SENTIMIENTOS, RAZONES Y POSTHUMANISMO

Ramon ALCOBERRO

 

Alain Turing se preguntaba si puede pensar una máquina. A estas alturas (2017) está claro que las máquinas inteligentes son mucho más inteligentes que los humanos – es decir, mucho más capaces de dar respuestas a cuestiones abstractas y (por supuesto) mucho más capaces de calcular. La realidad física, material, resulta cada vez más difícil de distinguir respecto a la realidad virtual. En otras palabras, los sistemas técnicos son “isomórficos” (se pueden copiar de manera idéntica de una máquina a otra) y cada vez resulta más pensable que la isomorfia pueda darse de un cerebro humano a un ordenador. “Clonar” el pensamiento humano es cada vez más pensable.

     Sola hay una duda razonable en este ámbito: ¿podrá la máquina clonar el campo de representaciones simbólicas subyacente al sistema nervioso?  El amor, la espiritualidad, el altruismo, la pena, la solidaridad, el goce… forman parte integrante del espíritu humano. El hombre y la máquina podrían tener el mismo comportamiento, pero lo dudoso es si podrían tener, además la misma motivación, la misma representación que el sistema nervioso y biopsicosocial (subyacente). Una máquina y un humano pueden dar una misma respuesta a un mismo estímulo y, sobretodo, pueden compartir una misma serie de informaciones que les lleve a adoptar una misma conducta por una cuestión de cálculo.

      Pero que una máquina pueda copiar o producir el mismo comportamiento que un humano, no significa que lo haga por las mismas motivaciones… Suponer que la máquina “siente”, “ama” o “se indigna” resultaría un abuso del lenguaje si lo que se logra es simplemente copiar conductas sin entender la estructura profunda de la acción.

     Cuando oímos música o leemos un libro, ese acto no nos dice nada sobre los estímulos que recibió su autor para componer o para escribir. Es el humano quien produce conceptos mediante procesos intelectivos complejos. La creación y emisión de símbolos no se puede explicar, al menos hoy por hoy, por planteamientos exclusivamente mecánicos ni cibernéticos. La propia coherencia de un discurso no puede decidirse sin una metaregla exterior al sistema. Eso es algo más que una tipología de reglas para optimizar la información, o que una ponderación de criterios a base de metadatos. Sin algoritmos que le lleguen de fuera, la máquina, al menos (repetimos; hoy por hoy), no puede producir por sí misma ni algoritmos ni sistemas de valores. Las escalas de valores están vinculadas a la motivación y la motivación está ligada al psiquismo. Las decisiones de un ordenador, en cambio, surgen del cálculo y están vinculadas a un programario, a algoritmos y a reglas de optimización.

     De momento, la máquina no puede decidir sobre su propia coherencia y, en cambio, los humanos sí pueden hacerlo. Podemos decir que un ordenador es inteligente, pero no que es consciente. Mientras la conciencia sea una característica exclusivamente humana, la máquina no puede reemplazar la complejidad del cerebro humano. Pero seguramente ese no es el final del problema. En una web semántica las situaciones podrían ser muy distintas.

 

POSTHUMANISME

© Ramon Alcoberro Pericay