LA IGUALDAD, LA RESPONSABILIDAD, LA INTEGRIDAD

George LAKOFF

(Fragmento de Puntos de Reflexión, Manual del Progresista. George LAKOFF (ed.); ed. española, Ed. Península, Barcelona, 2008; pp. 151–160 ed. original 2006. Trad. Judith Wells)

  LA IGUALDAD

En los casos sencillos, la igualdad es bastante fácil de entender. Dos y dos son tres más uno. “Dos más dos” y “tres más uno” definen la misma cantidad. Cuando se divide una tarta entre tres niños cada niño recibe un trozo del mismo tamaño. Si un grupo relativamente pequeño de personas vota, la igualdad significa “una persona, un voto”.

Por lo tanto, en casos sencillos, la igualdad tiene un núcleo irrebatible: la igualdad es igualdad de distribución.

Las cuestiones que sí suscitan disputa son: ¿qué es lo que se distribuye?, ¿a quién?, ¿cuál es el proceso de distribución?, ¿qué se considera como equiparable?, ¿quién hace la distribución?, y ¿con qué criterio práctico?

Las cosas se complican aún más si hablamos de igualdad social, política o legal, donde lo que se distribuye son votos, derechos, propiedad, acceso a Internet, admisiones universitarias, empleos, acceso al asesoramiento legal, licencias matrimoniales, tratamientos médicos, etc. En religión, la igualdad se refiere al igual acceso a Dios, en oposición al acceso mediado por un sacerdote o un pastor. En política, se refiere a qué votos cuentan, cómo hay que contarlos, quién puede presentarse, quién tiene acceso a los representantes electos, etc. En derecho, la igualdad ante la ley significa que todo el mundo tiene que recibir el mismo trato, sin que haya diferencias por razón de riqueza o rango.

Para entender lo disputada que está la definición de la igualdad en política, recordemos el debate constante entre progresistas y conservadores en torno a la igualdad de oportunidades y la igualdad de resultados.

Los conservadores aceptan la libertad de oportunidades, pero desde los marcos profundamente conservadores, es decir, considerando que el mercado está abierto a todo el mundo y que, por lo tanto, no es necesario hacer nada más, excepto quitar al gobierno de en medio. Todo es una cuestión de iniciativa individual, de responsabilidad individual y de realización personal. Los conservadores hablan de “equidad”: una jerarquía del mérito, en la que el mérito se define por el éxito conseguido en el mercado. La equidad sustituye la igualdad de resultados por la jerarquía del mérito.

Para los progresistas, la empatía nos lleva a identificarnos con las necesidades de los demás. Un ejemplo perfecto es el discurso de Lindon B. Johnson en 1965, en la inauguración del curso escolar de la Universidad Howard:

No basta con abrirle las puertas a la oportunidad; todos los ciudadanos tienen que tener la oportunidad de cruzar esas puertas… No buscamos la igualdad legal sino la capacidad humana, no solo la igualdad como un derecho y una teoría, sino la igualdad como un hecho y la igualdad como un resultado… De ahí que la igualdad de oportunidades sea esencial pero no suficiente; no basta.

Los progresistas sentimos empatía hacia los demás, nos identificamos con ellos. Los hombres y las mujeres de todas las razas nacen con la misma gama de posibilidades. No con las mismas posibilidades, pero sí con la misma gama.  Por eso, la igualdad de resultados no significa resultados idénticos sino la misma gama de resultados: por ello creemos que si hay igualdad de oportunidades (como tiene que haber en democracia y en un sistema capitalista justo), tendría que haber igualdad de distribución de los resultados. Es decir, con igualdad de oportunidades debería haber el mismo número per cápita de médicos, abogados, científicos en la comunidad afroamericana que en la población en su conjunto. Sin embargo, esto no es lo que ocurre. Partiendo de la premisa “la misma gama de posibilidades”, los hechos revelan que no existe una igualdad real de oportunidades.

El marco de la “misma gama de posibilidades” es un marco común entre los progresistas. Tiene una función determinante en los argumentos progresistas clásicos. Primero, define los límites del racismo: negar ese marco y sostener que algunas razas tienen una gama más amplia de posibilidades que otras, significa ser, de hecho, racista. Segundo, partiendo de ese marco, la constatación de resultados distintos es una prueba fáctica de los efectos del racismo, del pasado o del presente. Los resultados están documentados estadísticamente en las tasas de mortalidad infantil, diferencias de ingresos, tasas de desempleo, etc.

Para rebatir el argumento conservador según el cual estos hechos demuestran que existen unas diferencias raciales en las posibilidades innatas que nada tienen que ver con el racismo, Lyndon B. Johnson, en su discurso en la Universidad Howard, habló de las consecuencias del racismo sobre las posibilidades. Obsérvese que dio por hecho que las causas no eran individuales sino sistémicas y complejas, tanto presentes como pasadas:

Pero la posibilidad no es sólo producto del nacimiento. La posibilidad se desarrolla o se atrofia en virtud de la familia en la que se vive, del vecindario en que se vive, de la escuela a la que se acude y de la pobreza o la riqueza del entorno. Esto es el resultado de centenares de fuerzas ocultas que influyen en el niño y finalmente en el hombre.

Sabemos que las causas son complejas y sutiles…

Primero los negros están atrapados -como también lo están muchos blancos- en una pobreza heredada, sin opciones de salida. Carecen de formación y de aptitudes. Están encerrados en barrios marginales. No disponen de una asistencia sanitaria digna. La pobreza pública y la privada se combinan para limitar sus capacidades…

Estamos intentando atajar estos males con nuestro programa contra la pobreza, nuestro programa por la educación, nuestra asistencia médica y nuestros programas de salud y una docena más de programas de la Gran Sociedad que atacan las raíces de esta pobreza.

Pero hay una segunda causa, mucho más difícil de explicar, más arraigada aún y más desesperada en su fuerza. Es la herencia devastadora de las causas de esta pobreza: un siglo de opresión, odio e injusticia.

Porque la pobreza de los negros no es la pobreza de los blancos… Estas diferencias no son diferencias raciales. Son simple y llanamente las consecuencias de una antigua brutalidad, de la injusticia del pasado, del prejuicio de hoy en día.

Hemos seleccionado este discurso de Johnson para demostrar que los marcos y los argumentos progresistas sobre la igualdad no han cambiado en las cuatro últimas décadas, no obstante el paso del tiempo.

Los conservadores, por su parte, sí que han operado un cambio al sustituir la igualdad por la equidad (la distribución basada en el mérito, en los merecimientos). Como era de esperar los conservadores y los progresistas difieren en la definición del mérito en virtud de sus respectivos sistemas morales.

Para los conservadores, el mérito es el resultado de la disciplina. Puesto que su sistema moral aboga por que el premio sea proporcional a la disciplina y la capacidad, el mérito refleja la disciplina y la capacidad: horas trabajadas, productos fabricados o empresariado audaz son el reflejo de la disciplina de la persona y mecanismos para distribuir los recursos de manera equitativa (por el mercado, no por el gobierno).

Para los progresistas, el mérito se entiende desde el punto de vista de la protección: quien está en situación de necesidad merece ser ayudado. Esto satisface el principio de la “dignidad humana” y asegura que nadie se quede rezagado. Cumple también con el “principio del bien común”, dado que las necesidades de los bienes públicos son necesidades legítimas que merecen nuestra atención, y no solo las necesidades de un individuo.

Los ámbitos en los que últimamente se están centrando los conservadores para hablar de la igualdad son los de la cultura y los valores familiares. John McWhorter sostiene que la razón del escaso éxito de los afroamericanos es la cultura negra, que no valora la educación; de ahí que los niños afroamericanos crezcan sin esforzarse en la escuela, ni en la vida.

David Brooks sostiene que son dos los problemas culturales que entorpecen la igualdad de resultados. El primero es la crisis de la familia nuclear, que, según dice, ha provocado una falta de apego entre hijos y padres. El segundo es que la cultura de hoy ya no tolera el aplazamiento   y el gobierno tampoco podría hacer nada en favor de la igualdad de los afroamericanos. El mensaje es que la comunidad afroamericana tiene que resolver sus problemas por sí misma, aprender a decir “ya está bien” y empezar a fijarse en los empresarios, los dirigentes políticos y los intelectuales en lugar de admirar a jugadores de baloncesto, raperos, chulos y criminales. La parte encubierta del razonamiento de McWorther y Brooks es que usan los valores del modelo protector -la responsabilidad y el respeto al conocimiento- en contra de la función progresista del gobierno.

No en vano la preocupación por el apego familiar no conduce a Brooks a criticar las prácticas educativas conservadoras, como las de Focus on The Family de James Dobson, que promueve una educación basada en el modelo del padre estricto y está abiertamente vinculado a la política conservadora,

 

  LA RESPONSABILIDAD

  La diferencia entre las definiciones conservadora y progresista de la responsabilidad quedan bien reflejadas en la diferencia entre dos marcos de superficie que usamos los anglófonos para comprender el mundo. Esto resulta muy esclarecedor, puesto que esta diferencia entre marcos de superficie es fácilmente perceptible y remite directamente a nuestro sistema moral. Consideremos estas dos maneras de hablar de la responsabilidad:

• Cargar con el peso de una responsabilidad.

• Cumplir con una responsabilidad.

En la primera expresión, la responsabilidad es una carga que lleva una sola persona a lo largo de su vida. Esta carga dificulta el desenvolvimiento vital y, si la persona es demasiado débil para cargar con la responsabilidad, la culpa es suya y solo suya. En la segunda expresión hay un vació que se debe llenar. Si la persona no lo puede hacer, entonces no es la persona adecuada para hacerlo, y otra persona más capacitada debería asumir la responsabilidad.

La responsabilidad progresista remite al marco de superficie de “cumplir con una necesidad”, por empatía y usando el patrimonio común para el bien común. Un ejemplo claro es el del huracán Katrina.

Cuando se produce un desastre, los progresistas reaccionan generalmente con empatía hacia los afectados. El Katrina suscitó empatía por las víctimas. La visión progresista implica que todos ayuden en la medida de sus posibilidades. Y puesto que nuestro gobierno tiene poder para reunir los recursos colectivos, una manera de cumplir con nuestra responsabilidad es pagando impuestos. El gobierno destina una parte de esos impuestos a atender las desgracias causadas por los desastres naturales. Si el gobierno lo hace, podremos seguir con nuestras responsabilidades personales: el trabajo, el cuidado de nuestras familias, etc. Los impuestos que pagamos también deberían haberse destinado a reforzar los diques.

 La respuesta de los conservadores al Katrina fue asombrosamente diferente: en lugar de responsabilizar a Bush y al secretario de Seguridad Nacional, Michael Chertoff, fueron delegando las culpas: se llegó incluso a culpabilizar a las víctimas por haber elegido vivir en Nueva Orleans. Siguiendo el principio conservador de la “responsabilidad individual”, solo se es responsable de uno mismo; de ahí que para los conservadores no resulte descabellado culpar a las víctimas. No se puede culpar a Bush si el gobierno no es responsable de la seguridad de los diques. Por ejemplo, Joe Allbaugh, antiguo director de la Agencia para Situaciones de Emergencia (FEMA) y director de la campaña electoral de Bush y Chaney de 2000, sostuvo ante el Comité de Créditos del Senado que había que reducir las subvenciones destinadas a la FEMA, ya que no era una agencia esencial para la seguridad de los estadounidenses. No asumió ninguna responsabilidad.

La responsabilidad conservadora también tiene dos vertientes: los que hacen las reglas y los que las siguen. Los líderes tienen la doble responsabilidad de imponer la disciplina (la autoridad moral), es decir las reglas, y de repartir premios y castigos. Para el resto de nosotros la responsabilidad consiste, sencillamente, en seguir las reglas y maximizar el bienestar personal: el nuestro y el de los demás.

El ejemplo del Katrina se ha convertido en una importante piedra de toque porque pone de manifiesto el efecto de las dos actitudes relativas al papel del gobierno en nuestras vidas y sobre el disputado concepto de responsabilidad.

 

LA INTEGRIDAD

  La lógica básica de la integridad tiene una doble vertiente. Por un lado, significa decir lo que uno cree y luego actuar de forma consecuente. Y, por otro, significa la aplicación consecuente de un principio.

• La integridad progresista es la aplicación consistente del modelo protector.

• La integridad conservadora es la aplicación consistente de la severidad.

  Puede parecer sencillo, pero esas dos frases denotan una notable diferencia en la interpretación de lo que es la integridad.

  En la disciplina, la constancia es fundamental. La disciplina se aplica siempre de la misma manera, sin tener en cuenta las circunstancias. La persona disciplinada debe entender que toda acción tiene unas consecuencias directas e inmediatas, y que las consecuencias son siempre las mismas. La atención está centrada aquí en la constancia del proceso, en la identidad/repetición de la acción.

Sin embargo, para aplicar consistentemente la empatía hay que tener en cuenta las necesidades de las personas que reciben protección, no el proceso en sí. Para seguir siendo empático, hay que aplicar siempre el mismo nivel de atención. A veces, esa atención requiere acciones diferentes, o acercamientos distintos, según sean las circunstancias.

Volviendo a la política, podemos ver esta diferencia en cómo percibieron conservadores y progresistas la integridad del llamamiento de John Murtha a retirar las tropas de Irak. Para los progresistas, Murtha fue un valiente y habló con empatía al pueblo iraquí y, también, hacia nuestras tropas. Sabía que sería el blanco de duras críticas por hacerlo, pero, aún así, dijo lo que creía. Su compromiso con el principio de protección es un buen ejemplo de la visión progresista de la integridad.

Para los conservadores, el que Murtha, en un primer momento apoyara la guerra para luego cambiar de opinión era exactamente lo contrario a la valentía y denotaba una total falta de integridad. Consideran que la posición inquebrantable de la administración Bush con respeto a Irak es una muestra de integridad. Lo que no consiguen ver en el caso de Murha es que su apoyo inicial a la guerra se basaba en que creyó, con la información falsa que se difundió entonces, que con la intervención se protegería a los Estados Unidos y a los iraquíes. Y el compromiso de Murtha, en definitiva, no cambió, pues su llamamiento a la retirada seguía basándose en la preocupación por la seguridad de los estadounidenses.

Al igual que sucede con la justicia, la igualdad o la libertad, la integridad tiene significados muy distintos para los conservadores y para los progresistas. La cosmovisión conservadora vincula la disciplina a la integridad, de modo que integridad significa acciones reiteradas, que no cambian con las circunstancias. La integridad progresista es el resultado de vincular el principio de la protección a la integridad, es un compromiso constante con la protección que puede exigir medidas distintas según sean las circunstancias.

 

(Reproducción exclusiva para uso escolar)

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay