria, una sociedad reglamentaria, anatómica, jerarquizada, con su tiempo cuidadosamente distribuido, sus espacios cuadriculados, sus obediencias y sus vigilancias.» Un sexo de este tipo es inevitablemente un sexo enfermo.

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay