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UNA FRASE CHOCANTE DE SCHOPENHAUER:

‘LOS MATRIMONIOS POR AMOR SE HACEN EN INTERÉS DE LA ESPECIE Y NO EN PROVECHO DEL INDIVIDUO’


Según la filosofía de Arthur Schopenhauer, la carrera hacia el amor romántico es una vulgar añagaza, un autoengaño. En su METAFÍSICA DEL AMOR pretende demostrar que lo que produce la unión de corazones y de cuerpos no es otra cosa que el « querer-vivir ».
Para Schopenhauer lo que nos podemos esperar tras el matrimonio es simplemente: « ¡Dispendio, preocupación por los hijos, cabezonería, caprichos, vejez o fealdad al cabo de algunos años, engaños, cornamenta, antojos, ataques de histeria, amantes y el infierno y el diablo! » La mujercita exquisita se convertirá en un ama de casa mentirosa e ingrata que no dudara en traicionaros un buen día. Y usted, señorita, no crea en la felicidad eterna junto a su príncipe azul: su vida está condenada a oscilar como un péndulo del dolor al aburrimiento.

Pero, ¿por qué corre todo el mundo tras la quimera de la felicidad amorosa? ¿Por qué tanta gente se casa con aquél o aquélla que nos hará irremisiblemente desgraciados? La explicación que da Schopenhauer de este extravío es muy sencilla. Cuando caemos en las redes del amor creemos hacer una elección libre y consciente, cuando no lo es en absoluto. Nuestro yo consciente se halla bajo el yugo de una fuerza inconsciente: el « querer-vivir », tiránico, obsesivo y dirigido hacia una único objetivo: la procreación. La elección del ser amado opera según criterios biológicos. El « querer-vivir » empuja a cada cual hacia su pareja ideal, es decir, hacia la que optimiza las posibilidades de engendrar un hijo sino robusto, por lo menos viable.

¿Por qué a las mujeres bajitas les gustan los hombres altos?, ¿Por qué a los tipos endebles les van las mujeres gordas? Para reestablecer el equilibrio en la próxima generación. O como diría Schopenhauer: « Cada uno se esfuerza en eliminar a través del otro sus propias debilidades, defectos y desviaciones respeto a la norma por miedo a que no se encuentren o incluso no lleguen a producirse verdaderas anomalías en los hijos por nacer.»

En otras palabras, el amor en clave schopenhauriana sería menos una cuestión de sentimiento que un tema de neutralización y de complementariedad biológica. Si el (la) elegido (-a) de vuestro corazón os parece deseable es porque vuestra unión tiene todos los números para producir retoños saludables. Pero una vez concebidos los hijos, las cosas se tuercen «es excepcional -dice Schopenhauer- que la compatibilidad y el amor pasional hagan buenas migas.»

Así el « querer-vivir » persigue su objetivo, «el interés de la especie», en detrimento de la felicidad individual. Los accesos de melancolía inmediatamente consecutivos al goce sexual serían el signo manifiesto de tal cosa: «¿No se ha observado que ‘illico post coitum auditur Diaboli’?» La risa del diablo da testimonio de de nuestra ilusión de amor duradero. En realidad, dice Schopenhauer, no hay felicidad más que en el celibato… o en la poligamia.

Esa teoría schopenhauriana, pasada por Freud y por la sociobiologia ha llegado hasta nuestros días y, prescindiendo de la formulación algo extremosa del filósofo, parece confirmado hoy por hoy que la atracción sexual tiene alguna relación (por lo menos estadística) con la complementariedad genética. Pese a su obvia misoginia, Schopenhauer era un realista. Lo irreal, tal vez, es la ilusión romántica del amor eterno. Pero ¿vale la pena renunciar a ello? ¿Sería de verdad más rica y más soportable la vida sin amor romántico, por muy falso que resulte a la larga?