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FOURIER, LA CRÍTICA A LA CIVILIZACIÓN

Ramon ALCOBERRO

Cuando el rey Luís XVI, bloqueado en las Tullerías por los convencionales, se vio obligado a firmar todos los decretos que le ponían por delante,  un gravado le representó encerrado en prisión, pasando su mano entre los barrotes para escribir “Soy libre”.
Tal es la independencia de que gozamos en la CIVILIZACIÓN sobre el ejercicio de nuestras pasiones: somos libres de sufrir, pero no somos libres de quejarnos.  
Charles Fourier: DEL LIBRE ARBITRIO.

Uno de los elementos más significativos de la reflexión del socialista utópico Charles Fourier es su crítica a la civilización que él entendió como sinónimo de represión y de decadencia. “Civilización” para él era, simplemente, una cacofonía o una disonancia, es decir, lo contrario de la Armonía entre los humanos. La civilización es una causa de creación de anarquía porque vuelve al hombre competitivo y le aleja de la naturaleza.  En la civilización el desorden en la vida cotidiana, el desacuerdo irreductible en las opiniones, y la creencia en ficciones y absurdos, producen un entorno de miseria mental y moral, cuya consecuencia es la infelicidad humana.
El mundo natural está bien construido y la civilización simplemente lo disuelve. Todos los desórdenes morales y sociales, todos los vicios y todas las injusticias derivan del desconocimiento de las pasiones, de su naturaleza y de su importancia. La anarquía en el comercio (es decir la bancarrota en economía) y la anarquía en el matrimonio que se muestra por la existencia de hombres engañados (cabrones o “cocus”) prueba que cuando la naturaleza es reprimida la civilización produce ridículos y absurdos.
El libre arbitrio es una de las ficciones sobre las cuales se asienta la noción de civilización. Como en el caso de un perro que tiene miedo a ser castigado por su amo si comete un robo, también los humanos mantienen la civilización básicamente por miedo, dice Fourier. Pero la civilización es decadencia porque ha confundido el sistema económico con el sistema político («coincide plenamente con el espíritu comercial que de día en día va invadiendo el sistema político», dirá en El extravío de la razón) y es incapaz de ofrecer una liberación personal a millones de individuos emocionalmente frustrados. Las «ciencias inciertas», la economía, la política politiquera, la filosofía, etc. solo pretenden maquillar de manera muy ineficaz su propia impotencia para mejorar las cosas –e incluso para comprenderlas y apuntalan ese espejismo de civilización que, por su carácter claramente represivo, es exactamente lo contrario de la Armonía.
Dos ciencias (filosofía y teología) son, particularmente, herramientas del control social. Conceptos como “moral” (especialmente cuando se aplica a la familia, y “libre albedrío” tienen la misión de culpabilizar a los humanos, haciéndoles creer que existen deberes ineludibles o libertad sin límites. Pero a un Dios gran geómetra, lo que hagamos con muestra sexualidad le trae al pairo. La moral del deber que exige de nosotros que «hagamos lo que no nos gusta y que no hagamos lo que nos gusta», pone al hombre en conflicto consigo mismo y nos lleva a sentirnos miserables. “Libre albedrío” es, sencillamente, la expresión de una ficción. «Cuando Condillac nos dice “las palabras son los verdaderos signos de nuestras ideas”, habría hecho mejor diciendo “las palabras son las verdaderas máscaras de nuestras ideas”». Solo gentes burladas, incapaces de aceptar la realidad y de pensar en cómo mejorar el mundo (los “cornudos” como les llama) creen en las ficciones de la civilización y, entre ellas, en un supuesto libre albedrío.
El libre albedrío no existe porque, si existiese Dios y fuese todopoderoso, el concepto mismo no tendría sentido en su aplicación a los seres humanos. Pero, además, el Estado y la administración pública (especialmente cuando pretende ser “eficiente”) tampoco permiten ese libre albedrío a los ciudadanos. Incluso sucede que: «… los filósofos son todavía más déspotas que los príncipes cuando se les confía la administración. Es, pues, muy falso que la filosofía tenga la sincera intención de otorgar libertades a las naciones.» Los filósofos pretenden racionalizar el mundo y, por lo tanto, en su gestión eliminan lo pasional, lo emocional, y la libertad se somete a la (supuesta) racionalidad – que no es tal debido a su unilateralidad. Llamamos libre albedrío a nuestra ignorancia de las leyes que rigen la naturaleza y/o a la «perversidad» de las ciencias que pretenden guiar la razón – y que en realidad la amordazan.
«Pretendemos mostrar que el libre arbitrio en el estado civilizado es ilusorio, pasivo y subordinado a los impulsos de la intriga y del prejuicio, finalmente tan peligrosas para las masas como para los individuos, puesto que habitualmente no es más que una sugestión más o menos engañosa.» La independencia respeto a los prejuicios es, según Fourier, absolutamente imposible en la civilización, puesto que ella misma se fundamenta en prejuicios.
Fourier está a la vez contra el determinismo (o el destino) y contra el libre albedrío. En el primer caso, la complejidad de la materia y su capacidad infinita de organización la vuelven imprevisible. En el segundo, el libre albedrío no existe ni como un hecho simple (porque lo que llamamos libertad es, en realidad, ignorancia), ni como un hecho compuesto (el supuesto libre albedrío sería una pasión epicúrea).