VIVIR DE ACUERDO CON LA NATURALEZA

Thomas BÉNATOUÏL (Nancy II)

Según el estoicismo el hombre debe vivir de conformidad al orden de la naturaleza. Pero, contra lo que afirma el tópico, ello no se reduce a una aceptación pasiva los acontecimientos.

“He aquí de qué manera murió Zenón. Al salir de su escuela tropezó y se rompió un dedo del pie. Golpeando al suelo con su mano, recitó este verso de Niobe: “Ya llego; ¿por qué me llamas?”  Y murió enseguida, reteniendo la respiración”. Así al menos lo narra Diógenes Laercio (VII, 28). Esta explicación de la muerte del fundador de la escuela estoica resulta, a primera vista, perfectamente acorde con la concepción habitual del estoicismo en tanto que ética de la adhesión al destino. Pienso menos en la imagen trivial del “estoico” apretando los dientes ante la adversidad que en los resúmenes de la moral estoica que se encuentran en revistas o libros de filosofía destinados al gran público interesado en la filosofía antigua. Estos resúmenes se basan en general en algunos párrafos del Manual de Epicteto, cuyo primer capítulo distingue entre lo que no depende de nosotros (todo cuanto nos sucede) y lo que sí depende (nuestra actitud ante cuanto nos sucede) y en la famosa conminación que reaparece en Descartes: “No pretendas que los acontecimientos sucedan como quieres, sino acepta lo que llegue tal como suceda y el curso de tu vida será feliz” (Descartes; Manual, 5). Tal actitud parece ilustrarse perfectamente con la narración de la muerte de Zenón a los 98 años. En vez de quejarse de su vejez y esperar vivir todavía largamente, se acerca valerosamente al encuentro de la muerte anunciada. ¿Pero qué hace Zenón en verdad? El verso que cita después de haber tropezado suena como un reproche a la divinidad y Zenón se da muerte a sí mismo, como si pensara que su fin depende de él y que debe llegar cómo y cuándo él lo desee. ¿Cómo se entiende eso? De hecho, la “vida de acuerdo a la naturaleza” que proponen los estoicos como clave de la felicidad no se reduce en absoluto a una serena aceptación de los acontecimientos, sean cuales sean.

 

Cumplir el propio destino.

Crisipo resume con claridad la conducta que propone el estoicismo en relación a lo que nos sucede: “En la medida en que lo que sucederá se halla escondido, me apego a las cosas que tienen tendencia a procurarme cuanto es conforme a la naturaleza. Pues es Dios mismo quien ha hecho que yo elija tales cosas. Incluso si supiese que mi destino es estar enfermo, tendría un impulso a estarlo. Porque también el pie, si tuviese inteligencia, sentiría el impulso a dejarse ensuciar de barro” (Epicteto, Conversaciones, II, 6,9). En general no sé exactamente por qué me ha sucedido lo que me sucede, una enfermedad, por ejemplo. Para actuar –dice Crisipo– debo confiar en mi naturaleza, pues ella es también un producto de la razón divina que ha elaborado el conjunto del mundo hasta en sus más mínimos detalles. Vivir de acuerdo a la naturaleza es, pues, en primer lugar, vivir de acuerdo con mi naturaleza humana. Pero en tanto que animal estoy inclinado a mi propia conservación. Frente a la enfermedad, pues, espontáneamente y con todo el derecho, procuraré curarme para recuperar esa cosa “natural” que es la salud.

Pero; ¿por qué se suicida Zenón en vez de hacerse examinar el dedo del pie por un médico? Parece que se halla en el segundo caso examinado hipotéticamente por Crisipo. Sabe que su destino es morir, tan bien como que hay en él una impulsión a morir. ¿Era Zenón capaz de prever el porvenir o la voluntad de un dios? Es verdad que los estoicos defendían la adivinación, pero la consideraban una técnica basada en la experiencia, equivalente a la medicina o a la astronomía, y no como un conocimiento intuitivo y milagroso. Zenón no escucha ninguna voz anunciándole su muerte. Interpreta inmediatamente su dedo roto como un signo de que su hora ha llegado, es decir, como un síntoma fijo de que ya es demasiado anciano para continuar viviendo durante mucho tiempo. No se conforma con obedecer su destino sin rechistar. Participa activamente de su realización interpretando los acontecimientos gracias a “su inteligencia”. Pero, ciertamente, tenía conciencia de su vejez y de su debilidad antes de tropezar. Zenón puede, pues, decirle a Dios que no tiene necesidad de que le recuerden su estado y lo prueba muriendo sin esperar a que, por ejemplo, se le infecte el dedo o que lo mate otro accidente. Se reapropia así de su destino a la manera en que un buen actor penetra en su papel hasta el punto de poder improvisar sin desfigurar la pieza, colaborando con el autor.

 Zenón no está obligado a reprimir su naturaleza para actuar así; ¿por qué se suicida, pues, en vez de conservar la vida? La explicación de Crisipo distingue dos situaciones y deja pensar así que la ética estoica obedece a dos principios (muchas veces) incompatibles: la naturaleza humana y el orden global de la Naturaleza. Pero ambas situaciones no son heterogéneas y los dos principios pueden ser reconciliados, porque mi naturaleza se abre en la Naturaleza, de la que ella misma no es más que una parte. La razón es, en efecto, un componente tardío pero natural de mi alma (humana) que me hace capaz de percibir los vínculos de consecuencia (y las incompatibilidades) entre hechos; puedo, por ejemplo, conocer las causas y las consecuencias naturales de las enfermedades, Si estoy enfermo, la capacidad de conocimiento de mi enfermedad me permitirá, a la vez, aceptarla serenamente y curarme; combinaré de hecho las dos actitudes diferenciadas por Crisipo, buscando preservar mi naturaleza  solo en la medida que su dependencia en relación a la naturaleza me lo permite. El estoico obra astutamente respeto a los acontecimientos en la medida que se adapta a ellos, transformando sus necesidades en medios para cumplir su naturaleza.

 

Una ética práctica.

Según los estoicos, la razón no se opone, pues, a mi naturaleza animal, sino que le da el último toque, haciéndole tomar conciencia de su inscripción en el mundo (mi naturaleza es una parte de la Naturaleza), lo que a la vez permite satisfacer sus tendencias y relativizarlas. Contra una concepción antinaturalista de la moral muy extendida (cuyos mejores representantes son Platón y Kant), los estoicos pretenden fundar la ética más rigurosa en el desarrollo espontaneo de la naturaleza humana, caracterizada por la autoconservación pero también por la sociabilidad de y la razón. Es más, si mi razón se desarrolla correctamente acabaré por considerarla como aquello que define mi naturaleza y que debo conservar ante todo, sacrificándole si fuera necesario mis posesiones, mi salud y mi vida, porque éstas pierden todo su valor si se separan de la capacidad de hacer un uso racional de ellas. Por eso los estoicos sostenían que la felicidad depende tan solo de la virtud, es decir, del imperio de la razón sobre nuestra alma, y en consecuencia, de la coherencia que logremos mantener en el conjunto de actos de nuestra vida, ya sean cotidianos o excepcionales.

Tal es el verdadero principio de la sabiduría estoica, en que el vivir de acuerdo con la naturaleza es una consecuencia más que un fundamento, puesto que soy una parte de la naturaleza, no puedo vivir de acuerdo a mi mismo más que si mis deseos no están en oposición a los acontecimientos exteriores, pues estos se impondrán sobre mí, lo quiera yo o no. Esta necesaria adaptación al destino no implica, en cualquier caso, ni que ninguna resistencia a cuanto nos sucede sea legítima, ni tan siquiera que para un estoico solo exista una única línea de conducta    coherente a cada momento. Catón se opuso hasta el fin a la subida de Cesar al poder y su suicido en Utica no es un abandono sino un rechazo a someterse al poder de quien ha vencido por las armas. Pero la conducta de Catón no excluye que otros estoicos han hecho elecciones distintas u opuestas en las mismas circunstancias. Que Catón haya dedicado su vida a la defensa de la República, no implica que no se le pueda sobrevivir sin traicionar sus ideales. E igualmente, si Zenón hubiese tenido alguna promesa que cumplir podría haber esperado un poco antes de darse muerte.

 La coherencia con uno mismo y el acuerdo con la Naturaleza son, ambos, principios universales pero formales, que exigen ser interpretados en función de los diversos parámetros propios de cada situación moral, y que jamás permiten recomendar universalmente tal o cual acción. Solo desde una perspectiva pedagógica los estoicos dan consejos sobre la manera en que se debe vivir o actuar, pero, en última instancia, proponen menos una moral que una teoría de la práctica ética que describe la génesis, el funcionamiento y la diversidad de la conducta humana para explicitar sus principios inmanentes, sistematizarlos y buscar cómo hacerla perfectamente eficaz y autónoma.

 

Publicado en Le Magazine Littéraire, nº 461, febrero de 2007. Traducción R. A. Reproducción exclusiva para uso escolar.

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay