¿POR QUÉ ESTÁ DE MODA THOREAU?

Ramon ALCOBERRO

Pongamos que usted vive rodeado de ordenadores, de smartphones, etc. Pongamos que usted teletrabaja y que no tiene exactamente eso que se llama un ‘horario fijo’. Pongamos que vive usted en una gran ciudad ruidosa. ¿No ha tenido nunca ganas de enviarlo todo a la mierda? Cuidado con la respuesta porque podrían considerarlo un enemigo de la sociedad. Pero si, incluso sin decirlo en voz alta, está usted hasta las narices del imperior de la tecnología sobre la vida, no lo dude, usted está a favor de Thoreau.

Hay dos opciones ante la tecnología. Se puede optar, siendo optimista, por el “modelo Leibniz”. El sabio alemán dijo, según parece, que vendría el día en que los hombres no discutirían más, simplemente se sentarían alrededor de una mesa y dirían “calculemos”. Para Leibniz el universo es una cuestión de cálculo. Cada uno de nosotros es lo que el denominaba una “mónada”, una partícula, y el conjunto de visiones individuales del mundo se articulan para formar una red, una especie de superalgoritmo, que es la realidad. Pero también pueden verse las cosas de otra manera: podemos decidir que no queremos ser átomos o mónadas, o que hemos decidido ser mónadas sin armonía prestablecida y que reivindicamos nuestra individualidad y nuestra diferencia. Entonces nuestro santo patrón es David Henry Thoreau (1817-1862).

Hay una moda Thoreau porque cada vez más gente está harta de vivir geolocalizada y controlada. Es difícil vivir sin la tecnología porque habría que prescindir de la tarjeta de crédito, buscaríamos los lugares orientándonos en un mapa en papel y no recibiríamos recomendaciones de compra según las búsquedas que previamente hemos hecho en Google – que obviamente no nos vigila (noooo!), aunque, mágicamente, logra saberlo todo de nosotros. Pero cada vez hay más gente que intenta construirse una identidad al margen de lo digital o que, por lo menos, tiene conciencia de lo que hemos perdido en términos de naturaleza, e incluso de equilibrio emocional, al optar por una sociedad tecnológica.

El gesto de Thoreau que se retira a la cabaña del estanque de Walden para huir de la civilización, tiene algo más que semejanza con el deseo, tal vez hoy ya tal vez imposible, de desconectarnos en un mundo hiperconectado. Cuando tenemos la sensación de que nuestra vida se nos escapa de las manos, Thoreau es un modelo para quienes añoran una vida de autocentramiento y, muy especialmente, de simplicidad. La imposible frugalidad de un mundo donde todas las cosas están a un clic de distancia encuentra un contrapunto en el pensamiento de Thoreau, que es un modelo vital tanto o más que un modelo conceptual. Construyendo una cabaña con sus propias manos, produciendo su propia comida y viviendo al ritmo de sus propios horarios, Thoreau aparece ante nosotros como una especie de enmienda a la totalidad de la vida sometida a la tiranía de las redes sociales. Si sus libros están se venden cada vez más en el siglo XXI es, tal vez, porque experimentamos nostalgia ante una vida no colonizada por la máquina y no sometida al prejuicio del progreso como único criterio de valoración del mundo. La obra de Thoreau es una invitación a ser nosotros mismos. Mientras el juicio de los demás determina nuestra manera de actuar en las redes sociales y nosotros mismos construimos nuestra propia cárcel virtual, Thoreau es una alternativa de vida autosuficiente.

Pero Walden nos propone algo más que una simple huida del mundo. No basta con abandonar el mundo de lo virtual y las redes sociales. Lo decisivo es otra cosa: está en el difícil aprendizaje de la soledad y de la autosuficiencia. La vida de Thoreau en Walden suena como un renacimiento: Cada mañana era una invitación a hacer mi vida, en su simplicidad y podía expresar su inocencia al unísono con la naturaleza misma. Lograr eso en la sociedad red es imposible. Nadie tiene permitido desconectar y todos estamos formateados de una u otra manera. Tal vez por eso está de moda leer a Thoreau: porque expresa lo que quisiéramos ser, librea autónomos, incluso un tanto salvajes. Que, sometidos a la dictadura de los Big Data, ya no podamos serlo, expresa nuestra tragedia cotidiana.

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay